100 años de la Gran Revolución Socialista de Octubre
Nota introductoria: Fue durante su exilio en Finlandia que Lenin, munido de los libros De la Guerra, de Clausewitz, y Guerra Civil en Francia, de Marx, y templado en las llamas de la lucha de clases de Rusia, escribió su célebre obra El Estado y la Revolución. El libro, concluido en agosto de 1917 y publicado en el 1º semestre de 1918, trata de la cuestión del Poder, de la teoría del Estado, “uno de los problemas más complicados y difíciles, posiblemente aquel en que más confusión sembraron los eruditos, escritores y filósofos burgueses”. Teoría esta que Lenin, jefe del Partido Bolchevique y de la revolución, sistematiza y desarrolla en el decurso de la lucha por el Poder en Rusia.
Reproduciremos a continuación algunos tramos de la notable obra que, en duro combate contra el oportunismo de los mencheviques y socialdemocratas1 de la II Internacional, expresamente su representante más conocido, Karl Kautsky, Lenin pone en destaque la doctrina de Marx y Engels sobre el Estado, y trae los principales enseñamientos de la experiencia de las revoluciones rusas de 1905 y 1917 (hasta principios de agosto).
Los grandes revolucionarios fueron siempre perseguidos durante la vida; su doctrina fue siempre blanco del odio más feroz, de las más furiosas campañas de mentiras y difamación por parte de las clases dominantes. Pero, tras su muerte, se intenta convertirlos en ídolos inofensivos, canonizarlos por así decir, cercar su nombre de una aureola de gloria, para “consuelo” de las clases oprimidas y para su ludibrio, mientras se castra la substancia de su enseñamiento revolucionario, destorciéndolo, rebajándolo. La burguesía y los oportunistas del movimiento obrero se unen presentemente para infligir al marxismo un tal “tratamiento”.
En tales circunstancias, y una vez que se logró difundir tan ampliamente el marxismo deformado, nuestra misión es, ante todo, restablecer la verdadera doctrina de Marx sobre el Estado.
Origen del Estado
El Estado es el producto y la manifestación del antagonismo inconciliable de las clases.
“Hubo un tiempo en que no existía el Estado, en que los vínculos generales, la propia sociedad, la disciplina y organización del trabajo se mantenían por la fuerza de la costumbre y de la tradición, por la autoridad y respeto de que gozaban los ancianos del clan o las mujeres – que en aquella altura no sólo gozaban de una posición social igual a la de los hombres, sino que aún, no raro, gozaban hasta de una posición social superior -, y en que no había una categoría especial de personas que se especializaran en gobernar. La historia demuestra que el Estado, como aparato especial para la coerción de los hombres, surge sólo donde y cuando ocurre la división de la sociedad en clases, quiere decir, la división en grupos de personas, algunas de las cuales se apropian permanentemente del trabajo ajeno, donde unos explotan los otros” (El Estado, Lenin)2.
El Estado aparece donde y en la medida en que los antagonismos de clases no pueden objetivamente ser conciliados. Y, recíprocamente, la existencia del Estado prueba que las contradicciones de clases son inconciliables.
Es precisamente sobre ese punto de peso capital y fundamental que comienza la deformación del marxismo, siguiendo dos líneas principales.
De un lado, los ideólogos burgueses y, sobre todo, los de la pequeña burguesía, obligados, bajo la presión de hechos históricos incontestables, a reconocer que el Estado no existe sino donde existen las contradicciones y la lucha de clases, “corrigen” Marx de manera a hacerlo decir que el Estado es el órgano de la conciliación de las clases.
