Una cruzada contra la piratería se extiende a los cuatro cantos del mundo. Mensajes contra la copia no autorizada llenan los más diferentes vehículos de comunicación controlados por el monopolio y están presentes hasta en los DVDs piratas. Al frente de la campaña, bucaneros de otrora, travestidos en defensores de la moral, de la cultura y de la propiedad ajena, se entienda de la "propiedad de ellos". Por otro lado, el avance tecnológico hace cada vez más fácil y barato copiar, distribuir y crear cultura, envolviendo millones de personas en todo el mundo. Una batalla sin cuartel está siendo trabada entre los defensores vehementes de la propiedad intelectual y del copyright (derecho de copia) y aquellos que defienden una cultura libre de estas amarras. El problema es entender que no existe cultura libre sin hombres libres y no existen hombres libres bajo los monopolios.
En su libro Cultura Libre (que puede fácil y legalmente ser encontrado y copiado en internet), Lawrence Lessig da importantes ejemplos de cómo el actual monopolio de los medios de comunicación, que hoy comanda la escuadra oficial, tuvo sus orígenes en la piratería. Lessig es abogado en el USA y, como muchos intelectuales de aquel país, tropieza en una creencia de que el sistema puede ser remendado, ajustado y continuar existiendo. Esto lo lleva a no percibir cuestiones esenciales de la batalla actualmente trabada, llevándolo a conclusiones imprecisas. A pesar de esto, la lectura del libro es de grande valía para entenderse lo que está en juego por detrás de la "lucha contra la piratería".
De piratas a corsarios
Corsarios nada más eran que piratas autorizados legalmente por el gobierno de sus países a hacer piratería. Lessing nos muestra que, en lo que se refiere a los medios de comunicación en general, el gobierno yanqui siempre dio el derecho de piratería a las corporaciones que resolvieran invertir en ella, fue así con el cine e industria fonográfica, sólo para citar algunos ejemplos.
Cine:
La industria cinematográfica de Hollywood fue construida por piratas fugitivos. Los creadores y directores migraron de la Costa Este para California en el comienzo del siglo 20, en parte para escapar del control que las patentes ofrecían al inventor del cine, Thomas Edison. Esos controles eran ejercidos a través de un "trust" monopolizador, la Compañía de Patentes de la Industria Cinematográfica, y eran basadas en la propiedad intelectual de Thomas Edison – patentes. Edison formó la MPPC (Motion Pictures Patents Company – Compañía de Patentes de Películas de Movimiento) para ejercer los derechos que su propiedad intelectual le daba, y la MPPC era bien seria sobre el control que ella exigía. Como un comentarista cita en una situación de esa historia."(y más al frente)
… los "independientes", eran compañías como la Fox. Y de forma semejante a lo que acontece actualmente, esos independientes fueron duramente enfrentados. "Las grabaciones eran paralizadas por el robo de equipamientos, y "accidentes" resultaban en la pérdida de negativos, equipamiento, edificios y algunas veces incluso de vidas".(53) Eso llevó los independientes a huir de la Costa Este. California era remota lo suficiente del alcance de Edison para que esos cineastas pirateasen sus invenciones sin miedo de la ley. Y los líderes del cine de Hollywood, Fox entre ellos, hicieron exactamente eso.
Claro que California creció rápidamente, e inmediatamente la protección a las leyes federales acabó llegando al oeste. Pero como las patentes daban al dueño de ellas un monopolio realmente limitado (sólo diecisiete años en aquella época), cuando suficientes agentes federales aparecieron, las patentes habían expirado. Una nueva industria nació, en parte a causa de la piratería de la propiedad intelectual de Edison."
Industria fonográfica:
En la época de la invención del fonógrafo y de la pianola la ley daba a los compositores derechos exclusivos para controlar la exhibición pública de sus músicas, o sea, se debía pagar por una copia de la partitura de determinada música y por el derecho de presentarla en público.
