Dilma Rousseff fue para la administración de Luiz Inácio e ingresó en el PT, haciéndose su candidata para un mandato puente. Sentó en la silla presidencial y preparó su continuismo como si fuese la más petista de todas. Para reelegirse hizo campaña como Luiz Inácio hizo su primera, incitando la reacción más infame a acusarla y al PT de “revolucionarios, socialistas, comunistas finalmente”, para, con su desfachatez, dejar tales improperios desvanecerse de tan ridículos.
Con el concurso de la “izquierda” electorera cobarde, escenificó enfrentar una tal amenaza de la “derecha”, venció con los votos del clientelismo y del miedo, llegando aún a iludir incautos de que “conquistas” estaban en juego. Fanfarronamente, pronunció: “¡los derechos laborales son intocables!”. No pasó más que un par de semanas para decretar medidas de más impuestos, tarifasos, cortes, etc., contra las masas trabajadoras, claro, y en favor del capital financiero internacional, del “agronegocio” y de los banqueros, también sin novedades.
La diferencia entre los 12 años de gestión petista y el nuevo mandato que se inicia es de que en el primero trataron de profundizar la dominación imperialista de las gestiones anteriores y en el que se inicia es de profundizar más su propia obra mediocre, pomposamente intitulada de “desarrollismo popular”, nuevo eufemismo para sumisión nacional. La diferencia entre la gestión petista con los anteriores del PSDB, PMDB, etc., es ninguna. Mejor, para ser más preciso, como vaticinó Delfim Netto el día de la posesión de Luiz Inácio en su primer mandato: “Será más de lo mismo”. O lo que nunca cansó de explicar FHC: “La diferencia entre el PSDB y el PT es sólo de disputa de poder”.
O sea, desde el punto de vista del Partido Único, tales nances no tienen la menor importancia. Cuando denunciamos que los principales candidatos eran similares, o sea, que todos están curvados ante la política de sumisión nacional impuesta por el imperialismo, afirmábamos también que las diferencias entre ellos eran sólo cosméticas.
Protestas como las de Leonardo Boff, Frei Beto y João Pedro Stédile, entre otros petistas históricos e intelectuales pequeño-burgueses, que firmaron un manifiesto en el cual afirman que “la indicación de Joaquim Levy y Kátia Abreu señalizaron una regresión de la agenda victoriosa de las urnas” y que Dilma Rousseff “parece llevar más en cuenta las fuerzas cuyo representante derrotó de que dialogar con las fuerzas que la eligieron”, parece cosa de inocentes y de neófitos en política.
También la presidente en ejercicio de la CUT, Carmem Foro, demuestra sorpresa al afirmar, según boletín del DIAP, ser “una afronta, las medidas sean luego después de la presidenta Dilma haberse comprometido, públicamente, a volver a abrir un canal de diálogo con las centrales, a través de reuniones periódicas, y no permitir la retirada de cualquier derecho laboral”, afirmó ella. Apoyadas en las tetas del Estado, las centrales sindicales oficialistas, fingiéndose traicionadas, simularán protestas”.
Las críticas de arrepentidos y desilusionados con el PT y con su gerente Dilma Rousseff vienen de la periferia para el centro del propio partido como fue la explosión de Marta Suplicy. Lanzando la consigna de “el PT cambia o acaba”, ella salió del ministerio lanzando improperios contra petistas importantes lo que llevó Paulo Vanucchi, asesor de Luiz Inácio, a declarar al periódico Folha de São Paulo que la senadora actuó de forma “sórdida”, “intolerable” y “inaceptable” al revelar conversaciones particulares suyas con Luiz Inácio en las cuales él tendría, en cena organizada por ella con empresarios, hecho reclamaciones sobre sus dificultades con Dilma.
Al parecer, las dificultades con Dilma no paran por ahí, ya que la Fundación Perseu Abramo, tenida como fuente de referencia teórica y de investigación petista en su Boletín de Análisis Económico nº 236, diverge de las medidas de elevación de los impuestos bajadas por Dilma Rousseff al afirmar que “delante de la continuidad de un mundo en crisis y de la desaceleración abrupta del mercado interno (último motor de crecimiento de la economía nacional que aún funcionaba), la posibilidad de que esos ajustes profundicen las tendencias recesivas de la economía nacional no es despreciable” y “caso este escenario pesimista se confirme, aún los aumentos de las alícuotas de los impuestos serán insuficientes para ajustar las cuentas públicas, con la posibilidad de que la recaudación tributaria sea muy inferior a la esperada”.
