III. Marx y Engels y la Social-Democracia de Alemania
En líneas generales la historia del movimiento comunista en Alemania, en el siglo XIX, puede ser así resumida: en 1847, en un Congreso en Londres, la organización clandestina Liga de los Justos, se transforma, bajo la jefatura de Marx, en la Liga de los Comunistas. Esa Liga de los Comunistas, en 1848, tuvo activa actuación en la Revolución Democrática alemana. Marx, en marzo de aquel año, se instala en la ciudad de Colonia y de allá publica el órgano de la prensa legal del Partido, La Nueva Gaceta Renana. Después de la derrota de la revolución alemana, de la segunda expulsión de Marx por el reino de la Prusia y de los procesos de Colonia contra militantes y dirigentes comunistas, la Liga concluye sus actividades en 1852. Sin embargo, esa primera experiencia de una organización comunista actuante en los territorios alemanes fructificaría, en la propia Alemania, algunos años más tarde.
En 1863, un año antes de la creación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (la I Internacional), bajo fuerte influencia de Ferdinand Lassalle, fue fundada la Asociación General de los Obreros de Alemania, que tenía una posición política muy próxima al socialismo pequeño-burgués de Proudhon. En 1869, por su parte, fue fundado por August Bebel y Wilhelm Liebknecht (que había roto con la Asociación proudhonista), el Partido Obrero Socialdemócrata, de inspiración marxista, que iría a componer la izquierda de la I Internacional y apoyar fuertemente las posiciones de Marx en la lucha contra el anarquismo. Contra la posición de Marx y Engels, en 1875, por lo tanto cuatro años después de los acontecimientos dramáticos y tan importantes de la Comuna de París, el Partido Obrero Socialdemócrata se funde con la Asociación lassallista y conforman así el Partido Obrero Socialista de Alemania. En 1878 es promulgada la Ley Anti-Socialista y hasta 1890 el Partido queda en la ilegalidad. En 1891, en el Congreso de Erfurt, es aprobado un programa consecuentemente marxista y el partido pasa a denominarse: Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD).
En la presente sesión de nuestro artículo iremos a analizar tres momentos de la historia de la social-democracia alemana: la unificación con los lassalistas, en 1875; la influencia del socialismo de cátedra de Eugen Dühring, en 1877; y el liquidacionismo creciente después de la promulgación de la Ley Anti-Socialista. En esos momentos, se destaca la participación decisiva de Marx y Engels en la lucha de dos líneas contra el socialismo pequeño-burgués.
1. Crítica al Programa de Gotha, la última gran obra teórica de Karl Marx
El Partido fundado por Bebel, en 1869, era el verdadero continuador de las tradiciones de la Liga de los Comunistas. Aunque, aquel año, aún no fuera auténticamente marxista, pues en su programa aún había muchas postulaciones imprecisas y no científicas, el Partido siempre buscó tener un posicionamiento proletario e internacionalista. Este carácter del Partido y de su dirección principal quedó probado cuando Bebel y Liebknecht fueron detenidos acusados de traición a la Patria, en 1870, por denunciar el Imperio Prusiano que había derrotado el Imperio de Napoleón III y preparaba la anexión de la Alsacia-Lorena. Bebel, que era diputado, repudiando toda clase de chauvinismo o nacionalismo burgués exigió que la Prusia cumpliese una “paz sin anexiones” con la recién creada Segunda República francesa; además de eso, bramó desde la tribuna parlamentaria la consigna revolucionaria: ¡Guerra a los palacios, paz a las cabañas!
Marx y Engels sabían de la perspectiva revolucionaria del Partido de Bebel y Liebknecht, así como de sus limitaciones teóricas. Por eso, siempre dedicaron gran atención, sobre todo Engels, a la elaboración de artículos en la prensa Socialdemócrata de Alemania. Esos artículos se detenían tanto en el análisis de la situación política del recién unificado Estado alemán, como en la difusión del marxismo y principalmente en la lucha de dos líneas contra las posiciones socialistas pequeño-burguesas. Entre esos artículos de Engels se destacan: Para la cuestión de la habitación, en el cual polemiza con el proudhonista alemán Mülberger y su proyecto de transformar los obreros en pequeños propietarios; Los bakuninistas en acción, en el cual critica la actuación de las posiciones anarquistas en Italia y en España, pero objetivaba también el reformismo existente en el partido en Alemania; y el Prefacio a la tercera edición de Guerras campesinas en Alemania, de 1874, en el cual hace un profundo análisis de clases del Estado unificado alemán, de su base social: la alianza contradictoria entre los latifundistas económicamente decadentes (los junkers) y la burguesía industrial alemana políticamente débil.
