Traducido por Enrique F. Chiappa
— Abuelo, ¿Sabes quién es Lúcia? Aquella que su papá trabaja en la Intendencia.
— Si, mi hija, ¿Qué pasa con ella? — Respondió feliz Nicanor, casi agradeciendo por que la nena lo había traído de vuelta a la realidad. Nicanor sabía que el diálogo sería demorado, y esto le hacía bien a él, que gustaba de largas conversas con los niños, algo que parecía estar acabando.
— Ella cumple años junto conmigo y con aquella menor que el padre también trabaja en la Intendencia . Solo que el papá de Lucía es secretario del Intendente y el papá de la otra, Marta la que usa el cabello así, trabaja en el camión de los basureros. ¿ Sabes lo que ella me dijo en la Plaza de la Matriz?
— No. Cuéntame — Dijo Nicanor mientras buscaba una posición más confortable en la vieja silla, que por el uso y el tiempo se mostraba inestable.
— Entonces el padre de ella- quiere continuar la nena.
— De ella ¿Quién? ¡Exprésate correctamente, Clara!
— ¡De Lúcia, abuelo! Aquella que el padre es secretario del intendente, un hombre gordo, pelado y que siempre está junto de otro alto, bigotudo.
La niña se acomoda en los brazos del abuelo:
— Déjame contarte. El padre de ella le preguntó que querría en su cumpleaños. O una fiesta, o 5mil reales para ella gastar como quisiese. Ella prefirió la fiesta. Ella dijo, en la placita, que el secretario gastó más de 60 mil. ¡Mucho más! Tanta gente que ella ni podía jugar con las amiguitas. Contó que su papá y los otros secretarios de la Intendencia, todos, están comprando terrenos, construyendo, y que contratan un montón de vigilantes para evitar los ladrones. También dijo que la hermana del intendente compró una mansión también, de más de un millón, de un concejal. Pagó así, ¡pa!
A Nicanor le hizo gracia el relato de la nieta. Observaba admirando su belleza, su espantoso crecimiento físico e intelectual. Y se preguntaba, por la forma que acabaría asumiendo la narrativa, aquel estilo que enriquecía a cada día, intercalado de opiniones cortas, decididas, definitivas, repleta de dudas y de consideraciones filosóficas. "Pero que tiempo vil", pensaba él. "Nuestros niños crecen en medio de una guerra sucia, inmunda. Talvez por eso mismo se desarrollan así, para construir otra sociedad y librar al pueblo de esa cosa podrida que consume a todos. Por eso crecen y crecen, rápido. y hablan de esa manera, conspirando".
— Ah, lo que viene por ahí — dejó escapar Nicanor.
— ¿Qué pasa abuelo? ¿Qué cosa que viene? Bueno, ¿sabes lo que esa nena me dijo? — continuó la nieta— que los amigos de su papá y toda la familia del intendente están preocupados con unos doctores del ministerio de la policía.
— Ministerio Público, Clara .El Ministerio Público fiscaliza si los políticos no están roban.
— ¡Déjame contarte, abuelo! Entonces el padre de ella dijo que están investigando toda la vida de ellos aquí en la ciudad. Los concejales y todos los secretarios quedaron ricos de un día para el otro. Dicen que quieren prenderlos, como a aquel pibe que robó una zapatilla de Adolfo, del bar y la policía lo llevó a la comisaría. Pero ella también piensa que no va terminar en nada. Una amiga dijo que van a pegarles igual que al chico de las zapatillas. Entonces, ella respondió que ellos tienen abogados y muchos amigos importantes. Pero, abuelito, la profesora dijo el otro día que la justicia es ciega. Es igual para todos ¿No? Entonces ellos van a llevar una súper paliza ¿no van?
La niña fijó sus ojos en los del abuelo y, como que leyendo su pensamiento, concordó:
— Si, esta bien, también piensas que no va suceder nada.Yo también.
