En el inicio del siglo XXI América Latina, principalmente su porción que va de Venezuela a Uruguay, vivía el desarrollo de una situación revolucionaria. La crisis del sistema imperialista, a partir del interior de la superpotencia hegemónica única, USA, con las burbujas especulativas en las bolsas de valores e inmediatamente con la gran crisis del sector inmobiliario, desató la crisis financiera y económica por todo el mundo.
La crisis que estalló en la Argentina y se extendió a Uruguay, Paraguay, Brasil, afectando inclusive Chile y Ecuador, era parte de la crisis económica internacional que produce permanentes problemas como las caídas de las bolsas de Wall Street y de Europa, y la quiebra de gigantescas empresas como la WorldCom, en medio a escándalos por la falsificación de balances y otros. Se trataba de una crisis del sistema capitalista en su conjunto.
En varios países como Venezuela, Argentina, Bolivia y Ecuador las masas se levantaron en protestos cada vez más masivos y violentos capaces de derrumbar presidentes. En Brasil, la insatisfacción e indignación de las masas a punto de explotar en manifestaciones violentas fueron desviadas del camino de la lucha para las ilusiones electoreras pregonadas por las promesas de esperanzas del PT. La victoria en la farsa electoral llevó Luiz Inácio y el PT a la condición de gerente del viejo y empodrecido Estado brasileño, aplazando por más de 12 años el levante llevado a efecto por los demás pueblos de Sudamérica.
En su Editorial del nº 10, de junio de 2002, intitulado Nuevo gobierno de traición nacional, AND apuntaba la conciliación y colaboración de clase como la base de la traición nacional petista.
“El sincretismo político-ideológico que formó la élite petista no es tan mecánico e inmediato cuánto aparenta. La élite petista no se convirtió recientemente. No fue pocos días atrás que concluyó cursos en los institutos contrarrevolucionarios dirigidos por el imperialismo, como el Iadesil (Instituto Americano para el Sindicalismo Libre), pero ella tiene raíces profundas en la ideología y en la política feudales, en el capitalismo decadente del fascismo clásico y del fascismo sofisticado de nuestros días.
La élite petista, una escoria salida de la pequeña burguesía tecnocrática, fue absorbida, esto sí, por los especialistas en negocios del gobierno y admitida en la administración auxiliar del imperialismo en nuestro país, principalmente, firmando un continuismo regido a la manera de los concejos municipales que se someten al poder centralizador, dominante. No por casualidad, la dirección petista, cuando aún ensayaba sus métodos debutantes que adoptaría en la rampa del poder, marcó orgullosa su primera medida – la de reconocer obediencia al capital monopolista internacional.”.
Dando proseguimiento a las gestiones posteriores al régimen militar fascista, la gestión petista mantuvo todos los acuerdos lesivos a la nación brasileña, como los acuerdos con el FMI y el Banco Mundial, adoptando las políticas dictadas por el sistema financiero internacional, como el nombramiento de Henrique Meirelles, agente del FMI, para el Banco Central. Aceptando todas las modificaciones realizadas en la revisión en la Constitución de 1988, de la cual fueron retirados varios avances, como la caracterización de empresa nacional, y sin providenciar la reglamentación de derechos pendientes en la misma, como el derecho de huelga.
Su cobardía delante de la extrema derecha lo llevó a hacer acuerdos para la preservación de toda la estructura represiva del régimen e, inclusive, del currículo de los cursos de formación de oficiales de la Fuerzas Armadas, basado en la Doctrina de Seguridad Nacional elaborada e impuesta por los yanquis, al final de los cuales eran homenajeados los “Generales dictadores” como patronos de cada turma. No pararon ahí sus servicios al latifundio, a la gran burguesía burocrática y al imperialismo: para tranquilizar las masas adoptó un proyecto que combinaba la aplicación de las “políticas compensatorias” recetadas por el Banco Mundial con programas típicamente fascistas de corporatización de las masas miserables para crear “corral electoral” y masas de maniobra. Empaqueto todo en lo que pomposamente enunció como “desarrollismo popular”.
Asociándose al latifundio, travestido de agronegocio, boicoteó la tímida reforma agraria de la época de Cardoso, la demarcación de tierras indígenas y quilombolas. Resucitó las viejas teorías desarrollistas ya comprobadas como tentativas fracasadas de salvar el capitalismo burocrático inherente a las colonias y semicolonias. Mientras llevaba a la falencia miles de empresas nacionales, elegía media docena de súper contratistas como las apadrinadas por el BNDES, concediéndoles exenciones fiscales e intereses subsidiados.
Prueba de la insuficiencia de su “desarrollismo” es que el programa Bolsa Familia no fue concebido como un programa de emergencia en cuanto el mercado de trabajo estuviese retraido. Al contrario, esa “mano de obra” asistida pasó sistemáticamente a tener crecimiento exponencial. Sirviéndose de las adicciones y privilegios de la politiqueria los petistas fueron reproduciendo la vieja orden, inclusive aportando más legislación para aumentar la represión sobre las masas.
Las manifestaciones de 2013 como explosión de las masas fueron la señal del fin del oportunismo petista.
Su política de conciliación y colaboración de clases obscureció el verdadero carácter de clase del empodrecido Estado brasileño, como quedó claro en las últimas elecciones en que muchos que antes fueron iludidos con Lula y el PT, esta vez se iludieron con un fascista. Bolsonaro es el retrato más fiel de la falencia de ese podrido sistema político y sistema económico de explotación y opresión del pueblo y subyugación de la Nación. Su gobierno será el ardid de las fracciones de las clases dominantes para aumentar la explotación de los trabajadores y la rapiña imperialista de las riquezas de la Nación. Sin embargo, será también, en mayor escala, de aguda pugna entre esas facciones, por la decisión de que sistema político escogerán para intentar salvar el capitalismo burocrático hundido en crisis: un régimen corporativo y fascista o el régimen demoliberal ya tan desmoralizado, maquillando su fachada, para lo que los yanquis lanzaron la Operación “Lava Jato” e impusieron su “héroe” Moro en un superministerio.
Sólo a través de la dura y persistente lucha de resistencia popular, guiada por la línea de clase, en defensa de los derechos pisoteados y contra el saqueo de nuestras riquezas por el imperialismo, principalmente yanqui, por el camino de la revolución democrática es que nuestro pueblo irá, parte por parte, separar el grano de la paja en las disputas políticas en el país, y dar solución a los graves problemas de que padece, con una nueva democracia y verdadera independencia nacional.