Las investigaciones sobre el asesinato de la concejala Marielle Franco corren hasta ahora bajo el manto del silencio y de la complicidad. Como ya estaba quedando feo para el lado de la policía y, principalmente, de la intervención militar, el Ministro de la Seguridad Pública, tras 40 días, vino a público, aun así, para decir obviedades, como que todo indicaba la implicación de las milicias en el crimen. Cosa que no fue confirmada por el Secretario de Seguridad, el cual afirmó que sólo hablaría sobre el asunto cuando la investigación esté concluida.
En ese medio tiempo, la Policía Civil, bajo el mando de la intervención militar, elaboró un gran operativo del cual sólo resultaron abusos contra el pueblo y más desmoralización de las fuerzas represivas del viejo Estado. Un espectáculo bizarro con la prisión de 159 personas que se divertían en una fiesta en una chacra en Santa Cruz, zona oeste de la ciudad, con entrada cobrada, bajo la alegación de que todos tendrían conexiones con las milicias y, por lo tanto, estaría justificado el delito, lo que implicaría en enviar todos para el Complejo Penitenciario de Gericinó, en Bangu.
El monopolio de los medios de comunicación inmediatamente trató de espectacularizar el hecho que correría el mundo como profundo golpe en las milicias de Río de Janeiro. Y aún después que el Ministerio Público y la Defensoría Pública mostraron que 139 presos nada tenían de deuda con la justicia, el Ministro de la Seguridad Pública afirmó que “todos tenían que decir porque se encontraban en una fiesta de milicianos”. La respuesta fue dada, días después, por un habitante al ser entrevistado por la Globo: “Pero, aquí el transporte es de la milicia, el gas es de la milicia, la panadería es de la milicia. ¿Usted que quiere que yo haga? ¿Qué me mude del barrio?”.
El tiro, una vez más, salió por la culata. Lo que más sobresalió del acontecimiento fue la organización, el empeño y la garra de los familiares y, principalmente, de las madres, esposas y hermanas de los aprisionados. Fueron diecisiete días de permanente movilización con manifestaciones diarias hasta doblar la Judicatura y arrancar los suyos de las mallas del empodrecido sistema carcelario. Ciertamente, una de las instituciones – mazmorras colmadas – que la intervención militar pretende preservar.
El fracaso de la intervención militar en el objetivo por el cual fue anunciada y justificada por los monopolios de prensa – aplaudida por prácticamente todas las siglas del Partido Único – ya se expone de modo evidente. Después de sucesivos shows de bravatas contra las “organizaciones criminales” proferidos por el general interventor, ministro de la Seguridad y otros portavoces de las Fuerzas Armadas, sus acciones sólo dejaron estampada su propia incapacidad de desbaratar los grupos de matadores y de extorsiones de dentro y de fuera de la policía y las demostraciones de estos de que no aceptarán la retirada de sus centros de poder. Y, se suma a eso el hecho de que después de dos meses de la intervención todos los índices de criminalidad aumentaron.
Queda más patente que la intervención militar, como parte de la guerra civil contra el pueblo pobre, no tiene cómo esconder su carácter reaccionario antipueblo y confirma que la crisis próxima a la insolvencia de la máquina estatal en Río de Janeiro, no es sólo de él, pero de todo el viejo Estado brasileño.
El pueblo organizado es capaz de todo. Episodios como este, de la movilización de las mujeres del pueblo, demuestran que las masas no aceptan más el tratamiento vil que las clases dominantes y sus compinches de este Estado de grandes burgueses y latifundistas serviles del imperialismo reservan para ellas: prisiones masivas, masacres, invasiones de barrios y favelas y asesinatos políticos como el de Marielle.
Las advertencias que hemos hecho de que está en marcha un golpe militar contrarrevolucionario preventivo se deben, exactamente, a este motivo: las clases dominantes tiemblan delante de la posibilidad inminente del levante popular en la búsqueda de una Nueva Orden, aunque para la mayoría de las masas ella sea cualquier cosa opuesta a lo que significan las instituciones de esta vieja y podrida democracia. Su vanguardia y sus organizaciones que elevan rápidamente su politización y conciencia les mostrarán, paciente y metódicamente, en cada lucha reivindicativa, en cada protesta y en las luchas políticas por el Poder de que esta Nueva Orden es la Revolución de Nueva Democracia. Tarea esta históricamente atrasada y pendiente de realización.