El servilismo al imperialismo, al latifundio y a la gran burguesía, del “gobierno” oportunista electorero del PT/PMDB/PCdoB, parece aún no tener fin.
En el inicio de julio, Dilma fue llamada a prestar cuentas directamente al amo del norte. Sin embargo, el viaje fue propagandeado como un “gesto de buena voluntad de Dilma”, tras el espionaje yanqui haber admitido que la monitoreaba.
En realidad, Dilma no fue a USA hacer nada más que renovar los votos de sometimiento, lamiendo las botas de Obama, y ofertar lo que resta de la infraestructura de transporte del país al capital extranjero. La privatización de lo que todavía sobra de los puertos, aeropuertos, ferrocarriles y carreteras es parte de su “brillante” plan para conjurar la profunda crisis que se abate sobre la economía nacional.
De nada valieron sus flirteos con el fascista gobierno chino, los discursos sobre “asociación económica”, banco de los BRICS, etc., como indicativos de un cambio de amo imperialista, algo conmemorado por los papagayos gubernistas del monopolio de la prensa (sí, ellos existen). Apenas juego de escena para venderse más caro a los yanquis.
Restó a la gerenta semicolonial, después de garantizar más alienación del patrimonio nacional, el galanteo de Obama, mintiendo descaradamente sobre considerar a Brasil una “potencia global”.
Allá también debe haber recibido de Obama una promesa, de dedos cruzados, de que, con ese nuevo gesto entreguista, no había motivos para que el imperialismo yanqui quiera su derrumbada del gobierno. Luiz Inácio también ya había jurado fidelidad, conforme tratamos en el editorial anterior, clamando a los yanquis para que detuviesen el tiroteo del monopolio mediático contra el PT.
De regreso a la semicolonia, para fingir estar más segura, a Dilma le pareció bien fanfarronear. “¡No voy a caer!”, afirmó al monopolio de los medios de comunicación.
Y a juzgar por las medidas que ha tomado en Brasil de aprieto y carestía contra el pueblo, no es de extrañarse que el imperialismo no quiera su caída. Pero todo depende de si con su mantenimiento habrá la estabilidad política que les importa para chupar la sangre del pueblo y de la nación, roer hasta el hueso, con las actuales y sucesivas medidas antipueblo.
Internamente, en una nueva medida contra el pueblo, Dilma anunció triunfalmente el “Programa de Protección al Empleo”, algo hace mucho exigido por las montadoras de vehículos y arreglado con las centrales sindicales oficialistas, que en su esencia autoriza los patrones a reducir los salarios de los trabajadores.
Este ataque se suma a otros crímenes hediondos de esa gerencia del viejo Estado, que insiste en hablar de “lucha contra la derecha”, “ola conservadora”, y sigue arrojando los trabajadores en la miseria, en medio a la profunda crisis en que vivimos, con inflación galopante, intereses estratosféricos, endeudamiento, insolvencia, desempleo, etc., como “nunca en la historia de este país”.
En ese escenario, ya fueron restringidos derechos laborales, de la seguridad social y hubo la precarización del trabajo, todo con el beneplácito de esta casta de colaboracionistas de las centrales sindicales, principalmente la CUT.
Por su parte, como también ya veníamos apuntando, la oposición electorera sigue sin ninguna figura capaz de articular la confianza de las clases dominantes y la capacidad de conjurar la crisis. La situación es tan crítica que la mejor opción para las clases dominantes aún sigue siendo el oportunismo electorero, que cumple su designio de servir con garbo a sus patrones, aunque acosado por escándalos de corrupción, creciente insatisfacción y caída de popularidad.
Sin pérdida de tiempo, los revolucionarios deben elevar aún más sus tareas de organización y propaganda.
En las ciudades, los sectores clasistas y combativos del proletariado y demás clases trabajadoras — momentánea y relativamente inferiores numéricamente que la costra podrida del sindicalismo vendido y electoralismo, que hace décadas engaña las masas oprimidas y explotadas — ya no se dejan explorar como antes y, cada vez más, sus luchas ganan consecuencia, desenmascarando y apartándose del oportunismo a través de acciones combativas, dando rienda suelta a revueltas y rebeliones a los borbotones.
En el campo, el movimiento campesino combativo — que nunca dejó de luchar y enfrenta la más brutal represión del viejo Estado y de los bandos de pistoleros a sueldo del latifundio —, los pueblos indígenas en lucha por sus territorios y los remanentes de los quilombolas van fundiendo sus luchas contra el enemigo común.
Es preciso impulsar la poderosa alianza obrero-campesina, base fundamental del Frente Único Revolucionario. Dar más duros combates y pavimentar el camino para la gran Revolución que nuestro país necesita, para barrer la dominación imperialista, la gran burguesía y el latifundio, para destruir completamente ese viejo Estado burocrático-genocida y construir un Brasil Nuevo.