La Revolución Democrática y el príncipe de los reaccionarios

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La Revolución Democrática y el príncipe de los reaccionarios

 

“Estamos viendo la implosión de todo un sistema político-electoral que aparta el Congreso, los partidos y aún el Ejecutivo del sentimiento popular”. Tomada en separado, esta afirmación podría ser retirada de las páginas del AND que, con la presente edición, completa catorce años de existencia.

La constatación, sin embargo, fue hecha por Fernando Henrique Cardoso en artículo firmado en el periódico Estadão de 5 de junio pasado. Sobre sus 8 años al frente del Palacio del Planalto, nuestra opinión de que hizo el gobierno más inmoral y vendepatria de todos los tiempos, emitida en la llamada de portada del número 05, continúa la misma hasta hoy. Y, continuamos a afirmar que, tanto como gerente de turno cuánto como intelectual, dio enorme contribución para el mantenimiento del carácter semicolonial y semifeudal del Estado brasileño. Condición que lo hace un Estado atrasado, dominado por clases sociales retrógradas como la latifundista y la gran burguesía sumisas al imperialismo, principalmente yanqui.

Beneficiario que fue de este empodrecido sistema político, sea por su elección con la respectiva “gobernabilidad”, sea en la compraventa de apoyo para su reelección, Cardoso tiene realmente conocimiento de causa para describir el sistema político-electoral vigente como asentado: “En colegios electorales con millones de votantes y centenares o miles de candidatos, los verdaderos electores no son los ciudadanos, pero las organizaciones intermediarias que financian campañas y/o recolectan votos para los candidatos: un ayuntamiento, una iglesia, un sindicato, un club de fútbol, una empresa. Es a estas organizaciones que el representante se siente conectado y a ellas sirve. Basada en asociaciones de ese tipo, sumada al acceso a fondos públicos y privados, la ‘máquina electoral’ está suficientemente aceitada para producir el resultado político pretendido por los que la operan. El ciudadano común está y continuará distante del electo, cuyo nombre ni recordará, y sus intereses y sentimientos serán olímpicamente desconocidos por el parlamentario. Es así que se hace gran parte de nuestra ‘representación’ política”.

Aunque confiese esto, Cardoso convenientemente separa el sistema político de gobierno del sistema de Estado (Poder) y, principalmente, de la base que lo determina: la condición semicolonial/semifeudal del país y su capitalismo burocrático. Como cuadro político e intelectual de la burguesía, además de servil del imperialismo, Cardoso no consigue percibir que el sistema político putrefacto que rechaza está determinado y condicionado por un sistema económico-social igualmente empodrecido. Por eso que la solución que propone se resume a medidas cosméticas, copiadas de otros países, inclusive, de aquellos que no tienen la historia de subyugación nacional a que el Brasil está secularmente marcado. Él descarta cambios profundos, pues en su comprensión: “Estructuras políticas (como las económicas y las sociales) no cambian de repente ni lo hacen en su totalidad, salvo en momentos históricamente revolucionarios, lo que claramente no es nuestro caso”.

Cardoso desconoce o desdeña de la situación revolucionaria en desarrollo en el país y cree que el pueblo brasileño siempre se dejará engañar por la farsa electoral, desde que sustituya su script y cambie algunos actores.

Jugando con las apariencias Cardoso argumenta contra el exceso de siglas del partido único, tal vez con nostalgia de los tiempos del régimen militar de ARENA y MDB, dos siglas que abrigaban los mismos problemas de fondo de las casi cuarenta de hoy. De él, como de los demás políticos de la vieja orden, no puede salir nada más además del bla-bla-bla de la “reforma política”. Y la suya, apuntando un semipresidencialismo o un semiparlamentarismo, estaría anclada en la “regeneración” del cuadro partidario, pues, para él: “un partido no puede ser sólo una organización ni un lobby. Necesita defender valores, tener un mensaje que muestre su visión del país y de la sociedad. Hasta hoy, como expresión de algo parecido a eso, sólo el PSDB y el PT, y ahora el PMDB, se propusieron a ‘liderar’ el País. Hay otros partidos, menores, que se juntaron a los tres referidos, como el DEM, el PCdoB, el PPS, los socialistas y otros pocos más. Estos partidos, a despecho de sus choques actuales, necesitan dialogar sobre la reforma. Y ojala que se congreguen en el llamado ‘centrão’, expresión que caracteriza las agrupaciones de personas e intereses clientelísticos, ‘fisiológicos’ y corporativistas, que, sin tener un proyecto político nacional, mantienen la sociedad amarrada al reaccionarismo político y cultural”.

¿Es correcto o no sirve? Querer separar PSDB, PT, PMDB y sus agregados dentro del partido único como DEM, PCdoB, PPS, PSB, PDT del “clientelismo”, “fisiologismo” y “corporativismo” de lo restante que les da sustentación en los gobiernos de turno es querer desconocer el sistema oligárquico que sirve de base al sistema electoral brasileño. El “centrão” que Cardoso condena en su “reforma política” es el mismo que lo ayudó a conseguir un segundo mandato y a modificar la Constitución para facilitar las privatizaciones y la desnacionalización del patrimonio nacional. El PSDB es también responsable por mantener la “sociedad amarrada al reaccionarismo político y cultural”.

Este sistema político-electoral que se reproduce por sí aún no puede ser removido por “reformas políticas” del propio sistema, él tiene que ser barrido por completo y, como FHC reconoce y no puede más que renegar, sólo una revolución democrática puede hacerlo. Como pretendió el PT y los compinches con quién se asoció, Cardoso quiere apenas modificar las apariencias. Nada de ir fondo, de liquidar el latifundio, de asegurar la soberanía e independencia nacionales. Este es el sentimiento popular.

El Dr. Cardoso, continúa igual. Pero es preciso reconocer que FHC no es un reaccionario tosco como los del “Centrão” a los cuales debita los males de nuestra sociedad; él es sofisticado, ¡es el príncipe de los reaccionarios!

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