Jóvenes víctimas del régimen militar argentino: Justicia condena represores 33 años después

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Jóvenes víctimas del régimen militar argentino: Justicia condena represores 33 años después

Jorge Perez Brancatto, Jorge Sznaider e Hugo Malozowski

En la noche del sábado, 12 de mayo de 1979, un grupo fuertemente armado llegó a un edificio localizado en un barrio céntrico de Buenos Aires. Forzaron el portero a solicitar que el propietario de un apartamento los atendiera. Cuando este abrió la puerta fue dominado, así como los cuatro otros jóvenes que lo acompañaban, y todos fueron llevados del lugar en varios coches sin identificación. Nunca más volverían.

Así, discretamente, con frialdad y absoluta certeza de impunidad, es que actuaban las fuerzas de represión durante la gerencia militar en la Argentina. Este caso (que quedó conocido como “el grupo del Mariano Acosta”, porque tres de los jóvenes estudiaban magisterio en ese colegio) ganó cierta notoriedad en la época por la ocasión en que ocurrió. La mayoría de los más de 30 mil casos de desaparición-asesinato ya había acontecido entre el golpe de Estado de marzo de 1976 y las vísperas de la realización de la Copa del Mundo de fútbol de 1978.

Los familiares de los jóvenes se movilizaron dentro de las escasas posibilidades de la época. Las autoridades negaban saber del caso. La prensa o colaboraba con los militares o sufría fuerte censura y amenazas. Pocos se atrevieron a publicar unas líneas. Desde Uruguay una radio localizada en la ciudad de Colonia transmitía noticias que no eran difundidas en las emisoras de Buenos Aires. Sin embargo, Uruguay también vivía bajo gerencia militar. La otra acción de los familiares fue recurrir a gobiernos extranjeros. El consulado yanqui acogió las denuncias y mandó un pedido formal de explicaciones a la junta militar argentina. Pero fue sólo un tirón de orejas sin mayores consecuencias.

Las únicas instituciones que resistieron valientemente, exigiendo verdad y justicia, fueron las del pueblo organizado en grupos como el de las Madres de la  Plaza de Mayo .

Los familiares, que nunca desistieron de sus entes queridos y pasaron a dedicar su vida a ellos, sufrieron mucho hasta lograr resultados. Desesperados, acabaron en las manos de oportunistas y estafadores: abogados inescrupulosos, falsos testigos, políticos y militares que ofrecían informaciones (que después se revelarían falsas), en pago de mucho dinero.

Judíos traicionados por Israel

Los familiares del grupo que profesaban la religión judaica recurrieron a la embajada de Israel y fueron ignorados o maltratados. Un funcionario de la embajada les dijo que sus hijos habían sido “enemigos del Estado de Israel”*. En organizaciones judaicas como la Amia y la Daia , dijeron que “los culpables eran los padres, por no haber educado sus hijos dentro del sionismo”*. Ellos sólo intercedían por judíos muy importantes, pibes de clase media sospechosos de pertenecer a alguna organización de izquierda no interesaban. Atónitos, los padres corrieron a demostrar con fotos y documentos que eran buenos judíos, que habían cumplido con todos los ritos de la religión.

Esa pobre gente no entendía lo que estaba aconteciendo. Hasta hoy muchos se niegan a encarar los hechos. Lo máximo que se atreven la censurar de la actitud de Israel es decir que fue omiso, cuando en realidad tuvo una activa complicidad.

 Más de veinte años después de lo acontecido, Israel mandó una comisión para “investigar” la desaparición de judíos. Ese aparente cambio de posicionamiento se debe a que los sanguinarios militares argentinos eran buenos compradores de armas y en la época no habría sido bueno estorbar los negocios con cuestionamientos indiscretos. Pero la tal comisión no pasó de una farsa.

Hasta hoy la propaganda sionista intenta cambiar la historia, afirmando que Israel ayudó a Argentina vendiéndole armamento para luchar contra  Inglaterra en la guerra de las Malvinas. Sin embargo, las ventas de armas comenzaron inmediatamente tras el golpe y eran claramente destinadas a reprimir el pueblo argentino, y, por consecuencia, a aquellos que profesaban la religión judaica. Y más, según el testimonio de un ex-agente de la Policía Federal argentina arrepentido, dentro de la embajada de Israel el ministro consejero Herzl Inbar (que después se tornaría embajador) daba a los represores argentinos “asesoría anti-subversiva”.

