Editorial: La convulsión social inevitable y la necesidad de la revolución

Editorial: La convulsión social inevitable y la necesidad de la revolución

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Ante la gravedad de la crisis política, el plan de la reacción es servirse de Temer (ya citado mil veces en las delaciones) para hacer el trabajo sucio de emergencia de aplicar a hierro y fuego todas las maldades contra el pueblo y la Nación, con el objetivo de “equilibrar” la economía, permitiendo la mayor explotación de los trabajadores y saqueo de las riquezas naturales del país. La patota dela politiquería consiguió introducir en el Supremo Tribunal Federal (STF) a Alexandre de Moraes, encargado de controlar la bomba de los procesos de la “Lava-jato”. Pero ni siquiera esto podrá salvarlos, si no cumplieren los dictámenes del imperialismo. La crisis política ya alcanzó tal punto que, cuando menos se espera, hace saltar nuevas denuncias y revelaciones, acertando en lleno el simulacro de gobierno sin ninguna legitimidad y autoridad.

Al final, totalmente quemado, Temer será tirado al basurero de la política como chivo expiatorio y blanco de la ira popular, sin embargo habrá garantizado la “reanudación del crecimiento” al hacer del país un paraíso mayor aún para los banqueros y demás sanguijuelas de nuestro pueblo y de la Nación. El establishment del imperialismo, principalmente yanqui, calcula así que, en las elecciones de 2018, se elijará alguien publicitado como honesto y eficiente, como si él no tenga nada a ver con todos estos crímenes y  vendiendo la idea de saneamiento de la política y página pasada, con la renovación de la credibilidad en las instituciones del viejo Estado.

No será tan fácil como imagina y trama la reacción, monitoreada por el imperialismo. Pero ni el imperialismo, ni la patota de la politiquería tienen opción. Como corporación amenazada, no va a tirar la toalla y todas las acciones apenas lanzarán más leña en la hoguera de la crisis y de la revuelta popular. Ya hace tiempo que el país fue arrastrado para una guerra civil reaccionaria, en la cual todo se resuelve por medio de la violencia.

Veamos que la publicación de los datos oficiales de 2016 sobre la economía del país tiró baldes de agua fría sobre las mentirosas publicidades con que gobierno y monopolios de la prensa venían empeñándose para generar un falso optimismo, con el objetivo de cambiar las expectativas de la opinión pública nacional y, principalmente, de los especuladores a quienes llaman solemnemente de “inversores” extranjeros, mientras gobierno y congreso corren para aprobar medidas infames contra los trabajadores y en beneficio de los explotadores del pueblo y saqueadores de la Nación, descarada y cínicamente bajo el pretexto de retomar el crecimiento y generar empleos. Los indicadores sociales son aún más duros y deshacen como humo toda propaganda petista demagógica del “fin de la miseria”.

La grave y profunda crisis económica y social en que se hunde el país, lejos de ser mero resultado de la “incompetencia petista” – como el maniqueísmo de la derecha tradicional y su monopolio de prensa intentan crear consenso, haciendo campaña electoral preventiva – , es producto de la naturaleza semicolonial y semifeudal de nuestro país, de su capitalismo atrasado, burocrático, de economía endémicamente enferma. Más aún, es la manifestación aguda de su inevitable crisis en medio a la avanzada crisis general de descomposición del capitalismo imperialista mundial.

Es sobre esta base real que se desarrolla la crisis política de disputa entre los grupos de poder representantes de las diferentes fracciones de las clases dominantes, la cual se venía gestando a lo largo de la gestión petista y explotó en 2015. Para atacar y desgastar el PT y su frente oportunista electorera, en la época de su eclosión, el PSDB y congéneres siguieron el abecedario de siempre, creando la CPI de la Petrobrás. Esta inmediatamente fue desmontada por la articulación petista-gobiernista. Pero la crisis se profundizó, pues  la llamada “Operación Lava-jato” entró en escena y esta se trataba de algo mucho más ambicioso de que las habituales y desmoralizadas CPI.