Las expectativas de Marx y Engels en cuanto al desarrollo del Partido en Alemania aparecieron descritas de la siguiente manera:
“Por primera vez, desde la existencia del movimiento obrero, la lucha se desarrolla en forma metódica en sus tres direcciones concentradas y relacionadas entre sí: teórica, política y económico-práctica (resistencia a los capitalistas). En este ataque concéntrico, por así decir, reside principalmente la fuerza y la invencibilidad del movimiento alemán (Engels, 1874, Prefacio a la tercera edición de La guerra campesina en Alemania).
A pesar de esas perspectivas, en 1875, principalmente debido a las insuficiencias ideológicas y teóricas de sus dirigentes, ocurre el proceso de fusión entre el Partido Obrero Socialdemócrata y la Asociación lassallista. Marx y Engels tomaron conocimiento del proceso de fusión por la prensa socialdemócrata, fue ahí que conocieron también el proyecto de programa del futuro partido unificado, que contenía una enormidad de posiciones pequeño-burguesas. El Programa de Gotha1 significaba un gran retroceso frente al ya débil Programa de Eisenach de 1869. Contra tal posición, Engels inmediatamente escribió una dura carta a los principales dirigentes del Partido, de su ala izquierda: Bebel, Liebknecht y Bracke; e inmediatamente dio a conocer el asunto a Marx. El gran dirigente comunista se dedicó, entonces, a una crítica de extraordinaria profundidad y alcance al Programa de Gotha. Obra esta, que en las palabras de Lenin, sobrepasa una simple polémica programática, pues trata fundamentalmente de la “conexión entre el desarrollo del comunismo y la extinción del Estado” (Lenin, El Estado y la Revolución).
La crítica de Marx fue hecha por medio de una larga carta, de mayo de 1875, en la cual abordaba con detenimiento 14 puntos del referido Programa. Las críticas marxistas no fueron aceptadas por el Congreso de Gotha, y el programa fue aprobado con poquísimas modificaciones. Ese congreso, por lo tanto, representó una victoria de la línea derechista y la unificación se dio con la prevalencia ideológica de las posiciones lassallistas. La lucha de dos líneas contra esas posiciones seguirá un tortuoso camino por 16 años, y la línea de izquierda sólo obtendría la victoria programática en 1891, en el Congreso de Erfurt. Ese año que la Crítica al Programa de Gotha sería publicada por primera vez, por Engels, en otra fase de la lucha de dos líneas del SPD.
Partiendo de lo destacado por Lenin, debemos considerar esta última gran obra de Karl Marx como el coronamiento de su colosal trabajo y su doctrina. Es como una síntesis más elevada de las tres partes constitutivas de ella, y con el tratamiento inédito de problemas muy importantes de la economía política del socialismo, de las contradicciones inherentes a esta “primera fase de la sociedad comunista”. La Crítica al Programa de Gotha, de Marx, fue una obra fundamental para el desarrollo de la ideología del proletariado, en la medida en que sirvió de fundamento para obras de tan grande importancia como Estado y Revolucióny Marxismo sobre el Estado, del camarada Lenin, y Problemas económicos del socialismo en la URSS, del camarada Stalin. Y todas ellas de suma importancia, como fundamento teórico marxista más importante en la gran batalla ideológica vanguardiada por el Presidente Mao, contra el revisionismo moderno de Kruschov, tan brillantemente expuesta en el 9el Comentario a la Carta del CC del PCUS revisionista: Acerca del falso comunismo de Kruschov y sus lecciones históricas al mundo, para refutar las podridas “teoría de las fuerzas productivas”, de “fin de la dictadura del proletariado” y de “Estado de todo el pueblo”, y para la comprensión y defensa de la continuidad de la lucha de clases para todo el periodo de transición como dictadura del proletariado, a través de necesarias y “sucesivas Revoluciones Culturales Proletarias”, para alcanzar el luminoso comunismo, como apuntó el Presidente Gonzalo en su magistral síntesis de: “Guerra Popular hasta el Comunismo!”.
