Editorial – Clases dominantes en apuros

Editorial – Clases dominantes en apuros

Hace tiempo que nosotros estamos indicando que una situación revolucionaria pasó a desarrollarse en Brasil y advertimos que, con la profundización de su condición semicolonial y semifeudal, el capitalismo burocrático entró en crisis general de descomposición. Los de cima – más que nunca – no pueden y ni consiguen gobernar como antes y los de bajo – acosados por la explotación y opresión, por tanta injusticia, abusos, brutalidad, represión y desprecio de las “autoridades constituidas”, frustración con la política oficial y su farsa electoral, finalmente, tanta podredumbre y corrupción – ya no soportan y ni quieren seguir viviendo así.

Cada día las masas se levantan como pueden y están cada vez más impacientes, luchando en defensa de sus derechos pisoteados y descaradamente robados. Revueltas explotan por toda parte en la ciudad y en el campo y la represión del viejo y genocida Estado y sus gobiernos de turno las empujan para las formas más belicosas de acción. Cada día las masas entienden más que sólo por la vía de la violencia se hará oír y resolver sus demandas más elementales. Esto apunta para la creciente e inevitable rebelión popular contra toda esta vieja orden.

Esta situación del país ocurre en medio a la crisis general del imperialismo, cuya búsqueda de recuperación implica aumentar la súper explotación de los trabajadores, reducir al máximo sus derechos duramente conquistados y, a la vez, aumentar la espoliación de los países oprimidos, inclusive por medio de la intensificación de las guerras de rapiña.

El mundo hoy inmerso en la crisis general del imperialismo está marcado no sólo por la agudización de la contradicción principal entre naciones oprimidas e imperialismo, pero también por el agravamiento de la contradicción entre proletariado y burguesía y de las contradicciones interimperialistas. Como ya se ve en nuestro país, el aumento de la explotación empujará las masas a luchas cada vez más duras y la represión a ellas resultará en revueltas violentas en todo el mundo.

En nuestro país, por su parte, la completa desmoralización de la política oficial y el descrédito popular en las autoridades e instituciones de su viejo Estado ya determinaron el fracaso de la próxima farsa electoral.

Nadie, ni la gran burguesía (en sus dos fracciones), los latifundistas y menos aún los tales “inversionistas” extranjeros ven cualquier perspectiva de estabilidad política en el país a corto plazo. Eso es un hecho, a pesar de todos los cortes de derechos de los trabajadores, de las legislaciones vende-patrias y de todas las facilidades para la acción espoliadora de nuestras riquezas naturales por las corporaciones monopolistas extranjeras y locales. La dicha recuperación “sostenible”, hasta hace poco propagandeada por el gobierno y por los monopolios de prensa, ya se reveló ser sólo un cuento.

Delante de toda esta situación es que los altos mandos de las Fuerzas Armadas pusieron en marcha el plan del golpe militar de Estado contrarrevolucionario para prevenir la rebelión popular, esta que ya amenaza la vieja orden y sólo la idea de su eclosión hace temblar todos los canallas explotadores y su brazo armado. La intervención militar en Río de Janeiro, como “laboratorio”, ya dio muestras de que será su ampliación: un rotundo fracaso, a medio y largo plazos.

Parte de estos acontecimientos – a que podemos atribuir un peso equivalente a las manifestaciones de 2013 y 2014 – se pudo ver en la reciente huelga de los camioneros, cuya gota de agua fue la política de precios impuesta a la Petrobras por los dictámenes imperialistas.

Ahora, igual que antes, el peso de las masas indignadas atropelló las tentativas de los reaccionarios de manipularlas, a la vez que dejó la “izquierda” oportunista electorera a maldecirla como “cosa de la derecha”. Aprovechándose del descontento y furia del pueblo con toda esa podredumbre, la extrema derecha soltó su gritaría por “intervención militar ya”. Gritaría que, aunque sirva a la propaganda del plan golpista en curso, al final cayó en su vacío discurso demagógico y patriotero, con las Fuerzas Armadas llamadas a exhibir su poder bélico y a “convencer” los más resistentes a terminar el movimiento, bajo la vieja cantilena de la “minoría infiltrada”.