Así, en la revolución de 1917, cuando la cuestión de la significación del papel del Estado fue puesta en toda su amplitud, puesta prácticamente, como que reclamando una acción inmediata de las masas, todos los socialistas-revolucionarios3 y todos los mencheviques4, sin excepción, cayeron, inmediata y completamente, en la teoría burguesa de la “conciliación” de las clases por el “Estado”. Incontables resoluciones y artículos de esos políticos están profundamente impregnados de esa teoría burguesa y oportunista de la “conciliación”. Esa democracia pequeño-burguesa es incapaz de comprender que el Estado sea el órgano de dominación de una determinada clase que no puede conciliarse con su antípoda (la clase adversa). Su noción del Estado es una de las pruebas más manifiestas de que nuestros socialistas-revolucionarios y nuestros mencheviques no son socialistas, como nosotros, los bolcheviques, siempre lo demostramos, pero demócratas pequeño-burgueses de fraseología aproximadamente socialista.
Engels dice que, al tomar el poder, el proletariado, “por ese medio, abole el Estado como Estado”. “No se acostumbra” profundizar lo que eso significa. En general, se desprecia enteramente ese pensamiento o se ve en él una especie de “flaqueza hegeliana” de Engels. En realidad, esas palabras significan, en síntesis, la experiencia de una de las mayores revoluciones proletarias, la experiencia de la Comuna de París de 1871, de que hablaremos más detalladamente en su momento. De hecho, Engels habla de la “abolición” del Estado burgués por la revolución proletaria, mientras que sus palabras sobre el enflaquecimiento y la “muerte” del Estado se refieren a los vestigios del Estado proletario que subsisten tras la revolución socialista. Según Engels, el Estado burgués no “muere”; es “aniquilado” por el proletariado en la revolución. Lo que muere tras esa revolución es el Estado proletario o semi-Estado.
El Estado es “una fuerza especial de represión”. Esta notable y profunda definición de Engels es de una absoluta claridad. De ella resulta que esa “fuerza especial de represión” del proletariado por la burguesía, de millones de trabajadores por un puñado de ricos, debe ser sustituida por una “fuerza especial de represión” de la burguesía por el proletariado (la dictadura del proletariado). Es en eso que consiste la “abolición del Estado como Estado”. Es en eso que consiste el “acto” de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad. Consecuentemente, esa sustitución de una “fuerza especial” (la de la burguesía) por otra “fuerza especial” (la del proletariado) no puede equivaler para aquella a un “enflaquecimiento”.
Ese “enflaquecimiento” o, para hablar con más relieve y color, esa “letargia”, la coloca Engels, claramente, en el periodo posterior al “acto de posesión de los medios de producción por el Estado, en nombre de la sociedad”, posterior, por lo tanto, a la revolución socialista. Todos sabemos que la forma política del “Estado” es, entonces, la plena democracia. Pero, ninguno de los oportunistas, que impudentemente desvirtúan el marxismo, concibe que Engels se refiera a la “letargia” y a la “muerte” de la democracia.
A primera vista, parece extraño; pero, sólo es incomprensible para quien no reflexiona que la democracia es también Estado y, así pues, desaparecerá cuando el Estado desaparecer. Sólo la Revolución puede “abolir” el Estado burgués. El Estado en general, es decir, la plena democracia, sólo puede “enflaquecer”.
Al enunciar su famosa fórmula: “El Estado muere”, Engels se apresuró a aclarar que esa fórmula es dirigida contra los oportunistas y contra los anarquistas. Y coloca en primer lugar el corolario que alcanza los oportunistas.
La esencia de toda la doctrina de Marx y de Engels es la necesidad de inocular sistemáticamente en las masas esa idea de la revolución violenta. Es la omisión de esa propaganda, de esa agitación, que marca con más relevo la traición doctrinaria de las tendencias social-patrióticas y kautskistas.
La sustitución del Estado burgués por el Estado proletario no es posible sin revolución violenta. La abolición del Estado proletario, es decir, la abolición de todo y cualquier Estado, sólo es posible por el “enflaquecimiento”.
Marx y Engels desarrollaron esa teoría por una forma detallada y concreta, estudiando separadamente cada situación revolucionaria y analizando las lecciones suministradas por la experiencia de cada revolución en particular.
