Faltando tres meses para el fin del año y, coincidentemente, para el cierre de la gerencia de Luiz Inácio, iniciaremos una evaluación del periodo correspondiente a los ocho años de la administración PT-FMI-Banco Mundial. Para efecto de análisis dividimos nuestra evaluación en tres grandes bloques: cultura, economía y política. Así, en las ediciones de octubre, noviembre y diciembre abordaremos un bloque de cada vez en la orden arriba expuesta.
Comenzaremos por la cultura, a la cual daremos un tratamiento lo más abarcador posible para que los lectores puedan concluir con nosotros que, en su gestión, Luiz Inácio no solo mantuvo la vieja cultura de las clases dominantes reaccionarias como, en varios aspectos, contribuyó para la degeneración cultural de las masas, provocando incalculables perjuicios al desarrollo del pueblo brasileño como nación y como parcela de la humanidad. Embrutecer las masas y sacar todo el provecho posible de su estupidez y alienación, ese es el objetivo de las clases dominantes, a las cuales Luiz Inácio sirvió con extremo empeño.
Al asegurar, en 2002, que los explotadores nada tendrían a perder, Luiz Inácio siguió el itinerario del servilismo y cumplió con su palabra en relación a los poderosos y todo el recetario económico de ajustes fiscales, monetario y cambiario para los países dominados por el imperialismo. Pero, en relación a las masas él no sólo tuvo que renegar toda la retórica radical — pura demagogia, como luego se reveló — cacareada desde la fundación del PT, como se sometió completamente a los dictámenes políticos del FMI y Banco Mundial. O sea, ejecución de las políticas fascistas de corporativizar la sociedad brasileña, de criminalizar la pobreza y los movimientos populares y de dar proseguimiento a la secular cultura oligarca de los privilegios y de la impunidad.
Por ese mismo motivo y propósito, todo el reciente alarido del monopolio de comunicación — portavoz de las clases dominantes — sobre libertad de prensa y defensa de la democracia no es más que otra falsa cuestión. Gritan porque el PT se apoderó de las estructuras del aparato de Estado al punto de desplazar de importantes puestos los cuadros conectados al monopolio, lo que los hace más frágiles — dado su histórico vínculo con el Estado — se sienten así restringidos en su poder y amenazados de un desenmascaramiento rápido al tener que operar exclusivamente a través del chantaje. El alboroto que llega a engañar incautos no pasa, en último término, de un nuevo capítulo en la pugna entre los grupos de poder de las diferentes fracciones de esas mismas clases dominantes.
Cultura de la subyugación semicolonial
El texto abajo, que escribimos en 2002, continúa actualísimo, pues en los ocho años de su gestión, Luiz Inácio acató todas las órdenes del imperio, siempre fanfarroneando haber hecho lo contrario, como en el caso de la deuda externa y el FMI. En realidad, si existe algún crecimiento económico, los beneficiarios directos e indirectos de él son los banqueros, las transnacionales que operan en el país y el latifundio, particularmente el llamado agronegocio, cuyo dominio ya se encuentra en su mayoría en las manos de extranjeros. El reconocimiento, por parte de las agencias internacionales imperialistas como ONU, Fórum de Davos, etc., y órganos de la prensa mundial vinculados a la oligarquía financiera, el periódico El País, el periódico New York Times, la revista The Economist, es comprobación irrefutable de la gestión de Luiz Inácio como gobierno de turno de los intereses del imperialismo. Consecuentemente, su gerencia reprodujo y profundizó el carácter genocida y en descomposición del Estado brasileño, por más que haya lustrado su fachada y aceitado su maquinaria, así como del tipo burocrático de capitalismo a que él sirve.
