Editorial – Vergüenza olímpica y la crisis que se avecina

Editorial – Vergüenza olímpica y la crisis que se avecina

17 medallas, la mayoría de bronce. Este fue el saldo de la participación brasileña en los juegos olímpicos de Londres. A pesar de que “nunca antes en la historia” los atletas brasileños hayan conquistado tantas medallas, ese número revela que nada va tan bien cuanto quieren hacer creer.

Luiz Inácio y sus acólitos ya habían promovido la Copa del Mundo, en 2014, y las Olimpíadas, en 2016, como los principales proyectos vanidosos de la gerencia del oportunismo. Millones fueron gastados para presentar un Brasil “en crecimiento” y con creciente importancia económica en el mundo. La realización de esos megaeventos deportivos sería, en su lógica mecanicista, el reconocimiento de esa “nueva posición” del país.

Eso contribuyó también para la promoción del oportunismo en el exterior como un nuevo modelo de gobierno, capaz de gestionar el viejo Estado semifeudal y semicolonial  y de atraer “inversiones” extranjeras.

Gastos multimillonarios con instalaciones que no serán utilizadas tras los eventos, generando costos de mantenimiento impagables. La falacia del “legado olímpico” tan propalada por la gerencia oportunista y aliados de ocasión puede muy bien ser observada en Río de Janeiro, donde casi todas las obras realizadas para los Juegos Panamericanos de 2007 están siendo rehechas para las olimpíadas. Como ejemplo emblemático el Maracaná, reformado en 2007 y que tiene un presupuesto de nueva reforma para 2014 equivalente a lo que se gastará en la construcción del estadio del Corínthians en São Paulo.

Y mientras las contratistas se hacen la fiesta con el dinero público en la construcción de esos suntuosos elefantes blancos, se abren las puertas de par en par para la intervención extranjera – a principio con la Fifa, Comité Olímpico Internacional y patrocinadores – y las leyes “antiterrorismo” y antipueblo  – comenzando con la Copa y Olimpíadas – pero que objetivan en última instancia legitimar el estado de excepción y chafar los últimos derechos democráticos que aún restan.

Grandes parcelas de la población ya comienzan a entender que los costes de ese marketing petista son grandes demás. Además de los directamente alcanzados por las obras, como las familias removidas de los entornos de los estadios y los barrios proletarios sitiados por la policía militar y el ejército, sectores que dependen del dinero público comienzan a rebelarse.

La gigantesca huelga de los funcionarios federales, así como paralizaciones a nivel municipal y estadual aquí y allá, dan la señal de la insustentabilidad de esa falsa lógica de que todos tenemos que apretar los cinturones mientras ríos de dinero son liberados para los cofres de los monopolios, todo en nombre del “desarrollo” y de la visibilidad internacional del oportunismo.

Emblemática fue la recepción, por parte de Dilma, de la bandera olímpica transportada por las manos de Eduardo Paes y Sérgio Cabral Filho, sucias de sangre del pueblo de Río de Janeiro.

En medio a la mayor huelga del funcionalismo público de los últimos tiempos, con las universidades federales paradas ya hace tres meses, sin previsión de atención de las mínimas reivindicaciones, se promueve una fiesta de recepción olímpica en Brasilia, para escarnecer aún más del pueblo brasileño.

Claro, el monopolio de la prensa, en la misma medida en que direcciona los reflectores para estos espectáculos demagógicos, esconde lo cuánto puede la efervescencia entre los trabajadores. Como mucho, y como siempre, finge preocuparse con el pueblo y con los perjuicios que él tiene con la huelga, como la suspensión de servicios públicos esenciales, etc.

Amparado por esa cobertura, el gobierno amplía la truculencia y ordena el corte de salario de los operarios, lo que es rechazado por gente con principios, como el gestor que dejó el cargo y atacó el “PT patrón”.

La verdad es que ninguna contrapropaganda fanfarrona será capaz de ocultar la monumental crisis política y económica que se avecina.

Traducciones: [email protected]

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