Dilma recién recibió la banda presidencial de Luiz Inácio, acabó de recibir las bendiciones del imperialismo y los votos de buena suerte de los gerentes de otras tantas semicolonias y, lista para mostrar servicio, puso manos a la obra y mostró inmediatamente a que vino.
Para dar la largada a su administración anunció inmediatamente una privatización: la de los aeropuertos, desde ya contrariando todo lo que había dicho en su propaganda electorera pocos meses atrás, y desde ya probando que en la rutina del Estado burocrático gestionado para los monopolios todo va contra los intereses del pueblo trabajador.
En aquel momento, cuando las fracciones del partido único se enfrentaban en una nueva farsa sufragista, la campaña petista decía que sólo el candidato rival iría a privatizar sectores estratégicos de la economía brasileña, como si Lula y Dilma no hubieran acabado de privatizar la explotación del petróleo depositado en la capa pre-sal.
Pues bastó que asumiera la gestión de turno para Dilma valerse de los mismos argumentos de FHC y Serra en la época en que llevaron a cabo su famosa saña privatizadora, o sea, que algo público no funciona bien y, por eso, debe ser entregado de regalo a los monopolios.
Dilma va a entregar a empresas privadas la construcción y explotación de nuevos terminales en los aeropuertos de Guarulhos, en la gran São Paulo, y de Viracopos, en Campinas. Eso para comenzar. Después, el ministro de la Hacienda de Lula y Dilma, Guido Mantega, rindiendo cuentas al imperialismo por medio de entrevista al periódico británico Financial Times, dijo que la nueva/vieja administración está empeñada en abrir el capital de la Infraero, o sea, empeñada en privatizar los aeropuertos.
‘Buen tránsito’ junto a los milicos
Es Dilma atendiendo a una exigencia del poder económico, que quiere el control total de la aviación civil brasileña. No es por casualidad que la noticia sobre la privatización de los aeropuertos haya salido en la misma semana en que fue divulgada otra información: la de que el tráfico aéreo en el Brasil tuvo el mayor crecimiento de los últimos cinco años.
Las exigencias ya son abundantes también por parte de los grupos de poder actualmente en disputa por las porciones que les caben en la burocracia estatal compartida entre los cómplices de la gerencia de turno. Tanto que, ya en el primer día útil de su administración, Dilma convocó una reunión extraordinaria para agradar al PMDB de Michel Temer.
Otra afronta de los primeros días del mandato puente de Dilma: el ministro de la Defensa, el reaccionario Nelson Jobim, invitó el guerrillero arrepentido José Genoino para el cargo de asesor especial de la cartera. Genoino, que cuando era presidente del PT autorizó el tesorero Delúbio Soares a contraer préstamos a fin de pagar propinas a diputados (el llamado “mensalão”), no consiguió reelegirse para el Congreso en la última falacia electorera y quedaría “desempleado” a partir de febrero.
Genoino, que participó de la guerrilla del Araguaia y que cuando fue preso dio informaciones a las fuerzas de represión sobre la localización e identidad de los combatientes, ahora es convocado para prestar nuevos servicios al viejo Estado. Preguntado sobre la invitación de Jobim, él dijo tener “buen tránsito” junto a los milicos. De hecho: hace tiempo él es acusado de delación, en los últimos años llegó a hacer lobby en el Congreso en favor de aumentos de salarios para las fuerzas armadas y la prensa oficialista da cuenta de que él construyó una “relación sólida” con los verdugos de sus antiguos compañeros.
Además en estos días, la gerencia Dilma discute con el Congreso Nacional si el nuevo salario mínimo será de R$ 540 o de R$ 545, en la primera gran burla dirigida al pueblo en la vigencia de este mandato.
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