“Es, por lo tanto, a través del capital financiero internacional y de la acción subordinada a él, del capital comercial y usurario originado de la explotación servil en la producción agrícola nacional, que se impulsará el capitalismo en el país. Y es sobre la base podrida y arcaica del latifundio semifeudal que, principalmente, este capital se apoya y desarrolla un capitalismo atrasado de tipo burocrático, sellando intereses del latifundio, de la gran burguesía y del imperialismo. Proceso que resulta en la lenta y arrastrada transformación del campo, atingiendo siempre los campesinos pequeños y pobres, en primer lugar, explotando la clase obrera, bloqueando la expansión de la pequeña y media burguesía y hundiendo la nación en la dominación y subyugación semicolonial. En medio de las confrontaciones sociales, en cada etapa, las clases dominantes, en los marcos de ese capitalismo burocrático, han sido capaces de resolver a su favor un tipo de desarrollo agrario, que en lo fundamental mantuvo la propiedad latifundista, evolucionando parte para explotación capitalista y parte en una economía campesina, generando masas de millones de campesinos pobres, en un verdadero sistema latifundista articulado, en el cual las relaciones semifeudales, aunque van reduciéndose en términos relativos, siguen operando de forma subyacente.”
Para camuflar la sumisión a los intereses del imperialismo, de la gran burguesía y del latifundio, Luiz Inácio desencadenó una campaña arrogante sólo comparable a los del tiempo del régimen militar. El destaque publicitario a las grandes obras como las hidroeléctricas, al pre-sal y al programa habitacional transmiten la ilusión de que las masas serán las beneficiarias cuando, en realidad, el sistema financiero, las contratistas, las transnacionales y los latifundistas es que serán. Las loas y fanfarronerías de independencia y prosperidad se hicieron muletilla gastada, blandido también por su sucesora en la campaña electoral con no menos fervor y cinismo.
Cultura de la violencia contra las masas
Los estados de Río de Janeiro y São Paulo son las principales vitrinas del fascismo aplicado por el Estado brasileño a través de las policías Civil y Militar y, también, por las “milicias” y grupos de exterminio. Pero no solamente. En relación al campo, esta militarización es encabezada por Rondônia y Pará y es agravada por el incremento del pistolerismo a sueldo de los latifundistas.
La fuerte campaña publicitaria en torno de la película Tropa de Élite funcionó como seña para dar inicio a un acelerado proceso de banalización de la violencia policial contra las masas. Siempre atento, el monopolio de la prensa, particularmente en las redes de televisión, ha actuado para llevar al extremo tal banalización, especialmente a través de programas “informativos” y sensacionalistas como los presentados por Datena, Ratinho, Márcia, Wagner Montes, etc., en varios horarios diariamente. El tema ocupa, aún, gran parte del tiempo en los noticieros.
Esa cultura de la violencia es instigada hasta la histeria contra los delincuentes, generalizando como un mal venido de las poblaciones pobres para generar todos los pretextos y justificaciones para el incremento de los aparatos represivos, más y más nuevos cuerpos policiales y las más brutales y sistemáticas campañas militares contra los “criminales”. Además, es claro, del hecho de esa cultura ser incentivada por el mercado, que tiene en la seguridad la principal mercancía a ser vendida, materializada por los fabricantes de alarmas, circuitos cerrados de Tv, cercas eléctricas, rastreadores de vehículos, etc. Así, cuanto más terror se introduzca en los hogares de los brasileños más ganancias advendrán para este próspero negocio.
El resultado de eso es que la sociedad brasileña se acostumbró con la violencia contra los campesinos sin tierra, los estudiantes (vea las invasiones de universidades por la PM) y los habitantes de la periferia que se rebelan y luchan, particularmente los sin techo y habitantes de favelas. Peor que eso ha sido la banalización de la impunidad de los criminales, principalmente, los que dicen actuar en nombre del Estado. De forma tal la lógica inculcada sistemáticamente es la de que, si para mantener la “orden” y la “propiedad” sea preciso aterrar los campesinos pobres y los pobres de la ciudad, esto será hecho sin la mínima dificultad y, aún, bajo los aplausos de las clases medias incitadas en sus “bajos instintos”.