Ella obedeció al “Plan mayor” del establishment e intereses de USA, preocupados con el grado de desmoralización en el país a que había llegado la política oficial y las instituciones del “Estado Democrático de Derecho”, tan enaltecido como la “democracia” e ideal de sistema de gobierno. Por detrás de ella están manos mucho más poderosas de lo que se imagina. Digamos que toda la planificación de las investigaciones, su estructura y método, fueron preparados por el FBI, habiendo seleccionado sectores de la Policía Federal para operar bajo la centralización de alto mando militar de las Fuerzas Armadas como operación de hecho. Como fachada legal se preparó el equipo de personal del Ministerio Público “imbuido” de la causa de la moralización de la vida política y pública del país. Si no, ¿cómo se iniciaría tal plano y, principalmente, como podría llegar hasta donde ha llegado? La historia política del país conoce incontables tentativas semejantes planeadas en este objetivo y que fueron aplastadas antes aún de dar sus primeros pasos.

La “Operación Lava-jato”, lejos de la ilusión que nutre la mayoría de sus componentes, es una estratagema para salvar la vieja orden, pasando la idea de moralización de la vida política y pública del país, demonizando los políticos y, para tal, lanzando al infierno parte de ellos, separándolos de las instituciones de los Tres Poderes para salvarlas y renovar en ellas credibilidad y legitimidad ante la sociedad, principalmente sus clases medias, formando caldo de cultura conservador y anticomunista. Es la acción preventiva de la reacción por temor a las explosiones de revueltas populares dentro de un mundo cada vez más tormentoso. Y todos los partidos oficiales de oposición al frente petista, sedientos de votos para usurpar los puestos por ella ocupada ya hace 14 años, se lanzaron demagógica y frenéticamente en la cruzada anticorrupción, convencidos de que, como siempre ocurrió, luego se llegaría a un gran acuerdo poniendo fin a la crisis. Cuando se dieron cuenta que todos ellos estarían en la asesta de tal “operación”, la crisis se agravó. La opinión pública indignada con tanta podredumbre, principalmente la clase media, fueron en centenares de miles a las calles exigiendo el fin de la corrupción en la vana ilusión de esto realizarse. El juez Moro, que no pasa un mes sin visitar a USA, fue elevado a la figura de gran patriota, símbolo mayor de la honestidad y salvador de la Nación.

Con el agravamiento de la crisis económica, la lucha entre las fracciones de las clases dominantes se radicalizó en la disputa por el mayor control de la máquina estatal. Los intereses en esta lucha abarcaron la crisis política que, en su radicalización, se expresa por medio de la lucha entre los llamados Tres Poderes de la República, en los cuales sus representantes se hallan instalados. Pillar al contendiente en flagrante delito y someterlo a los rigores de la ley (prisiones, investigaciones y procesos) es el medio para arrasar políticamente con los partidos o políticos adversarios y, al mismo tiempo sirve para engañar a la opinión pública con el cuento de que los corruptos están siendo punidos y así seguir todo como antes en el cuartel de Abrantes.

La prisión de tanta gente poderosa (cosa inédita en el país) es la prueba cabal del grado de  radicalización de la lucha entre las diferentes fracciones de las clases dominantes, y su única explicación. Para verse hasta donde ha ido la agudización de esas pugnas, dos hechos envolviendo el PSDB son ejemplares. Por su acción, su situación ya se encontraba muy deteriorada y apuntaba para un debacle completo en 2014 (lo que venía siendo una de las principales razones de los éxitos electorales del PT). Llegar por lo menos al balotaje en las elecciones presidenciales de 2014 era cuestión de vida y muerte para el PSDB. Y la candidatura de Eduardo Campos se había tornado un obstáculo para que Aécio llegase por lo menos a la segunda vuelta y coincidentemente el accidente aéreo que lo mató surgió como la solución que le dejó camino libre. Más recientemente, la indicación por Temer de Alexandre de Moraes (también del PSDB) al STF para la vacante dejada por el relator de los procesos de la “Operación Lava-jato” Teori Zavask muerto también en accidente aéreo (y con esto proteger los nombres del PSDB y aliados) se hizo tan intrigante cuánto es idéntico al caso Eduardo Campos, muerte por accidente aéreo, en un mismo tipo de ambiente (litoral, donde las condiciones meteorológicas son más adversas para las operaciones de vuelo). O sea, situación en que accidentes aéreos pueden ser fácilmente explicados por estas condiciones.