La crisis interna del PT promete alcanzar proporciones nunca vistas delante de la amenaza de José Dirceu de romper con Luiz Inácio por considerar haber sido abandonado en el proceso del mensalón y ahora ya estar viendo su nombre surgiendo en la investigación de la corrupción en la Petrobras. Luiz Inácio, que viene especializándose en apagar incendios, tendrá esta nueva llamarada en frente. No teniendo la verdadera dimensión de la profundidad de la crisis, él busca discutir con próceres petistas sobre la necesidad de cambios estructurales en el partido, comenzando por su dirección burocratizada.
La crisis, sin embargo, es más profunda de lo que él piensa. Ella es el prenuncio del agotamiento de un proyecto oportunista que completa 35 años en 2015 con claros síntomas de senilidad, pues, creado bajo la bandera de la “renovación y de la ética”, llega a esta edad con todas las características de los viejos partidos burgueses con sus fracciones internas en pugna como consecuencia de sus íntimas conexiones con los grupos de poder dentro del viejo y empodrecido Estado brasileño.
La quiebra del círculo de fuego petista
La estrategia de ser y no ser PT, o sea, de aparentar una cosa y en realidad ser otra, fue trazada por José Dirceu, su presidente en la época, para elegir Luiz Inácio en 2002. Así el palabreado “ético” y de “defensa de los trabajadores” era el PT del discurso y la firma de la Carta a los brasileños, asegurando la sumisión al FMI y al Banco Mundial, era el PT real; las denuncias de corrupción de FHC eran el PT del discurso y la alianza con Sarney era el PT real; la promesa de reforma agraria radical era el PT del discurso y la alianza con el agronegocio era el PT real; la promesa de hambre cero era el PT de discurso y la invitación al agente del FMI y diputado del PSDB, Henrique Meireles, para administrar el Banco Central era el PT real; la afirmación de que en el congreso había más de 300 picaretas (embusteros) era el PT del discurso y el montaje de un mensalón para comprar el apoyo de partidos y parlamentarios era el PT real; la necesidad de control de la media era el PT del discurso y la destinación de millones de reales para los monopolios de prensa era el PT real; la propuesta de una reforma política era el PT del discurso y la utilización de recursos de la Petrobras para formación de patrimonio personal y hacer el juego sucio electoral era el PT real; la campaña electoral de Dilma Rousseff era el PT del discurso y la gestión de Dilma Rousseff es el PT real.
No, esto no es una manifestación esquizofrénica, un caso de doble personalidad, como acontece con las personas víctimas de disturbios mentales. Este tipo de manifestación en política tiene un nombre más apropiado: oportunismo. Y el oportunismo es una forma de manifestación de la mentira y la mentira posee piernas cortas.
De esta forma, la estrategia de envolver la sociedad en el círculo de fuego del corporativismo donde la gestión del Estado vincula los entes de la sociedad civil a su control para, por un lado, beneficiar el latifundio, la gran burguesía y el imperialismo y, por otro, impedir la protesta popular con pequeñas concesiones, cooptación de liderazgos y aumento de la criminalización de los movimientos populares, todo eso fracasó.
Y fueron las protestas de junio de 2013 que marcaron el momento de la quiebra y desvanecimiento del círculo de fuego oportunista del PT. Expulsado en las manifestaciones de la juventud, disminuyendo su presencia en el parlamento y obteniendo una mínima diferencia en la elección de su candidata a la reelección. Este es el triste fin que espera a aquellos serviles de la burguesía que usan el nombre de los trabajadores para traicionarlos: a la corta o a la larga entran en bancarrota. Las páginas de la historia están llenas de estos casos, la decadencia petista no constituye, por lo tanto, ninguna novedad.
Aprendiendo la lección
Si a los oportunistas les es difícil aprender con la historia, al pueblo ya no le acontece lo mismo: el número de votos repudiando las candidaturas del Partido Único, en las últimas elecciones, es prueba incontestable del repudio a esta farsa en que se constituye la dictadura burguesa travestida de “Estado democrático de derecho”, bajo la gestión petista.
Negando estos falsos representantes del pueblo, la juventud, los obreros, los campesinos, los habitantes de favelas y barrios periféricos desarrollan la acción directa en la reivindicación de solución para sus problemas más urgentes, al mismo tiempo en que claman por una dirección revolucionaria que apunte para la destrucción de este viejo y empodrecido Estado juntamente con todos que en él se montaron. La situación revolucionaria se desarrolla y, ciertamente, construye en su seno los instrumentos para la revolución. Una Revolución de Nueva Democracia, cuyo carácter democrático y popular sea asegurado por la dirección de un Partido Revolucionario al frente de la alianza obrero-campesina en la aplicación del programa revolucionario, garantizando un rumbo firme para el Socialismo.
Vale resaltar el enseñamiento de Lenin de que pretender combatir el imperialismo sin el combate inseparable al oportunismo y al revisionismo, no pasa de fraseología hueca.