Quilombo das Guerreiras resiste à pressão pela financeirização da zona portuária.
En 11 de septiembre, la municipalidad de Río de Janeiro fue autorizada por el gobierno federal a desapropiar 14 inmuebles de la Compañía Docas de Río de Janeiro para la realización de las obras del Puerto Maravilla, entre ellos, un inmueble en la Av. Francisco Bicalho, en las inmediaciones de la estación terminal de la ciudad, donde, hace siete años, funciona la ocupación urbana Quilombo de las Guerreras.
Una audiencia fue realizada, en 19 de septiembre, en el Fórum de la ciudad, para discutir la situación de los demás inmuebles pertenecientes a la Cía. Docas que estaban ocupados. Antes aún de la decisión del gobierno federal, ya había una acción de reintegración de posesión del local. Pero el reciente decreto firmado por la gerencia Dilma aumentó aún más la presión sobre los habitantes.
De acuerdo con prototipos presentados por el Puerto Maravilla y noticias ampliamente vehiculadas por el monopolio de los medios de comunicación, el Quilombo de las Guerreras debe dar lugar a la construcción de una de las Trump Towers, un emprendimiento inmobiliario que prevé la construcción de cinco edificios con 150m de altura, 38 pisos, presupuestado en R$ 6.000 millones, realizado por el grupo del multimillonario yanqui Donald Trump. Es el mayor emprendimiento del grupo en los llamados países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China). En la web de la compañía, ellos llegan a afirmar que “El Trump Tower Río será el núcleo de ese nuevo centro AAA nivel internacional”.
El inicio de las obras estaba previsto para el final de 2013, pero todo indica que la resistencia de los habitantes del Quilombo de las Guerreras no va a permitir que eso suceda.
7 años resistiendo
Después de años de preparación, 70 familias ocuparon el inmueble abandonado hace 20 años por la Cia Docas de Río de Janeiro.
— Fueron dos años de reuniones y organización. Era un edificio sin agua, luz y con mucha basura, completamente abandonado. Éramos varias familias, de varios locales de la ciudad — relata la habitante del Quilombo, Gina Cruz da Silva.
— Nosotros ya sabíamos que era un edificio abandonado por una Compañía mixta. La idea siempre fue transformarlo en vivienda. No era ocupar para hacer presión y mudarse para otro lugar. El objetivo es resistir y quedarnos aquí — completa Luiza Colombo, otra habitante.
El local, sin embargo, para los que imaginan que una ocupación urbana es un ambiente precario, sorprende. Los pisos del edificio fueron divididos entre portería, áreas colectivas (cocina, asamblea, biblioteca) y viviendas. Cada familia, dependiendo del tamaño, tuvo derecho a una sala que comportase sus integrantes. Las más numerosas, con más niños, tuvieron derecho a las salas que ya tenían baño. Las demás dividen los baños colectivos del edificio. A los pocos, cada familia trató de construir un espacio que pudiera significar su hogar. Los “departamentos” son bien organizados y equipados. Y en mejores condiciones que muchas residencias que podemos encontrar en los barrios pobres del país. Una lucha de siete años. En una visita rápida, queda muy claro el motivo por el cual las 50 familias desean permanecer en el local. Las victorias, sin embargo, costaron mucha lucha de los habitantes:
— Sólo el hecho de estar viviendo aquí hace siete años, en la actual coyuntura, ya es una conquista. El estado de este edificio era horrible. Él no cumplía ninguna función social — cuenta Roberto Gomes dos Santos.
La habitante Raimunda da Ressurreição relata que, a los pocos, las familias fueron construyendo una rutina de vida en el local:
— El día de los habitantes aquí comienza temprano, hay gente que sale 4h de la mañana para trabajar. Cada 15 días tenemos asambleas para discutir nuestra situación y organizarnos. Somos un colectivo, todo el mundo toma parte. En el fin de semana los apoyadores dan aula de refuerzo escolar. El primer sábado del mes también hacemos karaoke y domingo tenemos aula de capoeira.
Roberto también explica porque los habitantes del Quilombo de las Guerreras luchan por una solución de vivienda en el Centro de la ciudad y no aceptarían ser removidos para barrios distantes:
— Nuestra preferencia, como trabajadores que ayudamos a construir la ciudad de Río de Janeiro, es quedarnos en el centro. No desmerecemos quien vive en el suburbio, en la Bajada, etc, pero desde la época de Pereira Pasos, los trabajadores eran removidos para áreas periféricas y abandonados. La mayoría de las personas que vive aquí es de trabajadores informales. A pesar de estar siempre corriendo de la guardia municipal, vivir en el Centro es estratégico. Es importante que el centro vuelva a tener gente que viva aquí.