Papel del Estado
El Estado es la organización especial de una fuerza, de la fuerza destinada a subyugar determinada clase. ¿Cuál es, pues, la clase que el proletariado debe subyugar? Evidentemente, sólo la clase de los explotadores, la burguesía. Los trabajadores sólo tienen necesidad del Estado para quebrar la resistencia de los explotadores, y sólo el proletariado tiene envergadura para quebrarla, porque el proletariado es la única clase revolucionaria hasta el fin y capaz de unir todos los trabajadores y todos los explotados en la lucha contra la burguesía, a fin de suplantarla definitivamente.
“Soldados de la revolución”, de Vladimir Kholuyev, 1964
Las clases explotadoras necesitan de la dominación política para el mantenimiento de la explotación, en el interés egoísta de una ínfima minoría contra la inmensa mayoría del pueblo. Las clases explotadas necesitan de la dominación política para el completo aniquilamiento de cualquier explotación, en el interés de la inmensa mayoría del pueblo contra la ínfima minoría de los esclavistas modernos, o sea, los propietarios latifundistas y los capitalistas.
Los demócratas pequeño-burgueses, esos seudo-socialistas que sustituyeron la lucha de clases por sus fantasías de armonía entre las clases, hicieron de la transformación socialista una especie de sueño: para ellos, no se trata de derrumbar la dominación de la clase explotadora, pero de someter paulatinamente a la mayoría la minoría consciente de su papel. El único resultado de esa utopía pequeño-burguesa, indisolublemente conectada a la idea de un Estado por cima de las clases, fue la traición de los intereses de las clases laboriosas, como lo probó la historia de las revoluciones francesas de 1848 y de 1871, como probó la experiencia de la participación “socialista” en los ministerios burgueses de Inglaterra, de Francia, de Italia y de otros países, en el fin del siglo XIX y comienzo del XX.
La doctrina de la lucha de clases, aplicada por Marx al Estado y a la revolución socialista, conduce fatalmente a reconocer la supremacía política, la dictadura del proletariado, es decir, un poder proletario ejercido sin reparto y apoyado directamente en la fuerza de las masas en armas. El derribamiento de la burguesía sólo es realizable por la transformación del proletariado en clase dominante, capaz de dominar la resistencia inevitable y desesperada de la burguesía y de organizar todas las masas laboriosas explotadas para un nuevo régimen económico.
El proletariado necesita del poder político, de la organización centralizada de la fuerza, de la organización de la violencia, para reprimir la resistencia de los explotadores y dirigir la masa enorme de la población – los campesinos, la pequeña burguesía, los semi proletarios – en la “edificación” de la economía socialista.
Educando el partido proletario, el marxismo forma la vanguardia del proletariado, capaz de tomar el poder y de conducir todo el pueblo al socialismo, capaz de dirigir y de organizar un nuevo régimen, de ser el instructor, el jefe y el guía de todos los trabajadores, de todos los explotados, para la creación de una sociedad sin burguesía, y esto contra la burguesía. El oportunismo, al contrario, desconectado de la masa y educa, sólo, en el partido proletario, los representantes de los trabajadores mejor retribuidos, que se “instalan” muy confortablemente en régimen capitalista y venden por un plato de lentejas su derecho de primogenitura, es decir, renuncian al papel de guías revolucionarios del pueblo contra la burguesía.
La experiencia de la Comuna
En la Guerra Civil en Francia, Marx somete a un análisis de los más atentos la experiencia de la Comuna, a pesar de su debilidad.
La Comuna “se contentaba por así decir, en sustituir la máquina del Estado quebrada, por una democracia más completa: supresión del ejército permanente, elegibilidad e inamovilidad de todos los operarios”. En realidad, ella “se contentaba”, así, en sustituir – obra gigantesca – ciertas instituciones por otras instituciones esencialmente diferentes.