Se puede deducir también que el impeachment de Dilma no era necesariamente parte del “Plan mayor”, ya que ella venía aplicando toda la política dictada por el imperialismo y que su staff palaciano, según confesiones de Delcídio de Amaral, se veía beneficiado por las acciones de la “Operación Lava-jato” y las dejaron avanzar, en la medida en que neutralizaban figuras del propio PT, favoreciendo su fortalecimiento como grupo en el control y mando en el partido. El impeachment de Dilma se debió al agravamiento de la crisis política que agudizó las contradicciones. Como revelaron grabaciones telefónicas de Sérgio Machado a Renan Calheiros, en las cuales afirma aterrado que las delaciones premiadas de los ejecutivos de las contratistas (Odebrecht, Camargo Correa, etc.) entregaban todo el mundo, gente de todos los partidos y que había que hacerse parar tal operación y que el medio para esto era aplacar el clamor popular expresado por las masivas manifestaciones de la clase media. O sea, era necesario “dar sangre a los leones”, y como los monopolios de prensa lanzaron agua en el molino de la derecha tradicional culpando el PT por toda situación de crisis, desempleo y corrupción en el país (cuando el PT y sus aliados, como partes de este viejo y empodrecido Estado brasileño, son apenas uno más de los participantes de esta) la ira popular fue lanzada contra el PT y el gobierno Dilma. De ahí que el impeachment era sólo la forma institucional de alejarla (aunque para esto tuviera que forzar la configuración de supuestos crímenes practicados por ella). Sin embargo, el impeachment no aplacó el sentimiento anticorrupción y la crisis se volvió más aguda y, principalmente las cúpulas del PMDB y del Congreso se pasaron a blanco central de la “Lava-jato”.

Por lo tanto, más que una crisis del sistema político, la crisis que Brasil atraviesa es una crisis de Estado, síntomas de una situación revolucionaria en creciente elevación. El mal olor exhalado por las denuncias y la forma como son tratadas alcanzan en lleno los dichos Tres Poderes de la República. Nada escapa a las mentes degeneradas de los que forman parte de los grupos de poder en pugna por se adueñaren del control del viejo Estado para servir a la voracidad del imperialismo que los maneja y a los afanes propios de estos grupos y de sus jefes. Soborno, delaciones prefabricadas, muertes sospechosas, y aún la complicidad para no hundir a todos juntos.

Lo que más temen el imperialismo, las clases dominantes locales y sus grupos de poder expresos en las diferentes siglas derechistas, centro e “izquierda” del Partido Único es la convulsión social, la revuelta y la revolución. Las maniobras para prorrogar promovidas por agentes del ejecutivo, del legislativo y de la judicatura, además de las medidas draconianas contra los derechos del pueblo, sólo podrán tener como resultado incitar aún más la ira de las masas. Los millones de brasileños que, en las últimas elecciones, repudiaron el Partido Único con todas sus siglas, no aceptan más el viejo discurso de una falsa  polarización entre “derecha e izquierda”, tampoco aceptan el discurso de la necesidad de su sacrificio para sacar el país de la recesión y de la crisis. El pueblo necesita y quiere una revolución, pues ya sabe muy bien lo que no quiere y cada día su protesta es más belicosa.

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