La ley, sin embargo, no estaba preparada para este avance tecnológico. Era claro que se debería comprar una copia de la partitura para grabarla y que la presentación pública de esta grabación también debería ser pagada, pero no era claro si era preciso pagar por tocar una música en un dispositivo de grabación en ambiente privado. Por cuenta de esta brecha en la ley las canciones podrían ser pirateadas a la gana.
Los compositores y distribuidores reaccionaron contra esa posibilidad de piratería con argumentos como:
…otras personas estaban "viviendo a la cuestas del sudor, del trabajo, del talento y de la genialidad de compositores americanos" y la industria "de distribución de música" estaba de hecho "a completa merced de esos piratas". Como John Philip Souza define, de la forma más directa posible, "cuando ellos ganan dinero con mis músicas, yo quiero una parte de él"
El argumento de la industria fonográfica afirmaba que los compositores no habían perdido sobre lo que tenían antes, al contrario, la venta de partituras había aumentado tras la introducción de las máquinas y argumentaban que el trabajo del Congreso era "considerar primero los intereses del público". Afirmaban aunque "Toda esta historia de robo es mera historia inventada, pues no existe propiedad sobre ideas, sean ellas musicales literarias o artísticas, excepto cuando definido por la legislación".
El Congreso yanqui rápidamente resolvió el problema, aparentemente de forma equilibrada. Garantizó a los compositores el derecho de ser pagados por las "reproducciones mecánicas". Pero acabó con sus derechos exclusivos, permitiendo a terceros que graben las músicas, desde que el autor permitiera al menos una grabación, y el precio fue definido por ley.
Esa es una excepción en la ley de directos autorales, en el caso de escritores, por ejemplo, estos son libres para cobrar cuánto quieran, básicamente afirmando que no se puede usar la obra sin la autorización del detentor de los derechos autorales.
La ley que rige la música da a los autores menos derechos, lo que beneficia la industria fonográfica, que dejó de representar el papel de pirata y asumió el de corsario (el pirata amparado por la ley) visto que pagaba a los músicos menos que pagaría a otros artistas.
"De hecho, el Congreso fue bien explícito sobre las razones para dar tal derecho. Había el miedo de que los detentores de derechos autorales formaran monopolios que vinieran a sufocar el trabajo creativo en el futuro."
De corsários a esquadra oficial
Despues de establecidos como monopolios, aquellos que inicialmente "robaron" por cuenta propia – y posteriormente con autorización del Estado – pasaron a vestir uniformes de escuadra oficial y combatir vehementemente la piratería, no por qué se hayan arrepentido y se transformado en las más cándidas criaturas, pero porque ahora el "saqueo" es sobre sus navíos.
De la misma forma que el surgimiento de los primeros instrumentos de grabación y reproducción de música determinaron un cambio profundo en la forma de distribuirse y escuchar música alterando las leyes de copyright , la sofisticación, el abaratamiento de estos instrumentos y el surgimiento de la internet nuevamente colocan en jaque estas formas, que ya se hicieron arcaicas.
Pero es justamente aquí que tropiezan incontables intelectuales, bien intencionados o no, así como el oportunismo de turno. Lo que está en jaque no es solamente la llamada propiedad intelectual, el copyright y relacionados, pero todo el sistema capitalista de producción. Existe una profunda contradicción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción. Con la tecnología disponible hoy es posible producir alimentos para toda la especie humana, vestirla, cuidar de su salud, divertirla, informarla y educarla. Lo que simplemente no es hecho porque aunque millones y millones de seres humanos participen de la producción, la apropiación de la riqueza generada cabe a unos pocos y la tecnología e internet por sí sólo no liberaron el mundo de ese sistema.
Internet posee, sin embargo, una particularidad importante. Su carácter extremadamente didáctico para demostrar eso, principalmente en lo que se refiere a la educación y cultura.