1.1 Socialización de la producción y el ‘derecho burgués’
Al criticar los puntos iniciales del programa de Gotha, el camarada Marx discute importantes elementos económicos de la sociedad socialista, o en sus palabras de la “primera fase de la sociedad comunista”. Marx refuta categóricamente la proposición programática de que el Partido luchaba para que los obreros recibieran el “fruto integral del trabajo”. Marx analiza la inconsistencia de esa consigna, contrastándola con el socialismo científico y mostrando su incompatibilidad con la sociedad socialista. En esto, Marx muestra como las consignas de “repartición equitativa” y “derecho igual” no poseen nada de radicales, y son sólo la repetición del vetusto programa revolucionario de la burguesía en su lucha contra el feudalismo.
En términos científicos, Marx demuestra que, en una sociedad socialista el fruto del trabajo colectivo es la “totalidad del producto social”. Él cuestiona lo que sería la repartición equitativa de ese producto, y entonces responde que la distribución del resultado del trabajo colectivo entre los individuos constituye sólo el eslabón final de una cadena. Pues, a partir de la totalidad de este producto social se debería: 1º) reponer los medios de producción; 2º) destinar parte de este producto a la ampliación de la producción; 3º) reservar parte de este producto a un fondo de reservas para situaciones de emergencias; y 4º) deducidas las cuotas precedentes se tendría, entonces, la parte destinada al consumo individual; sin embargo, de esta parte sería necesario, antes de llegar a la distribución individual de los resultados de la producción: a) deducir los gastos generales de la administración; b) deducir los gastos para la satisfacción colectiva (construcción de plazas, etc.); c) sustentación de las personas incapaces para el trabajo.
Con esa descripción precisa, Marx retoma algo que él ya había revelado, en 1859, en la Contribución para la Crítica de la Economía Política, que la solución para los males del sistema capitalista no estaría en la distribución de los resultados de la producción, pero que la contradicción estaría en el propio modo de producción capitalista. Marx demostró que es el modo de producción que determina la forma de la distribución de la riqueza producida. No se trataba, por lo tanto, de la clase obrera luchar por una distribución equitativa de los logros de los capitalistas; mientras hubiera la propiedad privada de los medios de producción de un lado y, de otro, trabajadores desproveídos de estos medios de producción, la distribución sería, inevitablemente, explotadora y mantendría el proletariado únicamente en la condición de reproducir su vida individual como clase explotada.
Marx, superando toda la economía clásica burguesa, de Smith y Ricardo, demuestra que antes de la distribución de los resultados de la producción existe la distribución de las condiciones de producción y es la segunda que determina la primera. Es decir, en un sistema económico en el cual las condiciones de producción estén distribuidas como en el capitalismo: fábricas y tierras en las manos de los capitalistas y propietarios, y para los trabajadores sólo su condición individual de producción, o sea, su fuerza de trabajo; en un sistema económico en cuyas condiciones de producción estén distribuidas de esta manera sólo puede resultar en una distribución absurdamente desigual y antagónica de los resultados de esta misma producción.
El marxismo ya había comprobado anteriormente que al proletariado sólo cabía una alternativa para su emancipación: la socialización de todos los medios de producción y que la forma política correspondiente a esta socialización sería la de un Estado de dictadura del proletariado. Hecha esa socialización completa, estando los medios de producción distribuidos como propiedad colectiva de la clase, dirigidos de manera planificada por su Estado, hecho eso, el problema de la distribución del resultado de la producción estaría resuelto.
