En las últimas semanas crecieron las intervenciones de Bolsonaro en diversos órganos ejecutivos como parte de la pugna palaciana entre la extrema-derecha y la derecha del Alto Mando de las Fuerzas Armadas (ACFA) reaccionarias por la dirección de la ofensiva contrarrevolucionaria preventiva.
La Policía Federal, por ejemplo, cuyo mando está alineado con la derecha militar y civil (núcleo del establishment: el ACFA, el grupo selecto de procuradores, dueños de grandes corporaciones del agronegocio, del sector industrial y banqueros, cabeza del monopolio de prensa, todo monitoreado por el imperialismo yanqui) será blanco de intervención de Bolsonaro, y el apuntado para ser el nuevo director-general de la institución es Anderson Torres, amigo personal de los hijos del fascista.
Para el comando del Ministerio Público Federal, otro órgano hoy bajo control de la derecha, Bolsonaro indicó Augusto Aras que, aunque tenga un pasado “petista”, sólo fue indicado después de largo periodo de negociaciones secretas con Bolsonaro, en reuniones no oficiales. De salida, Raquel Dodge, impuesta en el cargo por el ACFA, a través de Temer, afirmó que es preciso “quedar alerta con los riesgos a la democracia”.
Todos esas “reacomodaciones” son aspectos visibles de una pugna sorda mucho mayor. Es expresión de la disputa cada vez más feroz entre los intereses de las fracciones de las clases dominantes, mediante la profunda crisis de descomposición del atrasado capitalismo burocrático del país. Peleas de fuerzas que sólo se unen para imponer “reformas” de incremento de la explotación del pueblo y de políticas vende-patria. Todo esto y el inevitable levantamiento del pueblo, cada día más indignado, son partes del largo y tormentoso proceso de rupturas del camino sin vuelta en que entró el Brasil.
Tal situación política actual es producto de la convergencia de factores, tales como la crisis general de descomposición del capitalismo burocrático (en recesión profunda desde 2015, que se arrastra entre frágiles señales de lenta recuperación, ya apuntando para más caída y depresión), la agonía del sistema político corrupto sin legitimidad y credibilidad, frente al cual se abrió un nuevo ciclo de revueltas populares por todo al país y bien expreso nos 56 millones de personas que boicotearon las últimas elecciones. Situación política que ya había encendido la luz roja de la vieja orden del peligro de revolución, frente al cual la reacción desfechó su ofensiva contrarrevolucionaria preventiva, a principio, como “Lava Jato”. Situación agravada por el impacto de la crisis general, que se profundiza, del imperialismo. Es la crisis general del camino burocrático de la vieja orden.
Esa ofensiva contrarrevolucionaria desatada preventivamente objetiva cumplir las tres tareas reaccionarias de salvación de la vieja orden putrefacta. O sea: 1) recuperar la economía para impulsar el decadente capitalismo burocrático; 2) reestructurar el viejo Estado con un régimen de centralización absoluta del poder en el Ejecutivo para asegurar total control y unificación de las acciones del Estado; y 3) incrementar la represión y endurecer la ley penal contra la lucha popular para conjurar el peligro de revolución y chafar la rebelión popular. La extrema-derecha militar y civil (grupo de Bolsonaro guiado Olavo de Carvalho, tropas de sub oficiales y sargentos de las Fuerzas Armadas reaccionarias, jefes de iglesias neo pentecostales y otros) y la derecha militar y civil encabezada por el ACFA quieren imponer tal régimen de centralización absoluta en el Ejecutivo, sin embargo hay una división crucial sobre la forma que debe tomar tal régimen político de salvación de la vieja orden.
El ACFA que desencadenó la ofensiva contrarrevolucionaria preventiva, compaginada con el plan yanqui de profundizar la militarización en América Latina, pretende viabilizar tal régimen por vía constitucional, pero no por amor a alguna “democracia” y sí por estar seguro de que imponer un régimen militar hoy levantará de pronto una amplia resistencia en la sociedad brasileña de total repudio y rechazo a los militares. Con la accidental elección de Bolsonaro, aunque el ACFA tenga empalmado el gobierno e impuesto un “gobierno de hecho”, la obstinación del grupo fascista del presidente en imponer un régimen militar hizo abrir esa disputa por la dirección de la ofensiva contrarrevolucionaria. División y lucha que se radicalizan, ya en el límite, envolviendo todas las instituciones del viejo Estado – tal división y lucha tienen como centro la crisis en las Fuerzas Armadas.
