Hace poco más de un año, la Flotilla de la Libertad zarpaba con destino a Gaza. Constituida por seis barcos, llevando unas 750 personas de varias nacionalidades, pacifistas de diversas corrientes entre periodistas, activistas, políticos y religiosos, que además, transportaban una carga de varias toneladas en alimentos, material escolar, medicinal y de construcción. Pero el principal objetivo de la misión era llevar solidaridad al pueblo de Gaza y llamar la atención del mundo sobre las condiciones inhumanas a que es sometido el pueblo palestino, víctima de un bloqueo brutal desde 2007.
El documental Fuego sobre el Mármara de David Segarra (también participante de la expedición) producido por la red TeleSUR, es construido de manera muy interesante. Relata el viaje de la flotilla desde el punto de vista de los activistas y periodistas que de ella participaron, remitiendo a sus experiencias personales y familiares de lucha contra las injusticias y como se sumaron a la causa palestina. Para eso, los realizadores de la película viajaron la Estambul, Londres, Bruselas, Estocolmo, Valencia y Barcelona para entrevistarlos.
Los relatos, junto con los registros filmados en la época, reconstruyen paso a paso la expedición cargada de miedos y esperanzas. Ellos demuestran tener conciencia de la importancia del acto y de los riesgos envueltos. Vemos los viajeros despidiéndose de las familias y amigos, abrazos apretados.
En el navío Mármara, que encabezaba la flotilla, luego en el comienzo del viaje, mucha alegría y cantos, gente que, en su mayoría, hasta entonces no se conocía, ahora dispuesta a compartirlo todo y superar las barreras de los idiomas. Periodistas mandan las primeras noticias. Las mesas de las salas repletas de computadoras portátiles con los activistas comunicando las novedades. Un puerto en el sur de Turquía es la última escala antes de finalmente emprender el camino a Gaza. Allí, sube el restante de los pasajeros y completan el cargamento de donativos. Una multitud saluda los viajeros.
Así, en 30 de mayo los navíos navegan aguas internacionales en el Mar Mediterráneo. Desde Israel, los militares anuncian que no permitirán la llegada en Gaza. En esa misma noche, los activistas perciben aviones espías no tripulados (drones) circundando la flotilla. Todos están recelosos. Poco tiempo después, los radares detectan tres barcos de guerra. El riesgo ahora es real y tratan de apurarse en colocar los chalecos salvavidas. Desde la armada israelí, llega una comunicación de radio instando a detener la marcha; el navío de los activistas responde que va a continuar. Los barcos de guerra ahora están próximos y es posible visualizarlos. Queda claro que el hecho de estar en aguas internacionales no va a impedir un ataque. Los periodistas transmiten en vivo la situación de desesperación. Israel interfiere en las comunicaciones intentando impedir que el mundo sepa lo que está por acontecer. Los reportajes en vivo son interrumpidos a toda hora que la señal cae. Por el internet son mandadas mensajes avisando sobre la amenaza ilegal y convocando para que sean movilizadas personalidades y autoridades de todo el mundo y para que permanezcan acompañando juntos durante toda la noche. De los barcos de guerra son lanzadas lanchas rápidas, llegan muy cerca para hacer el abordaje, pero los activistas tiran objetos y los hacen desistir.
Horas de tensión. En la madrugada, un helicóptero se posiciona sobrevolando el Mármara y comienza a disparar. Hay heridos y muertos. Todos corren en pánico. Los comandos israelíes inician una descendida por cuerdas. Los activistas reaccionan, balancean las cuerdas, algunos soldados caen al mar, otros son desarmados y también sus armas son tiradas en el agua. Más comandos descienden y continúan disparando. Decenas de heridos son llevados para dentro del navío por sus compañeros, que intentan salvar sus vidas. Tres soldados capturados y heridos también son atendidos. Nueve activistas fueron asesinados y otros 53 heridos gravemente con armas de fuego.
Los navíos, secuestrados, son obligados a seguir hasta Israel. Todas las computadoras, cámaras y teléfonos móviles fueron confiscados y destruidos. El objetivo claro de los israelíes era borrar las pruebas de sus actos terroristas. Los periodistas que se atrevían a reclamar por sus materiales acabaron golpeados. Felizmente los israelíes no consiguieron bloquear por completo las comunicaciones y un canal de televisión turco transmitió en vivo la invasión de los mandos. La población turca sale a las calles en protesta por sus mártires y el gobierno de aquel país, hasta entonces alineado con el de Israel, al ser presionado por los manifestantes pasa a condenar la acción israelí y convoca una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU.
Todos los supervivientes fueron llevados a prisión. Israel, presionado, dos días después libera los activistas, pero no devuelve las grabaciones. Son preservadas pocas tarjetas de memoria y cintas escondidas en las vestimentas. Los liberados vuelan para Turquía y son recibidos por multitudes.
Lo que parecía imposible aconteció: un grupo de civiles, ignorados por las grandes redes de televisión, con parcos recursos, consiguió cambiar la agenda mundial. Resta lamentar por los muertos, pero todos los que embarcaron sabían que esa era una posibilidad, ya que ese es el tratamiento cotidianamente padecido por el pueblo palestino.
Cuando termino de escribir estas líneas se ultiman los preparativos para la partida de la segunda Flotilla de la Libertad, con muchos más activistas y navíos.