A partir de este punto, Marx entra en un aspecto fundamental de cuáles serían las contradicciones de la sociedad socialista, de que una socialización de la producción, aunque completa, no resolvería de inmediato la conservación del derecho burgués. Marx destaca ahí el límite de una sociedad nacida de las entrañas del sistema capitalista, demostrando que, en una primera fase, la distribución individual de la totalidad del producto social aún estará marcada con el sello de la sociedad burguesa; y que sólo después, a partir de la nueva base, o sea, de la sociedad socialista, se podrá alcanzar la meta final del comunismo, no sólo socializando los medios de producción y desarrollando las fuerzas productivas, pero también extinguiendo el derecho burgués. Así dice Marx:
“De lo que se trata aquí no es de una sociedad comunista que se desarrolló sobre su propia base, pero de una que acaba de salir precisamente de la sociedad capitalista y que, por lo tanto, presenta aún en todos sus aspectos, en lo económico, en lo moral y en lo intelectual, el sello de la vieja sociedad de cuyas entrañas procede. (…) Por eso, el derecho igual continúa siendo aquí, en principio, el derecho burgués, aunque ahora el principio y la práctica ya no estén más en conflicto, mientras que en el régimen de intercambio de mercancías, el intercambio de equivalentes no se verifica sino como término medio, y no en los casos individuales. A pesar de este progreso, el derecho igual continúa trayendo implícita una limitación burguesa. El derecho de los productores es proporcional al trabajo que prestó; la igualdad, aquí, consiste en que es medida por el mismo criterio: por el trabajo. Pero, algunos individuos son superiores, física e intelectualmente, a otros y, pues, al mismo tiempo, prestan más trabajo, o pueden trabajar más tiempo; y el trabajo, para servir de medida, tiene que ser determinado en cuanto a la duración o intensidad; de otro modo deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un obrero como los demás; pero reconoce, implícitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos, y, así pues, la desigual capacidad de rendimiento. En el fondo es, por lo tanto, como todo derecho, el derecho de la desigualdad.” (Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha, destaques del autor).
Veamos la precisión de Marx, el mayor científico de la historia: en el socialismo, fase inferior del comunismo, todos los individuos de la sociedad gozan de derecho igual, cada individuo participa de la producción con su trabajo y todos los medios de producción son colectivos. Esa condición colectiva de la producción, destaca Marx, diferentemente del régimen de intercambio de mercancías, como en el sistema capitalista, determina que todos los individuos recibirán, en la distribución de la totalidad de la producción social, parte proporcional al trabajo que cada individuo suministró a la sociedad.
Ese es un gran avance en relación a la sociedad capitalista y, a la vez, una necesidad de la sociedad socialista. Sin embargo, la “distribución equitativa” ni será posible en el socialismo, ni corresponde a un objetivo para la sociedad comunista. En el socialismo la medida de la distribución individual del resultado de la producción social será el trabajo (en el capitalismo, la medida es, para la burguesía, la propiedad de determinada cantidad de capital; y para el proletariado las condiciones de la venta de su fuerza de trabajo), sin embargo el trabajo sólo puede ser una medida cuando considerado en su cantidad y en su calidad. Una mayor cantidad de trabajo implica en una mayor participación en la distribución; una calidad superior de trabajo, sea una mayor precisión o la realización de un trabajo más complejo, corresponde, también, al derecho a una parte mayor en la distribución.
Marx demuestra que ese límite del derecho a la distribución en el socialismo es una necesidad inherente a esta sociedad que brotó de la antigua y aún carga el sello burgués en la economía, en la moral y en la mentalidad. La experiencia de la construcción socialista en la URSS y en China, bajo los respectivos comandos de los camaradas Lenin/Stalin y Presidente Mao Tsetung, comprobaron que solamente actuando bajo esta ley necesaria es posible la construcción del socialismo en determinado país, en particular, y en todo el mundo, en general. Esos enseñamientos de Marx, en la Crítica al Programa de Gotha, son los fundamentos de la economía-política del socialismo; ellos ayudaron Lenin, Stalin y Presidente Mao a actuar contra las concepciones utópicas y pequeño-burguesas, por un lado, y de las derechistas revisionistas, por otro. O sea, combatían las posiciones tanto de los que partían del principio de que debería haber una igualdad absoluta de los salarios, cuanto de los que querían eternizar grandes diferencias para restaurar el capitalismo. Eso contradecía el propio socialismo y desconsideraba la diferencia entre la cantidad y la calidad de los trabajos individuales, y las contradicciones que siguen en el socialismo entre la base material de la sociedad y su superestructura, entre las relaciones de producción socialistas y la conciencia de las masas trabajadoras.
