Aunque la llamada delación del “fin del mundo” no fue divulgada en toda su amplitud, ya es posible aquilatar el pánico que atinge al pantano en que se constituyó el sistema político brasileño.
Hechos, bien emblemáticos del hundimiento de los tres podridos poderes de este simulacro de República, ocurrieron en los últimos días. Primero fue el encuentro, de Michel Temer, por el ejecutivo, Rodrigo Maia, por la Cámara de los Diputados y Eunício Oliveira, por el Senado, ambos jefes del legislativo y Gilmar Mendes, ministro del Supremo por la judicatura, tratando, en el mejor estilo mafioso, de conjurar la crisis política que amenaza llevar junto, todo el empodrecido sistema político con sus caciques, mandones y cabecillas, así como todas las siglas del partido único. Otro, fue el escándalo escenificado por Gilmar Mendes al descalificar el Ministerio Público por las filtraciones de los testimonios y amenazando, inclusive, de impugnar las delaciones premiadas y la respuesta que recibió de Janot que sin citar su nombre lo calificó de comensal de los grupos de poder.
Estas tratativas son antiguas en nuestra historia política. A mediados del siglo pasado el periodista Aparício Torelli con la irreverencia que lo caracterizaba, haciendo burla de la corrupción endémica en Brasil, proponía: “O se instaura la moralidad o nos enriquecemos (ilegalmente) todos”. En realidad, nunca tuvimos ni una cosa ni otra, pues los pactos concertados en la política brasileña, por ser extremadamente casuísticos, postergan la instauración de la moralidad y garantizan el enriquecimiento solamente de los oligarcas y burócratas de alto nivel, a cuesta de los impuestos pagados por la población.
La difícil tarea en las manos de la patota es conseguir engañar el pueblo brasileño en las próximas elecciones las cuales se realizarán en 2018. Más difícil aún será encontrar la fórmula que consiga librarlos de los crímenes imputados por la operación “Lava-jato” al mismo tiempo que garantice su elección en la próxima escenificación de la farsa electoral.
Prueba de la bancarrota del sistema político de gobierno como expresión de la descomposición del viejo Estado, una vez más la propuesta de una reforma política es lanzada como panacea. Esta vez se clama por una reforma de emergencia basada en la votación en lista cerrada, según la cual el elector en vez de votar en un candidato, votará en una lista elaborada por los mafiosos de las siglas del partido único, sin poder indicar cuál es de su preferencia. Esta propuesta fue rechazada por 90% de los parlamentarios, cuando presentada hace poco más de un año, ahora, ante la actual situación, los nobles legisladores cambiaron de táctica y pasaron a ser favorables al voto en lista cerrada.
Gilmar Mendes, amigo de Temer hace treinta años, habla que la gran cuestión es la de separar el dinero del candidato, o sea el dinero va a circular, pero sin vinculación con los candidatos. Además de todo propone la creación de un fondo de cerca de cinco mil millones de reales para el costeo público de las campañas.
Es posible que encuentren una fórmula que contemple la mayoría de los congresistas, sin embargo, difícilmente contemplará la gran masa del electorado muy fastidiado y aún más desconfiado con las maquinaciones de esos canallas que cada dos años vuelven para le cometer el cuento del tío.
El monopolio mediático, teniendo al frente la red Globo, ya ensaya sus encuestas con el objetivo de direccionar la voluntad del electorado, sin embargo, su tramoya no impedirá el repudio a la farsa electoral. Tampoco va a triunfar el reaccionario discurso del “rearmamento moral” de los militares, presentándose como salvadores de la patria, ni a través de desbocados fascistas como Bolsonaro, ni los oportunistas electoreros repitiendo su “desarrollismo” burocrático, escenificando una vez más la farsa de su tragedia. No van a conseguir.
Diferente de la proclamación de la República a cuya escenificación, en las palabras de Aristides Lobo, “el pueblo asistió bestializado”, esta farsa preparada por la colusión de los poderes de esta república no quedará impune. La protesta popular tomará, por diferentes medios y formas, un volumen nunca visto en nuestra historia y enfrentará la guerra civil reaccionaria en que el país ya se encuentra hundido. Las masas populares aprendiendo a defenderse en este enfrentamiento harán uso de la justa belicosidad para imponer sus intereses.