La reciprocidad de amabilidades entre Luiz Inácio, Obama, Sarkozy, Brown y Merkel en la reciente reunión de la G-20 (3 y 4 de abril pasados) — con destaque para los elogios burlescos del nuevo jefe del imperialismo yanqui al representante de Brasil y sus mutuas bromas — es la caricatura ridícula del real papel destinado a los oportunistas: el de lacayos del imperialismo.
El imperialismo, como fase superior y en descomposición del capitalismo, es un sistema que al surgir a finales del siglo XIX — según una de las leyes del capitalismo: la del desarrollo desigual — dividió definitivamente el mundo entre un puñado de naciones opresoras poseedoras de colonias de un lado y una inmensa mayoría de naciones coloniales oprimidas del otro. Situación que sólo se modificará con el fin completo del sistema imperialista. Estas naciones explotadoras, después del tormentoso transcurso del siglo XX hecho de crisis, dos grandes guerras mundiales y varias otras regionales, muchas revoluciones y contrarrevoluciones, constituyeron el G-7 como expresión de la connivencia y pugna que caracteriza las relaciones entre las potencias en ese sistema decrépito. Su colapso se verificó con las seguidas crisis desde el inicio de los años de 1970, cuando agotó su nuevo ciclo de expansión en el posguerra e impuso la necesidad de ensanchar el restricto club con los lacayos de mayor porte, denominados de "emergentes" en el sentido de pavimentar el incremento de más explotación sobre los pueblos y el saqueo de las naciones oprimidas. De ahí el círculo llamado G-20 con incorporación de los llamados países "emergentes" como círculo mundial supuestamente decisorio.
La reunión del G-20, en la cual los intereses de las corporaciones financieras atravesaron incólumes y olímpicamente, es la demostración cabal de la imposibilidad de la auto transformación del sistema capitalista tan pregonada — ingenuamente por unos y de mala fe por otros tantos — , como su humanización y hasta como verdadera salvación del mundo. O sea, fue una de aquellas reuniones en las cuales son decididos cambios aparentes para dejar las cosas de la manera como están. Frente a la crisis las potencias se utilizan del aval de los países dominados para justificar el aumento de la explotación sobre los pueblos y del saqueo continuo de las naciones oprimidas. La principal decisión fue la del simple aumento de las cuotas de reserva del FMI en US$ 1,1 billones. Sin embargo, no se reveló de donde vendría el dinero, excepción hecha a los gracejos del servicial brasileño, que no bastándose en sancionar la donación de más de US$ 100.000 millones anualmente a título de pago de intereses de deuda y de las indecentes remisiones de logros de las transnacionales que operan en el país a sus matrices en el exterior, se presentó para préstamos a la usuraria agencia.
La figura del "compañero" Luiz Inácio es emblemática de esta situación. Como él mismo dijo "estamos todos en el mismo barco y si está entrando agua, tenemos que, juntos, tirar el agua para afuera". Esta figura del "barco", por señal, no es original de Luiz Inácio, es la utilizada por todos los lacayos con pretensiones de tomar asiento en la corte, tal como la figura bufa de Menen, que ofreció los "poderosos" navíos de guerra de Argentina para ayudar Bush padre a invadir Irak.
Y no es preciso tener ninguna primoreada visión crítica para ver que los mimos dispensados por representantes de países ricos a un representante del tercer mundo no tiene propósito alguno a no ser el de promover al más domesticado frente a los demás de su triste casta. Solamente nuestro ilustre presidente, colocado sentado al lado de una figura de museo como la Reina de Inglaterra, en el papel de bobo de la corte, no pierde oportunidad de jactarse. Para alegría, es claro, de su pequeña corte de aduladores.
Luiz Inácio, cumpliendo el destino histórico del oportunismo, viene luciéndose dentro y fuera de Brasil, lanzando bravatas y derrochando demagogia para eludir los trabajadores y nuestro pueblo. Al decir que Obama tiene nuestra cara, proyecta para nuestro sufrido y honrado pueblo toda su mezquinaría y mediocridad, frente a la odiosa relación de explotación que el imperialismo yanqui mantiene con los países dominados, en el desempeño de su sórdida función de servicial y mensajero con el objetivo de enfriar el espíritu de combatividad de nuestra gente contra sus explotadores.
Internamente, en la búsqueda de ayudar el capitalismo a recuperarse, va usando el impuesto pagado por el pueblo para atraer los banqueros, los monopolios nacionales y transnacionales y el "agronegocio" (latifundio de nuevo tipo).
