La lucha entre las potencias imperialistas por la hegemonía económica y territorial en todo el mundo recrudece a medida que la crisis general del capitalismo se profundiza. Es la caldera de la repartija del mundo siendo alimentada por la crisis.
El capital transnacional de naturaleza financiera y monopolista entra en fase de competición feroz, llevando al agravamiento de la rapiña en las semicolonias y de la explotación de sus masas trabajadoras, cuyos derechos van siendo dilapidados por orden del poder económico sin patria y por acción de sus serviles fácilmente reclutados entre las torpes élites locales. Como la historia ya registró en ocasiones anteriores, las contradicciones que llevan a esta disputada carrera por mercados y áreas de influencia puede también conducir el mundo a otra guerra de grandes proporciones. La actual carrera armamentista protagonizada por los bloques de poder global, que viene siendo registrada y denunciada en este periódico, es un síntoma y un preludio de esta consecuencia obvia de los esfuerzos de dominación.
En el caso específico de América Latina, el reparto viene siendo protagonizado eminentemente por USA y por Europa, representada sobre todo por media docena de empresas transnacionales de origen español, aunque en rigor el capital transnacional no tenga nacionalidad. En el siglo XVII, mientras el reino estuvo ocupado con problemas políticos, económicos y demográficos, los mercadores de la metrópoli y la propia corona hicieron la fiesta en las colonias transatlánticas, chupando las venas de sus riquezas naturales y quitando la sangre de los pueblos nativos de la región. Hoy, más de tres siglos después, las empresas acogidas en la matriz vuelven a concentrarse en las filiales. El contexto, sin embargo, no es más el del mercantilismo de los Estados nacionales, pero sí el del capitalismo desarrollado en fase de putrefacción; la lógica no es más la de la exportación de mercancías, pero sí la de la exportación de capitales. Son tiempos en los cuales el poder económico sin fronteras no tiene otro objetivo sino el de reproducirse a sí mismo por medio de los monopolios y de un parasitismo cada vez mayor.
La España actual se inserta en esta carrera imperialista de forma subalterna. En la Europa del capital, queda al margen de quien manda en la región, expresamente Gran Bretaña, Alemania y Francia. Hay aún quién analice que hay fuerte presencia de capitales rusos en los monopolios españoles. Pero en América Latina son las transnacionales con sede en Madrid que están en la línea de frente de la lucha por mercados, aunque en sus composiciones accionarias figure capital de origen británico, germánico y galo. O sea: las transnacionales españolas, que son grupos empresariales intermediarios si comparados a las compañías gigantes de USA, por ejemplo, funcionan como eslabón entre el imperialismo europeo y las clases dominantes lacayas que se apoderaron de los Estados latinoamericanos, que están siempre listas para vender salvoconductos de pillaje y explotación a quién pagar más y quién amenazar con la cara más fea.
Santander y Royal Bank of Scotland
La actual ofensiva de las transnacionales acogidas en España sobre Latinoamérica no comenzó ayer, ni tampoco arrancó en razón de la actual descomposición del imperialismo. El avance de estas empresas sobre nuestro continente coincidió aún con su transmutación de compañías casi que domésticas para la condición de más nuevas participantes de la saña neocolonial. El tiro de largada fue dado hace cerca de 20 años, principalmente en razón de la creación del Mercado Único Europeo, lo que comprometió gran parte de los logros del patronato español, teniendo en cuenta la libertad que los grandes monopolios anglo-sajones ganaron para actuar sin restricciones en todos los países del bloque. A partir de 1993 y hasta el año 2000, la inversión de las trans españolas en la región fue, en media, de US$ 10.000 millones por año, principalmente en Argentina, Brasil y Chile.
El camino para su llegada fue abierto en el contexto general del fiel empeño de las clases dominantes y gerencias partidarias locales para dejar los países latinoamericanos jurídicamente a merced de otra gran vuelta de la carrera imperialista en los mares del sur.
Por su afinidad no con los pueblos combativos de la región, pero con sus oligarquías podridas que garantizan el mantenimiento en el tiempo y en el espacio del colonialismo español, el capital monopolista europeo confió a las mayores transnacionales de Madrid el papel de su ariete en la feroz lucha por mercados que viene siendo trabada a cuesta del patrimonio de las masas y en la base de la precarización de las condiciones de vida de los trabajadores. Hoy en día, sólo seis compañías garantizan a la antigua metrópoli el puesto de país con la mayor estructura de rapiña montada en América Latina después de USA. La Telefónica, las gigantes del petróleo, gas natural y energía eléctrica Repsol, Endesa e Iberdrola, y los bancos Santander y BBVA responden por 95% de los gastos de empresas españolas en la región. Son inversiones pesadas en el montaje de un inmenso aparato sanguijuela en nuestro suelo que viene garantizándoles hasta 50% del total de sus logros sumados en todo el mundo.
La Telefónica lidera el grupo de las seis, siguiendo viento en popa con sus arreglos monopolistas, ganando cotas de mercado cada vez mayores en todos los grandes países latinoamericanos— países en subasta. Por otro lado, el feroz proceso de concentración del sector bancario actualmente en curso en Brasil fue desencadenado por la absorción del Banco Real por el Santander, pero en la verdad tiene origen en un golpe monopolista aplicado en la propia Europa por el grupo español en sociedad con los británicos del Royal Bank of Scotland, cuando de la compra del holandés ABN Amro, en 2007. Ahora, con España y el resto de Europa castigados por la crisis general del capitalismo, intentarán a todo costo empujar la crisis para el frente, valiéndose de más y más explotación de los pueblos latinoamericanos; intentarán atravesar la crisis a nuestras cuestas, haciéndonos de válvulas de escape para su agonía. Será así caso no sean colocadas para fuera de nuestro continente — por sus masas, es claro.
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