Editorial – El viejo cacareo de la “nueva política”

Editorial – El viejo cacareo de la “nueva política”

Desde que Marina Silva surgió en el circo electoral en la condición de cabeza de lista para la gerencia del viejo Estado semifeudal y semicolonial brasileño, un nuevo truco electorero sacudió las campañas para presidente.

Ya acostumbrados a emprender la farsa electoral siempre con carácter plebiscitario, PT y PSDB intentan adaptarse a un tercer candidato con condiciones de rivalizar e, inclusive, según las más recientes encuestas de “intención de voto”, de ganar las elecciones en el balotaje.

Marina llegó a esa posición a través de dos maniobras: primero, posando como viuda de Eduardo Campos y surfeando en la conmoción de su trágica muerte, consiguiendo capitalizar al máximo todo que eso podría rendirle de dividendos. Segundo, y más importante, consiguiendo orientar el debate más allá de la dicotomía PT/PSDB, con un tan enmohecido cuánto falso discurso de “nueva política”.

Cínicamente, Marina, con su performance de Madre Tereza de Calcuta con fines lucrativos, intenta apropiarse del espíritu de las jornadas de protesta popular de junio/julio de 2013, haciéndose de tonta e intentando convencer de que ella es lo que las calles pidieron, siendo su “RED” el prototipo de organización política de los que rechazan la representatividad actual.

Recuérdense que Dilma hizo algo en el mismo estilo en julio del año pasado, al decir que “oía las calles” y proponiendo cosas que nada tenían a ver con las reivindicaciones del pueblo en revuelta. Lo que hizo aún fue incrementar la represión más salvaje sobre las manifestaciones y bajo el grito reaccionario de siempre del monopolio mediático tildó los jóvenes combatientes de “alborotadores” y “vándalos”, lanzando directivas a los aparatos policiales y de la judicatura para la cruzada de “caza a las brujas”.

Pero Marina nada tiene que nuevo. Por el contrario, ella representa lo que hay de más viejo y carcomido en la política electorera brasileña y ningún nuevo velo puede disfrazarlo. Su histórico de conexión con las mayores ONG ambientalistas extranjeras bancadas por las grandes corporaciones y gobiernos de USA y UE la califican y avalan también a gestionar el viejo Estado, en nombre del imperialismo, principalmente yanqui.

Así como Dilma y Aécio, Marina, como primera medida, afirmó el apoyo incondicional al latifundio de fachada nueva, el “agro negocio”, prácticamente el único sector económico importante del país desde que retornaron el Brasil a la condición de mero exportador de commodities.

Atarantados, Dilma, Aécio y sus correligionarios pasaron a atacar Marina subterráneamente por su religiosidad. Si es verdad que ella es neopentecostal fundamentalista, no es menos verdad que Aécio no se hurta de posar con altos ejecutivos de cualquier iglesia y que Dilma no piensa dos veces en comparecer a inauguraciones de templos suntuosos de adoración a la época remota de la esclavatura y a declarar en eventos del estilo que “feliz es la nación cuyo dios es el señor”.

Concretamente, en la gerencia del viejo Estado, ni PT ni PSDB jamás se atrevieron a confrontar los intereses del Vaticano o de la llamada “bancada evangélica”.

Atacan aún Marina por tener en su staff banqueros y economistas “neoliberales”, así como de haber sido una pésima ministra. Y si nada de eso es nuevo, tampoco es diferente de los demás principales candidatos. ¿Cómo puede Dilma acusar Marina de ser asesorada por el economista de Collor, si la propia Dilma tiene entre los corifeos de su base aliada el propio Collor? Si Marina es apoyada por el banco Itaú, en el gobierno del PT los banqueros han lucrado “como nunca en la historia de ese país”

Todo eso sólo atesta el avanzado estado de descomposición en que está hundido todo el edificio estatal brasileño y su sistema político de gobierno, expresados tan bien en este circo de mentiras, cinismo, corrupción y horror que es el proceso electoral y sus parlamentos. Nada nuevo puede surgir de ese sistema putrefacto que sólo existe para garantizar los intereses del imperialismo y de las clases dominantes locales de grandes burgueses y latifundistas.

Y, vanamente, intentan las fracciones del Partido Único facturar sobre la revuelta popular del último año. El rechazo a las banderas de las agremiaciones electoreras en las protestas es algo más que un modismo apolítico que sociólogos burócratas a sueldo y los politiqueros parásitos prefieren creer. Mucho más allá de esto, representa una verdadera elevación de la conciencia política de las masas populares, que a los pocos van liberándose de los chantajes electoreros y de las apelaciones demagógicas de este o de aquel postulante a cargo electivo.

El rechazo a las elecciones está en las calles, en todos los lugares. El boicot a la farsa electoral se anuncia grande. Y ni Marina con su viejo cuento de “nueva política” puede detenerlo en su creciente contagio.

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