Determinación inexorable

El colapso de la gerencia militar posibilitó la investigación de los hechos. La gestión de Raúl Alfonsín promovió la creación de la Conadep (Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas) formada por escritores, médicos, profesores, periodistas etc., todas personalidades ampliamente reconocidas y respetadas por el pueblo y que tuvo amplia libertad y voluntad para investigar.

Los militares reaccionaron a las investigaciones e hicieron reiteradas amenazas de un nuevo golpe de Estado. El pueblo dio amplio apoyo a Alfonsín enfrentando valientemente los militares, pero aún así Alfonsín capituló y quiso colocar límites en el alcance de la justicia.

Mucho peor fue la gestión de Carlos Menem, que trató de exculpar todos los militares.

Se sucedieron la ley del punto final, amnistías y perdones presidenciales. Algo tan inmoral e ilegítimo cuanto en Brasil la “ley de la amnistía”, con los mismos argumentos fallutos de la pacificación y de la reconciliación de todos.

Pero el pueblo argentino no aceptó las diversas tentativas de olvido y perdón, dejando eso bien claro con frecuentes manifestaciones multitudinarias, además de las acciones bautizadas de “escraches” contra civiles y militares copartícipes del régimen dictatorial. 

A partir del gobierno de Nestor Kirchner y continuando en el de Cristina Kirchner, la investigación y el juicio de los crímenes del régimen militar tomaron un gran impulso.

Tras tantos años era difícil averiguar lo acontecido y levantar pruebas para llevar los represores a la justicia.

El crimen y la justicia

Fue posible reconstituir buena parte de lo que aconteció con aquellos jóvenes del Mariano Acosta:

“Una semana antes un joven fue detenido en su residencia por la policía y llevado hasta una comisaría donde fue interrogado por dos días. Al ser liberado, a pocos metros de la puerta de la comisaría, era aguardado por un grupo armado sin identificación que lo secuestró. Los captores eran policías directamente vinculados al ejército. En un centro clandestino fue torturado por varios días. Los interrogadores querían saber la dirección de su hermana y la procedencia de unos libros que habían sido hallados en su casa. Su hermana había sido novia de un militante que a más de un año ya había sido secuestrado y estaba desaparecido. El joven no consiguió resistir y acabó diciendo lo que ellos querían. Inmediatamente secuestraron su hermana, que pertenecía a un taller literario que se reunía a los finales de semana en el departamento de uno de ellos. Los libros también pertenecían al grupo y él dio la dirección donde acontecían los encuentros. El grupo represivo fue al departamento y secuestró  los jóvenes. Él fue liberado días después. Su hermana y los amigos del grupo nunca más volverían. Fueron llevados al cuartel de Campo de Mayo , que había sido convertido en campo de concentración y posiblemente allí asesinados.” 

Y la persistencia ya dio frutos. Lo que poco tiempo atrás parecía imposible para amigos y familiares, aconteció. Tras 33 años del secuestro y desaparición de los jóvenes de Mariano Acosta, salió la primera sentencia: dos comisarios fueron directamente para la cadena común, uno deberá quedar 19 años preso y el otro 9 años. Un militar que iría a ser juzgado en la misma fecha tuvo un AVC. El caso aún continúa. Ciertamente otros militares más caerán, inclusive por qué son acusados de diversos asesinatos, y como los crímenes son de lesa-humanidad, nunca prescribirán.  

Los buenos hijos

Jorge Pérez Brancatto, 20 años, Jorge Sznaider, 19, y Hugo Malozowski, 20, estudiaban magisterio en la Escuela Mariano Acosta. Junto con Noemi Beitone, 25, y sus profesores de literatura, la pareja Mirta Silber de Pérez, 35, y Carlos Alberto Pérez, 33, conformaban el taller literario Horacio Quiroga. Para los íntimos, habían confidenciado que pretendían viajar a España para lanzar un libro denunciando las atrocidades que estaban siendo cometidas por la gerencia militar argentina.

En la capital porteña, así como en las ciudades brasileñas, numerosos nombres de plazas y calles homenajean militares y políticos, que, si investigamos en un buen libro de historia, quedaremos sabiendo que sus mayores hechos consistieron en asesinar indios, campesinos u obreros.

En Buenos Aires ha surgido una excelente manera de recordar los buenos hijos de la patria. Baldosas con sus nombres son instaladas en veredas por las cuales ellos frecuentemente transitaban. Los jóvenes de Mariano Acosta también fueron homenajeados con baldosas en la escuela en que estudiaban.   

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*Testimonio de los familiares para la comisión de Israel, disponible en internet.

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