Con su usual superficialidad, la media transmitió los resultados pinzados de estudios del IPEA y de la Fundación Getulio Vargas (FGV) sobre los cambios en las clases sociales brasileñas en las seis regiones metropolitanas del País. El levantamiento del IPEA, que se basa en datos del IBGE, considera rendimiento apenas la renta proveniente de la remuneración del trabajo, lo que excluye los ingresos con inversiones.
Fue destacado, citando estudio de la FGV, que, de 2003 a 2008, se redujo de 35% para 24,1% el número de personas pobres– con renta igual o inferior a medio salario mínimo. Parece claro el efecto de los programas asistenciales, como el Bolsa Familia, pues recibir medio salario mínimo está lejos de significar inserción en la economía productiva.
Se alardeó también, una supuesta disminución de la pobreza, comprendiendo también los de la faja de un salario mínimo. De acuerdo con esos datos, de 42,82% en abril de 2002, el porcentaje de “miserables” y “remediados” (clases “D y E”), bajó para 32,59% en abril de 2008.
Hubieron más puntos porcentuales (10,9) en la reducción del número de individuos con “renta” inferior a medio salario mínimo de que los puntos de caída (10,2) en el conjunto de familias que incluye también la clase D. En resumen, es una falacia decir que hubo reducción de la pobreza.
En el otro extremo se habría elevado de 0,8% para 1% el número de personas que recibieron renta mensual igual o superior a 40 salarios mínimos (R$ 16,6 mil), indicando ser inexpresivo el crecimiento del número de individuos en la clase de mayor renta.
Al contrario, merece destaque la elevación de la renta de esa clase en la renta total, en función de los lucros crecientes de los rendimientos del capital, en consecuencia de los altos intereses y de los altos rendimientos en ascensión para los bancos y las grandes empresas. En realidad, continúa la tendencia a la concentración de renta iniciada en los años 60, la cual hizo cair la mitad la participación de los salarios en la renta total, de los 60% de entonces para 30% en los días de hoy.
Dejando de lado la pobreza apenas estadísticamente encogida por medio de la clasificación engañosa de las fajas de renta y considerando la pobreza verdadera, los propios datos oficiales muestran un cuadro sombrío. Así, las familias dichas más ricas, o sea, con renta superior a R$ 4.591 (R$ 918 por individuo, cuantía equivalente a apenas 2,2 salarios mínimos), pasaron a representar 15,5% en 2008, subiendo 2,5 porcentualmente desde 2002.
En retrospectiva de plazo más extenso, en vez de elevación del porcentual, hubo una considerable caída en la participación numérica de estos supuestos más ricos. Sumadas las clases denominadas media (media propiamente dicho, rendimiento familiar de R$ 2.500 a R$ 5.000, en reales de 2004) y la media alta (encima de R$ 5.000) el porcentaje cayó de 13,5% para 11,1% de 1981 para 2002.
Más grave, eses porcentajes ocultan la brutal corrosión del rendimiento de todas las clases de renta, el cual decreció en más de 40% en términos reales de 1997 a 2004, situación poco alterada en función de la recuperación mínima verificada después de 2004.
Se difundió también, de acuerdo con estudios de la FGV, que la clase media ha crecido para más de la mitad de la población de las regiones metropolitanas (51,89%), contando desde abril de 2002, cuando serían 44,19%. La FGV define clase la media como familias con renta entre R$ 1.064 y R$ 4.591 (R$ 214 a R$ 923 durante el mes por persona, respectivamente 5 a 2,2 salarios mínimos). Sí, no es broma: a partir de medio salario mínimo el estudio de la FGV ya encuadra la renta per cápita en la categoría de clase media.
Evidentemente viene siendo pintado un paisaje rosado o idílico, con base en el abusivo presupuesto de que tales niveles renda correspondieren a la “clase media”. Hasta que podría ser si: 1) el porcentaje de miserables e indigentes no fuese igual a la discutible clase media; 2) El porcentaje de la camada más alta no fuese tan pequeña.
Tornan las clasificaciones y las estadísticas aún más engañosas, la depresión de los rendimientos obtenidos por la casi totalidad de los residentes en el País en función del saqueo de las riquezas nacionales que ya llegué a cuantificar en artículo anterior en la casa de los R$ 2 billones por año.
Hubo apenas ligera mejoría para los que reciben el salario mínimo, gracias a los aumentos reales de éste en los últimos años. Esto sin embargo, no debe tirar de nuestro entendimiento el hecho de continuaren escandalosos los números y las condiciones extremas de la pobreza, ni que continúe la deterioración del padrón de vida de la “clase media”, gran parte de la cual vive realmente la pobreza.
El propio presidente del IPEA, Márcio Pochmann reconoce: “…La ganancia de productividad acumulada en la economía no está siendo repasada para los salarios. Al no repasar estas ganancias, los productores terminan formando un segmento más privilegiado de la población”. Este comentario habría sido más certero, si Pochmann hubiese dicho: empresas transnacionales y bancos, en vez de productores.
El estudio del IPEA señala, con efecto, que las ganancias en la productividad no son repasados a los salarios: datos de la industria brasileña indican que el crecimiento de las ganancias de ésta fue de 22,6% entre 2001 y 2008, mientras que el pago por trabajador se elevó en apenas 10,5%.
Pochmann acrecienta: “El sector de la industria tiene un sindicato muy fuerte. Si en este sector la ganancia de productividad no está siendo repasada para el salario, en otros sectores la diferencia debe ser bien mayor”.
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