La podredumbre de un viejo régimen en descomposición

La podredumbre de un viejo régimen en descomposición

La situación en que el pueblo brasileño está sobreviviendo es muy seria y muy grave. Las masas trabajadoras hundidas en la miseria y, claro indignadas, reciben el “tratamiento de choque” de la reacción: más represión, militarización, negación de los derechos más elementales. Los R$ 600, ahora convertidos en R$ 300 por cuatro meses más, pueden a lo sumo aplazar la “explosión de la bomba”, que estallará allá en el frente, inclusive porque la condición de Nación saqueada por los bancos no permite al país extender ad eternum el beneficio, aunque él sea absolutamente necesario para más de 100 millones de brasileños. Este es el cuadro horroroso en el cual está hundido el Brasil.

Veamos. Son casi 50 millones y 400 mil desempleados (considerando cómo tales los desalentados y sub ocupados), según los datos del IBGE de junio. Según levantamiento de la Buena Vista SCPC, la falencia decretada de pequeñas empresas, las que pagan más impuestos y que en la totalidad más emplean, subió 95,8% en junio de 2020 comparado con el mismo mes de 2019, todas ellas victimadas por el sistema de monopolios y de esclavitud financiera. Es sintomático que, en el sentido contrario, sólo los dos mayores bancos locales hayan lucrado juntos más de R$ 12 mil millones en el 2º trimestre de 2020. ¡Y cáspita! Ellos están lamentando, pues en 2019 lucraron en el mismo periodo R$ 20 mil millones! Recordemos que todos los años 42% del presupuesto de la Unión, impuestos pagados sobre todo por las masas populares, son destinados a los mayores banqueros internacionales. Es un saqueo escandaloso de las riquezas de la Nación y el sudor del pueblo chupado hasta la última gota.

La inseguridad alimentaria en Brasil – léase hambre – alcanza 43 millones de personas, según la propia ONU. No olvidemos los 120 mil muertos por la peste de la Covid-19, abandonados por los gobiernos, cuyas familias están despedazadas y tragadas por la sensación de impotencia, mientras que durante la pandemia llovieron denuncias y casos de robo de dinero público, que debería haber sido usado para proteger los pobres de la mortandad anunciada.

Hablando sobre robo de dinero en la salud…

Veamos, por ejemplo, el estado de Río de Janeiro. No pocas veces afirmamos tratarse Río de una especie de vitrina de la situación concentrada del país. Justamente, los últimos gobernadores del estado fueron detenidos, y el actual, el aspirante a nazi Wilson Witzel, quien diría, fue alejado de su cargo acusado de crear una organización criminal que desviaba dinero público, a través de propinas, con grandes empresarios que avanzan sobre la privatización de la salud. Todo era hecho a través de la oficina de abogacía de su esposa.

Los grupos de poder de las decadentes clases dominantes locales, sirviéndose de las honorables instituciones de su viejo Estado en descomposición, en sus pugnas, rasgan sus propias leyes en beneficio propio. Aberraciones jurídicas como la de un juez que autocráticamente aleja un gobernador, entre tantas en boga, revelan en esas batallas de moralidad y corrupción no haber nadie santo, como no hay nada que sea honroso para ponerse en la defensa de dicho gobernador y del mecanismo político-jurídico reaccionario que él tanto aplaudió y gracias al cual se eligió.

Removido del cargo al estilo “Lava Jato”, su camino para la prisión está pavimentado. Y vean que el gobernador, protagonista de aquella odiosa escena transmitida al vivo para todo el mundo, en que salta del helicóptero conmemorando la ejecución de un joven con problemas mentales, reclama que “no tuvo oportunidad de defenderse”. ¡Alto ahí! Quién no la tuvo y no han tenido son los miles de jóvenes asesinados en las favelas como perros pestilentes, víctimas indefensas de la política de genocidio deliberado de los gobernantes. La diferencia, señor, es que estos fueron abatidos sin oportunidad alguna de probar inocencia, sin “juicio democrático”, como reclama para sí y sus pares corruptos. Además de que, como ricos, usted y sus pares acaban en prisión domiciliar tan luego se enfríe el asunto.

