Veinte días después del decreto federal de intervención militar en Río de Janeiro, muchas personas aún preguntan por el plan y por los objetivos reales del mismo. Diferentes de políticos boquirrotos como el diputado federal Carlos Marun/PMDB o de agentes públicos como Fernando Segóvia, los militares vinieron trabajando en silencio la intervención militar planificada, la cual continuará a ser ampliada hasta que surjan las circunstancias y condiciones consideradas adecuadas y convenientes para consumarse el completo golpe de Estado.
Como fuerza medular del Estado, las Fuerzas Armadas (FF.AA.) acompañan el funcionamiento de las instituciones del mismo y velan por su estabilidad, según una determinada orden establecida por las clases dominantes y, en el caso de una semicolonia, dentro de la configuración establecida por la política de subyugación nacional del imperialismo.
Se engañan aquellos que afirman que la intervención militar en Río de Janeiro fue una jugada electoral de Temer o un esfuerzo de última hora para sustituir la derrota de la no aprobación de la contrarreforma jubilatoria. Difundir esto es lanzar una cortina de humo sobre la grave realidad del país o politiquería de contendores electoreros.
Con el avanzado estado de descomposición del viejo Estado brasileño de grandes burgueses y latifundistas serviles del imperialismo, principalmente yanqui, etapa patente en la podredumbre que tomó sus instituciones y con el agravante de su gestión haber caído en las manos de una cuadrilla de profesionales de la vieja política de las oligarquías, las Fuerzas Armadas, como su médula y guardianas de este caduco sistema de explotación y opresión, pasaron a la acción de salvamento.
Temer asumió la gestión del Estado bajo condiciones establecidas por las FF.AA. guiadas por los yanquis, por medio del Departamento de Estado y su Embajada en Brasilia. La tutela de los militares se reveló por la recreación del Gabinete de Seguridad Institucional con control sobre la Agencia Brasileña de Inteligencia (Abin), esta primera entregada al general Sérgio Etchegoyen, y por la entrega de la economía al vende-patria Henrique Meirelles.
El slogan escogido como lema de la gestión Temer, “Orden y Progreso ”, bien al gusto de los militares, ya apunta para los objetivos de su misión: recuperar el PIB de las transnacionales y de los especuladores del sistema financiero y garantizar la orden interna de explotación del pueblo y subyugación de la Nación.
Ante la falencia del sistema político de dudosa legitimidad, principalmente de sus partidos políticos, y el descrédito completo ante el pueblo en cualquier canal de las instituciones de esa vieja orden (sumado el cuadro social de hundimiento liderado por el enorme desempleo), sólo restaría a un gobierno débil utilizar cómo última jugada las FF.AA., pero no por decisión de Temer y sí por imposición de los generales y su amo imperialista.
Queda claro, por lo tanto, que la intervención militar en Río de Janeiro ocurrió como proseguimiento de una guerra civil contra el pueblo pobre, obedeciendo a un Plan de Estado Mayor, en que los militares asumieron poderes cada vez mayores en la tentativa de hacer una asepsia en las instituciones para dar una nueva fachada al viejo “Estado democrático de derecho”, con el objetivo de recuperar su credibilidad y legitimidad.
El fracaso de la Operación “Lava Jato”, al dejar libre la nata de la politiquería nacional, inclusive la quadrilha de Temer, y después de usarlo para aprobar las “reformas” antipueblo y vende-patria, hizo pasar al “plan B”, con los militares asumiendo cada vez más la centralización del poder. Río de Janeiro funcionará como laboratorio para una intervención ampliada centralizada por el Ministerio de la Defensa, ahora bajo el mando de un general.
Las declaraciones del general Mourão en el acto de su pasaje para la reserva, convocando los militares para una intervención completa, no fue contestada por el Alto Mando de las FF.AA.. Por el contrario, él fue efusivamente saludado por el comandante del ejército Vilas Boas Correa. Según la Folha de São Paulo, Mourão dio su explicación sobre la presencia mayor de los militares: “La cosa es muy simple. El Ejército no es apolítico, él tiene que ser político. Él tiene que ejercer la política dentro de sus límites, pero él es apartidarlo. Porque el Ejército no sirve al gobierno, sirve al Estado y a la nación”.
Como la política es la expresión concentrada de la economía, queda más claro aún cual orden y a cuáles intereses el Ejército está a servicio. No podemos excluir de estos acontecimientos la Embajada yanqui actuando junto a las FF.AA., como quedó patente en la intervención militar ocurrida en 1º de abril de 1964.
La realización de elecciones en este cuadro revelará cabalmente su carácter farsante, cosa que ha mucho hace parte de la conciencia de las masas, a través del repudio de la abstención, del voto nulo o blanco.
Nada que esté conectado a las experiencias pasadas de la vieja política de las oligarquías o de intervenciones militares a servicio de las mismas resolverá los ingentes problemas derivados de la condición semicolonial y semifeudal a que el país está sometido.
Solamente una Revolución de Nueva Democracia podrá construir una nueva política, una nueva economía y una nueva cultura, finalmente, construir un Brasil nuevo.
Los oportunistas, como siempre, buscarán presentarse nuevamente para cumplir el papel de fieles auxiliares de la vieja orden de explotación del pueblo y de la subyugación nacional, buscando dividir las masas y desviarlas del camino revolucionario, en pago de sus “lugarcitos rentosos” en este viejo y genocida Estado.
A los revolucionarios y a los verdaderos patriotas cabe el supremo deber de convocar las masas a resistir y organizarse en las tareas de la Revolución Democrática, Agraria y Antiimperialista, constituyendo su lúcida y resoluta dirección revolucionaria.