Editorial – Casta de privilegiados de un sistema putrefacto

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Editorial – Casta de privilegiados de un sistema putrefacto

Hay cosas en nuestra tierra que la hacen menos digna del título de Nación, en el estricto sentido del término, principalmente porque su conformación como tal sigue incompleta y pendiente. Lo que más llama la atención en este caso, claro, es el latifundio y todo su “moderno” y actual régimen de servidumbre combinado con formas asalariadas de capitalismo burocrático, así como la dominación extranjera que en él se apoya. Otra, umbilicalmente conectada a estos, es la casta de la alta oficialidad de las Fuerzas Armadas y la inescrupulosa misión que tiene y el tanto que recibe para tal.

La relación entre ambos parece arbitraria, a primera vista, sin embargo tienen fundamentalmente la misma base. Primero, porque el Ejército brasileño inició su vida y llegó a su vejez, por así decir, masacrando todas las tentativas de las masas de liberar el país de las amarras del latifundio y de la dominación semicolonial. Comenzó por la Confederación de Ecuador, en 1824, y siguió: Cabanada (1832-35), Revuelta de los Malês (1835), Sabinada (1837-38), Balaiada (1838), Cabanagem (1835-40), Farroupilha (1835-45) etc., levantes en su mayoría de carácter antimonárquico y anticolonial, republicano-democrático y nacional, para quedar sólo en la primera mitad de aquel siglo. Con la República, que reivindican por fundadores, profundizaron el genocidio de los pobres y la represión sangrienta a las luchas por derechos y a las aspiraciones democráticas más legítimas. Canudos, Contestado, el Tenentismo, el Levante Popular de 35, Porecatu, Guerrilla del Araguaia y sucesivos golpes de Estado (1945, 1954, 1964 y el actual, en curso, desatado después de las revueltas populares de 2013/14).

Segundo, que la génesis de esa institución y, en particular, de sus altos mandos, es el latifundio. Como los “coroneles”, por ejemplo, o también en las posesiones agrarias de los ilustrísimos genocidas del Ejército brasileño, como el señor de esclavos Duque de Caxias, para comprobarla.

Tercero, porque los privilegios que secularmente ostentan esos señores son indecorosos de tal modo que cualquier ciudadano con un mínimo de pudor quedaría ruborizado al contrastarlos con la situación del pueblo. Son privilegios de casta feudal-burocrática encubierta por el manto de “fundadores de la República” y fiscales de la “Revolución Burguesa” (Tenentismo desembocado en la contrarrevolución de 1930) y de la “Revolución Democrática” (golpe militar de 64), de la cual forman parte esos señores, y que existen – los privilegios – para mantenerlos allí, aliados, fieles contra los paupérrimos.

Evidentemente que, aunque se presenten como hombres íntegros e virtuosos, munidos con su hipócrita discurso anticorrupción y de defensa de la Patria, los generales no coram delante de la indecencia, tergiversan sobre el sistema de explotación y opresión que sostienen y acusan y responsabilizan los “políticos” por sus máculas. Nada extraño: como dicho, el origen de esa institución remonta a las bases feudales, a la monarquía decrépita oriunda de una potencia colonial que para acá exportó la esclavitud y servidumbre – herencias a las cuales no renunciaron y que no les fueron quitadas, al contrario son ellos mismos sus guardianes. ¿Que esperar de los altos mandos que la componen?

En el inicio de julio último el periódico Estado de Sao Paulo publicó una materia en que relata: “La Unión necesitaría desembolsar R$ 729,3 mil millones si tuviera que pagar hoy todos los beneficios futuros de los militares inactivos de las Fuerzas Armadas y sus pensionistas”. Sabiéndolos inmorales, el Ministerio de la Defensa intentó esconder los privilegios: “Alegando que la reserva y la reforma no constituían beneficio de seguridad social, las Fuerzas Armadas se negaban a calcular el coste futuro de esos pagos, lo que venía siendo exigido por la corte de cuentas delante del valor significativo envuelto”.