Sin embargo eso no es sólo en Río y tampoco sólo con el fascista Witzel. La podredumbre de este viejo Estado de grandes burgueses y latifundistas – servil del imperialismo, principalmente  yanqui (Estados Unidos, USA)  – es tal que se estima que R$ 1,48 mil millones hayan sido robados, valor referido sólo a lo que fue destinado a políticas de prevención a la Covid-19. Su desvío está directamente conectado al aniquilamiento de las más de 120 mil brasileñas y brasileños que, junto a la negligencia y negativa de socorro del gobierno de los generales y del capitán reformado, constituye un crimen de lesa humanidad. Hay casos investigados, como el de Río de Janeiro, en São Paulo, Santa Catarina, Roraima, Amazonas, Ceará, Rondônia, Acre y muchos otros, evidenciando la esencia de esa vieja orden: la corrupción a servicio de los magnates y corsarios de la salud privada.

La corrupción endémica

En el capitalismo en general, la corrupción es un fenómeno inevitable. Los diversos grupos monopolistas, buscando cada cuál dominar un mercado específico o toda una cadena, pagan a las autoridades políticas del Estado reaccionario por el “derecho” a recibir ventajas y beneficios con relación a los concurrentes. El colosal poder económico por parte de esos monopolios paquidérmicos hace imposible no existir corrupción en el sistema capitalista; ellos pagan las campañas, luego someten los electos.

Sin embargo, en países semicoloniales y semifeudales, donde la revolución democrática no triunfó, como en Brasil, su simulación de república se nutre y reproduce en la sociedad la mentalidad esclavista y feudal de los poderosos que todo pueden. No sólo los propios de las clases dominantes, pero todos los adinerados y ricachos se sienten con el derecho y se dan el derecho de usar la máquina estatal a su voluntad y violan las propias normas constitucionales que establecen con pompa y circunstancia.

En países como el nuestro, la corrupción es aún más necesaria para que todo se reproduzca, es el propio modus operandi del sistema político de gobierno. Veamos el ejemplo de los latifundistas: ellos mantienen y aumentan su propiedad de la tierra por medio de su control de clase de la máquina estatal utilizándola para legalizar sus acciones de apoderamiento de tierras públicas y de poseros, como la “grilagem”(falsificación de escrituras), tomándola de los pequeños propietarios. Someten escribanías, la judicatura, las policías, Ejército y los políticos. A nivel de las ciudades, cuya gran burguesía está personalmente conectada al latifundio, ocurre, en su esencia, de modo semejante.

De la misma forma, los políticos, desde el inicio de su sucia carrera, saben que si quieren tener futuro en política deben someterse, desde el inicio, a la oligarquía local que los fomentará a los más altos puestos de la burocracia estatal; por lo tanto, deben sujetarse a la autoridad semifeudal. No son estadistas, mucho menos representantes del pueblo: son serviles a sueldo, directamente controlados, conformándose en grupos de poder representantes de las clases dominantes. La corrupción es lo que aceita la máquina estatal burocrático-latifundista, en que las elecciones son sólo la forma de refrendar el poderío de los señores de tierras y de los grandes burgueses umbilicalmente conectados a aquellos.

No hay otra forma de eliminar el tumor de la corrupción y, además, toda la podredumbre y la miseria de las masas por medio de reformas. Se trata de un círculo de hierro, en el cual las opciones que la vieja democracia da para el pueblo “cambiar el gobierno” sólo puede resultar en el mismo programa político, en los mismos problemas cotidianos, pues ni siquiera arañan la superficie de la estructura burocrático-militar – el viejo Estado –, guardián del sistema de explotación y opresión de los latifundistas y grandes burgueses, serviles del imperialismo, principalmente yanqui.

La solución de todos los dramas de las masas populares, inclusive la corrupción que los agrava, sólo puede ser alcanzada por medio de la Revolución de Nueva Democracia, la cual, por su parte, sólo avanza por medio de la Revolución Agraria que confisque, parte por parte, todas las tierras de los latifundistas distribuyéndolas a los campesinos pobres sin tierra o con poca tierra, acumulando fuerzas en el campo y en la ciudad, uniéndose con las masas urbanas. Apoyándose en la alianza obrero-campesina, el Frente Único se ampliará con su programa que también defiende los intereses de la pequeña y media burguesías; irá a confiscar todo el gran capital – la gran burguesía local – y las corporaciones imperialistas. Instituida la República Popular de Brasil en todo el país, todos los mandatos serán elegidos en Asambleas Populares y no recibirán ningún privilegio. Las amplias masas, libres de explotación y opresión, despertarán de la letargia, ejercerán el Poder a nivel local y controlarán sus representantes, pudiendo revocar sus mandatos en el momento que juzguen necesario. Van, finalmente, ponerse de pie, y toda la podredumbre desaparecerá de nuestra patria.

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