Y la crisis militar que se agrava con las pugnas palacianas ganó un nuevo ingrediente con la “reforma de la Seguridad Social de los militares” que puso las tropas en pie de guerra con el sector de los altos oficiales lleno de privilegios. Tropas que, hasta entonces, muy alineadas a Bolsonaro, ahora cuestionan el presidente por traicionar el compromiso y la promesa con ellas. Con sus declaraciones, aparentemente desbocadas, Bolsonaro propagandea su extremismo, especialmente en la tropa, y pretende ganar adeptos nuevos y mantener los antiguos, que desconfían que el “viejo” Bolsonaro extremista ya no es el mismo, encorralado que se encuentra por los generales del AFCA.
Además de esas dos bandas ultra reaccionarias que disputan la dirección de la ofensiva contrarrevolucionaria, en la lucha intestina de las clases dominantes de grandes burgueses y latifundistas, serviles del imperialismo, actúan otras dos fuerzas políticas electoreras. Una es la de centro-derecha, compuesta por partidos tradicionales (PSDB, MDB, DEM etc.) y diversos grupos de poder de los viejos zorros de la política electorera, en general presentes en el parlamento y en el Supremo Tribunal Federal (STF). Tal centro-derecha se aprovecha de la división en el seno del golpe en marcha para imponer derrotas puntuales a los planes que directamente afectan sus intereses particulares. La otra fuerza política, que busca sobrevivir sumándose a ese campo de los adoradores de la vieja democracia y su “Estado democrático de derecho” es la falsa izquierda oportunista electorera (PT, PCdoB, Psol, además de PSB, PPS y PDT) y sus satélites trotskistas y/o post-modernos (PSTU, PCO, PCB).
Como parte de las movilizaciones de esas dos fuerzas – centro-derecha y falsa izquierda –, hace algunos meses, en el STF, Días Toffoli y Alexandre de Moraes impusieron una “investigación” con la cual el propio tribunal realiza averiguaciones sobre “ataques al supremo” – investigación que es exclusiva al Ministerio Público. Tal acción de la centro-derecha fue lanzada aprovechándose del rebullicio que causaron los ataques de la extrema-derecha al STF durante la crisis institucional en abril, que destacamos en la última edición.
Tal “investigación” ya emprendió búsqueda y aprehensión en la casa de un general derechista que flirtea con el bolsonarismo, Paulo Chagas, por sospecha de ataques a la institución, causando alborozo entre la derecha y la extrema-derecha. Con eso, los ministros se arman para disuadir cualquier tentativa de promover operaciones del tipo de la “Lava Jato” en el STF.
Aunque Toffoli y algunos de los otros ministros del STF (Carmén Lúcia, Alexandre de Moraes, Celso de Mello y otros) estén acuartelados por los generales y cedan más o menos fácilmente a las presiones de la ofensiva contrarrevolucionaria, el nicho y la posición política de esas figuras es la centro-derecha y la defensa mediocre de un deshidratado “Estado democrático de derecho”. Además, teniendo la ofensiva contrarrevolucionaria la tarea de la centralización absoluta de poder en el Ejecutivo, ella invariablemente chocará con los grupos de poder que hoy hegemonizan los otros dos “poderes” de la república.
Otro episodio que fue un golpe inesperado contra los planes del ACFA (desató y comanda la “Lava Jato”), en beneficio inmediato de la centro-derecha y del oportunismo, se refiere a la filtración de los mensajes de Moro y procuradores, que revela la maquinación secreta de la ofensiva contrarrevolucionaria y pone en jaque todo el modus operandi aplicado. La soltura de Luiz Inácio y, consecuentemente, de varios figurones, puede derretir todo el avance del plan contrarrevolucionario de “lavar la fachada” del sistema político por la vía institucional e, inclusive, imposibilitarlo.