Cultura de la corrupción y de la impunidad
Símbolo de la caricatura de república democrática engendrada en el País y particularmente del empodrecido sistema electoral brasileño, la cultura del “roba, pero hace” y sus variantes del roba y no hace, del roba y dice que hace, es la faz más visible del patrimonialismo con el cual las oligarquías se enriquecen con recursos públicos. Descarados asaltos a los cofres públicos, eufemísticamente denominados por la legislación vigente como crímenes de enriquecimiento ilícito, malversación de caudales públicos, prevaricación, tráfico de influencia, uso de informaciones privilegiadas, etc., justificados en la época del mensalón por Luiz Inácio cómo antiguas y comunes prácticas en el Brasil, o sea, sin ninguna novedad. Además, son recursos para bancar los gastos con las campañas electorales, inevitablemente cada vez más multimillonarias, ya que estimuladas por la misma legislación, con que se aprovechan las “sobras” para engordar las fortunas personales de la “clase” política, finalmente allí nadie es de hierro y desperdiciar es crimen.
Desde que se iniciaron las denuncias de implicación de personas de la cúpula del gobierno en corrupción, favoritismo personal, desvío de recursos, tráfico de influencia y licitaciones fraudadas entre otras, Luiz Inácio se coloca de fuera, alegando total desconocimiento de los hechos. Va más lejos, hace la defensa de los envueltos y juega todo en la cuenta de la “conspiración de las élites contra su gobierno”. Aunque acontezca en la Casa Civil, en el gabinete de Luiz Inácio, como ocurrió en los episodios del mensalón y de la familia de la ex-ministra Erenice Guerra.
En su “reinado”, los latifundistas continuaron a realizar derrumbadas de florestas nativas para formación de pastos, plantación de soja, caña de azúcar, producción de carbón, entre otras actividades agropecuarias y extractivitas, sin que les importasen las multas del IBAMA que, según informe reciente, sólo recoge 0,02% del valor de las multas aplicadas a los latifundistas. Ellos continuaron sirviéndose de copiosa mano de obra esclava tercereando los llamados “gatos”, los cuales atraen los trabajadores, sirviendo de fachada para que los latifundistas no sean responsabilizados por sus crímenes hediondos, según clasifica la legislación en vigor la práctica de cárcel privada y tortura, además de la explotación de trabajo esclavo.
Así, el trabajo esclavo sigue siendo mantenido bajo el paraguas de la impunidad*. También, continuaron a usar el INCRA para sobrevalorar la venta de tierras para “fines de reforma agraria”, como fue el caso reciente denunciado por el Ministerio Público Federal, donde una hacienda de 4.683 hectáreas (cada ha tiene 10 mil m²) tuvo su precio supervalorado en R$ 7,5 millones, en valores de 2005. “El área fue comprada en 2005 por R$ 20.920.783,58 de los cuatro hijos del hacendero José Carlos Bumlai, amigo del presidente Lula y que desde 2003 es miembro del CDES (Consejo de Desarrollo Económico y Social) del gobierno”, según el periódico Folha de São Paulo de 15 de septiembre de 2010.
La cultura de la impunidad tuvo su expresión ampliada con la conducción dada a la postergada investigación de los crímenes cometidos en el periodo de la gestión militar, los juicios y puniciones de los criminales de guerra, mandantes y ejecutores. Si Sarney, Collor e Itamar ni siquiera tocaron en el asunto, y FHC intentó ocultarlos, blindándolos con una ley de sigilo por 60 años (plazo aún automáticamente renovable), con Luiz Inácio disimulado, hipócrita y pusilánime fue peor. Su actitud fue la de prestidigitador, escenificando con la presentación del PNDH3 donde se mezclaban temas de gran destaque: liberalidad sobre aborto, nueva Ley de Prensa y revisión de la Ley de Amnistía, con el propósito de provocar controversias, revolver las aguas del río para ahí pescar.
