Con la burguesía en apuros en los cuatro cantos del planeta, a lo largo de los últimos años el fascismo viene ostentándose en todo el mundo, con sus políticas de exclusión y exterminio patrocinadas por gente aparentemente tan diferente cuánto Bush y Luiz Inácio. Pero en pocos lugares estas fuerzas se levantan de forma tan evidente cuánto en la Italia de hoy.
En pocos países los fascistas se muestran tan claramente, tal y cuál verdaderamente son, gruñendo ferozmente contra el pueblo, y dispensando incluso la charlatanería socialdemócrata de la cual su estirpe viene usando por años para intentar embaucar las masas.
Allá, la truculencia fascista llevada a cabo sin muchos pretextos está de vuelta con la derecha más reaccionaria retornando al poder central del país. La ofensiva viene consolidándose a través de un grupo de partidos políticos nutridos de odio a las clases populares, como la Alianza Nacional, autoproclamado sucesor del partido de Benito Mussolini, y la Liga Norte, declaradamente xenófoba.
La patota es liderada por el oligarca Silvio Berlusconi, del partido Forza Italia. Berlusconi, el hombre más rico de Italia y dueño del 90% de los medios de comunicación del país, desde mayo de este año ejerce por la tercera vez el cargo de primer-ministro – puesto que ya ocupó de 1994 a 1995 y de 2001 a 2006.
Son todos los herederos directos del legado trágico de Mussolini. Tal como el antiguo "Duce"- creador del primer Estado formalmente fascista de Europa – el nuevo se vale de las estrategias de siempre para intentar mantener las masas con las riendas cortas y asegurar que todo el poder sea dado a la burguesía. Para eso, quitan la responsabilidad del caos económico de su único culpable, o sea, el modo capitalista de producción en su última etapa, el imperialismo.
Su programa político funciona en la base de apuntar parte de la población de su país como responsable por la precarización generalizada de las condiciones de vida – que en realidad es obra y gracia de la explotación capitalista –, de la supresión de los derechos de las masas trabajadoras y de la adopción del racismo como política de Estado, a fin de criminalizar grupos que incomodan las élites, intentando justificar sus políticas de exclusión y extermínio.
Es el fascismo de pura sangre saliendo del armario y haciendo esto abiertamente, sin tomarse el trabajo de pasar el maquillaje de la "democracia" y del "Estado de derecho", fantasías mal producidas con que se visten otras administraciones de la misma estirpe que la italiana esparcidas por el mundo.
Los primeros blancos
El lunes, 4 de agosto, las principales ciudades de Italia amanecieron con centenas de soldados ocupando sus calles para de combatir el aumento de la criminalidad, presentado al pueblo italiano como consecuencia directa de la inmigración dicha ilegal. Era parte del "estado de emergencia" declarado por el primer-ministro italiano bajo la justificación de prender y expulsar sumariamente de Italia los inmigrantes que no tengan la documentación exigida para quedarse y trabajar en el país.
En Roma, 400 soldados fueron dispuestos en las estaciones de tren y alrededor de un centro de detención de inmigrantes. En los días que se siguieron, el número de militares movilizados para reprimir aquellos que el propio Berlusconi llamó de "plagas" llegaría a tres mil. En Milán, 150 hombres, a servicio de un mando fascista, fueron incumbidos de cazar inmigrantes en los alrededores de iglesias, sinagogas, terminales de transportes públicos, consulados y embajadas.
El "estado de emergencia" declarado por Berlusconi servirá aún para permitir la construcción en Italia de nuevos centros de detención de ilegales, que acostumbran ser verdaderos campos de concentración. Además de esto, Berlusconi consiguió aprobar en el parlamento italiano el aumento de un tercio de las penas para inmigrantes ilegales que cometan delitos en el país.
Al mismo tiempo en que promueve campañas parlamentares y mediáticas a fin de perseguir y castigar los extranjeros, Berlusconi avanza en su propósito de legislar en beneficio propio y de su clase. Así, él consiguió aprobar en el parlamento italiano la norma conocida como "bloquea procesos", que suspendió más de cien mil juicios programados para el periodo subsecuente de un año. Entre los casos pendientes estaban algunos contra él propio e incontables grandes procesos contra miembros del patronato italiano.
Los primeros objetivos de la embestida fascista que viene siendo llevada a cabo por Berlusconi incluyen aún el pueblo gitano.
