Traducción Enrique Chiappa
La ofensiva de la extrema derecha, con la connivencia y respaldo de la derecha militar del Alto Comando de las Fuerzas Armadas (ACFA) reaccionarias, delante del peligro inminente de una rebelión popular análoga a la de 2013-14 centuplicada, coloca en alerta todos aquellos con un mínimo de sentimiento democrático.
Las manifestaciones que vienen tomando las calles, en las últimas semanas, repercuten positivamente entre la intelectualidad demócrata y las masas populares. Ellas expresan no sólo la repulsa popular al fascismo amenazador, pero principalmente coloca inevitablemente la disputa sobre cuál democracia el progreso de Brasil demanda: aquella única capaz de barrer este fascismo secularmente encubado, que de tiempos en tiempos levanta su cabeza de víbora, y llevar a cabo la liberación social y nacional de nuestra Patria.
Y no podría dejar de ser un gobierno de energúmenos e incapaces – como el más fiel y patético retrato de un sistema político putrefacto y agonizante de la vieja democracia burguesa, es decir, la dictadura burguesa de un viejo Estado de decadentes clases dominantes de grandes burgueses y latifundistas – a ser la incubadora del huevo de la serpiente. La deterioración de este brutal sistema de explotación y opresión del pueblo y de la nación alcanzó todos los planos: político, económico, social y cultural. Y la mortandad que asola el país pone a desnudo la moral bastarda e inmunda de estas clases dominantes sanguijuelas del pueblo y parásitos de la sociedad.
Hendidas, estas clases dominantes en pugna interna por definir cuál régimen salvará su sistema del colapso parten para la lucha abierta no sólo más en los antros de sus instituciones – estos túmulos encalados llamados Tres Poderes –, pero ya se mueven para maniobrar las masas que comienzan a retomar las calles e intentan imponer a la protesta popular su mohosa consigna de “democracia”, democracia de los ricos. Arrogan la palabra “democracia” vacía de enfoque en las reales contradicciones de nuestra sociedad a todo momento para usarla para todos los lados en contraposición a las conspiraciones golpistas palacianas.
Los defensores del golpe militar de 1964, los vetustos periódicos O Globo, Estadão y Folha de São Paulo (nacida de la junción carnal con los milicos fascistas) etc. monopolios de prensa portavoces históricos de estas mismas clases dominantes y de su sistema burocrático contrarrevolucionario, pasaron al ataque. Anuncian cómo si fuesen desde siempre los guardianes de la democracia (claro, de la democracia de la economía de Paulo Guedes de la “reforma laboral”, de la “reforma de la seguridad social”, de las medidas de emergencia de la pandemia de “reducción de jornada con reducción de salario”, “suspensión ‘temporal’ del contrato de trabajo”, etc). Ahora, viéndose amenazados en sus intereses, se encorajan pasando al ataque abierto a este gobierno de un facineroso que se apoya en las fuerzas más retrógradas de nuestra sociedad, los milicos más obtusos, el lumpesinato empresarial, pandillas de “milicianos”, además de cuotas incautas de las masas populares entorpecidas por el fundamentalismo religioso.
Y ahí está el torrente de editoriales y artículos sobre democracia de eminencias de esos periódicos y de la industria global de lavaje cerebral, de la falsificación de la realidad. Estos que se esmeran en descalificar como bandidos campesinos pobres en lucha por la tierra, en criminalizar una simple huelga de trabajadores acosados por la miseria, en mover su impenitente cruzada persecutoria a la ardorosa juventud combatiente, amante de la libertad y de la justicia, con el calificativo xenófobo y chauvinista de “vándalos”. Pero para llamar Bolsonaro de extremista o fascista necesitan antes recitar la cantinela anticomunista, recalentar ataques a Stalin y hasta el absurdo del anecdotario, de acusar Lula y el PT de izquierdistas. Paciencia. Hoy, en este ambiente sin ética ninguna se puede decir cualquier cosa absurda. ¿Olavo de Carvalho no acusa el Estadão y la Globo de prensa comunista? Hasta necios como Eduardo Bolsonaro osan filosofar sobre democracia, pomposamente citando Churchill en frase que este jamás profirió, de que “los fascistas del futuro llamarán a sí mismos de antifascistas”.
