El imperialismo es la guerra. Así se intitulaba el editorial de la edición n° 53 de A Nova Democracia, en junio de 2009, y afirmaba:
“La crisis en la cual se hunde el imperialismo y las economías de todo el mundo, se desarrolla como tendencia histórica de la época de los monopolios, la cual se trata de encubrir con los ‘planes de socorro’ del capitalismo mundial. Lejos de ser la de la salida pacífica, promoviendo mercados o el bienestar de las poblaciones, esta tendencia es la guerra.”
Entonces en el auge de la llamada “crisis de las hipotecas”, la economía yanqui se debatía (y aún se debate) entre la ayuda billonaria a los bancos, el sacrificio de la población más pobre de USA y la colocación en marcha de planes siniestros de guerras de agresión para una nueva repartición del mundo entre las potencias imperialistas.
Y en la ocasión, como ahora, era posible llegar a tal conclusión con base en la comprensión de una de las contradicciones fundamentales de nuestro tiempo, la interimperialista, o sea, la que opone las potencias imperialistas entre sí, en la disputa por el control de las fuentes de energía, materias primas y por mercados cautivos para sus monopolios. En momentos de crisis aguda, como ahora, los acuerdos de división del mundo celebrados anteriormente pasan a no satisfacer los interesados, se conforman bloques e invariablemente sobreviene la guerra para que la repartición sea hecha por los vencedores.
Es de suma importancia tener eso en mente cuando se trata de las intervenciones militares, invasiones, ocupaciones, fomentos de guerras civiles, etc., principalmente en el norte de África y Oriente Medio, pues toda esa inmensa región es estratégica para la geopolítica (política del imperialismo) mundial. Como resultado de las rebeliones populares iniciadas en 2010, ocurrieron caídas de regímenes para sustitución de amos imperialistas, e inclusive para la profundización de la dominación de una misma potencia.
Así, lo que sucede en la Siria debe ser comprendido de la misma manera. Primero, se trata de una lucha entre bloques imperialistas por su dominación. De un lado figuran básicamente USA y las potencias de la Europa occidental, con la complicidad de las cautivas monarquías árabes; del otro Rusia, China y aliados como Irán y Corea del Norte. En esos dos campos, a no ser por sus pueblos que condenan la guerra, no hay nada además del interés de apoderarse de la Siria toda o de un pedazo del país.
Sin embargo, la guerra entre el reaccionario régimen de Assad y tropas mercenarias al servicio de USA e Israel, apoyadas por Arabia Saudí y Turquía y por ellos denominadas “rebeldes” y “ejército libre” se instaló hace más de dos años en la Siria, ya consumió la vida de (probablemente) más de cien mil personas, hirió otros tantos centenares de miles y produjo millones de refugiados.
Ahí es preciso entender también una otra contradicción fundamental de nuestro tiempo, la que opone las naciones y pueblos oprimidos a las naciones opresoras, el motor que mueve las guerras de liberación nacional. Son esas las lecciones dadas por la experiencia histórica de la lucha de liberación de los pueblos y reafirmada recientemente por la resistencia nacional de los pueblos iraquí, afgano, palestino, etc.
En el caso de la Siria, no se puede incurrir en el mecanicismo de escoger un lado de la contienda, pero de rechazar ambos como representantes de fuerzas que, antes de cualquier cosa, niegan al pueblo sirio el derecho de decidir el propio destino. Los oportunistas, como siempre, en su nacionalismo burgués estrecho, frente a la amenaza de ataque de USA se posicionan inmediatamente por la defensa del gobierno de Assad y su ejército, mientras claman por la intervención de Rusia y China. Es la política de la subyugación nacional, o sea, la política de la aceptación de que las naciones oprimidas están condenadas a vivir sometidas a una u otra potencia.
La unidad nacional, a través de un frente único revolucionario, para desbaratar las hordas mercenarias y repeler los ataques y agresiones imperialistas sólo puede ser obtenida con amplia democracia popular (y dictadura contra los enemigos) y armamento general de la población. Aunque Assad haya liberado presos políticos de algunas fuerzas de oposición y anunciado alianza con el Partido de los Trabajadores del Curdistán (nacionalidad oprimida por los Estados turco, iraquí, iraní y sirio), nunca fue esta su disposición, y sí, principalmente, la del juego de servir de peón en el tablero de las disputas interimperialistas, con el propósito de sostener su régimen fascista a cualquier precio. ¿Y no es eso lo que estamos viendo ahora con Rusia vendiendo a USA la soberanía de la Siria, permutando la destrucción de sus armas químicas y su adhesión al Tratado de No Proliferación de Armas Químicas por el no bombardeo anunciado por USA? Y más, esto apenas hasta el próximo chantaje de USA.
Así, como para todas las naciones oprimidas, para Siria y su pueblo sólo habrá lugar en el mundo a través del camino de la lucha revolucionaria de liberación nacional y social. La resistencia, por lo tanto, las fuerzas que pueden barrer las tropas extranjeras, los mercenarios y el régimen de Assad, debe ser encontrada entre el propio pueblo sirio, además de la solidaridad y apoyo internacionales de las fuerzas populares democráticas y revolucionarias. Por eso también, hoy suenan aún actuales las palabras del primer párrafo del editorial n°1 (Lo que este debate nos trae) de A Nova Democracia, de junio de 2002:
“Se vive el preludio de la Tercera Guerra. Las operaciones militares no se concentran en Europa, a ejemplo de las guerras anteriores. Al extender su rayo de acción para Europa, Asia y África y, ahora, para la América Latina, el ambiente del conflicto se prenuncia perene y avasallador. El nuevo reparto impone la guerra a todos los pueblos, aumenta las contradicciones internas entre las clases de todos los países y la estrategia imperialista ya nada más acrecienta, excepto el hecho de atraer contra sí el odio de todas las nacionalidades. La resistencia de los pueblos se torna la tendencia principal. O se elimina el imperialismo de la faz de la tierra o él eliminará gran parte de la humanidad.”
Más que nunca se pone en evidencia la máxima levantada por Mao Tsetung de que “O la revolución conjura la guerra imperialista o la guerra imperialista agita la revolución”. El imperialismo se hunde en una colosal crisis, la guerra es su salida, sin embargo las naciones y pueblos oprimidos, tal como Siria, pueden y deben conquistar su liberación a través de la lucha revolucionaria. Se exige para esto el avance en la construcción de la dirección proletaria, el frente único y su fuerza armada.