Entrevista: José Maria Galhassi de Oliveira
"Como preso y torturado por el régimen militar y como alguien que vio desaparecer los mejores hijos del pueblo brasileño bajo el suplicio cobarde de los que se encontraban en el poder en la época, y aún se encuentran hoy, adversos a cualquier tipo de punición, no admito esta conciliación infame que Luiz Inácio trama con los torturadores".
Durante evento de inauguração da nova sede de A Nova Democracia
Fue así que José Maria Oliveira, viejo comunista, proclamó su indignación frente a la gerencia de Luiz Inácio y su conciliación con los militares en el encubrimiento del salvajismo practicado durante la gerencia militar del Estado brasileño.
Nacido en el barrio de Meier, zona norte de Río de Janeiro — 84 años atrás, José Maria es una figura simbólica de lo que debe ser un verdadero revolucionario y, más que eso, un verdadero comunista. No obstante su edad avanzada y algunos problemas de salud, mantiene una militancia diaria, hoy, usando como trinchera el Centro Brasileño de Solidaridad a los Pueblos — Cebraspo. Incansable, participa de actos públicos, manifestaciones callejeras, panfleteo y debates con la juventud. Esta juventud que – él tiene convicción — empuñará su bandera roja cuando de su último suspiro.
AND – ¿Cuándo, cómo y dónde usted entró en contacto con las ideas revolucionarias?
José Maria — Todo comenzó cuando entré en el Colegio PEDRO II y lideré una campaña contra las novatadas que eran aplicadas a los principiantes y, en la época, eran dirigidas por el hijo de un general del Estado Nuevo getulista. Después del movimiento, fui buscado por un joven que me trajo un libro y pidió que yo lo leyera y, después, discutiera con él. El libro era el Manifiesto del Partido Comunista y yo, hijo de una familia de clase media y extremadamente religiosa, fui modificando mis ideas y descortinando en mi cabeza una nueva conciencia. El joven que me presentó el Manifiesto, posteriormente fue preso y torturado hasta perder la salud y morir tuberculoso. Otávio Baltazar, este era su nombre, fue colocado en un agujero de arena cerrado por una reja y, para que no durmiera, de hora en hora era tirada sobre él agua fría. Su muerte me trajo una indignación muy grande y aquella bandera roja que él empuñaba no se quedó en el suelo, la tomé y la mantengo erguida hasta hoy y la mantendré hasta mi último suspiro cuando, tengo certeza, habrá un joven que la tomará y la mantendrá altanera. Así es la lucha de los comunistas.
AND — ¿Cómo se dio su ingreso en el partido?
José Maria — Bien, acontecieron las discusiones con Otávio, pero fue la práctica que me impulsó a una militancia en el Partido Comunista. Yo había participado de la campaña para Brasil entrar en la guerra contra Alemania, que había invadido la Unión Soviética. La campaña fue victoriosa, con la formación de la Fuerza Expedicionaria Brasileña y su envío a los campos de batalla en Italia. Antes de eso, el PCB ya había mandado varios voluntarios para luchar contra los fascistas en España, en Francia y en Italia. Toda esta movilización llenaba los jóvenes de entusiasmo y yo pedí mi ingreso en el Partido. Transcurría el año de 1944 y la Unión Soviética, con el glorioso Ejército Rojo, nos hacía vibrar con sus contundentes golpes contra la bestia nazi. Fue así hasta la victoria final, cuando el soldado del Ejército Rojo colocó la Bandera de los Comunistas en lo alto del Reichstag.
AND — ¿Y como fue su militancia?
José Maria — Mirando de hoy, yo veo que de 45 hasta 64 tuve una militancia medio tibia, condicionada por la dirección oportunista que frenaba nuestro ímpetu revolucionario y que vino a empeorar después del XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, donde Kruschov jugó toda su ponzoña contra el gran Stalin y la dictadura del proletariado. El revisionismo de Kruschov fue totalmente respaldado por Prestes en Brasil, que continuó con ilusiones constitucionales en relación a los gobiernos de Juscelino y Jango, lo que redundó en su total inmovilidad delante del golpe militar de 64
AND — El clima de insatisfacción en el Partido después del XX Congreso del PCUS, realmente, era muy grande, tanto así que en 1962 varios comunistas tomaron la iniciativa de reconstruir el Partido que según ellos había sido destruido por el grupo revisionista de Prestes. ¿Como usted acompañó estos debates?
