Es prohibido trabajar

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Es prohibido trabajar

El incansable esfuerzo del viejo Estado para reprimir violentamente al pueblo pobre de Río de Janeiro, contrasta con su incapacidad de ofrecerle los recursos más esenciales, principalmente trabajo digno. Sin otra opción, la mayoría trata de ganar el pan como vendedor informal, deparando con un proceso cruel de criminalización.

Mesmo temendo a repressão, Cíntia e seu marido trabalham todos os dias

A las 7h de la mañana se intensifica el movimiento en diversos locales de Río de Janeiro. Aprovechando la agitada circulación de peatones, millares de trabajadores, sin alternativa de empleo, montan en las veredas pequeños puntos de venta donde es posible encontrar de todo. Esferográficas, pilas, frutas, legumbres, pochoclo, churros, CD, DVD, ropas, artesanías y etc. Esa lucha por la sobrevivencia incomoda al Estado, ya que estos trabajadores— rechazando las condiciones del desempleo y de la miseria — concurren con los grandes negocios, que sueñan monopolizar el mercado, y así un enorme volumen de impuestos deja de ser recogido.

Donde trabajar es crimen

La persecución es tan vieja que llevó para el Diccionario Houaiss la palabra "rapa" creada por la población carioca para designar al vehículo de la prefectura que conduce los fiscales y policías por las vías públicas para aprehender de forma violenta mercaderías de vendedores ambulantes sin licencia.

Protegidos por pesadas armaduras de goma y armados con enormes cachiporras, grupos de guardias municipales recorren las calles del Centro de Río y barrios populosos como Copacabana, Madureira, Meier, Cascadura y Tijuca  para impedir el trabajo de estos vendedores, quebrando sus tiendas y apoderándose de las mercaderías. La coima impera y se duda que el material sea recogido a los depósitos municipales. Esta acción salvaje ya inspiró a los artistas Lenine y Sergio Natureza a componer una canción que se tornó famosa — "Óia o rapa".

El hombre de los churros

Wilson Amaral trabaja como vendedor de churros en frente al IFCS (Instituto de Filosofía y Ciencias Sociales de la UFRJ), en el Largo de San Francisco. A cuatro años su rutina comienza por el largo viaje desde su casa, en Magé, a 50 Km de la capital, hasta el Centro de Río, donde todos los días monta su tienda. De las incontables adversidades que enfrenta, la peor, según él, es la represión:

—Los guardias ya llevaron mi tienda dos veces. Llevaron todo lo que tenía adentro: la batería que cuesta 280 reales, dulce de leche, garrafa de gas, todo. Cuando ellos llegan, yo salgo corriendo con la tienda. No hay otra posibilidad. La segunda vez las cosas no desaparecieron. Dieron un laudo de aprehensión, pero llevé veinte días para conseguir de vuelta mis cosas. Con esposa y tres hijos para dar de comer y un montón de cuentas para pagar, quedé todo ese tiempo sin trabajar. Es muy triste esa situación de tener que quedar como bandido. Antes de trabajar con esto ya fui mozo, trabajé en cuatro farmacias, pero para no ser maltratado por patrón, prefiero trabajar aquí.

Mercado en ascensión

De acuerdo con estudio realizado por la revista Exame, en todo Brasil, el mercado informal de trabajo tuvo un crecimiento anual de 4,2% desde diciembre de 2003. Los ambulantes están incluidos. En Río de Janeiro, el crecimiento fue de 19% en seis años (de 2002 a 2008).

Estudio semejante, realizado por el IBGE, sobre trabajadores irregulares y los de cuenta propia, revela que gran parte de ellos tienen más de 50 años (32,5%) y que la mayoría (70%) consigue menos de dos salarios mínimos mensuales. El estudio también contabilizó un total de 4,1 millones de vendedores ambulantes en las principales capitales del país. Lo que nadie explica, es como el número de ambulantes crece, en un momento en que la propaganda del Estado alardea el crecimiento de los empleos formales. Cabe todavía otra pregunta: ¿Cuántos ambulantes habrán caído realmente en la criminalidad por causa de la continua represión sobre sus actividades?

La cobardía del Estado acompaña el crecimiento de la cantidad de ambulantes. Familias enteras de ambulantes, que ganaban la vida honestamente, son forzadas a escapar de agresiones, robos, y extorciones por agentes de la Guarda Municipal.

En el Centro de Río, Diomara Belizário, de 52 años, vende verduras y legumbres en una carretilla, mientras que Maicon y su hermano menor venden CD y DVD que prenden a una grade de metal para facilitar la retirada, en el caso de la llegada de los guardias. Ellos viven en Belford Roxo y vienen de tren todos los días para el Centro de Río. Habitualmente la familia está en la esquina de la Avenida Passos con la calle Buenos Aires, pero Maicon nos dice que no permanecen en un punto fijo, se mudan de acuerdo con la represión.

La represión es muy violenta—explica Maicon— y uno tiene que ir para donde hay menos guardias. Ellos llegan y llevan lo que quieren. Ya golpearon hasta en mi madre. Usamos una carretilla para poder correr. No hay trabajo para nosotros. El pueblo aprende a sobrevivir y ellos dicen que es crimen— cuenta.

Quien compra de estos ambulantes ve frecuentemente la acción de la Guardia Municipal, esta sí criminal. Marly Machado Rocha trabaja como empleada doméstica en el barrio Tijuca y vive en  Nueva Iguazú. Ella viene todos los días para el trabajo de tren y muchas veces compra productos de los vendedores ambulantes. Cuenta que la acción de los guardias municipales es cobarde: los trabajadores no tienen como reaccionar.

— En frente de la estación ferroviaria de San Cristóbal hay una niña que vende un pancito muy rico. Yo compro todos los días porque es de muy buena calidad. Pero un día de estos, cuando busqué, vi los guardias municipales robando toda su mercadería. Llevaron también el material de un señor que vende café al lado de ella. Un absurdo. Las personas no pueden ni trabajar más— protesta indignada.

Represión aumenta en puntos turísticos

Cintia de Souza da Fonseca y Anderson de Oliveira Hortolan viven en Duque de Caxias y a cerca de 2 años venden sándwiches en el barrio Lapa, famoso punto turístico de Río de Janeiro. Con los nuevos bares caros, y el público cada vez más elitizado, tanto los ambulantes como los dueños de tradicionales bares más simples vienen siendo expulsados. En paralelo a las presiones económicas contra el pequeño comercio, aumenta la represión contra los ambulantes por la Guardia Municipal.

Anderson y Cintia, que trabajan con una Van, cuentan lo que está cambiando en la Lapa:

—No se puede más trabajar. Nosotros pagamos todo lo que estamos vendiendo con dinero honesto Todo comprado con boleta fiscal. Nadie aquí es bandido. ¿Para qué ser honesto la vida entera, para después ser tratado como bandido por el propio gobierno? Nadie aguanta más esto. Si ellos por lo menos viniesen aquí y preguntasen que sabemos hacer, para ofrecernos otra oportunidad. Pero no. En vez de eso nos roban todo. A todo momento tenemos que escondernos. Es un absurdo. Ahora con las elecciones viene un montón de políticos prometiendo licencias para podernos trabajar. Todo mentira.— Reclama Anderson, que es también mecánico naval.          

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