Nuevamente el corso de la farsa electoral fue colocado en las calles en medio a una profunda crisis de podrecimiento del viejo Estado brasileño, crisis ésta que continúa profundizándose, a pesar de todos los intentos oficiales y oficiosos de querer convencernos que vivimos maravillas, como “nunca en este país”. El monopartidismo consolidado desde 1964 desfila feliz mientras las siglas electoreras – todas anti operarias y de traición nacional – ensenan, como siempre, confrontar programas e ideas distintas en la disputa por la “alternancia” en los cargos electivos.
Las coligaciones formadas para la disputa de los más de 5 mil municipios son demostración inequívoca de que, en esta vieja democracia, los partidos y políticos no son más que, literalmente, harina del mismo saco. Es la expresión y revelación de su verdadera naturaleza y esencia burguesa, burocrática y reaccionaria. Mientras que en las grandes ciudades, tucanes y petistas se esfuerzan para marcar diferencias que en la práctica no existen y contienden en busca de votos, en el interior fueron efectuadas más de mil coligaciones entre los dos partidos. Eso sin hablar en las coligaciones “informales”, como la de Belo Horizonte, donde un acuerdo entre el alcalde Pimentel y el gerente estadual Aécio Neves lanzó la candidatura Márcio Lacerda, por el PSB, en “rebeldía” con la dirección del PT.
El viejo y carcomido Estado, dependiente de ese aliento representado por la pretensa renovación propiciada por las elecciones, invierte en todos los campos para garantizar el aflujo de electores a las urnas en octubre. En una de las campañas publicitarias más ridículas de todos los tiempos, es mostrada la verdadera concepción de la participación política permitida al pueblo en esta vieja democracia. Bajo el eslogan de que “cuatro años es mucho tiempo”, intentan “concientizar” las personas a escoger bien en las elecciones, bajo pena de corregir sus elegidos solamente cuatro años después. Es así, para las clases dominantes que erigieron este sistema de Estado y de gobierno en que vivimos, esto es lo máximo de participación política permitida al pueblo, aunque sea preciso escoger entre el fuego y la sartén. Porque, sea cuál sea el resultado de las elecciones, la victoria será del latifundio, del capital burocrático y del imperialismo.
Es cada vez más difícil mantener esa farsa, es una cara operación para el viejo Estado de grandes burgueses y latitudinarios. El pueblo (las masas de trabajadores del campo y de la ciudad y sus aliados) percibe cada día con más claridad que no será esa la solución para sus problemas. Los recurrentes escándalos de corrupción, robo de derechos, masacres contra pobres y el incremento de la política fascista comprueban que el problema no es de elección entre unos y otros, sino de que mientras perdurar esa estructura podrida del Estado brasileño, nunca habrá una verdadera democracia en Brasil.
Cada proceso electoral, más y más brasileños dejan de comparecer a la urnas, aunque el voto sea obligatorio. Además de los votos en blanco y nulos. Esa desilusión con “la democracia” sólo no se transformó en acciones populares más consecuentes y contundentes por qué esas masas aún no se dieron cuenta de la verdadera naturaleza de esa “democracia”. De cualquier forma sirve, aunque de forma muy lenta, para elevar la conciencia del pueblo. Es lo que se ha expresado en la disminución de la credibilidad de los sucesivos gerenciamientos de turno, que dependiendo de un mínimo de apoyo popular, cada vez más necesitan se desdoblar en los esfuerzos y malabarismos para seguir engañando y sustentarse en sus cargos.
En la ciudad de Río de Janeiro, donde se aplica con mayor esmero el recetario imperialista de la represión ilimitada sobre las masas populares, la carrera electoral ganó contornos dramáticos cuando el gerente estadual, Sérgio Cabral Filho, requirió tropas federales para garantizar las campañas en las favelas y áreas dominadas por grupos paramilitares y traficantes. Un nuevo pretexto para el refuerzo en las tropas de represión del Estado, que tienen en los paramilitares y traficantes sus fuerzas auxiliares.
Toda la historia de la república brasileña es una demostración de cómo es falsa la propaganda de que vivimos en una democracia. Así como en los largos períodos de dictadura fascista declarada, los periodos “democráticos” fueron todos caracterizados por las mismas políticas que, de modo sofisticado o no, han colocado a la nación brasileña bajo las garras del imperialismo y el pueblo debajo de la más infamante dictadura de la burguesía.
No se trata aquí de exigir de este viejo Estado más espacio y “representatividad” para el pueblo, porque eso contraría la teoría según la cual el Estado es un órgano especial de represión de una clase sobre otra, siendo su sistema de gobierno la forma por la cual las clases dominantes dirigen.
Pero, poco a poco, el pueblo va percibiendo que es preciso hacer algo por la emancipación de las clases explotadas y oprimidas y para liberar el país de la subyugación nacional, algo que no se limite al comparecer a las urnas de dos en dos años, pero que muestre el protagonismo político que merecen tener esas mismas clases, dirigidas por el proletariado.
Impulsar los movimientos populares clasistas y combativos, destruir el latifundio entregando la tierra a los campesinos pobres sin tierra o con poca tierra, liberar y desarrollar las fuerzas productivas en el campo, construir el Poder Popular paso a paso, ese es el camino para construir una verdadera y nueva democracia para el pueblo y la Nación brasileña.
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