Luego después de la ocupación, la Compañía Docas consiguió la reintegración de posesión del local, pero acabó no ejecutando el desalojo y el proceso fue archivado. En 2011, fue abierto un nuevo proceso, que actualmente está siendo juzgado.
El ayuntamiento de Río, según los habitantes, no presentó ninguna alternativa de habitación para las familias:
— Fuimos ignorados, olvidados, como si no existiéramos aquí. La postura siempre fue de no vernos — explica Luiza.
Los habitantes también denuncian que desde el inicio de las obras de “revitalización” de la zona portuaria, el área es constantemente afectada por cortes de agua y luz. Además de eso, una huerta que era mantenida por los habitantes fue destruida debido a los escombros, polvo, etc.
“No sabemos cómo será mañana”
Estudios realizados por el sector inmobiliario apuntan una valorización del 500% en los inmuebles de la zona portuaria de Río de Janeiro. Pero no es preciso mucho trabajo, contratar consultorías inmobiliarias, etc, para constatar la situación. Basta dirigirse al local. Los cambios son visibles.
De un lado, comienzan a erguirse grandes torres espejadas de oficinas. Personas bien vestidas desfilan por la Avenida Venezuela, codo con codo con trabajadores del puerto y habitantes de los barrios circunvecinos a la Plaza Mauá. El imponente Museo de Arte de Río (MAR) esparce su blancura por el otrora reducto africano, allí, bien próximo al antiguo mercado de esclavos del Valongo. La Plaza Mauá explota. Literalmente.
La ladera de la Calle Eduardo Jansen, a primera vista, en medio de aquel torbellino de gente y confusión, parece continuar tan tranquila como hace cincuenta años, cuando los primeros habitantes comenzaron a llegar. Pero basta conversar con algunos de ellos para percibir como las apariencias engañan.
— Las obras trajeron mucha confusión, la gente no tiene sosiego. Dicen que va a quedar bueno, pero yo estoy muy estresada — cuenta la habitante Solange Souza.
— Eso va ser de país de primer mundo — comenta un obrero de la Porto Novo, que se aproxima de la rueda de conversación.
— Yo quiero ver cómo va a quedar después de la obra. Quiero ver cómo voy a pagar mi alquiler. Yo no quiero cosas bonitas de lujo. Lo que quiero es vivir. Hay un rumor de que todo el mundo va a salir. Estamos durmiendo aquí hoy, pero no sabemos si mañana vamos a estar aquí — responde Solange.
Los inmuebles de Eduardo Jansen, así como varios otros en la región, pertenecen a la Orden Tercera del Carmo, de la Iglesia Católica, y son patrimonio histórico, por lo tanto no pueden ser demolidos. Pero los habitantes temen una remoción blanca, a través del encarecimiento del costo de vida en el local. Desde el inicio de las obras, el valor del metro cuadrado viene subiendo. Hoy, un inmueble en el Morro de la Conceição cuesta en media R$300 mil.
Comerciantes amenazados
La Travessa del Liceu es una calle de comercio popular enclavada en la zona portuaria. Turistas de todos los tipos, nordestinos, orientales, se cruzan por la calle estrecha, escogiendo mercancías. Los comerciantes de la Travessa no tuvieron la licencia para 2013 renovadas y temen que el ayuntamiento esté planeando una “higienización” del local.
— Hicieron el museo y aquí quedó un caos. El comercio cayó 80% y ahora está normalizando. El ayuntamiento no renovó nuestra licencia y ni explicó el motivo. Yo creo que ellos quieren limpiar el área para la Copa y las Olimpíadas. Puede ser que seamos removidos, pero un gobierno no dura la vida entera. Nosotros estamos delante de un gobierno autoritario que hace y deshace, pero él no va a durar para siempre. Nosotros vamos a intentar continuar en el local — se indigna el comerciante Fausto Brasil.
Al frente, al lado y adelante, se yerguen tiendas. Edificios son derrumbados, otros reformados. Tiendas de departamentos comienzan a ocupar los espacios, antes considerados degradados. Y van, a los pocos, exprimiendo los habitantes, los pequeños comercios, y la historia de un Río de Janeiro negro, obrero y pulsante. Sólo nos resta esperar que la memoria que transita allí, la de las luchas contra la esclavitud y de las huelgas portuarias pueda resonar en la actualidad.
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