Las manifestaciones de los días 13 y 15 de marzo polarizaron el comentario político de los días siguientes y demuestran algunas verdades inconvenientes para el oportunismo y preocupantes para los verdaderos demócratas y revolucionarios de nuestro país.
Las protestas del día 13, convocadas por las centrales sindicales y otros movimientos sociales oficialistas, con la CUT al frente, en apoyo al gobierno, comprobaron lo que ya se sabe hace más de diez años. El oportunismo electorero perdió la conexión con las masas y no es más capaz de movilizarlas. Reunieron fundamentalmente activistas y empleados de estos movimientos y de los partidos de la “izquierda” oportunista electorera. El poco de masas participantes fue movilizado días antes en reivindicaciones específicas. Y, aun así, los movimientos sociales cooptados presentes tuvieron que criticar, aunque suavemente, el “gobierno” por sus medidas antipueblo más evidentes.
Ya las manifestaciones del día 15, contra el gobierno, convocadas por redes de internet por un frente de personas, grupos y movimientos que se caracterizan por “apolíticos”, nacionalistas y otros reconocidamente reaccionarios, de la derecha tradicional anticomunista visceral, viudas del régimen militar tuvieron presencia masiva. Estas reunieron centenares de miles de personas en todo el país, movilizando gente principalmente de las pequeña y media burguesías, tan numerosas cuánto de peso prominente en la formación de opinión pública. Además de mucha gente que no votó en Dilma, seguramente participaron también electores del PT arrepentidos y decepcionados con el estelionato electoral del partido.
De cualquier forma, el creciente sentimiento anti-PT, que la sigla y toda su órbita aún intentan, de forma religiosa, descalificar como “cosa de la derecha”, comienza a ganar, si no forma, pero volumen incompatible con las bromas de “cosa de rico”, como si su gobierno no fuera derechista y para los ricos. De hecho, los verdaderamente ricos, como los bancos, las transnacionales, los latifundistas, usinas de caña de azucar y congéneres del “agronegocio”, estos no estaban en las calles el día 15 de marzo, porque apoyan la gerencia petista, no por simpatía gratuita, pero por los excelentes servicios a ellos prestados.
Toda gritaría histérica que se repitió por los medios de la “blogosfera progresista” bancada por el PT, así como por la guerrilla virtual de sus militantes en las redes sociales en internet, ahora ya con los ojos desorbitados y frío en la barriga, de que el “golpe de la derecha” se avecina, el “fascismo está creciendo”, etc., sólo es una tentativa de esconder su grande y grueso rabo fascista. Sea lo avergonzado, o mejor lo descarado, de quien envía tropas del ejército para ocupar barrios pobres, la militarización de toda la sociedad, que promueve matanza de liderazgos en el campo, persecución de movimientos populares no domesticados y aún prisiones políticas de la juventud combatiente, obras hechas para justificar su vil conducta vende patria de llevar al extremo la desnacionalización y la desindustrialización de la economía, su primarización completa, la carestía y el desmontaje de la salud y educación públicas.
La reacción de Dilma y su séquito a la manifestación del día 15 fue en el mismo tono inocuo con que prometió las medidas durante las protestas de junio, entre las cuales “reforma política”. De hecho, esa dicha “reforma política” irrealizable es el mantra sagrado con el cual el PT y toda la “izquierda” oportunista electorera, inclusive de oposición, pretende ahora hipnotizar incautos. Y, dígase de pasada, bajo gobiernos de turno de los grandes burgueses y latifundistas a servicio del imperialismo, como en Brasil, “Reforma Política” y “Asamblea Constituyente” no son más que nuevas versiones de la farsa electoral.
En su desfachatez y pusilanimidad, e intentando mantener pose olímpica mientras el barco hunde, Dilma, para dorar la píldora de esa podrida democracia, tuvo el desplante de afirmar que hoy en Brasil nadie más es perseguido por participar de manifestaciones, protestas y huelgas. Justo ahora que la represión del viejo Estado prende, procesa y condena jóvenes que se rebelan contra todo este estado de cosas.
Las dos manifestaciones, por sus contenidos, banderas y reivindicaciones levantadas, no defendieron los intereses de las amplias masas trabajadoras de la ciudad y del campo, tampoco de la independencia y soberanía nacionales. Una, gubernista, no va más allá de llamamientos contra lo que consideran “retroceso” del “paquetazo” de Dilma. La otra delira con la idea de que cambiar el partido en el gobierno es la solución.
