Terminadas las elecciones, queda la resaca de un proceso tibio y desprovisto de cualquier sentido democrático y popular. La diminuta repercusión de las campañas y del pleito en la sociedad de forma general y particularmente en las masas populares exige cada vez más el empeño y confusión de los medios de comunicación para mantener las apariencias de una democracia en franco podrecimiento.
Pero el proceso electoral es la cuestión clave y decisiva para la vieja orden ostentar su democracia burguesa y buscar legitimidad ante el pueblo y la sociedad. Tanto es así, que no se contenta con la obligatoriedad del voto, el TSE(Tribunal Superior Electoral), encabezando las más diferentes instituciones, sea del Estado sea de la llamada sociedad civil, se esmera en la propaganda para intentar demostrar que el voto es el arma más importante del ciudadano y en las proclamaciones más insistentes para el ejercicio del voto.
Aún así, a cada pleito crecen las abstenciones, votos nulos y blancos. Surgen y pululan por todo el país protestas y manifestaciones populares contra los “políticos” y sus “elecciones”, indignados con el descaso, el descaramiento, las mentiras y falsas promesas. Principalmente entre la juventud se organizan movimientos por el voto nulo y por el boicot activo. La inmensa mayoría de los jóvenes de 16 a 18 años rechaza alistarse para votar. Son crecientes las declaraciones públicas de intelectuales contra el carácter farsante y corrupto del proceso electoral.
Lo que queda más evidente, y es innegable, es una crisis de descrédito y de desmoralización del proceso y de todo el sistema electoral, conformado por n partidos que no son más que variaciones de una misma cosa, sus politiqueros, campañas millonarias, etc. En la segunda vuelta de estas elecciones, sólo en las abstenciones el aumento fue de 4,5 millones de personas en condiciones de votar! Señal clara del descrédito y desmoralización a que ha llegado todo el sistema y proceso electorales. Sin embargo, lo que es preciso ver y comprender es que por bajo de esa crisis aparente, se desarrolla otra mayor y más profunda crisis de descomposición del viejo Estado brasileño.
En estas elecciones, particularmente sus protagonistas tuvieron el descaramiento, el cinismo y la desfachatez al colmo. En la tentativa de contrarrestar ese movimiento irrefrenable, figuras de proa del Estado se lanzaron a hacer lamentaciones y pedidos a los electores para que no dejaran de votar, que no viajaran en el feriado, etc. Ya está lejos el tiempo de la propaganda de la “fiesta de democracia”, cuando casi no era necesario hacer las convocaciones. Más de que nunca una campaña marcada por la frivolidad, “despolitización”, abuso y llamamientos a los instintos más bajos.
Preocupados en asegurar al imperialismo y a las clases dominantes las mejores condiciones de explotar, oprimir y reprimir las masas trabajadoras del país, los candidatos y sus secuaces, como manda la estrategia electoral “moderna”, aplicaron todos los recursos en el marketing elaborado por los especialistas en publicidad comercial. Uno de los aspectos de la farsa es que no importa de hecho lo que los candidatos y partidos piensan o creen, importa decir, declarar y defender aquello que los experts en marketing consideran eficiente para ganar más votos o perder menos. Nada los toca, nada los constriñe, las palabras no son nada, lo importante es arrebañar votos. La utilización obscurantista de la cuestión del aborto expuso de forma explícita el oportunismo en que se enlodan las candidaturas. Programas, propuestas, finalmente, gobierno, son otra cosa.
Se puede afirmar, con respecto a los candidatos, que lo que cada uno de ellos dijo sobre sí es mentira. Ya, las acusaciones que cada uno hizo a los oponentes son la más pura verdad. Esto sin hablar en las cochinadas que ninguno tiene coraje de denunciar porque recae sobre todos. Y llaman a eso todo de maduración de una democracia “joven”.
Una vez electa la sucesora, olvidad lo que ella dijo. Lo que se inicia en 1º de enero — sea hecho por debajo de la mesa, veladamente o explícito — es la profundización de las políticas genocidas del viejo Estado contra las masas, de la entrega de nuestras riquezas a las potencias extranjeras, principalmente a USA, de la corporativización de las masas por el Estado, a través de los “movimientos sociales” oficialistas y de los sindicatos vendidos, de los privilegios a los banqueros y a las transnacionales y las facilidades al latifundio, etc.
Y para que no restara ninguna duda de que está comprometida con esos intereses, Dilma Roussef, mientras Serra reconocía la derrota, subió otra vez al púlpito para hacer su profesión de fe oportunista y prometer asegurar paso libre al imperialismo, a la gran burguesía, al latifundio, a la iglesia, a la prensa monopolista y a quién más demandase su quiñón, menos a las masas. Si las promesas de campaña al pueblo deben ser olvidadas, las primeras serán cumplidas al pie de la letra.
Ese fue el tono del discurso de la victoria de Dilma. Al lado de la verborragia demagógica de erradicar la pobreza, pues sabe muy bien ser esto imposible en los marcos del sistema a que se vendió —, no tocar en los programas sociales (caritativos), crear empleos, etc., garantizó que ella luchará hasta las últimas fuerzas por la defensa “de la vida” (o sea, para mantener la criminalización del aborto), por la más amplia “libertad de prensa” (quedad tranquilos los monopolios), también por la libertad a los “movimientos sociales” — claro, a los domesticados, y paladas para los combativos, etc.
Luiz Inácio, orgulloso de su pupila, ya anunció que no dejará la vida pública, lo que equivale a decir que estará allí, no en las sombras, sino bajo los reflectores, dando sus “pálpitos geniales” cuando lo encuentre oportuno. Pero se sabe también que sabrá retirarse de escena cuando las llamas de la crisis que se avecina comiencen a lamer el Palacio del Planalto para presentarse otra vez como el salvador de la patria.
Cada vez más lejos de las intrigas palacianas y más atentas a los movimientos en el tablero de la política real, las masas elevan su conciencia y construyen sus fortalezas, cavan sus trincheras. Si es verdad que aún muchas personas que se dejan llevar por llamamientos emocionales al voto, hay cada vez más gente que boicotea ese proceso farsante. Buena parte de ellos está dispuesta a sumarse a las hileras de los movimientos verdaderamente populares, aproximándose de la convicción de que este viejo Estado semifeudal y semicolonial no le sirve y que ninguna reforma puede cambiar su carácter.
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