José Maria — Yo vivía en Vassouras, allá fue mi laboratorio para entender la lucha de clases a partir de la explotación, de la corrupción y del pudrimiento de las clases dominantes locales. El debate ideológico, sin embargo, no llegó hasta nosotros con la radicalidad que aconteció en las capitales, como Río y São Paulo. Lo que vino a en los indignar fue el inmovilismo del PCB en relación al Golpe. Ahí comenzamos a estudiar y organizarnos como disidencia hasta que en 1966 encontré el Getúlio de Oliveira Cabral, que también estaba conectado a otro grupo disidente y juntos participamos de la fundación del PCBR (Partido Comunista Brasileño Revolucionario). Getúlio también fue preso y asesinado por los militares, que hicieron una escenificación para pasar para la población que él había sido muerto en un intercambio de tiros con la policía. En aquella época, todos los grupos disidentes discutían como hacer la resistencia armada y ahí había la influencia de la Revolución Cubana y de la Revolución China y fueron creadas varias organizaciones que en su mayoría se quedaron bajo la influencia cubana.
Junto aos camponeses no 1º de Maio Classista de 2007 em Belo Horizonte
El PCBR, bajo la dirección de Mário Alves, cuyo asesinato bajo violenta tortura completó 40 años, se diferenciaba de las demás organizaciones de resistencia armada por el hecho de colocar la importancia del Partido como una necesidad para la conducción de la lucha contra el régimen y por la realización de la revolución. Por este motivo nosotros nos opusimos a participar del frente amplio que, en la época, fue articulado por Carlos Lacerda, Ademar de Barros, Jango, Juscelino, Brizola, Arraes, el PCB y otros. Ellos querían la vuelta de las libertades democráticas, esto ya les contentaba. Nosotros queríamos llevar la lucha hasta el socialismo. Pero, el PCBR terminó cayendo también en el militarismo y, después de la muerte de Mário Alves, fueron cayéndose uno a uno los militantes que estaban al frente de las acciones armadas y, como no desarrollamos una sólida relación con las masas, los militares nos aislaron y partieron para la masacre, con prisiones y asesinatos que hoy nosotros tenemos conocimiento a través de las varias denuncias que fueron hechas por los que pasaron por las cárceles y consiguieron contar la historia.
AND — ¿Fue dentro de este cuadro que aconteció su prisión?
José Maria — Nosotros estábamos en una determinada región haciendo un reconocimiento y fui llamado por nuestro comandante, que me propuso una misión que tenía la posibilidad muy grande de una prisión: había la sospecha de que un elemento que había salido del presidio de Linhares habría tenido un pésimo comportamiento e, inclusive, habría pasado para el lado del enemigo. Este elemento estaría viviendo en Goiânia y yo tendría que desvendar esta historia. Fui a cubrir un punto que había sido marcado con él, pero llegué muy temprano. A distancia, me quedé observando la llegada de la policía colocándose en posiciones estratégicas y después la llegada de él en el horario previsto. Mantuve la observación hasta la hora en que ellos se desmovilizaron y después seguí el traidor y descubrí donde era su casa, la cual pasé a vigilar hasta el día que coincidió de yo estar observando y él salió. Entonces, lo arrinconé y, después del susto, él pasó a responderme a las indagaciones sobre su comportamiento. Todo indica que la represión también lo estaba observando, pues yo noté que nosotros habíamos sido fotografiados. Yo necesitaba encontrar mi hermano, el día siguiente, para recibir un dinero y una hora antes fui agarrado en pleno centro de la ciudad.
AND — ¿Y de ahí en adelante como transcurrieron las cosas?
José Maria — Fui llevado para Río de Janeiro y de allá directo para las instalaciones del Doi-Codi , el centro de tortura del régimen militar. Allá me quedé por ciento y veinte días, sufriendo las más varias formas de suplicio: zurras, choque eléctrico, teléfono. Los interrogatorios se alternaban de forma irregular en sus intervalos y cuando salía de una sesión de tortura yo llegaba en la celda, casi sin fuerza ninguna, tomaba un baño y hacía ejercicios para mantener el cuerpo rígido, pues sabía que vendrían más golpes. En este intervalo mi esposa y mi hija, con doce años, fueron detenidas y mi esposa fue torturada para dar informaciones que ella no tenía la menor idea. Es preciso que yo diga que cuando tomé la decisión de adherir a la lucha armada yo tenía cuatro hijos pequeños, a los cuáles dejé las condiciones para su supervivencia y mantenidos alejados de mi actividad. Mi compañera y mi hija, por lo tanto, nada sabían de mi vida. Fue ahí, dentro de la prisión, que yo pasé a tener conciencia de lo que es la cobardía los oficiales del ejército y sus comandados para que torturen las personas muchas veces bajo la mayor diversión, con carcajadas y insultos sin tener ninguna condescendencia con el ser humano que allí estaba, impotente y sin la mínima condición de esbozar la menor reacción. Ya había leído sobre las atrocidades del ejército brasileño en relación a los paraguayos, al pueblo de Canudos y a los pueblos indígenas, pero al sufrir en la propia piel la cobardía de los militares en las dependencias del Doi-Codi es que yo vine, realmente, a tomar conciencia del grado de perversión y cobardía extremos de que ellos son capaces.