II
Mientras conversa, los lindos ojos de Clara viajan entre las decenas de árboles, suben y alcanzan los pájaros en el cielo. Después, hacen foco en dos mariposas amarillas que se aproximan de ella y del anciano. Aquellos ojos tan vivos suben nuevamente, ocupan todos los espacios-cosas que los adultos desaprenden con el tiempo- y casi llegan hasta las nubes que anuncian más lluvia.
Nicanor y Clara permanecen juntos abrazados, como que oyendo el eco de las propias voces hasta atingir la esencia del pensamiento humano y recibir sus respuestas. Esta vez ni a niña notó el canto triste de un pájaro en la solera del balcón, que lamentaba la pérdida de su nido, sus huevos y su esfuerzo por la supervivencia de la especie que un viento fuerte llevó en la noche anterior.
— ¿Por qué hay gente rica, abuelito? Rico ¿para qué sirve? Solamente tiene automóvil importado. ¿Todo rico es enfermo? ¿Es por eso que las casas de ellos tienen tantos baños? Mujer de rico, a toda hora tiene que ir al médico. Y ellos no gustan de pobre. No gustan de nadie. Solo de la gente de ellos, y más o menos. Miran para los otros con cara de asco.
Clara levanta rápidamente la cabeza y dispara:
— Esta es otra cosa que querría que me dijeras: ¿es verdad que rico no entra en el cielo? Abuelo, yo creo que si, que entra. Y quienes quedan del lado de afuera somos nosotros. Solo si no existe cielo.
Vuelve a reclinar la cabeza sobre el pecho del abuelo:
— No puedo andar diciendo esas cosas por ahí ¿cierto abuelo?
Nuevamente irgue la cabeza, rápidamente y, uniendo las cejas, profiere:
— Abuelo, yo estoy segura que ese cielo de angelitos no existe.
Clara vuelve a la carga, enérgica, balanceando el brazo de Nicanor sin darle la menor posibilidad de esbozar una única palabra:
— Abuelo ¿Por qué tu, y el padre de aquella nena negrita. (si, se recuerda, aquella, aquella, de la casa que me llevaste aquella vez .tenía una gotera en la sala.)por que ustedes no pueden comprar una casa ni un automóvil nuevo? Trabajas todo el día. Después te quedas sin dormir. Leyendo, escribiendo.y no compras un automóvil ¿Por qué?
La niña trae cariñosamente el rostro del abuelo en dirección al suyo:
— ¿Por qué rico no trabaja? Ellos están siempre con cara de preocupados. Es feo hablar mal de los otros, pero a mi no me gustan los ricos. A mi no me gustan.
El viento que despeinaba los cabellos de Clara insistía en evitar que el sol permaneciese verdeado en el semblante de Nicanor. El miraba perplejo aquella personita que ya no creía más en las amorosas crueldades de las historias infantiles, ni en las leyendas religiosas que las rodeaban. Sus amigas, de una manera o de otra tampoco. Parecían querer, todo el tiempo desmentir toda la charlatanería creada por los explotadores con sus derechos, justicia, noticieros, novelas.
Nicanor abraza su nieta. Mira un horizonte que parece desaparecer en su rostro ya casi arrugado por los años. Como que queriendo susurrar para si mismo, dice y es oído:
— Esto va cambiar un día, mi linda Clara. Los de mi tiempo, con ustedes y los que vendrán más tarde; habrá llegado el momento. Muchos trabajan y trabajarán para eso. Mira: una nueva estación del año se aproxima. Pero también toda una época social. Ni la naturaleza aguanta más este régimen de explotación, Clara. Los pueblos exigen un tiempo nuevo, por que ese está caduco de hecho y definitivamente una nueva época se hace necesaria. Sin explotador y sin explotados. Ese tiempo está llegando, por que el mundo anuncia otro tipo de tormenta, Clara mía. Y que vengan las tormentas, por que esas están llegando para que nosotros las podamos conducir por los caminos de nuestra liberación.