La lucha por la revocación de leyes laborales, de cercenamiento de derechos de los trabajadores, contra la “reforma de la Seguridad Social” dictada por los bancos y en defensa del derecho y de la libertad de organización y de manifestación exige, de inmediato, la unidad de acción en el movimiento sindical. Con el fin de la política corporativista del oportunismo petista en la gerencia del viejo Estado, se limpia el terreno para la lucha por un movimiento sindical que imponga la línea de clase como condición para llevar la lucha a la victoria.
La nueva administración del viejo Estado que se iniciará esta explícitamente fundada en la subyugación nacional y sumisión con al Tío Sam, condición subalterna patente en la continencia militar del electo a agentes del imperialismo yanqui. Su naturaleza anti-obrera y vende-patria, patente y anunciada por la completa dilapidación del patrimonio nacional, liquidación de la Seguridad Social y disminución de derechos de los trabajadores, de los pueblos indígenas, de los quilombolas y de los campesinos sin tierra, sólo podrá ser impedida por la amplia movilización liderada por el clasismo.
Aún está viva en la memoria de todos la huelga de los camioneros como una demostración cabal del poder de unión de los trabajadores que recibió el apoyo de la población, evidenciando la justeza de sus reivindicaciones.
En aquel momento, el movimiento sindical en su mayoría estaba preso a los grilletes del corporativismo petista que duró 14 años, saboteando la lucha justa de los trabajadores. Inclusive, algunos representantes de ese sindicalismo acusaron el movimiento de los camioneros de ser pura “cosa de la derecha”, epíteto que lanzaban a todo lo que no era de su dominio. Esto impidió una unificación del movimiento con la explosión de una huelga general nacional, que podría dar otro rumbo a la situación política del país.
La cuadrilla de Temer hizo de todo para llevar a cabo una contrarreforma de las leyes laborales y de la seguridad social, intentando aprovecharse de un momento de desmovilización de la clase obrera y de frustración general del pueblo con la politiquería, pero no consiguió dejar esa tarea lista a su sucesor.
El mayor boicot a la farsa electoral, en todos los tiempos, fue la demostración mayor de que las masas no están dispuestas a continuar bajo la tremenda explotación que la crisis del capitalismo burocrático en Brasil impone, agravada por la crisis general del imperialismo en todo el mundo.
No es sin motivo que el planeado golpe militar preventivo al inevitable levante de las masas tomó la forma de la elección del candidato de la extrema derecha. Sin embargo, una “victoria pírrica ”, ya que Bolsonaro fue escogido por la minoría del pueblo brasileño y porque su gobierno será escenario de intensa pugna entre promesas juramentadas de la extrema derecha con la propia derecha y centro derecha (militar-civil), prosiguiendo y profundizando la crisis política que no puede tirar el país de la crisis económica a corto plazo. Lo “nuevo” que se presenta es la conformación de una gestión compuesta por generales derechistas, viejas raposas del desmoralizado parlamento y por burócratas de alto nivel y economistas amaestrados en las universidades yanquis con cursos de especialización en subyugación nacional.
El movimiento sindical bajo la línea clasista está desafiado a ser vanguardia de una gran movilización nacional, a través de la preparación de una huelga general nacional por la revocación de los cortes de derechos de los trabajadores, contra la “reforma de la seguridad social” y para parar la ofensiva contrarrevolucionaria en curso en el país.
¡Levantar bien alto la bandera de la Huelga General de resistencia democrática nacional!