Además de la esperada y natural gritaría de la Iglesia por el mantenimiento de la criminalización del aborto, hizo eco en la gritaría del monopolio de prensa contra las reformas en la Ley de Prensa y estimuló los facinorosos, terroristas de Estado y otras viudas del régimen militar-fascista a salir de sus cubiles, viniendo a público a justificar la tortura y las barbaridades que practicaron, llegando inclusive a exigir indemnizaciones y reconocimiento oficial por sus “servicios a la Patria”. Con la controversia planeada, se apresuró a presentarse, él mismo y su candidata a la sucesión, como los fiscales de la conciliación nacional, proponiendo una segunda versión del PNDH3 que, entre otras cosas, crea una funesta “Comisión de la verdad y conciliación” compuesta por criminales de guerra y víctimas de tortura. En el caso de las últimas no faltará gente que se preste a esto, particularmente en el PT y PCdoB, además de sus corifeos, ya que en sus hileras abunda gente de esa calaña.
Confirmando su pacto y connivencia con los milicos fascistas y torturadores, lo cual Luiz Inácio no cansa de exaltar, sólo para citar sólo un acto, homenajeó Ernesto Geisel dando su nombre a la Usina Nuclear ANGRA I.
La financeirización de la producción artística
Prácticamente todos los espectáculos artísticos, culturales y deportivos llevados a efecto en el Brasil son patrocinados por instituciones financieras y transnacionales, a comenzar por el Banco do Brasil, la Caixa Económica y Petrobrás y siguiendo por el Bradesco, Itaú-Unibanco, HSBC, Santander-Real, Vale, Ford, Fiat, Nestlé, Coca Cola, etc..
En artículo firmado en el periódico O Estado de São Paulo, el Sr. Yacoff Sarkovas, presentado como “especialista en actitudes de marca”, nos da algunos elementos que demuestran cuanto la gran burguesía y el imperialismo se apoderaron de la iniciativa en eventos culturales en el Brasil: “Ese modelo de incentivo fiscal, único en el mundo, fue creado por la Ley Sarney, en 1986 – sustituida después por la Ley Rouanet por Collor, en 1991-, ampliado con la Ley del Audiovisual por Itamar, en 1993, y replicado por municipios y Estados vía deducción en el ISS, IPTU e ICMS. Las leyes de incentivo movilizarán, este año, cerca de mil millones de reales. Recursos públicos que financian solamente la parcela de la producción cultural que despierta el interés de las empresas.
En Brasil, la Ley del Audiovisual permite deducción integral en el impuesto a pagar y, aún, la deducción como gasto, reduciendo el impuesto por encima del valor aplicado. El resultado es una ganancia real de más del 130% al ‘inversor’, sin riesgo. En vez de exigir la corrección de las evidentes distorsiones del incentivo fiscal a las películas, agentes culturales pasan a reivindicar equiparación de beneficios. La Ley del Audiovisual contaminó otras leyes de incentivo fiscal, a comenzar por la Ley Rouanet, que, desde 1997, permite 100% de deducción.
Importante saber: en otros países, incentivo fiscal es solamente lanzar las contribuciones a la cultura como gasto en la declaración de renta. O sea, es poder donar dinero del propio bolso sin tener que pagar impuesto por eso.”
Ese beneficio del Estado brasileño para el sistema financiero y las transnacionales que reciben dinero público para divulgar sus marcas en los eventos y, lo que es peor, direccionar la actividad cultural según su ideología reaccionaria, fue herencia de Sarney, Collor, Itamar y FHC. Esa espuria legislación permaneció durante la gestión de Luiz Inácio y sólo a finales de su gestión fue presentada una propuesta conteniendo tímidas modificaciones, que, aún así, ha sufrido enorme presión por sus viejos beneficiarios.
Cultura del consumismo
Más preocupado en mostrar al mundo la apariencia y la fantasía del crecimiento económico brasileño, al mismo tiempo que fomentaba el imperialismo y la gran burguesía, Luiz Inácio, en su comunicación con la masa, recorrió los subterráneos de la cultura al estimular el consumismo. Más que esto, pasando la idea de que vivir bien es poder pasear en los centros comerciales y poder comprar un televisor de última generación y, mejor aún, uno para cada ambiente de la casa, una heladera mayor o un coche nuevo, aún pagando el triple de su valor durante los 80 meses de financiación.