Una fue la cantilena de siempre de una “izquierda” reformista electorera que nada tiene más de izquierda; reformismo de retórica y oportunismo sin límites, toda ella empantanada en su burocratización. La otra, más una fiesta de tipo cívico-patriótica, donde se cantó decenas de veces el himno nacional y un repudio a la corrupción desbragada meramente moralista. Ambas elogiadas como manifestaciones pacíficas y ordenadas.
Se nota nítidamente que, al contrario de estas, las manifestaciones de las jornadas desatadas en junio de 2013, combativas desde el inicio, fueron modulándose por los blancos que unificaron y bajo los cuales se vertió la furia popular: los bancos, las corporaciones transnacionales y, claro, las casas que abrigan las instituciones empodrecidas que gestionan el país: el Congreso Nacional, Asambleas Legislativas, Cámaras de Concejales, palacios de gobiernos y ayuntamientos, además de sedes del poder judicial y de las fuerzas represivas del viejo Estado. En los barrios populares con los bloqueos de calles y avenidas, en el campo con cortes de carreteras. Y, obvio, tachadas por el monopolio de la prensa como violentas, en la medida en que fracasaron sus intentos de manipularlas, sufrieron la más brutal represión y una cruzada mediático-jurídica de criminalización.
Si el tiempo parara y quedáramos solamente en estas manifestaciones, diríamos que las jornadas de junio sacudieron lo que hay de viejo y putrefacto en el país y llenó de temor los “poderosos”. Las de ahora acomodan el pantano y tranquilizan los adoradores de la falsa democracia vigente. En apariencia, las dos manifestaciones recientes fueron una a favor del actual gobierno y otra contra. Pero, asestando más al fondo, la crisis y agitación política crecen y es un proceso de salto en la politización general de la sociedad, síntomas de una situación revolucionaria que está desarrollándose en el país y que no cesará tan rápidamente.
Así como no hay lo que defender en la gerencia petista lo que le resta de las banderas ya rotas del asistencialismo del “Bolsa Familia” y de las maravillosas promesas de la “Pre-Sal”, embarcar en el canto de sirena de impeachment o aún en el devaneo golpista, no cambiará nada la situación de las clases trabajadoras y subyugación de la nación. Muy al contrario, ahí está en qué resultó el “Fuera Collor”: el refuerzo de las ilusiones en el sistema vigente que actualmente hunde el país. Y en cuanto a los 21 años de régimen militar que enlutó la nación, sin comentarios.
Las fuerzas políticas del país cada día más serán colocadas a prueba delante de crecientes y masivas manifestaciones.
Una indicación del ejemplo a continuación viene de los profesores paranaenses, de los barrenderos y funcionarios del Comperj, en Río de Janeiro, y diversas otras categorías que deciden por huelgas combativas e independientes de las direcciones sindicales vendidas y partidos electoreros. Comienzan a sonar los llamamientos por una huelga general. Impulsar la toma de tierra, apoyar decididamente el movimiento campesino combativo que se bate por la revolución agraria y fortalecer la alianza obrero-campesina forjará el camino nuevo.
Cabe a los revolucionarios y verdaderos demócratas y patriotas elevar sus tareas políticas de organización y propaganda fundiéndose con las masas en movilización, levantando alto el programa de transformaciones democráticas para barrer toda la dominación de los grandes burgueses, latifundistas y del imperialismo sobre nuestro heroico pueblo y sobre nuestra Patria. Para desenmascarar todos los oportunistas de la falsa “izquierda” y de la derecha declarada, que se empeñarán cada vez más, y con el concurso del monopolio mediático, en desviar el pueblo del único camino posible para operar las transformaciones históricamente demandadas y nunca realizadas: la revolución democrática agraria antiimperialista.
La revolución popular para liquidar con el latifundio y entregar la tierra a los campesinos pobres sin tierra o con poca tierra; confiscar todo el gran capital y proteger la pequeña y media propiedades; romper las relaciones de dominación y subyugación por el imperialismo y defender la soberanía e independencia del país; impulsar la cultura nacional, científica y de masas; y destinar todos los recursos para el bienestar general del pueblo y la prosperidad de la Nación. Finalmente, liquidar el viejo Estado burocrático y genocida y edificar un nuevo Estado democrático-popular para realizar una Nueva Democracia.