La política soviética de salarios diferenciados en la producción fue extremadamente importante para la potente construcción de la industria socialista, elemento decisivo para la derrota del nazi fascismo en la gran Guerra Patriótica (1941-1945). Cuestión que fue posteriormente profundizada y desarrollada por el Presidente Mao, en China, principalmente con la gran Revolución Cultural Proletaria, expresa en las relaciones más correctas entre la industria de base, de productos de consumo de masas y agricultura, así como de la necesaria disminución gradual de la diferencia entre los niveles de los salarios. Por su parte, la desconsideración de la diferencia cualitativa entre trabajo simple y trabajo complejo, fue uno de los errores cometidos por la experiencia anarquista en la “autogestión” de las fábricas en la Guerra Civil Española. El trueque “equitativo” absoluto entre fábricas de distinguida complejidad, o sea, de calidades distinguidas de trabajo, llevó a la rápida falencia de la economía anarquista, en esta breve y desastrosa experiencia “práctica” del socialismo pequeño-burgués. Y esa política económica anarquista, sumada a la inconsequente imposición de propiedad colectiva de la tierra, comprometió el desarrollo de la República Española y el Frente Antifascista dirigido por los comunistas, ayudando a lanzar todo el campesinado para los brazos del fascismo de Franco.
Esa ley económica del socialismo, sin embargo, como previsto por Marx, trae implícita la contradicción entre la base económica socialista y el derecho burgués en la distribución de su resultado. El camarada Stalin, consciente de esta ley y de esta contradicción, trató resolver, su manifestación en las diferencias entre la producción industrial y agrícola, en su obra Problemas económicos del socialismo en la URSS. Sin embargo, este no era un problema sólo económico, pasible de solución a través de la continua elevación de la producción industrial; esa elevación era un presupuesto económico, pero no su resolución definitiva, aún porque tal elevación de la producción estaba condicionada por el grado de desarrollo de la conciencia socialista de las masas. La cuestión estaba en la contradicción entre la estructura económica y la superestructura de la sociedad. Veamos cómo Marx nos dice:
“Estos defectos, sin embargo, son inevitables en la primera fase de la sociedad comunista, tal como brota de la sociedad capitalista, tras un largo y doloroso parto. El derecho no puede ser nunca superior a la estructura económica ni al desarrollo cultural de la sociedad por ella condicionado.” (Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha).
O sea, Marx apunta que el problema de la prevalencia del derecho burgués en el socialismo es resultante del retraso de la superestructura en relación la economía, por eso un derecho “superior” a la economía siempre será una utopía. Por su parte, la prevalencia del derecho burgués, su resistencia en desaparecer determina la necesidad de la continuidad de la lucha de clases en el socialismo. Será en la Revolución China, bajo la jefatura del Presidente Mao, que la cuestión colocada por primera vez por Marx encontrará su solución práctica y su desarrollo teórico. El derecho burgués no podría desaparecer por el simple desarrollo de las fuerzas productivas, como siempre predicaron los revisionistas en su podrida “teoría de las fuerzas productivas”. Si hay una ley de la vieja sociedad aún necesaria al socialismo, como fuera postulado por Marx, ella sólo perderá vigencia por la lucha de clases que, en las condiciones de la dictadura del proletariado, sigue siendo el motor de la historia. La experiencia histórica de la gran Revolución Cultural Proletaria es la demostración que este derecho burgués en el socialismo no caerá de forma natural, económica, o espontáneamente, pero solamente por la acción consciente, ideológica y política del Partido Comunista y de las masas. Sólo así la humanidad alcanzará lo planteado por Marx en 1875, en este, su magistral trabajo Crítica al Programa de Gotha:
“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo y, con ella, el contraste entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, pero la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y brotaren en caudales los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces será posible superarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá inscribir en sus banderas: De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades.” (Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha).
Nota:
1. Gotha: ciudad alemana que acogió el Congreso de Unificación. Se hizo tradición en Alemania denominar los Congresos y sus respectivos programas por el nombre de la ciudad en la cual ese se realizaba. Por eso, el Partido de Bebel era conocido como los eisenachianos, pues el Partido Obrero fuera fundado en 1869, en la ciudad de Eisenach. De la misma forma, el Congreso marxista de 1891, quedaría, por el mismo motivo, conocido como Congreso de Erfurt.