Derrotar la burguesía y quebrar su resistencia no deja de ser, por eso, una necesidad. Para la Comuna, eso era particularmente necesario, y una de las causas de su derrota fue no haberse lanzado a fondo en esa tarea. Pero, en la Comuna, el órgano de represión era la mayoría de la población y no más la minoría, como fuera siempre el caso al tiempo de la esclavitud, de la servidumbre y del salariato. ¡Ora, una vez que es la propia mayoría del pueblo que oprime sus opresores, ya no hay necesidad de una “fuerza especial” de represión! Es en ese sentido que el Estado comienza a enflaquecer. En lugar de instituciones especiales de una minoría privilegiada (funcionarios civiles, jefes del ejército permanente), la propia mayoría puede desempeñar directamente las funciones del poder político, y, mientras más el propio pueblo asumir esas funciones, tanto menos se hará sentir la necesidad de ese poder.
A ese respecto, es particularmente notable una de las medidas tomadas por la Comuna y destacada por Marx: supresión de todos los gastos de representación, supresión de los privilegios pecuniarios de los operarios, reducción de “todos” los sueldos administrativos al nivel del “salario obrero”. Es en esto que más se hace sentir el pasaje brusco de la democracia burguesa para la democracia proletaria, el pasaje de la democracia de los opresores para la democracia de los oprimidos, el pasaje de la dominación de una “fuerza especial” destinada a la opresión de determinada clase para el aplastamiento de los opresores por las fuerzas combinadas de la mayoría del pueblo, de los obreros y de los campesinos.
Crítica al parlamentarismo burgués
Decidir periódicamente, para un cierto número de años, cual el miembro de la clase dominante que va oprimir el pueblo en el parlamento, he ahí la propia esencia del parlamentarismo burgués, no solamente en las monarquías parlamentarias constitucionales, como también en las repúblicas más democráticas.
Ese parlamentarismo venal y putrefacto de la sociedad burguesa lo sustituyó la Comuna por instituciones en las cuales la libertad de discusión y de examen no degenera en engaño; los propios mandatarios deben trabajar y ellos mismos hacer ejecutar sus leyes, verificar los resultados obtenidos y responder directamente ante sus electores. Las instituciones representativas son mantenidas, pero ya no hay parlamentarismo como sistema especial, como división del trabajo legislativo y ejecutivo, como situación privilegiada para los diputados. No podemos hacer idea de una democracia, aún proletaria, sin instituciones representativas, pero podemos y debemos realizarla sin parlamentarismo, si la crítica de la sociedad burguesa no es, por lo menos para nosotros, una palabra vana, si nuestro esfuerzo para derrumbar la dominación de la burguesía es un esfuerzo honesto y sincero y no una expresión “electoral”, destinada simplemente a robar los votos de los obreros, como sucede con los mencheviques y los socialistas-revolucionarios.
No hay la menor cuota de utopía en Marx. Él no inventa, no imagina, ya lista, una sociedad “nueva”. No, él estudia, como un proceso de historia natural, la génesis de la nueva sociedad salida de la antigua, las formas intermediarias entre una y otra. Se basa en la experiencia del movimiento proletario y se esfuerza por quitar de ella lecciones prácticas. “Va a la escuela” de la Comuna, como todos los grandes pensadores revolucionarios que no hesitaron en entrar en la escuela de los grandes movimientos de la clase oprimida, en lugar de predicar a esta una “moral” pedante, como hace Plekhanov, cuando dice: “No debían tomar las armas!”, o Tseretelli, cuando dice: “Una clase debe saber, por sí misma, limitar sus aspiraciones”.
No se trata de aniquilar el funcionalismo de un golpe, totalmente y por toda parte. He ahí donde estaría la utopía. Pero destruir sin demora la vieja máquina administrativa, para comenzar inmediatamente a construir una nueva, que permita suprimir gradualmente el funcionalismo, eso no es una utopía, es la experiencia de la Comuna, es la tarea primordial e inmediata del proletariado revolucionario.
El socialismo simplifica las funciones de la administración del “Estado”, permite que se suprima la “jerarquía”, reduciendo todo a una organización de los proletarios en clase dominante, que emplee, por cuenta de la sociedad entera, obreros, contramaestres y guarda libros.