Más servicial del imperialismo
No es de hoy que Luiz Inácio adula el patronato transnacional. En tiempo no muy distante él ya afirmaba su preferencia por el patrono extranjero en detrimento del nacional. Especialmente en los fórums marcados por la presencia de los ejecutivos de los monopolios él se esmera en mandar recados a los trabajadores, concitándolos al "buen comportamiento" y a la conciliación. En uno de estos últimos eventos él, literalmente, afirmó que "en tiempos de crisis el trabajador no debe pelear por aumento". La lucha económica — naturalmente obligatoria para los trabajadores que son explotados por el burgués, el cual se apropia de parte de su trabajo — sólo no se transforma en grandes batallas masivas y radicalizadas debido a acción represora del viejo Estado burocrático-latifundista, de sus aparatos policial-represivos, de la judicatura venal, de la contra propaganda del monopolio de prensa y de la acción deletérea de la canallesca sindical oportunista, principalmente de aquella encastillada en las centrales sindicales, hoy compradas por Luiz Inácio con 60 millones de reales del impuesto sindical. Este mensaje, entre otros comunes del obrero modelo del imperialismo en un momento como el actual, es el servicio que da en sus tentativas de deprimir el ánimo de la clase obrera. Listamente entendida por las centrales vendidas que costuran los más espurios acuerdos con el patronato, ellas intentan encubrir tanta villanía y traición y salvar su imagen iludiendo los trabajadores con escenificaciones, corren al unisonó a hacer demostraciones públicas contra el desempleo, por la reducción de la jornada y bla, bla, bla…
El discurso del ‘Estado fuerte’ es otra bravata de Luiz Inácio. Como el Estado tiene carácter de clase, él será siempre fuerte contra los oprimidos, siendo el instrumento especial de las clases dominantes para ejercer su dominación. Así, por ejemplo, el viejo Estado brasileño, siendo Estado burgués-latifundista servicial del imperialismo, nunca dejó de ser fuerte, o sea, una dictadura, contra la clase obrera, el campesinado y la pequeña burguesía, cuyas reivindicaciones y luchas siempre fueron tratadas como caso de policía. Además de ir contra los intereses de amplios sectores de la media burguesía al asegurar por todos los medios los intereses de la gran burguesía monopolista, de los latifundistas y del imperialismo. Por consecuencia, las instituciones políticas, jurídicas y militares del Estado son para la defensa y protección de dichas clases dominantes, además de asegurar la subyugación de la Nación al imperialismo. El hecho de haber mayor o menor reglamentación o de tener mayor o menor intervención del Estado en la economía es algo que no define su calidad, esta ya está a priori definida por el carácter de las clases en el poder.
La propuesta de disciplinar el sistema financiero es, también, pura demagogia. Cuando afirmamos aquí que los intereses de las corporaciones financieras pasaron ilesas por una reunión mundial para la cual fueron creadas mil expectativas de puniciones y reglamentaciones contra los "causadores" de la crisis global, es porque tanto Obama cuánto Brown, como representantes del USA y de Inglaterra, dos de los mayores Estados rentistas del mundo, llegaron al G-20 con la misión de no permitir que fueran alterados cualesquiera de los fundamentos de la delincuencia financiera internacional. Y, en realidad, lo que se vio fueron medidas cosméticas volcadas exclusivamente para satisfacer a los clamores de iludidos, reformistas y demás oportunistas. Por el contrario, mientras estaba reunido el G-20, el gobierno yanqui flexibilizaba las reglas, según las cuales los bancos tenían que colocar en sus balances el valor de mercado de los papeles podridos (o sea: cero), dándoles permiso para arbitraren ellos mismos algún valor que contribuyera para, aparentemente, disminuir los perjuicios en sus balances. Es decir, espacio para más fraude.
Aquí mismo en Brasil, cuando ocurrió la liberación de los depósitos compulsorios con vistas a dar mayor liquidez al mercado de crédito, ¿qué sucedió? Simplemente los banqueros desconocieron la demagógica tentativa de Luiz Inácio de disciplinar el sistema financiero y usaron el dinero para comprar títulos del gobierno remunerados por las mayores tasas de intereses del mundo.
Denunciar el oportunismo y preparar la Revolución
Antes aún de la crisis del imperialismo tomar las páginas del monopolio de prensa del mundo entero, AND ya alertaba para la situación revolucionaria que se desarrolla de forma desigual en todo el mundo, especialmente en los países bajo dominio colonial y semicolonial, como los de América Latina y Brasil.
La crisis general del capitalismo aumentó enormemente la superexplotación de las masas trabajadoras, a través de la elevación de la tasa de extracción de plusvalía. En la inútil tentativa de alcanzar la reversión de la tendencia decreciente de las tasas de logro se desencadenó una avasalladora onda de quiebra de derechos, creando situaciones de hecho semejantes a la de los orígenes de la Revolución Industrial. Así, los países de Asia, sobretodo China e India, del Este europeo, de América Latina y África, llevaron hasta tal punto la esclavitud asalariada a los límites de la propia supervivencia de la clase obrera, negándole las mínimas condiciones de vida y reduciendo al extremo su poder de compra.
Delante del aprieto general de los salarios y para compensar la superproducción relativa de mercancías, decurrentes del aumento de la composición orgánica del capital, apostaron en la ampliación desmesurada del crédito. Esto aconteció de forma amplia en USA, lo que culminó con "la burbuja" inmobiliaria, pero también en Brasil con la venta de electrodomésticos en 36 meses y de coches en 90 meses. Eso revela que, en la verdad, con tales medidas los monopolios y las corporaciones financieras sólo han empujado para frente el insoluble problema del capital.
Ahora, la crisis del imperialismo surge de cuerpo entero y, otra vez, los Estados seguirán inyectando sangre contaminada en el cuerpo putrefacto y en descomposición del capitalismo-imperialista para una nueva, próxima e inevitable crisis. Así será hasta que la clase obrera y las masas populares, a través de las guerras revolucionarias, lo barrerán, país por país, de la faz de la tierra.
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