Después de los ciento y veinte días del llamado interrogatorio policial, me mandaron para un cuartel que no conseguí identificar y donde aconteció algo interesante: al llegar escoltado a la entrada del cuartel el oficial de día negó la entrada de los hombres del Doi-Codi y mandó llamar su comandante, que después de oír las colocaciones de mi escolta retrucó que iría a recibir el prisionero por un día, por razones humanitarias, pero que él era un general del ejército brasileño y no un carcelero. Al día siguiente, bajo fuerte escolta, fui llevado hacia el Regimiento Sampaio, donde permanecí más un año y seis meses.
AND — Mucha gente después de salir de la prisión resolvió "cuidar de la vida", alejarse de cualquier actividad revolucionaria e, incluso, renegarla. Otros se mantuvieron en la lucha. ¿En su caso cual el rumbo usted tomó?
José Maria — Yo ya hablé aquí que empuñaré la bandera roja hasta mi último suspiro. Después de la prisión vino la evaluación sobre los rumbos tomados, la constatación de que son las masas que hacen la historia y no pequeños grupos vanguardistas. Una vanguardia sin masas es vanguardia de sí misma. Así pasé a tratar de trabajar con quien tenía el mismo proyecto. Fue en una perspectiva de transformar el proyecto de creación del PT en un partido de forma marxista-leninista que me quedé 11 años trabando lucha dentro de aquella organización y a pesar de haber sido advertido, desde el primer momento, de que este proyecto era del interés de los sectores más reaccionarios como la iglesia, los militares y el imperialismo, yo tuve la ilusión de creer que si trabásemos la lucha dentro del PT podríamos llevarlo a un buen camino. No dio, el tiempo que allá estuve, sin embargo, fue suficiente para tener claridad de que la práctica del PT en la gerencia del Estado brasileño no representa ninguna traición. Él siempre fue exactamente eso: creado para la conciliación con el imperialismo, el latifundio y la gran burguesía. Sólo que, para engañar los incautos, necesitó en un cierto momento desarrollar un discurso y una práctica radicalóide . Nosotros es que nos ilusionamos de que Lula, Dirceu, Genoíno, etc., tenían un mínimo de intención revolucionaria. De hecho, mirando hoy, vemos que ese grupo que hoy controla el Estado brasileño en alianza con los latifundistas, la gran burguesía y el imperialismo es el mismo grupo que hizo el acuerdo de la amnistía en 1979 y que hasta ahora con siete años en la gerencia del Estado nada hizo para tratar de establecer la responsabilidad de los militares y de la institución como un todo en las barbaridades cometidas durante el régimen militar. Ese episodio del 3º Plan Nacional de Derechos Humanos revela una vez más la pusilanimidad de este oportunista llamado Luiz Inácio. No que yo esperase que alguna cosa del plan original fuera implementada, porque como cualquier política de Estado fue elaborada para preservarlo, pero en lo que concierne a la "comisión de la verdad y conciliación", que ya era más conciliación que verdad, selló sólo la conciliación de Luiz Inácio con los militares.
Como preso y torturado por el régimen militar y como alguien que vio desaparecer los mejores hijos del pueblo brasileño bajo el suplicio cobarde de los que se hallaban en el poder en la época, y aún se encuentran, contrarios a cualquier tipo de punición, no admito esta conciliación objeta que Luiz Inácio trenza con los torturadores. Varias veces tuve la oportunidad de estar frente a frente con Luiz Inácio da Silva. Hoy, si tuviera esa oportunidad, yo colocaría la mano sobre su hombro, miraría en sus ojos y diría: Luiz Inácio usted es un débil, un farsante. Cuanto a mí, no acepto ni me conformo, seguiré con mi militancia revolucionaria y exijo la investigación completa y punición ejemplar para todos los torturadores y criminales de guerra del régimen militar.
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