La Comuna, tal es la forma, “finalmente encontrada” por la revolución proletaria, bajo la cual se efectuará la emancipación económica del trabajo.
La Comuna es la primera tentativa de la revolución proletaria para demoler la máquina de Estado burguesa; es la forma política, “finalmente encontrada”, que puede y debe sustituir lo que fue demolido.
Polémica con los anarquistas
Que la supresión del Estado deba coincidir con la supresión de las clases, es lo que el marxismo siempre enseñó. El célebre pasaje del Anti-Dühring sobre el enflaquecimiento del Estado no acusa los anarquistas de querer la supresión del Estado, pero, sí, de pretender que ella se realice “de un día para otro”.
Marx subraya de propósito, a fin de que no deturpen el verdadero sentido de su lucha contra el anarquismo, “la forma revolucionaria y pasajera” del Estado, necesaria al proletariado. El proletariado necesita del Estado sólo por un cierto tiempo. Sobre la cuestión de la supresión del Estado, como objetivo, no nos separamos absolutamente de los anarquistas. Nosotros sostenemos que, para alcanzar ese objetivo, es indispensable utilizar provisoriamente, contra los explotadores, los instrumentos, los medios y los procesos de poder político, de la misma forma que, para suprimir las clases, es indispensable la dictadura provisional de la clase oprimida. Marx escoge la forma más incisiva y clara de colocar la cuestión contra los anarquistas: repeliendo el “yugo de los capitalistas”, ¿deben los obreros “deponer las armas”, o, al contrario, de ellas hacer uso contra los capitalistas, a fin de quebrarles la resistencia? Ora, ¿si una clase hace sistemáticamente uso de sus armas contra otra clase, que es eso sino una “forma pasajera” de Estado?
La crítica del anarquismo, para los socialdemócratas contemporáneos, se reduce a esta pura banalidad burguesa: “Nosotros somos partidarios del Estado, los anarquistas no!”. Se comprende que una tal tontería no deje de provocar la aversión de los obreros, por menos esclarecidos y revolucionarios que sean. El lenguaje de Engels es otro: él hace ver que todos los socialistas admiten la desaparición del Estado, como una consecuencia de la revolución socialista. Enseguida, él formula concretamente la cuestión de la revolución, la cuestión precisamente que los socialdemócratas oportunistas dejan habitualmente de lado, abandonando, por así decir, a los anarquistas el monopolio de ese “estudio”. Al formular esa cuestión, Engels toma el toro por los cuernos: ¿no debería la Comuna haberse utilizado mejor del poder revolucionario del Estado, es decir, del proletariado armado, organizado como clase dominante?
1 – Socialdemócratas: como se denominaban los marxistas en la segunda mitad del siglo XIX hasta la Revolución de Octubre de 1917. En el caso de la referencia a los socialdemócratas de la II Internacional, se trata de los partidarios de la II Internacional que se degeneró en los años anteriores a la I Guerra Mundial, cayendo en el oportunismo, revisando el marxismo para inmediatamente renegar completamente de él.
2 – Conferencia pronunciada por Lenin en la Universidad Sverdlov, en 1919. En la conferencia, Lenin sintetiza la cuestión del Estado expuesta en su obra El Estado y la Revolución.
3 – Mencheviques: Designación de la línea reformista-economicista pequeño-burguesa que reunía los opositores a la línea revolucionaria representada por Lenin y la mayoría de los cuadros dirigentes del Partido Bolchevique. Los mencheviques refutaban la hegemonía del proletariado en la revolución democrático-burguesa y sostenían que la clase obrera debería someterse a la dirección de la burguesía.
4 – Socialistas-revolucionarios: El Partido Socialista-Revolucionario fue un partido pequeño-burgués que surgió en Rusia entre 1901 y 1902, en resultado de la fusión de varios grupos y círculos populistas. Durante los años de la guerra civil participaron de conspiraciones contrarrevolucionarias y organizaron atentados contra personalidades del Estado soviético y del Partido Comunista.