Hace mucho que venimos comentado en este espacio sobre la crisis económica, política, moral y ética que la sociedad brasileña viene testificando, principalmente, en los altos niveles del viejo Estado y sus instituciones, sin excepción. Son abordajes en general. En pocas oportunidades hemos expuesto las vísceras de la vieja orden como lo hicimos en los comentarios sobre la sesión de votación del impeachment de Dilma en la Cámara de los Diputados.
La vulgarización de la delación y la atribución de honradez a los delatores, con derecho a horario noble en el monopolio de la prensa, es una inversión completa de los valores morales que deben pautar una sociedad que se proclame mínimamente digna.
En el “sálvese quien pueda” vale todo: como entregar los anillos para preservar los dedos, negociar la cadena por una tobillera electrónica o entregar viejos compañeros. Un verdadero festival de depravación de un sistema político caduco, secularmente empodrecido, y como siempre artificialmente rejuvenecido, que ahora sus entes superiores intentan, desesperadamente, recuperarlo al precio de cortar en las propias entrañas.
Contienden en el Consejo de Ética de la Cámara de los Diputados, dos “representantes del pueblo” intercambian insultos del tipo “Vuestra excelencia es un vagabundo” o “Vuestra excelencia es un ladrón”! Sería el colmo del ridículo si no fuera tan cruel para la Nación y el pueblo. De ese singular diálogo sólo podemos concluir que ambos dicen la verdad, hecho raro en aquel antro, confirmando la definición de ese ambiente como una pocilga de bandidos de guante blanco.
Y que decir del descarado movimiento de la oligarquía financiera que, aprovechando los escándalos de la politiquería, planea y emprende el asalto mayor de todos los asaltos al adueñarse de los cofres de la Nación, por la defraudación de la Seguridad Social y de las recetas fiscales, con el objetivo de promover un salto en la transferencia de recursos en favor del sistema financiero.
Los últimos acontecimientos, sin embargo, nos obligan a ir más adelante en la caracterización de los mismos, denunciando toda la politiquería, sus promotores de las diferentes siglas del Partido Único del sistema político del viejo Estado de grandes burgueses y latifundistas, serviles del imperialismo, principalmente yanqui, convocando el pueblo a expulsarlos a través de la Revolución de Nueva Democracia.
Al descubrir donde fue parar el resultado de su trabajo y de la producción nacional, el pueblo asiste estupefacto al grotesco espectáculo, mientras se pregunta y experimenta formas de cómo acabar con esta pesadilla. La juventud ocupa escuelas, las mujeres van a las calles, llamaradas de neumáticos quemados prenuncian combates mayores en el campo y en la ciudad. Se estrecha el campo del oportunismo.
El movimiento revolucionario no debe titubear, hay que osar, pues el momento así lo exige! Más que denunciar los crímenes de la politiquería, como también los bandidos encastillados en el Ministerio de la Hacienda y en el Banco Central, se hace necesario convocar a la lucha por sacudir desde sus cimientos todo ese sistema de explotación, para barrerlo del mapa. Es preciso aprovechar, por todos los medios, ese momento en que la politiquería ensaya una nueva farsa electoral, para gritar en sus caras todos los adjetivos por ellos merecidos y difundir la Revolución.
Más que eso, es hora de apuntar el camino de la verdadera redención nacional y liberación popular: el camino de la Revolución Democrática, emprendiendo el programa de la Revolución Agraria y Antiimperialista, única manera de eliminar de la vida nacional los parásitos y asegurar la verdadera independencia y soberanía nacionales. Preparémonos para la lucha, pues, como dice la canción campesina: “La lucha va a ser tan difícil… Por más que tarde, vamos a triunfar”.
Es necesario compromiso y persistencia para la lucha prolongada de la nueva política, no sólo para remover el empodrecido sistema político, pero demoler el viejo Estado que lo mantiene y edificar la nueva economía, nueva cultura y el Brasil Nuevo.