La muerte, en 5 de marzo, del presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, profundizó la crisis política en el país y desafía la continuidad del proyecto de reestructuración del viejo Estado sin la presencia y carisma del ex coronel que gobernó el país por 12 años y tuvo el mandato renovado por 6 más en la última farsa electoral, realizada en 2012.
Con su “socialismo del siglo 21”, Chávez consiguió aglutinar buena parte de las fuerzas del oportunismo en América Latina y también en otros continentes. Lanzó un sinfín de fanfarronadas contra el imperialismo yanqui (a la vez que ampliaba los negocios con Rusia y China) y con eso conquistó simpatías por todo el mundo, pero nunca dejó de aprovisionar a USA con más de la mitad de su producción de petróleo. Con los petrodólares en las manos, invirtió en políticas focalizadas de “distribución de renta” y programas populistas que le garantizaron una relativa base social.
Y gracias a esa cierta popularidad y verborragia, gran parte de las organizaciones oportunistas del continente escogió Chávez como la figura de proa de una corriente, el “bolivarianismo”, que pretendía una supuesta integración latinoamericana que sólo existía en la cabeza de sus idealizadores.
De concreto, sabemos que no hay ninguna especie de socialismo en Venezuela, estando descalificada la principal “realización” de Chávez. Eso principalmente porque no hay nada allá que indique que los medios de producción pasaron para las manos de los trabajadores. Bancos, fábricas, tierras, todo continúa en posesión del imperialismo, de la gran burguesía y de los latifundistas. Así como los principales medios de comunicación, con los cuales Chávez tenía especial predilección por enfrentarse, amplificando el alcance de su estilo propio de oportunismo.
Tal vez ni tan particular, ya que la inversión estatal en mejoría de la educación, por ejemplo, fueron aprendidos de Fidel Castro, en Cuba, país con el cual la Venezuela de Chávez tenía estrechas relaciones y que también pasa lejos del socialismo que alardea, al contrario de lo que muchos piensan románticamente. Las impresionantes demostraciones de masas, principalmente ahora, en el velorio de Chávez son consecuencia de la increíble máquina de propaganda, asociada a la corporativización de los sindicatos y movimientos populares.
Desde el punto de vista de los cambios radicales que los pueblos de las semicolonias tanto necesitan y del camino para hacerlas realidad, el mayor perjuicio que oportunistas del calibre de Chávez pueden causar es dar sobrevida al electoralismo y a las ilusiones constitucionales. Las siglas de la “izquierda” electorera en Brasil no pensaron dos veces en afiliarse al bolivarianismo, defendiéndolo como ejemplo de la constitución de un “gobierno popular” a través de las elecciones.
Y más, a los críticos del falso socialismo de Chávez, tratan inmediatamente de oponer, con pretensa superioridad moral, una lógica mecánica y, por lo tanto, antidialéctica, siempre tildando los críticos de derechistas. Es siempre algo cómo: “si está contra Chávez, está a favor de USA”. Es el mismo método que defensores de la gerencia PT-FMI utilizan: “está criticando el PT es porque es del PSDB”; o aún, en Río de Janeiro: “si denuncia la policía es porque defiende el tráfico”.
Es con ese tipo de raciocinio tacaño y mezquino que se intenta descalificar cualquier oposición a sus políticas de sumisión al imperialismo travestidas de populares.
Es verdad que la fracción de la gran burguesía (la compradora) fue desplazada del poder porque Chávez privilegió la otra (la burocrática) lo que hace las cosas más fáciles para esa gente. Principalmente el monopolio de la prensa hace el trabajo más sucio posible, a toda hora dejando escurrir la baba rabiosa.
Por encima de todo, es preciso colocarse al lado del pueblo y de sus intereses, que sólo serán conquistados a través de la lucha sin cuartel contra el imperialismo, la gran burguesía y el latifundio. Ese punto de vista es inconciliable con aquellas personas o siglas electoreras que defiendan una reforma, “toma del Estado por dentro” o “transición gradual y pacífica” al socialismo.
No hay, para las masas, tanto de Venezuela como del Brasil, así como para el pueblo de cualquier semicolonia, ninguna posibilidad de profundas y radicales transformaciones, mejor dicho, de una revolución, por el camino de las elecciones, de los pactos de gobernabilidad y alianzas con viejas oligarquías, lo comprueban muchos ejemplos en la historia.
La cuestión principal es la construcción del poder para el pueblo, pues como diría el gran Lenin: “Fuera del poder todo es ilusión”.
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