Un presidente cuadrillero, un ministro de la Defensa de “hace de cuenta”, un milico fanfarrón. Estos son los ingredientes de la crisis militar que vino a sumarse a la profunda crisis económica, política, social, ética y moral que caracteriza la situación revolucionaria en desarrollo en Brasil.
Promovidas y difundidas por pardas entidades tipo masonería, lions club y asociaciones israelíes, además de siniestras páginas de la web, las declaraciones del general Mourão acerca de una posible intervención militar – encendiendo el fuego reaccionario de milicos recalcitrantes y de ciertos grupos civiles golpistas – muestran que, más que el pronunciamiento de un boquirroto, las declaraciones son expresión de una ambición de las cúpulas y sectores de las Fuerzas Armadas. Si confirmada esta constatación, tenemos la lenitiva reacción de los ministros de la Defensa y del Ejército para no hablar de la enajenación de Temer.
La vieja verborragia patriotera, con la que pretenden colocarse por encima del verdadero y puro sentimiento nacional de nuestro pueblo, es mismo cacareo desde que se instaló en el país la república de los señores de tierra.
Esta colusión civil-militar repite el intento de hacer pasar las Fuerzas Armadas (FA) cómo verdaderas vestales y hacer el pueblo olvidarse de la corrupción, entreguismo y desgobierno practicados por el régimen militar. Abogan aún la falaz tesis de que las instituciones son buenas, los políticos es que las arruinan y, así, lo que se coloca es una intervención militar para efectuar una asepsia en las instituciones.
Mientras eso la crisis moral, ética y de total falta de vergüenza seguía de viento en popa, vanguardeada por la escoria parlamentaria en íntima connivencia con la cuadrilla de Temer.
El día 4 de octubre, los periódicos del monopolio de los medios de comunicación reportaban la sesión del Senado que discutía el mantenimiento del mandato del senador Aécio Neves/PSDB, el cual reivindicaba el privilegio de mantener el cargo, aún tras todas las evidencias de sus crímenes, porque no podría “ser tratado como un funcionario público cualquiera”.
Entre los oradores se destacaron notorios bandidos que aún ostentan el título de congresistas por ser protegidos por el privilegio de no “ser tratado como un funcionario público cualquiera”, situación garantizada por procesos colocados bajo las nalgas de las “excelencias”, los ministros del Supremo Tribunal Federal (STF).
Como miembros de las varias siglas del Partido Único, los crápulas se revezaron al micrófono para defender la intocabilidad del canalla, como Romero Jucá/PMDB, al bramar: “Lo que estamos viendo en Brasil hoy es que está perdiéndose el respeto” y, más adelante, acusaron la judicatura de estar cometiendo “un atentado contra la democracia y el pueblo brasileño”.
Haciendo coro con Jucá, Collor de Mello reclamó que el parlamento estaría siendo “menospreciado” y “criminalizado” por la judicatura y propuso la insurgencia del Senado. Siguiendo el diapasón, Renan Calheiros/PMDB descubre que “Estamos viviendo en Brasil un Estado policialesco”. A estas alturas, Jader Barbalho ya visualizaba soñadores con dictadura.
En la tentativa de resguardar sus privilegios, estos oligarcas, tal cual sus antecesores señores de esclavo o barones de la Vieja República, defienden su magullada democracia escudándose en el pueblo brasileño. Luego ellos que son los principales responsables por el desprecio del parlamento y por la aprobación de leyes que profundizaron la reaccionarización del Estado brasileño, haciéndolo un Estado policialesco, situación que el pueblo sufre en la piel todos los días.
El mismo día 04/10, confirmando la caracterización del Estado hecha por “las excelencias”, la web de la Uol informaba que, de enero a agosto la policía mató 712 personas sólo en Río de Janeiro, suma que comprueba la naturaleza del Estado brasileño no sólo como policialesco, pero secularmente genocida.
Es esta vieja orden al servicio del latifundio, de la gran burguesía y del imperialismo, cosméticamente higienizada, que las FA defienden para mantener el pueblo bajo la secular opresión y explotación.
Cada día que pasa las clases dominantes dan más demostraciones de su podrecimiento y reenciende en el seno del pueblo los motivos y razones para preparar su gran Revolución Democrática.