El podrido y viejo Estado brasileño parece estar más que nunca empeñado en la ampliación de la política de exterminio y aterrorización de las poblaciones empobrecidas en todo Brasil. Aunque esa sucia actuación sea más evidente en las periferias de las grandes ciudades, ella está presente en todo el país. Aunque no haya tanta divulgación por el monopolio de la prensa, en el campo y, sobre todo, contra el movimiento campesino combativo, los latifundistas, sus bandos armados y los agentes del Estado vienen cometiendo verdaderas atrocidades.
En Río de Janeiro, tras una relativa disminución de los asesinatos cometidos por los agentes del Estado, cuando el gerente Sergio Cabral Filho estaba empeñado en la elección de otro fascista declarado para la alcaldía de la capital fluminense, su policía genocida retomó con toda energía las operaciones en las favelas, asesinando, prendiendo e intimidando hombres, mujeres y niños. La última palabra en represión en el Río es el helicóptero blindado, que así como los "caveirões", tiene la finalidad de sembrar el pánico entre las comunidades sobrevoladas.
Imposible olvidar la imagen del niño Matheus, de 8 años, cobardemente asesinado por un policía en el Complexo da Maré, en Río de Janeiro, aún con una moneda de R$ 1 en la mano. El niño iba a comprar pan cuando fue alcanzado, aún en la puerta de casa, por un tiro de fusil en la cabeza, disparado por un policía que pasaba por la calle. La población actuó rápido, impidiendo que la policía violara el local y bloqueó las dos principales vías expresas de la ciudad (Líneas Roja y Amarilla), incendiando coches y cerrando el tráfico por varias horas. El monopolio de los medios de comunicación no demoró a decir que los habitantes revoltosos así actuaban por instigación de traficantes, así como que el niño había sido muerto en un intercambio de tiros entre cuadrillas rivales. Con una cobertura así la policía no necesita de asesoría de prensa.
Otro joven de 13 años, Dioni Pereira, fue asesinado por la PM en la villa PTO en Contagem, Región Metropolitana de Belo Horizonte, día 13 de diciembre. Días antes, 5 de diciembre, en Brasilia, frente a las cámaras de TV, otro policía persiguió un hincha hasta alcanzarlo golpeándole la cabeza con la pistola empuñada y engatillada que, disparando, mató otro joven. Esos y otros hechos semejantes son cada vez más rutineros en nuestras ciudades, pero ni por eso menos brutales y repugnantes. Y para escarnio del pueblo y colmo del cinismo, Luiz Inácio discursa en la favela prometiendo una "policía más compañera".
Grecia también vio quemar muchos coches, estos en honra de un adolescente de 15 años también asesinado por un policía. La revuelta se esparció por otros países de Europa, en una ola de solidaridad acrecentada por las protestas contra el desempleo, la persecución a los inmigrantes, las pésimas condiciones de trabajo, la explotación, finalmente. Aquí, aún no se alcanzó este nivel generalizado de levantamientos de masas, pero la situación se hace tan insoportable que las explosiones serán inevitables y muy bienvenidas.
La judicatura, otro componente del Estado fascista, cada día pierde su falsa aura de independencia, porque cuando se trata de juzgar los crímenes del Estado, de sus agentes y ricachos sorprendidos en flagrante delito es revelado su reaccionarismo, declarando inocente y soltando todos cuántos tienen sus intereses defendidos por el propio Estado y sus empleados – sean grandes burgueses, latifundistas, burócratas, agentes del aparato represivo y, obviamente, los propios miembros de la judicatura. Claro, cuando se trata del pueblo hay siempre el rigor máximo en la aplicación de las penas y castigos, sobre todo si el reo haya cometido el crimen de luchar por sus derechos y atacado alguna de las clases que sostienen este viejo Estado.
Mientras ministros del Supremo Tribunal Federal liberan notorios corruptos y bandidos, los tribunales estaduales promueven la legalización de la pena de muerte, como se comprueba en la absolución del policía Willian de Paula, uno de los policías que asesinaron el niño João Roberto, de 3 años, dentro del coche de la madre, que fue atingido por 17 tiros en julio, en Río de Janeiro.
A los pocos van siendo sueltos también los militares del Ejército que secuestraron, torturaron y asesinaron tres jóvenes del Morro da Providência al venderlos a traficantes del Morro da Minera. De los once cómplices del crimen, restan sólo tres en la prisión, aguardando que la "justicia" de la burguesía y del latifundio haga su trabajo, y los libere también.
No por casualidad, hecho que va haciéndose cada día más común en el país, sobre todo en las ciudades del interior, la revuelta de las masas dirige su furia contra las instituciones del viejo Estado. El primer blanco es siempre el fórum de la ciudad, exactamente porque este debería representar la justicia, según la ley mayor del país, pero de hecho representa la falta de cualquier justicia para la mayoría de la población, como aconteció días atrás en Igarapé-miri en el Pará. Enseguida, las masas rebeladas generalmente atacan la cámara de concejales, alcaldía y la comisaría, sede de la represión, que nunca atiende a sus quejas, pero está siempre lista para servir a los ricos y grandes propietarios.
Flagrantes violaciones a los derechos del pueblo como esos, principalmente contra los campesinos pobres, fueron denunciados internacionalmente en un Acto Público en la UFRJ en el inicio de diciembre y están siendo blanco de investigación de la Asociación Internacional de Abogados del Pueblo, con sede en Holanda, y representantes en diversos países. La Misión internacional que estuvo en Brasil condenó vehementemente los crímenes contra el pueblo en el campo y en la ciudad, los asesinatos de liderazgos de movimientos populares y la persecución al movimiento estudiantil.
Mientras tanto, en la Cúpula del Mercosur, reunida en la Bahia, a propósito y corajosamente durante el cambio de guardia de Casa Branca, "héroes" del oportunismo y de la pusilanimidad eructaron valentías y bravatas y contaron ventajas sobre supuestas mejorías que trajeron al pueblo. Ciertamente algunos no perdieron tiempo para intercambiar experiencias sobre las campañas de sus tropas que pisotean la libertad del pueblo de Haití. Allí, ningún clamor de la terrible realidad de nuestros pueblos tiene eco.
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