Como puede todo cambiar

Manifestantes fecham via com barricadas, Valparaíso (foto: AFP/ BBC)

Como puede todo cambiar

“Chile es un oasis de tranquilidad en América Latina”. Esta frase fue dicha – pasmen – por Sebastián Piñera sólo algunas semanas antes de la eclosión de las mayores y más radicalizadas manifestaciones de masas de la historia reciente de Chile. Las jornadas chilenas, al lado de las recientes movilizaciones contra el aumento del precio de los combustibles en Ecuador, indican que algo se rompió en esta caliente primavera latino-americana.

Allá, como en Brasil en 2013, el aumento de la tarifa fue tan solamente el catalizador de insatisfacciones más profundas y generalizadas, las cuales, en un instante, recorrieron todos los poros del tejido social, cual fulminante descarga eléctrica. Pero esta explosión nada tiene de fortuita. En Chile, desde las movilizaciones en 2011, por gratuidad en la enseñanza, nunca dejó de acumularse, de modo a veces casi imperceptible (no para los revolucionarios), material inflamable entre las masas, como la indecente concentración de renta, la privación del acceso a la salud y a la educación, el deterioro de las jubilaciones, el desempleo estructural alcanzando principalmente los más jóvenes etc. Aunque las estadísticas oficiales apuntaran para el “crecimiento económico”, algo iba mal en los engranajes internos del país considerado modelo neoliberal en el subcontinente.  Basta registrar que, actualmente, 1% de la población chilena concentra 33% de la riqueza – entre estos, 0,1% se apodera de 19,5% de lo que el país produce. Es esta la Meca de Paulo Guedes y cia.

Es fácil ver la correlación entre esta situación y los levantamientos populares. Sin embargo, hay algo más. Marx y Engels nos enseñaron a ver en la estructura económica la base última de todos los procesos históricos, pero nunca dijeron, en parte alguna, que ellos se redujeran a eso.

La verdad es que, a pesar de los brutales problemas estructurales, la situación de vida de los  trabajadores en Chile no parece haber descendido aún a los niveles inauditos en que se encuentra en Brasil y principalmente en la Argentina, en el presente. Según la agencia Bloomberg, la tasa de desempleo en Brasil en 2018 fue del 12,3%, en la Argentina del 9,2% y en Chile del 6,9%. Recordemos que en 2013 el Producto interior bruto (PIB) brasileño (referencia problemática, pero relevante), aún crecería 2,3%. Pero, fue justamente entonces que eclosionaron las mayores manifestaciones de masas de nuestra historia. ¿Por qué? Porque el punto de fusión del movimiento de masas no fue económico, pero político. A menudo, las masas populares son capaces de soportar privaciones, las más terribles, si convencidas por el gobierno de turno o sus fuerzas auxiliares (monopolios de prensa, ideólogos, partidos institucionales, sindicatos etc.) de que “finalmente, todos tienen que hacer sacrificio”, o de que “no hay alternativa”; pero las masas no aceptan ni un centavo más caro en la tarifa si queda patente que el gobierno de turno no es nada más de que un comité para gestionar los negocios comunes de la burguesía, un títere de la Bolsa. Deshecha aquella ilusión esencial, todo cambia. El pueblo dice “¡Basta!”, como quién retira las ventas de los ojos, mientras a la reacción sólo le resta gobernar con los tanques en las calles.

