Bolsonaro llevo adelante su campaña repitiendo el lema de ser “contra todo que está ahí”. Pescador de aguas turbias, cabalgó la insatisfacción de las masas ya desesperanzadas de obtener de la gestión petista cambios efectivos que acabasen con el desempleo y diese condiciones dignas de educación, salud y seguridad.
Tras la “puñalada”, salió del palenque para las redes sociales a proclamar ser un enviado de Dios, que “había acabado de salvar su vida”. Con el respaldo del “todo poderoso” del cielo y del “todo poderoso” de la tierra (el mercado), Bolsonaro fue adoptado por los altos mandos de las Fuerzas Armadas reaccionarias, que ya habían puesto en marcha el plan de un golpe militar preventivo a la inevitable rebelión de las masas, pueblo ya cansado de tantos desmandamientos, injusticias y podredumbre.
Electo, como de costumbre, entregó al mercado la conducción de la política económica, por las manos de un aventurero especulador, servil declarado del imperialismo yanqui. Tal fue el ansia entreguista de Paulo Guedes que en diez días de gestión aparecieron los primeros choques con la demagogia pseudonacionalista de Bolsonaro. Véase el caso de la Embraer.
La conformación de un gobierno tutelado por los altos mandos de las Fuerzas Armadas para llevar al extremo la subyugación nacional, lejos de ser una panacea, hará agravar la más profunda crisis del capitalismo burocrático, base de toda crisis política y moral en la cual se arrastra el Brasil. La centralización de la política económica en las manos del lumpesinato mercantiflero ya deja en sobresalto la propia derecha esclarecida que maneja los monopolios de la prensa. Con los superpoderes invertidos al agente yanqui y jerife de la “Lava Jato”, la cruzada moralizadora que agudizó la crisis en el seno de las clases dominantes locales ahora profundizará la pobreza y miseria para los trabajadores y su más cruel represión con el régimen policialesco.
Como hizo Bolsonaro, en su primer día, rebajando el valor del salario mínimo, otras medidas ya están engatilladas objetivando exacerbar la explotación de la fuerza de trabajo y la peora de la asistencia social, de la educación, de la salud y de la mayor militarización de los locales de vivienda del pueblo, con el consecuente aumento de la represión y genocidio de los pobres, dando riendas sueltas a las prácticas e instintos sanguinarios en las cuales las Fuerzas Armadas se adiestraron en Haití.
Al declarar que la cuestión ideológica es principal a la corrupción (entendiendo la cuestión ideológica como las cuestiones de “género”, lo “políticamente correcto” y el “marxismo cultural”), además de la defensa de la entrega de territorio patrio para una base militar yanqui, Bolsonaro usa todo esto como cortina de humo para encubrir el continuismo de la politiquería del “toma daca” y para forjar justificación ideológica a su proyecto vende-patria verde-amarillo.
Como muestran las encuestas de opinión, el pueblo brasileño repudia esta nefasta aproximación lacaya con USA, que abrió demasiado el juego e irritó la caserna, desde los que abominan tal acto a aquellos que, en los altos mandos, toman parte de estas tratativas de traición a la patria, sin embargo se disimulan en la búsqueda de formar opinión pública para la consecución del crimen.
Al dar prioridad a la construcción de presidios en vez de invertir en la creación de empleo, cuya falta ya condena 27 millones de brasileños, Bolsonaro y Moro asestan tan sólo en las políticas represivas de las consecuencias de una sociedad semicolonial y semifeudal, jugando para la platea con el drama que ya se hizo la seguridad pública. La gravedad de la crisis, sin embargo, va mucho más allá de la crisis fiscal del viejo Estado, usada oportunistamente para acelerar la “reforma de la seguridad”, o sea, la destrucción de la Seguridad Social para imponerse el sistema privado de seguridad entregado a los bancos.
Las clases dominantes locales – grandes burgueses y latifundistas – y los imperialistas, principalmente yanquis, saben que no pueden más mantener su dominación sin una nueva reestructuración de su viejo Estado, sea ella en los moldes constitucionales de centralización absolutista del poder en el Ejecutivo, o en los moldes del fascismo abierto. En este intento tendrán que, más pronto que tarde, rasgar otra vez sus vestes y su velo democrático. En el problema agrario-campesino (ruptura o mantenimiento del sistema latifundista de propiedad de la tierra) y nacional (mantenimiento de la subyugación nacional o nacionalización de la banca, de la industria, del transporte, del comercio exterior, producción nacional, investigación y desarrollo tecnológico, todo de forma autocentrada y autosustentada) está el nudo gordiano de la tragedia nacional.
La experiencia política nacional de los sucesivos gobiernos de turno, de los más diferentes partidos, han resultado en fracasos y frustración de las masas populares en sus anhelos más mínimos. Esto ha llevado crecientemente grandes contingentes a darse cuenta de que sólo el fin de este sistema de explotación y opresión podrá satisfacer sus necesidades básicas materiales, espirituales y las de una Nación libre y justa. Los engaños electoreros y mesiánicos apenas pueden aplazar su necesario fin, sin embargo con eso sólo represan más, fermentan y potencializan la rebelión.
Por lo tanto, los graves problemas de nuestro país tienen raíces profundas, siendo la cuestión democrática y nacional el más atrabancado de nuestra historia, pendiente de solución. La demanda por esa solución crece e inmenso es el acúmulo de energía para convertirla en hechos. Sólo la revolución democrática profunda y radical puede darle curso y realización. Tal situación independe de la voluntad de quienquiera que sea. Por eso el imperialismo, principalmente yanqui, y sus lacayos de la colonia, especialmente sus gendarmes de los altos mandos de las Fuerzas Armadas que adoran el insano anticomunismo, tiemblan frente a la simple idea de la revolución. Por esto aún necesitan demonizarla hasta el hartazgo.
La crisis política no terminó (se engañan los que hablan de “unión nacional”), pero sólo cambió su calidad. El adviento del gobierno Bolsonaro trajo para el centro de esa crisis el último bastión de sustentación del caduco sistema de explotación y opresión en franca descomposición: las Fuerzas Armadas, a través de sus altos mandos. El fracaso inevitable del actual gobierno y régimen en gestación será de estos que, en última instancia, son los responsables por la tragedia brasileña, muy al contrario de lo que predican a los cuatro vientos. Todo de podrido que ahí está resulta de la carencia de una revolución democrática triunfante, cuyas tentativas a lo largo de nuestra historia fueron aplastadas por esta gendarmería a hierro, fuego y sangre. Tal crisis dará inicio también al fin de su mistificación patriotera de defensora del pueblo y de la patria.
Además, las contradicciones del actual régimen en conformación no son pocas y ni tan pequeñas. La fracción compradora de la gran burguesía domina con Paulo Guedes, sin embargo la fracción burocrática tiene en los generales “nacionalistas” sus portavoces presentes en la dirección del gobierno. Bolsonaro charlatanea entre las dos. ¿Hasta dónde y cuándo él, gobernando sólo con diatribas, será de valía para el plan contrarrevolucionario en marcha de los que empalmaron su gobierno para llevarlo a cabo?
¡La lucha de clases, señores, continúa, y en un nivel nuevo!