Una etapa de la farsa electoral culmina el día 7 de octubre, con la elección de los concejales y de la mayoría de los alcaldes del Brasil. Restarán los pleitos que serán definidos en la segunda vuelta, aún en octubre, el día 28.
Como siempre, los candidatos derrocharon mentiras y suciedad por las ciudades, perturbaron los oídos de la población, gastando millones en campañas financiadas por los monopolios y por las máquinas del Estado y cofres públicos.
Todas las instancias del viejo Estado se empeñaron al máximo para evitar que el proceso electoral fracasase: una tendencia que se verifica en cada nueva “fiesta de la democracia”. Millones fueron gastados en publicidad para que los ancianos votasen, para que los jóvenes de 16 a 18 años obtuviesen sus títulos de elector, para que el pueblo creyera que la “Ley de la Ficha Limpia” funcionará, finalmente, todo en función de garantizar la legitimidad de otra farsa electoral, fundamental para el mantenimiento del dominio imperialista sobre el Brasil, a través del control del viejo Estado por la gran burguesía y por los latifundistas, independientemente de quien lo gestiona en nombre de esas clases.
Combinada con la ufana publicidad estatal, la alta credibilidad de la gerencia petista junto al capital financiero internacional y la atracción de grandes eventos internacionales para el país, la farsa electoral se constituye en un elemento importantísimo para entorpecer las masas, una forma de distracción de las luchas populares que se intensifican.
Los partidos de la llamada “izquierda” centrista y electorera de la oposición, oportunistas, revisionistas, conciliadores y reformistas (ya ni hablamos aquí de PT y PCdoB), no podrían causar mayor asco de que cuando defienden su participación en la farsa electoral con justificaciones de “acumulación de fuerzas”, “disputa del Estado por dentro”, “voto responsable” y otras baboserías. Eso sin hablar que los resultados son mediocres y menguan a cada escrutinio, lo que resulta simplemente ridículo. No son capaces ni siquiera de vender sus ilusiones, sin embargo no dejan de macular las banderas del socialismo y del comunismo con sus charlatanerías y vulgarización de la ciencia del proletariado.
Ajenas a toda esa publicidad engañosa, las masas demuestran que están cada vez más convencidas de que ningún cambio en su beneficio saldrá del resultado de las elecciones. Nunca se vieron tantas manifestaciones espontáneas de repudio a los candidatos y sus propagandas.
Son transeúntes que patean caballetes con propagandas de políticos, personas que se organizan para garabatear y quemar las placas publicitarias, etc. Y mejor que todo, los comités de boicot a la farsa electoral esparcidos por el país, que proclaman abiertamente para no votar y disputan la opinión de las masas con la propaganda revolucionaria.
Si es verdad que en las elecciones regionales los índices de electores que no comparecen, votan en blanco o anulan son bajos, también es verdad que ese número se amplía. Si aún sobreviven el clientelismo y la abierta compraventa de votos en los barrios, cuando se tiene un vecino o conocido como candidato, también ganan masividad las protestas y manifestaciones contra los abusos y la corrupción en todos los niveles de la administración pública.
Y de nada sirven las escenificaciones cómo el actual juicio del llamado “mensalão”, supuestamente destinados a moralizar la “manera de hacer política” en el Brasil. Insistimos que los crímenes cometidos por los envueltos en el esquema petista no fueron los mayores en el tema corrupción y no llegan ni cerca de los verdaderos crímenes cometidos contra la nación brasileña por las sucesivas gerencias, como la desindustrialización, desnacionalización de la economía, la entrega de las riquezas naturales, la completa sumisión al diktat del imperialismo en todas las cuestiones de peso.
Nos resta entonces el camino de la lucha, pero no una lucha cualquiera. Y el boicot activo a la farsa electoral apunta para la lucha por la liberación de la nación y del pueblo brasileño del imperialismo, de la gran burguesía y del latifundio. Al lado de la denuncia del carácter farsante de las elecciones, es preciso hacer la más amplia propaganda de la revolución de nueva democracia y de su programa, así como de la construcción de los instrumentos fundamentales para tornarla realidad.
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