Así, los reaccionarios, como también toda la falsa izquierda oportunista electorera, intentan sacramentar la palabra democracia a la imagen y semejanza de su despedazado “Estado democrático de derecho”, como legitimadora del carcomido sistema de explotación y opresión vigente. Intentan hacerlo sirviéndose de un ataque solamente a Bolsonaro que, en sus verborragias incontinentes, espanta del país los “inversores” extranjeros y amenaza la farsa electoral. Quieren aparentar la contradicción como siendo entre democracia en general (o democracia burguesa, o vieja democracia, como queramos) versus fascismo.
Una vieja democracia
Es un artificio ridículo contraponer democracia en general como antítesis del fascismo, pues ambas son formas diversas de la dictadura burocrático-latifundista en nuestro país, y que comparten la misma base social (aquí, la gran burguesía burocrática y compradora y el latifundio, serviles del imperialismo, principalmente norteamericano). O sea, son sistemas de gobierno distintos, sin embargo expresión del mismo sistema de Poder.
En todo el mundo, dentro de la democracia burguesa, la concentración y centralización de la riqueza y del capital, que genera día a día una masa de miserables y proletarios constantemente mayor y un puñado ínfimamente más pequeño de oligarcas financieros, obliga la burguesía a reducir derechos, aumentar la explotación para compensar la ley del capital de caída tendencial de la tasa de logro medio, y, por consecuencia, restringir derechos laborales, sindicales, y, por fin, lo máximo posible de las propias libertades democráticas. Ese fenómeno, universal y válido a todos los países regidos por el capital (imperialistas o coloniales-semicoloniales/semifeudales), muestra que, en su fase monopolista imperialista, existe una tendencia inevitable al fascismo, aunque prosiga a través de disputas internas, dadas las contradicciones interburguesas e interimperialistas.
Aquella democracia, cuyos dichos “liberales” se colocan como fervorosos defensores, por desgracia para ellos murió de vieja, decrépita, sea allí donde ocurrieron revoluciones democrático-burguesas (que creó y estableció la república democrática, el sufragio universal, los derechos y libertades civiles) sea allí donde no ocurrieron y en la cual la república democrática es caricatural y los derechos del pueblo meras formalidades, violadas y desmoralizadas a cada oportunidad.
El hecho es que la democracia burguesa en general ya no comporta las necesidades de la base material a las cuales debe servir y sirve, ya que las relaciones de producción en las cuales reposa entraban el libre desarrollo de las fuerzas productivas. La razón de, en todo el mundo, crecer la tendencia a gobiernos gradualmente más absolutistas (aun los que se dicen de “izquierda” lo hacen) es producto directo de eso. Pretender volver a aquella “magnífica” democracia liberal, del siglo XVIII y XIX, es un sueño muerto.
José Carlos Mariátegui, quirúrgicamente, apunta así la razón de la democracia burguesa estar en crisis, ya en la década de 1920: “El Estado demoliberal burgués fue producto del ascenso de la burguesía a la posición de clase dominante. Ahora, como entonces, el nuevo juego de las fuerzas económicas y productoras reclama una nueva organización política. Paralizada, petrificada, la forma democrática, como las que la precedieron históricamente, no puede contener ya la nueva realidad humana”.
Por eso la reacción obligatoriamente ataca los derechos de las masas, sea manteniendo las formas “democráticas” deformándolas y con contenido crecientemente vaciado, sea a través del fascismo, fundamentando y negando esos derechos en términos absolutos.