Contrastemos con la jubilación destinada al pueblo. Aún de acuerdo con el referido monopolio de prensa: “Los militares ya son hoy el grupo con el mayor ‘déficit por beneficiario’. El año pasado, la Unión necesitó bancar, con recursos de los contribuyentes, R$ 121,2 mil para cada jubilado o pensionista de las Fuerzas Armadas. El valor es casi el doble del que el gobierno necesita cubrir por persona en el régimen de los servidores del estado y más de 17 veces el tamaño del déficit per cápita en el INSS, que engloba trabajadores de la iniciativa privada”.

Mientras retorna a la pauta nacional los lascivos privilegios de los altos oficiales (el descontento de la baja oficialidad con tales privilegios, de los cuales no dividen, atesta la división económica dentro de las fuerzas), la vida de las masas populares sigue dura, y el “remedio” para la crisis es amargo, y no trae la cura.

El crédito y el socorro financiero, hartamente destinado al agronegocio y a los monopolios locales y extranjeros, falta a las medias, pequeñas y micros empresas, que más emplean y pagan impuestos. El latifundio, por ejemplo, recibió escandalosos 17% del socorro financiero ofertado por los bancos estatales durante la pandemia. Un puñado de gigantes compañías aéreas, todas conectadas al capital financiero internacional, juntamente con los monopolios de energía y minoristas, por su parte, embolsaron R$ 48 mil millones. ¿Es poco? Ya los millones de micros, pequeñas y medias empresas disputaron entre sí sólo R$ 15,9 mil millones, que se agotaron en semanas. Por consecuencia, 716 mil empresas quebraron en julio y el país superó la tasa de 48,9 millones de desempleados (sumando desalentados y subutilizados) aún en mayo. ¿Qué decir del “auxilio de emergencia” a los casi 100 millones de empobrecidos y miserables? ¡En febrero de 2019 eran 27 millones para comparar la evolución! De los actuales desempleados, más de 30,4 millones están haciendo changas para no morir de hambre, aunque de ella sufriendo. Y no se trata de consecuencia únicamente de la desgracia pandémica.

No sólo es odioso el contraste y el abismo insondable que separan las clases dominantes – de las cuales los generales son anexos – del pueblo. Unos tienen abundancia y todo lo necesario para pasar por la pandemia, por ejemplo, mientras otros son condenados a la muerte lenta del hambre, desempleo, frustraciones, de coronavirus y otras pestes que cotidianamente asolan nuestro pueblo. Sin embargo, tal vez más repugnante sea el hecho de aquellos uniformizados que se presentan por imparciales, “servidores de la nación”, sean los propulsores de esa situación. Esos generales que ahí están, con pompa y circunstancia en el gobierno – y son de hecho los que gobiernan mientras emparedan Bolsonaro, no por nobles motivos –, son los fiscales y perpetuadores de la desgracia. Perpetuadores, porque siempre y hasta hoy, impidieron a hierro, fuego y sangre todas las tentativas del pueblo de llevar adelante la Revolución Democrática, y fiscales, hoy más que antes, porque asumen el timón de esa máquina de tiranía que es el viejo Estado brasileño.

El golpe de Estado contrarrevolucionario preventivo en curso por ellos puesto en marcha después de las referidas rebeliones de 2013-14 – manifestaciones que pusieron en jaque la credibilidad del sistema de explotación y opresión, poniendo en riesgo que la Revolución pendiente y atrasada reiniciara su marcha con amplio apoyo de la opinión pública – culminó en este gobierno de dementes y facinorosos. Quieren y están, conscientemente, retirando los derechos de las masas, centralizando Poder político en el Ejecutivo, retirando funciones de las demás instituciones y derechos democráticos fundamentales. Un régimen militar, sin embargo con apariencia civil y democrática, si posible. Mientras que, en el exterior, se ve un secretario de Defensa de una superpotencia extranjera (Estados Unidos) jactarse, con arrogancia colonial, de que Brasil “paga un general para trabajar para mí”, con el pensamiento que es característico a aquellas autoridades: mis súbditos, mis empleados, mis lacayos de alta patente.

Cuánta cobardía, cuanta sumisión, cuantas monstruosidades de esa casta privilegiada creada por un sistema putrefacto. Pues bien, señores. En la esquina encontrarán una legión intrépida de masas, crecientemente numerosa, levantada en defensa de sus derechos y, luego, en defensa de la República Popular de Brasil.

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