Nuestro Junio de 2013 marcó el entierro del reformismo sin reformas suramericano. Una vez demolido aquel arremedo de social-democracia, la reacción más patente pasó a la ofensiva, y uno por uno, como un castillo de cartas, los gobiernos “progresistas” de la región batieron en retirada, o, entonces, cambiaron de piel para sobrevivir. Aquellas que, durante años, fueron presentadas y aún teorizadas como “sólidas conquistas sociales” en pocas semanas, a lo sumo algunos meses, se desvanecieron. Mutatis mutandis, fue esta la historia del ocaso de Dilma, Kirchnner, Bachelet y Correa, para restringirnos al subcontinente. El Consenso de Washington, que nunca dejó de vigorar, fue erigido a la condición de prima donna, y la pornografía económica que se hacía antes con algún recato pasó a estampar la portada de los informativos. La aristocracia financiera, este renacido “lumpen-proletariado en el tope de la sociedad burguesa”*, vio la oportunidad de gobernar sin cualquier concesión, a despecho de las advertencias de los ideólogos más consecuentes de la gran burguesía.

Pero, bastó un par de años de gobiernos encabezados por este verdadero resto para que el tsunami de movilizaciones populares recobrara fuerza. Aún en Brasil, que algunos militantes de la descreencia quieren ejemplo de “parálisis”, tuvimos en mayo de este año, sólo cinco meses después de la victoria de Bolsonaro, las mayores manifestaciones desde junio de 2013, protagonizadas por los estudiantes. Luego, huelga general en la Argentina, y levantes masivos y violentos en Ecuador y ahora en Chile. Es preciso reconocer que la década de gobiernos que tenían en el centro partidos obreros-burgueses ofertó mucho más estabilidad para los negocios del latifundio, de la gran burguesía y del imperialismo en la región de lo que sus rivales pudieron obtener. No porque aplicaran políticas distintas – véase en la agricultura, en el pago de la deuda, en la “flexibilización” de derechos, en la ampliación de la jornada de trabajo, en el mantenimiento de los dispositivos constitucionales heredados de los militares, finalmente, donde quieras – pero porque eran capaces de hacer de gran parte del movimiento popular (su quinta columna) un mero apéndice de las disputas internas de la propia gran burguesía.

Por eso, ahora que los levantamientos de masas se colocan en la orden del día, es preciso impedir que ellos sean encaminados por los lechos familiares de las urnas y de las viejas promesas de “reconciliación nacional” hechas por los oportunistas. Es preciso recordar, sobre todo a las jóvenes generaciones de combatientes, cual es el final de esta película. Y esto no se hace sólo con distinciones en cuanto a las consignas, pero también, en cuanto a la táctica y a las formas de lucha. Mientras más las masas ejerciten y descubran su capacidad combativa, y mientras más sientan, por experiencia propia, cuan hipócrita es la institucionalidad burguesa contrarrevolucionaria, inclusive sus ejemplares más “perfumados” y “civilizados”, mientras más perciban el carácter de clase de cada una de las fuerzas políticas en disputa, tanto más difícil será engañarlas. En Chile, en el mismo momento en que el carnicero Piñera hablaba en “pactos”, tras imponer un Estado de sitio que resultó en la muerte de 19 personas, los carabineros seguían trabajando como siempre, reprimiendo con salvajería los manifestantes en todo el país. Si alguien pregunta “¿qué es el Estado?”, está ahí una definición solar.

Se trata del embate entre las dos tácticas, como nos hablaba Lenin: una, la oportunista, que todo hace para amenizar, ocultar, amortiguar los conflictos de clase; otra, la revolucionaria, que todo hace para revelarlos, explicitarlos, llevarlos hasta un punto sin retorno. Aquella táctica, la de la quinta columna, oferta una alternativa de la vieja orden; esta, una alternativa – la única – a la vieja orden. Una, nos propone cadenas menos pesadas en los pies; otra, romper las cadenas. Sabemos de todo heroísmo y creatividad de que son capaces las masas en los periodos de auge, pero toda esta maravillosa capacidad de lucha contra los verdugos no puede amenazar la vieja orden, si no va acompañada de la criba más implacable “entre nosotros”, para usar el lenguaje de las personas simples, que piensan que la izquierda es una cosa sola.

También en Brasil debemos prepararnos para esta lucha en dos frentes.


Nota:

* K. Marx, “Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850”, Ediciones Sociales, volumen 3, p. 114.

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