La falencia completa de la “Lava Jato”, por la cruzada moralista e ilusoria salvación de la patria que generó, escandalizaría la sociedad y lanzaría más desmoralización de las instituciones y más caos. La extrema-derecha que predica moralidad y sabotea la “Lava Jato” que ronda componentes suyos, ganaría con su fracaso, pues esto favorece la ruptura institucional, tan propicia a la imposición de la orden fascista por tal fuerza predicada cómo “única salvación para la nación” ante el “terrible peligro del comunismo”.
Para evitar el derretimiento de la “Lava Jato”, los generales del ACFA (secundados por la “artillería pesada” del monopolio de prensa) presionan diuturnamente el STF a abandonar sus intenciones de juzgar la actuación sospechosa de Moro y de liberar Luiz Inácio. En eso se chocan con Gilmar Mendes, representante nato de la centro-derecha. Con amenazas y advertencias, los generales explicitan que cualquier mueva decisión contraria a la “Lava Jato” lanzará el país en el caos institucional, en el desorden y anarquía, especialmente porque pueden perder para la extrema-derecha la narrativa en la opinión pública reaccionaria. Situación en la cual, para no perder totalmente el control de la dirección del Estado, serían obligados a lanzar un golpe y poner los tanques en las calles en nombre de mantener la propia orden constitucional, restando saber en dónde desembocaría la crisis militar y cómo reaccionarían las masas.
Entre las tres fuerzas reaccionarias (extrema-derecha, derecha y centro-derecha) el punto de unificación es la irreversible defensa de la vieja orden de explotación y opresión a cualquier costo, aunque diverjan sobre la forma política a adoptar. Irán a enfrentarse, como pugnan desde ya, pero estarán siempre dispuestas, al final de cuentas, a unirse cuando las masas populares se levanten en grandes revueltas y estas tomen forma de contraofensiva revolucionaria. En esta situación, el campo del oportunismo balanceará, sin rumbo inicialmente, pero la mayoría de él terminará haciendo coro con la reacción.
Si la extrema-derecha lograr imponer el régimen militar fascista que predica, arrastrando junto de sí la derecha militar, tenderán la centro-derecha y el oportunismo a mantenerse en un campo intermediario, entre revolución y contrarrevolución, bramando “ ¡ni uno y ni otro!”, pero sólo transitoriamente. Si la derecha triunfar sobre la extrema-derecha, imponiendo su forma de máxima centralización de poder en el Ejecutivo encubierta del velo constitucional y mueca “democrática”, al fin y al cabo, tanto la centro-derecha cuanto la mayoría de la falsa izquierda oportunista – sedientas electoreras – se unirán a la ofensiva contrarrevolucionaria en oposición a la revolución.
Brasil entró en un nuevo periodo de grandes tempestades. El camino democrático de las masas populares está renovando sus fuerzas. Inevitablemente, irá gestar y organizar sus instrumentos de lucha. Sabrá volver a erguir el partido revolucionario del proletariado para encabezar su contraofensiva revolucionaria. Desafiando el viento y la marea esa contraofensiva se tornará como un poderoso tifón para remover y barrer, en una tormentosa y prolongada guerra, parte por parte, todo el retraso secular a que están sometidos el pueblo y la Nación, barrer las tres montañas de explotación y opresión: el latifundio, el imperialismo – principalmente yanqui – y el capitalismo burocrático.
Para las masas populares – esa sí, fuerza política capaz de transformaciones extraordinarias, inimaginables –, masas históricamente explotadas y oprimidas, hoy más aún pisoteadas y engañadas por las cuatro fuerzas de las clases dominantes, sólo les cabe el camino de la lucha combativa y violenta. A los demócratas y revolucionarios que defienden y asumen los intereses máximos de esas masas, sólo les cabe una actitud: abandonar las ilusiones constitucionales y se preparar para la lucha dura y prolongada, fundiéndose con las masas. En suma, estallar y desarrollar la gran batalla, persistiendo incansablemente hasta triunfar la Revolución de Nueva Democracia.