Jair Bolsonaro, candidatísimo y ávido por poder, frente a la radicalización del movimiento trató inmediatamente de retirar su apoyo electorero. Pero el hecho es que nada pudo detener el movimiento en su fuerza, contundencia, su esparcimiento por todo el país y la conmoción popular en su apoyo. Ni las amenazas de represión, la “Garantía de la Ley y de la Orden” con los milicos rechinando dientes, las condenas de los desmoralizados políticos y ni las mentiras del monopolio comunicacional. El clamor popular durante la huelga fue una clara declaración de guerra a esta vieja orden en un clamor por un cambio general del país.

Como ciertamente ocurrió, el locaut de las empresas (las que más brutalmente explotan los trabajadores de los transportes) también lanzó leña en la hoguera, pues el cuerpo activo de la huelga y blanco del apoyo popular eran los camioneros autónomos, cuyos verdaderos liderazgos fueron ignorados en las negociaciones montadas en palacio por la cuadrilla de Temer. Y el acuerdo de un gobierno desmoralizado y desesperado por impedir un colapso general en el país, atendiendo fundamentalmente los intereses de las empresas monopolistas, fue apenas un nuevo desastre de un difunto político, exponiendo aún más las contradicciones que se agravan en el seno de la gran burguesía y latifundistas.

El primero a gritar fue el latifundio (agro negocio) junto con la Globo, desencadenando una campaña de chantaje y amenazas de una alta inflación debido al aumento de los precios del frete. El sector de las petroleras, comenzando por los chupasangres del mercado, alarmó con la posibilidad de quiebra de la Petrobras y, como si no bastara, manipuló una caída del valor de las acciones de la compañía en la Bolsa de Nueva York y en la de São Paulo.

También las distribuidoras e importadoras de diesel entraron en la pelea por garantizar sus intereses monopolistas, así como el sindicato de los revendedores de combustible. La Confederación Nacional de la Industria (CNI) – que en breve no tendrá más a quién representar delante de la política agresiva de desindustrialización del país – adhirió al alarmismo del agronegocio.

La no atención de las reivindicaciones de los camioneros autónomos (legítimamente indignados) lanzó más material inflamable en la situación nacional. Esto sin hablar de la ira de los empleados de las empresas de carga en las cuales las condiciones de explotación son aún más brutales y que en esta huelga no levantaron por completo sus reivindicaciones. Se trata de masas trabajadoras que por la práctica están conocedoras de su fuerza de parar el país, capacidad de movilización y del apoyo popular que conquistaron.

La huelga de los camioneros apuntó para la Huelga General como arma de los trabajadores para defender los derechos del pueblo y combatir las criminales reformas anti operarias. Más que esto: mostró que el camino de la rebelión popular contra la vieja orden de explotación y opresión está lleno de potencialidades y posibilidades, principalmente si estas se unen cada vez más con la combativa lucha de los campesinos por la conquista de la tierra, por medio de la Revolución Agraria.

En la división en que se ahondan, las clases dominantes de grandes burgueses y latifundistas, serviles del imperialismo – en medio de su crisis general, en su lucha cada vez más desesperada por decidir quién perderá menos, con la desmoralización y descrédito de su sistema político y despavorida con la ebullición popular – están poniendo en marcha el plan del golpe militar, por medio de la médula de su viejo Estado (las Fuerzas Armadas), para preventivamente salvar la vieja orden antes de la conflagración general.

Las masas, por otra parte, como han demostrado sus ensayos, preparan su Revolución: la Revolución de Nueva Democracia, Agraria y Antiimperialista, ininterrumpida al Socialismo.

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