El inicio de la gestión Dilma Roussef fue marcado, además de las ceremonias solemnes de rutina, por un discurso liberal y de compromiso con las clases más reaccionarías del país, lo que ella ya había hecho como garantía para ser electa. Así será su sino, teniendo que demostrar a todo momento que es persona de confianza del latifundio, de la gran burguesía y del imperialismo para continuar gestionando sus intereses.
Por detrás de las bellas palabras se escondía, en cada línea, la promesa de que está asegurado que habrá camino libre para el capital financiero y el aumento de la explotación, opresión y represión al pueblo. Y las primeras medidas de su mandato ya revelan cual será su camino.
Dilma recurrió a los temas más clichés, con la intención de conmover la platea y escamotear sus reales compromisos. Así, se refirió al hecho de ser la primera mujer presidente del país, luego después de un “hombre del pueblo”. ¡Y tiene coraje de hablar en nombre “de las mujeres” cuando asumió compromisos de ampliar la represión y criminalización justamente de las mujeres que intentan abortar!
Intentó ‘cabalgar’ la popularidad de su antecesor y tutor, prometiendo “consolidar la obra transformadora del presidente Luiz Inácio Lula da Silva, con quién tuve la más vigorosa experiencia política de mi vida”. Tenemos ahí la secuencia de lo que ya fue continuismo por ocho años. Además, una mujer que luchó empuñando armas contra el régimen militar, decir que la experiencia política más intensa fue al lado de Luiz Inácio, ¡por favor!
Luego, Dilma pasó a hablar de la “innovadora” experiencia de convergencia de las fuerzas de represión en el terrorismo de Estado sobre el pueblo de las favelas y barrios pobres de Río de Janeiro. Ella ni se dio el trabajo de cubrirse con el velo del combate al tráfico de drogas y reforzó la intención de esparcir el modelo genocida de militarización para todo el país. Así, Dilma dijo que “el estado de Río de Janeiro mostró cuanto es importante, en la solución de los conflictos, la acción coordinada de las fuerzas de seguridad de los tres niveles de gobierno, incluyendo – cuando necesario – la participación decisiva de las Fuerzas Armadas”.
El cinismo también se hizo presente en el discurso de la nueva gerente. Refiriéndose a la política externa, ella dijo que “nuestra política externa estará basada en los valores clásicos de la tradición diplomática brasileña: promoción de la paz, respeto al principio de no-intervención, defensa de los Derechos Humanos y fortalecimiento del multilateralismo”. Faltó decir que los valores clásicos de la diplomacia brasileña son el lacayismo y docilidad con relación a las demandas del imperialismo. Además, llega a ser ridículo hablar de no intervención cuando el ejército genocida brasileño ocupa Haití a mando de USA, y de extremo mal gusto hablar de “respeto a los Derechos Humanos” cuando el viejo Estado no aceptó la condenación internacional sobre el caso de la Guerrilla del Araguaia, apenas para citar un caso reciente.
Hubo también el compromiso con el monopolio de la prensa, con la reafirmación de que prefiere “el bullicio de la prensa libre al silencio de las dictaduras”.
Pero, el tramo más vil del discurso fue reservado para el final, cuando, refiriéndose a los años de combate al régimen militar, dijo “rendir homenaje” a los que “tumbaron por el camino”. Como si el objetivo de los mejores hijos e hijas del pueblo brasileño que fueron liquidados por los fascistas militares fuera llegar donde Dilma ahora llegó. Además, es preciso que se diga que Dilma no tiene moral ninguna para referirse a esos héroes del pueblo brasileño porque es una renegada y traidora de esos mismos hombres y mujeres que dieron la vida por la revolución, que se rindió a la tortura y delató compañeros. Carga, por lo tanto, en la espalda, la responsabilidad por algunas muertes de esos a quién ahora pretende homenajear.
La guerra imperialista en nuestras tierras
El Estado de sitio no declarado llega al tercer mes en las favelas del Complejo del Alemán, en Río de Janeiro. Respaldadas por intensa contrapropaganda que no disminuyó con el pasar del tiempo, las fuerzas militares permanecen imponiendo el terror de Estado a los habitantes de la región.
Crecen las denuncias de crímenes contra las fuerzas militares y a todo momento los comandantes se esmeran en limpiar la imagen de las “instituciones”, puniendo “ejemplarmente” algunos casos de robo contra las masas. Como si ese fuera el mayor crimen cometido contra el pueblo estos días.
Todo el operativo colocado en movimiento desde el fin de noviembre, en realidad, es una profundización de la política de criminalización de la pobreza aplicada hace décadas por el viejo Estado. La utilización del ejército en esa tarea obedece a un desarrollo en la estrategia contrainsurgente también preconizada desde hace décadas por el imperialismo yanqui para la América Latina.
Particularmente la población de Río de Janeiro sufre un ataque continuado de los especuladores inmobiliarios y ejecutivos de los grandes negocios deportivos, que pretenden contener la pobreza en guetos para asegurar el éxito de los “emprendimientos”.
Para eso, se hizo necesario que el ejército hiciera entrenamiento intensivo en Haití, donde las tropas se especializaron en combates en las ciudades, contra “enemigos” integrados al ambiente y las masas.
Y no fue en vano que se procedió a ese entrenamiento. Las masas de las grandes ciudades del Brasil han dado muestras de creciente revuelta contra las condiciones cada vez peores de vida y de trabajo, así como la represión sistemática a que son víctimas y la completa ausencia de servicios públicos.
Esta será oficialmente la aplicación primordial de las fuerzas armadas del Brasil, el control del “enemigo interno”. Sus armas siempre estuvieron apuntadas contra el pueblo, principalmente durante el régimen militar, pero de aquí en adelante pasan a representar la llegada de la guerra imperialista al Brasil, para atender un antiguo designio del USA.
Y eso no es una casualidad, ya que las señales de incremento de las agresiones imperialistas y la llegada de la guerra a América Latina están en el horizonte hace varios años, siempre disfrazados como combate al “narcotráfico”, al “terrorismo”, etc. Más recientemente, asistimos al reforzamiento del Comando Sur del ejército de USA, encargado de las “relaciones” con la América Latina y el Caribe, la reactivación de la IV Flota de USA, el Plan Colombia y creación de bases militares en diversos países latinoamericanos, así como los marines empleados directamente en el combate al Partido Comunista del Perú, que hace más de treinta años desarrolla la guerra popular en el país andino.
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