Ahora oficialmente fue dada la largada para la carrera presidencial, los principales concurrentes se esmeran en el arte de la escenificación barata, al mismo tiempo en que se esfuerzan, cada uno a su estilo, en dar pruebas al imperialismo, a la gran burguesía y al latifundio, de que nada será hecho para contrariar sus intereses y privilegios.
Esta vez el circo ya estrenó con un número cómico con la presentación de los “programas de gobierno” de los pretendientes a sucesor de Luiz Inácio. La derecha más empedernida se deleitó con “la confusión” del PT en el envío de un programa de gobierno “izquierdista”, y movilizó toda su estructura en la prensa para atacar el supuesto riesgo de la implantación de una “dictadura comunista” en Brasil. ¡Es para reír!
Entre los varios aspectos pertinentes a ese factoide, algunos merecen ser comentados.
Primero, con respecto a la tentativa de encuadrar Dilma Roussef, a ejemplo de Luiz Inácio. La revista Veja dedicó diez páginas de su edición de 14 de julio a esta finalidad, aunque en un tono fantasmagórico, erigiendo el “monstruo del radicalismo” para identificar la fiera “petista que Lula domó y ahora desafía a la candidata Dilma”. Se refería a una cierta “izquierda del PT” como responsable por el “equívoco” del cambio de los programas. Veja debe haber recogido la hidra comunista de la tapa en su baúl de recordaciones del viejo “Catecismo anticomunista” del obispo de Diamantina, Don Geraldo de Proença Sigaud. Enseguida dio el consejo a Dilma, diciendo que Luiz Inácio sólo garantizó la elección en 2002 después de la publicación de la “Carta a los brasileños”, obra prima del servilismo vende patria y antipueblo, en la cual da las garantías al capital financiero y a las clases reaccionarias de que nada sería modificado en el país.
Pero esa novela, con todas las palabras, ya fue vista algunos meses atrás, en el 4º Congreso del PT, donde la candidatura Dilma fue aclamada por los militantes de la sigla. En aquella oportunidad el programa de la agremiación también fue atacado a través del monopolio de la prensa por un supuesto sesgo estatista, “radical”, incluso “dictatorial”, como le es de praxis, en su solemne hipocresía, tachar todo que suene a la más leve contraposición a lo que llaman de “democracia”.
Segundo, es respecto a la cuestión de los programas de gobierno de los distinguidos candidatos del partido único. Para los más formalistas, este realmente debe ser un problema muy grave, ya que no admiten que ninguna comilla del programa que emana de las directrices imperialistas sea cambiada de lugar. Para ellos, si el programa ya existe, y es único para los que postulan la oportunidad de gestionar el viejo Estado brasileño, ninguna variante es aceptable. Pero, ¿será este el problema? ¿Tendrán ellos tanta fe en un papel rubricado sin leer (Dilma jura que es así) y entregado al TSE? Finalmente, ¿qué importancia tiene esa historia de programa de gobierno en las elecciones de una semicolonia?
Limpiado el terreno y entendiéndose que a lo sumo se levantan esas cuestiones porque finalmente las diferencias entre los dos principales candidatos, en esencia inexistentes, no pasan de amagos y fanfarronerías, se llega a la conclusión de que tal discusión de dichos programas de gobierno de los candidatos es pura escenificación barata, no representando absolutamente nada.
Además de eso, en la concepción que el oportunismo hace de la política, “programa del partido es una cosa, programa de gobierno es otra”, lo que funciona perfectamente para calmar aquellos militantes del PT aún iludidos con algún propósito verdadero de cambio de su agremiación, por un lado, y también para usar eufemismo y toda suerte de términos tecnocráticos incomprensibles para sellar alianzas con los sectores más conservadores de la sociedad en nombre de una supuesta gobernabilidad. Esta sí, sea esta lo que sea, es de hecho su programa de gobierno.
Siendo apenas diferentes siglas de un partido único, las agremiaciones electoreras sólo pueden presentar programas afines o idénticos, como de hecho está ampliamente probado en el continuismo de las administraciones de Cardoso y Luiz Inácio. Para quien no se recuerda, además de colocarse de rodillas frente el capital financiero, el obrero-modelo del FMI fue a Brasilia – junto a los otros candidatos –a hacer reuniones secretas para la transición con Cardoso. Electo, aún antes de la posesión, se apresuró en presentarse a la corte para reafirmar su compromiso con el jefe del imperialismo yanqui de la época, George W. Bush.
Por lo tanto, los reaccionarios más esclarecidos, así como sus vehículos en la prensa están tranquilos en cuanto a todo eso, inclusive de la escenificación necesaria. Ya los más obtusos y viscerales, por cuestión de naturaleza, no tienen cómo dejar de gruñir. Tranquilícense asnos, la amenaza a la dominación del imperialismo y de las clases reaccionarias nativas, de quién son serviles eunucos, así como de sus privilegios, no vendrá de ningún grupo “radical” del PT, ni de otra sigla electorera (Lea materia “Los coadyuvantes de la farsa electoral” en esta edición), que no hacen más que refrendar todo este juego sucio de la democracia burguesa.
La real amenaza, esta sí incontenible, viene de las masas cada vez más esclarecidas de que la lucha por el poder, y no por migajas, es la única solución para los problemas del pueblo. En este mundo caótico y de desórdenes crecientes por obra y naturaleza del imperialismo capitalista, tal situación empuja las masas en cantidades cada vez mayores que, como en cualquier país, gestarán su vanguardia capaz de guiarlas por otra vía. No la del cretinismo parlamentario y sí, de la violencia revolucionaria, exactamente para liquidar todas las formas de opresión y explotación para erigir en su lugar un nuevo país, una Nueva Democracia.
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