El abaratamiento de los equipamientos electrónicos, por un lado, y el propio desarrollo de la red, por otro, hicieron posible la producción, la copia y la distribución de productos culturales, con una velocidad inimaginable hasta poco tiempo atrás. Para conseguirse una música en internet, basta accionar un programa específico para este fin (existen varios), investigar por el nombre del autor, intérprete, de la música u otra identificación y aparecerán diversas posibilidades para hacer una copia en la computadora local. Esta música se encuentra en diversas computadoras que la comparten en la red. Esta forma de reparto se llama red P2P (sigla en inglés para peer to peer – punto a punto o compañero a compañero), las músicas copiadas estarán inmediatamente disponibles para que otros copien, así como podrán ser grabadas en CD siendo posible hacer cuántas copias se desee. También es posible copiar un CD original con facilidad aún mayor. Las consecuencias de eso pueden ser vistas en cualquier esquina: trabajadores excluidos del proceso productivo formal con sus alambrados vendiendo música, vídeo y programas de computadora.
Lógicamente ese mismo proceso de producción puede ser usado para que un autor grave un CD de forma independiente, o aún simplemente liberar sus músicas, vídeos y otros productos directamente en la red. O sea, el acceso a una pequeña porción de los medios de producción – computadora con acceso al internet y grabador de DVD – juntos, permite que un número incalculable de personas viva de su explotación directa. Además de la nueva generación de piratas, un número también significativo de microempresarios y trabajadores autónomos, como técnicos de mantenimiento, constructores de páginas para internet, etc., pasan también a sobrevivir en torno a la red.
El ejemplo más significativo a ese respeto es la producción de programas para computadora. El movimiento en torno al llamado software libre gana nuevos adeptos tanto en la producción como en la utilización, todos los días. En poquísimas palabras, software libre es el programa que cualquier uno es libre para alterar, usar para cualquier fin, distribuir las copias modificadas o no (desde que sean mantenidas las libertades). El número de programadores, administradores y usuarios de este tipo de programa ya es inmenso y no para de crecer, tanto en empresas como usuarios domésticos. Los programas son elaborados de forma colaborativa en la red y distribuidos de la misma forma.
Al navegar en la red producir un CD o DVD, queda claro que el monopolio es desnecesario para el funcionamiento de la producción y que el mundo estaría mejor sin él. Lo que muchos se olvidan al alardear la libertad en la red es que su infraestructura está bajo el control directo del imperialismo. Y por eso esa aparente libertad es extremadamente frágil.
Como resultado de la guerra ora trabada en torno a los derechos autorales y de la propiedad intelectual, algunos escenarios se delinean, también de forma muy didáctica. El más atrasado es, ciertamente, el mantenimiento de las leyes de derechos autorales como están y el profundización del control sobre la llamada piratería en la red. Esto, aún desde el punto de vista imperialista, representa un serio entrabe al desarrollo tecnológico, visto que amarran la venta, distribución y uso de los productos a la tecnologías y formas que están haciéndose arcaicas en alta velocidad.
El segundo escenario, el más probable a medio plazo, es ese: consiguiéndose un mayor control sobre la distribución en la red se consigue vender más barato, visto que el coste de producción cae bastante y eso acaba alcanzando un número mayor de personas. Es posible inclusive, de forma similar al de los orígenes de la industria fonográfica, permitirse la copia para venta, mediante pago de licencia, incorporando los piratas en la línea de producción, sin tener que pagarles los derechos.
El otro escenario, único favorable a la grandes masas, sólo es posible con el fin del imperialismo y el desarrollo de una cultura libre hecha por hombres libres, que la traten como necesidad y no como mercancía, que se preocupen en cómo hacer que los bienes producidos lleguen a todos y no en cómo impedir que eso acontezca. En este caso, independientemente de la tecnología empleada, el resultado del trabajo, cultural o no, será libre y estará al alcance de todos.
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