En junio, el primer-ministro concedió a los alcaldes de Roma, Milán y Nápoles – las tres mayores ciudades de Italia – poderes extraordinarios para expulsar personas de etnia gitana del perímetro urbano. Esto después de que todo el ministerio encabezado por Berlusconi movió una amplia campaña de difamación y miedo, acusando los gitanos de ser responsables por una supuesta ola de robos, asaltos y raptos. El ministro del Interior, Alfredo Mantovano, llegó aún a decir abiertamente que el gobierno del país consideraba la propia etnia gitana vinculada por naturaleza a ciertos tipos de crímenes.
A finales de junio, Mantovano confirmó otra medida de cerco a estas personas: la obligatoriedad de que los niños gitanos sean registrados e identificados como tales junto a los órganos públicos por medio de sus impresiones digitales.
Las provocaciones sin rodeos
En el inicio de septiembre, en menos de dos días, el alcalde de la capital, Roma, y el ministro de la Defensa del país no se contuvieron y dejaron caer la máscara, para el escándalo de aquellos que no creen que el fascismo continúe por ahí, por doquier y bajo las más variadas siglas y leyendas.
Primero el alcalde de Roma, Gianni Alemanno – llamado por los medios de comunicación de "ex-líder" de una agremiación dicha "neo-nazi" – declaró que nunca consideró, y nunca considerará, el fascismo como un régimen "absolutamente del mal". Lo que Alemanno tiene que "neo" (prefijo que indica algo nuevo) no se sabe. ¿O no se trata, en rigor, de un viejo fascista?
Descartando los eufemismos utilizados por las Tv y por los periódicos, se trata en realidad de un viejo adepto de la persecución a los trabajadores, de la criminalización de las clases populares y de la imposición del miedo como estrategia de dominación.
Después, fue la vez del ministro de la defensa, Ignacio La Russa, ir más lejos de lo que de costumbre en su alocución, abandonando las medias palabras, arremangando los brazos y mostrando los dientes: La Rusa colmó de elogios a los soldados de la República Social Italiana, nombre utilizado por el gobierno fascista de Mussolini para bautizar oficialmente el Estado italiano de la época:
"Yo estaría traicionando mi conciencia si no recordase que otros hombres uniformizados, como los de la RSI, también, desde el punto de vista de ellos, lucharon con la creencia de que estaban defendiendo su patria".
La afronta fue amplificada por el hecho de que fue hecha exactamente en una ceremonia de homenaje a los hombres y mujeres que resistieron al ejército nazi de Adolf Hitler y murieron intentando defender Roma de la ocupación alemana.
Son posturas públicas que confirman de forma categórica el hecho de que estas autoridades desistieron de presentarse con la máscara de los entusiastas de una democracia de hecho.
Todavía en 2005, durante su primer mandato como primer-ministro, Berlusconi participó de una manifestación promovida por su partido, el Forza Italia, propalada como en protesta "contra todas las dictaduras". Como de costumbre, grandes líderes comunistas fueron listados y presentados como "dictadores". Ya el propio Mussolini y otros líderes fascistas no fueron ni siquiera mencionados.
Dos años antes, Berlusconi llegó a declarar a un periódico italiano que el antiguo dictador y asesino Benito Mussolini "nunca mató a nadie", añadiendo que se trataba de lo contrario de esto, o sea, que Mussolini mandaba las personas de vacacionales para los confines del país. Una demostración de profundo desprecio por los que fueron muertos defendiendo Italia contra el fascismo, y de chacota para con las víctimas del fascismo, héroes del pueblo.
Vaticano, entidad fiel al fascismo
Unos prefieren mostrar sin velos el fascismo que encarnan, confirmando con la cara limpia, y con todas las letras, lo que sus políticas ya dejan ver a la luz del día. Otros prefieren la demagogia, intentando una vez más disimular su colaboracionismo histórico con el odio a las masas.
A mediados de agosto, el alemán Joseph Ratzinger, vestido de papa Bento XVI, se mostró preocupado con los "recientes ejemplos de racismo" en Italia, y recomendó a los fieles a la doctrina católica que se recuerden de su papel de mantener la sociedad lejos de la "intolerancia y de la exclusión".
Por toda Europa, se especuló que Ratzinger estaría incomodado con el riesgo de Italia volver al fascismo por las manos de Berlusconi, más específicamente por causa de aquello que el monopolio europeo de los medios de comunicación se apresuró en llamar de línea "dura" del primer-ministro italiano.