En estos ocho años, el pueblo continuó a vivir apenas, transportarse apenas, comer mal y entregado a las pésimas condiciones de enseñanza e indigno tratamiento de su salud. Los anegamientos, con todas sus desgracias, como las ocurridas en los estados de Santa Catarina, São Paulo, Río de Janeiro, Pernambuco, Bahia y Alagoas, no dejaron dudas en cuanto al precio pagado por los pobres delante del descaso de las gestiones federal, estaduales y municipales con las cuestiones de la habitación y del saneamiento. Compárense los vídeos de las catástrofes con los de los paraísos de la propaganda gubernamental y electoral y se llegará a la conclusión sobre la gran distancia entre lo real y lo virtual.
Misticismo y pornografía en lugar de ciencia
La televisión es un instrumento poderosísimo. A través de ella, tanto se puede obtener el desarrollo cultural de las masas como la masificación de lo que de peor hay para su entorpecimiento. Siendo una concesión del poder público, este tiene una responsabilidad directa sobre el contenido que es transmitido por cada emisora.
Bajo un verdadero gobierno popular, tendríamos una televisión como instrumento de divulgación de la cultura nacional, científica y en el interés de las masas.
El ansia de atraer el apoyo electoral de las oligarquías regionales y la propaganda sistemática disfrazada de cobertura periodística e informativa, más de que cualquier régimen antecedente, fue la mayor preocupación. Sólo podríamos tener una situación agravada en estos ocho años por una programación “mundo cruel”, alternada por misticismo y pornografía. Esta es la triste realidad de la TV brasileña: consumismo, pornografía en forma de novela, escarnio de los pobres como programas de auditorios, la apología de la criminalización de la pobreza y de los movimientos populares, la adulación y jactancia de los ricos como noticias e informaciones de la vida social, el dominio de las más diversas sectas y corrientes religiosas vendiendo la salvación y, en los intervalos, películas para propagandear la superioridad del imperio.
Aún en el mercado de las ilusiones, podemos colocar los programas educacionales indicados por el Banco Mundial como el Prouni y el Reuní, más las revisiones curriculares para retirar de la formación de las licenciaturas la profundidad científica, sustituyéndola por el tecnicismo y por la tecnología del control educacional. Todo eso sirviendo a la privatización de la enseñanza, a su financeirización y al descenso de la formación de profesores.
Descenso cultural reproducido sobre sí mismo
Si llevamos, por lo tanto, en consideración que la cultura corresponde a los padrones de conocimiento, creencias, artes, morales, leyes, costumbres y otras aptitudes y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad, y que en una sociedad de clases ella es impuesta según los intereses de las clases dominantes, lo que tuvimos en Brasil, en los últimos ocho años, fue, fundamentalmente, la reproducción de la degenerada y reaccionaria cultura semifeudal y semicolonial de las clases dominantes. Más que eso, tuvimos la comprobación de que gobiernos salidos de procesos electorales viciados y fraudulentos jamás romperán el círculo de hierro de la semifeudalidad y del semicolonialismo.
Como en la mitología se exigió de un Hércules desviar ríos para limpiar el estiércol acumulado de los Establos de Áugeas, sólo una revolución democrático-popular podrá cumplir equivalente tarea en el País. Y esta constatación es medio camino para que toda persona comprometida con un proceso de democracia nueva y verdadera transformación de nuestro país se pueda incorporar en la construcción del Nuevo Brasil.
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* Datos de la Comisión Pastoral de la Tierra recogidos entre los meses de enero a julio los años de 2009 y 2010 apuntan que: en el año de 2009 ocurrieron 4.241 denuncias de explotación de trabajo esclavo y 2.819 trabajadores fueron liberados de cautiverios, principalmente de latifundios productores de caña de azúcar. Ya en el año de 2010 ocurrieron 1.963 denuncias y 1.668 trabajadores sometidos al trabajo esclavo fueron liberados en las mismas condiciones. En incontables casos, los nombres de los latifundistas y transnacionales responsables por los cautiverios son preservados y ellos permanecen impunes, ocurriendo que en la mayoría de las veces sólo pagan una multa, sin sufrir mayores consecuencias.
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