Democracia ultrarreaccionaria y fascismo
Es correcto que el fascismo es el enemigo más peligroso de la sociedad moderna. Sin embargo, en el seno de la gran burguesía y de los latifundistas, los que predican la “democracia” de negación de derechos y libertades democráticas para enfrentar las crisis y confrontar la Revolución, pavimentan, con sus leyes de excepción y restricciones, la vía para el fascismo. Como los pasos dados en ese sentido, recordemos la Ley Antiterrorista dictada por los yanquis al gobierno Dilma y aprobada por el Congreso.
Delante de ese hecho importante, algunos cometen un verdadero crimen cuando apuntan, en la situación actual, sólo contra el fascista Bolsonaro, dejando libre la casta de privilegiados del generalato ultrarreacionario (que predican avanzar avasalladoramente sobre los derechos democráticos, preparando el terreno para el fascismo, que ellos mismos, dígase de pasada, están dispuestos a asumir si necesario). Sin decir que, al no denunciar el Congreso y la judicatura de corruptos, sus crímenes y su contribución a la reaccionarización, lanzan aún las masas para la ofensiva contrarrevolucionaria (que apunta contra esos poderes para “moralizar” el sistema delante de la opinión pública), o a los reaccionarios “liberales” hipócritas, en defensa de la “democracia” (que chafa las masas de mil formas) y contra la Revolución redentora.
Nueva Democracia x tendencia al fascismo
Así siendo, no hay otra forma de abortar el fascismo – no hay otro sentido justo para el antifascismo – que no sea la de destruir las bases que generan esa aberración, y hay que apuntarse aún a aquellos que preparan el terreno. En nuestro caso, se trata de emprender la Revolución de Nueva Democracia. Esa anomalía secular de nuestra sociedad, mantenida y potenciada en nuestra historia contemporánea, es resultante de la inexistencia de una revolución democrática triunfante, siempre combatida y destruida a hierro, fuego y sangre hasta aquí por estas Fuerzas Armadas genocidas que quieren posar de defensoras de la nación, de la patria, de la democracia y del pueblo. “Brazo fuerte” contra el pueblo y los intereses nacionales, “mano amiga” del imperialismo yanqui. Basta recurrir a los hechos de nuestra historia para ver.
Por lo tanto, la contradicción de nuestra sociedad no es fascismo versus democracia en general, pero sí: tendencia para el fascismo versus la nueva democracia. O sea: el camino burocrático de la reacción versus el camino democrático del pueblo.
Si es impensable querer en los países imperialistas retornar a la democracia de los tiempos de su apogeo, de la libre competición, es aún más absurdo aquí, donde ella es apenas una farsa surgida sobre las bases arcaicas y anacrónicas de la semifeudalidad. Pensemos: si lo esencial de la democracia burguesa son los derechos democráticos y la independencia nacional, ¿cuándo ellos existieron, en especial, para las masas populares, que en las favelas viven la negación absoluta del derecho a la organización, a la libre manifestación y expresión, en las manos de mil fuerzas militares y “milicianas”? ¿Y qué decir de los campesinos, bajo control político, militar y paramilitar directo del latifundio, en régimen de servidumbre o semiservidumbre, prendidos a la tierra o sin tierra ninguna?
La única vía para la democracia en Brasil, aún en su sentido estrictamente burgués, es la liquidación de las bases semifeudales y burocráticas. Es confiscar el latifundio, el gran capital atado a él (gran burguesía) y el imperialismo que sostiene y se aprovecha de eso todo. Como tal es urgente la Revolución Agraria que inicia esa obra aclamada por las masas campesinas y por los demócratas. Esta es la tarea histórica pendiente y atrasada sin la cual no es posible establecer la República Democrática y completar la formación nacional con su integral soberanía e independencia. Tarea que, desde el inicio de la época contemporánea de nuestra historia, sólo podría y sólo puede ser resuelta hoy por la revolución burguesa de nuevo tipo, la nueva democracia o poder de las clases explotadas y oprimidas: el proletariado como dirigente, los campesinos pobres, la pequeña-burguesía urbana y sectores de la media burguesía. Revolución que prepara el pasaje, ininterrumpidamente, a la revolución socialista.