El caso es que los "fieles" pueden quedarse confusos sobre la fidelidad de su propio liderazgo religioso. A juzgar por el pasado no muy distante del Vaticano, su relación histórica con el fascismo no es de enfrentamiento, por el contrario: a lo largo del siglo XX, la Iglesia Católica, enemiga mortal de los comunistas, se dedicó a las alianzas nada santas con los regímenes fascistas.
En 1929, el Vaticano vendió su reconocimiento al régimen de Mussolini por algunos millones de liras. El negociado quedó conocido como el "préstamo de la conciliación", o Tratado de Latrão, firmado por el propio Mussolini y por el cardenal Pietro Gasparri, entonces secretario de Estado de la Santa Sé.
Poco más tarde, en 1933, el Vaticano volvió a colaborar formalmente con el fascismo. Aquel año, el cardenal Eugenio Pacelli, el futuro papa Pio XII, promovió la firma del Concordato de Roma, documento a través del cual la Iglesia Católica oficializó su apoyo al fascismo de Hitler.
Por medio de este concordato, el Vaticano suspendió la prohibición impuesta a sus seguidores de ingresar en el partido nazi. En canje, Hitler se comprometió a ayudar a mantener las escuelas católicas alemanas.
Hace exactamente un año la cúpula de la Iglesia Católica bajo Joseph Ratzinger resolvió provocar el pueblo de España e insultar la memoria de la brava resistencia que defendió el país los años de la Guerra Civil. El día 28 de octubre del año pasado, el Vaticano canonizó dos obispos, 24 padres y varios monjes y monjas que colaboraron con el régimen fascista español de la década de 1930.
De esta forma, y también por un momento dejando caer la máscara, la "santa iglesia" confirmó, más de medio siglo después, el apoyo decisivo que dio a la ofensiva asesina del ejército fascista de Francisco Franco.
Sarkozy también muestra a que vino
Los ministros del Trabajo de la Unión Europea aprobaron recientemente una propuesta que autoriza los gobiernos de los países miembros a aumentar la jornada de trabajo semanal superior a las 48 horas. Se destruyó de la noche a la mañana una conquista de la clase obrera europea alcanzada con mucha lucha hace 90 años.
Hace tiempo que los monopolios europeos anhelaban el tiro de misericordia en este derecho. Era una vieja bandera del Reino Unido y de Alemania, pero que encontraba resistencia inquebrantable en los sectores populares organizados en España, en Italia y en Francia. Con la vuelta de Berlusconi al poder y con el ascenso de Nicolas Sarkozy, sin embargo, ganó la truculencia típica de los fascistas de ayer y de hoy.
Sí, Berlusconi y su trupe italiana tienen en la Europa de hoy un compañero a la altura de su fascismo sin máscaras.
La vena se mostraba desde los tiempos en que "Sarko" era ministro del Interior de Francia, periodo en el cual los suburbios de las mayores ciudades del país, donde viven los inmigrantes y descendientes de inmigrantes, se levantaron contra la intensificación de las políticas de asesinato y exclusión promovidas por el presidente Jacques Chirac y su ministro predilecto.
La diferencia es que Sarkozy mandaba matar y perseguir los habitantes de los suburbios llamándolos de "gentuza", y diciendo que se debería expulsar los hijos de inmigrantes que fueran agarrados en manifestaciones, mientras Chirac se refería a las víctimas de esta política de exterminio consentida como "hijos de hijas de la República".
Como presidente, la principal "novedad" traída por Sarkozy para el Palacio del Elíseo fue retirar el velo de una falsa resistencia histórica de los gobiernos franceses que encubertaba la colaboración franco-yanqui para la implementación de políticas antipueblo en los dos lados del Atlántico.
Bien al lado, en la vecina Italia, Berlusconi prohibió recientemente la exhibición en el país de una película del cineasta norteamericano Oliver Stone, considerado "incómodo" para Bush.
No por casualidad fue en la Francia del fascista Sarkozy que el fascista Berlusconi recibió el premio de "Hombre del año" de una asociación sionista – vean de quién. Fue recibido en París por el portavoz del propio gobierno israelí, y obsequiado con una placa como premio por sus esfuerzos en defensa del Estado fraudulento de Israel.
O sea, se puede decir que el fascismo de cara limpia está ahí, pero aún es excepción en medio a aquel que se irgue en nombre de cosas como "honra", "mérito", y otras bellas palabras caras al léxico del embaucamiento.
Traducciones [email protected]