Traducción Enrique Chiappa
‘Por Dios, no confíen en los mencheviques’
En enero de 1905, aunque eran formalmente miembros del POSDR*, bolcheviques y mencheviques componían dos organizaciones distintas. Después de la victoria de las tesis de Lenin en el II Congreso (1903) – por eso su denominación de “bolcheviques”, es decir, mayoría – los mencheviques nunca acataron sus disposiciones, en tesis, obligatorias para todos los miembros. Valiéndose de la posición de tránsfuga de Plekhanov, que quería hacerse pasar por “independiente”, pero marchaba de hecho con los mencheviques, estos dieron un golpe en el periódico Iskra (“Centella”), fundado por Lenin, e hicieron de él su órgano central. Aunque contaban con sólo cuatro comités en Rusia, de un total de más de 20 existentes, los mencheviques denominaban su propio centro de “Comité Central”. Eran estos los métodos oportunistas de trabar la lucha en el partido.
En una carta dirigida al “Buró de los Comités de la Mayoría”, centro bolchevique, de enero de aquel año, Lenin advierte sus camaradas:
“Por Dios, no confíen en los mencheviques ni en el CC, seguid adelante con firmeza, en todas las partes y con la mayor energía, la ruptura, ruptura y la ruptura. Nosotros aquí, llevados por el entusiasmo de la revolución, estuvimos a punto de unirnos con los mencheviques en una reunión pública, pero ellos nos engañaron nuevamente y de la manera más vergonzosa. Insistimos en advertir a los que se quieren pasar por tontos: rotura y rotura absoluta”19.
La verdad es que, con el estallar de la revolución, a las viejas divergencias en el terreno de la organización, se sumaban otras, también graves, acerca del papel del proletariado en la revolución democrático-burguesa, señaladas arriba. La división, lejos de atenuarse, se profundizaba.
Los bolcheviques convocaron el III Congreso del POSDR para examinar las grandes cuestiones de esos días, pero los mencheviques la sabotearon. Lenin tuvo que vencer una dura lucha interna para realizarlo como evento independiente, rigurosamente marxista, pues muchos bolcheviques se mostraban dispuestos a hacer concesiones para atraer la minoría oportunista. Él los alertó, diversas veces, para que no alimentasen ilusiones:
“La verdad es que muchas veces creo que las nueve décimas partes de los bolcheviques son, en verdad, unos formalistas. Una de dos: o unimos en una organización realmente férrea a los que quieren luchar, para dar la batalla, con este partido pequeño pero firme, al monstruo fofo de los heterogéneos elementos neoiskristas [es decir, mencheviques], o demostramos con nuestra conducta que merecemos sucumbir como unos deplorables formalistas. (…) El Congreso debe ser simple, breve y con pocos delegados. Se trata de un congreso del partido para organizar la lucha. Todo demuestra que vosotros tenéis, en este sentido, muchas ilusiones”20.
En abril, en Londres, se reunió el III Congreso, bolchevique, al cual asistieron 24 delegados en nombre de 20 comités rusos. Al fin de los trabajos, los delegados, como había ocurrido en el II Congreso, visitaron el túmulo de Marx. A la vez, en Ginebra, se reunió la Conferencia menchevique. Evaluando el resultado de estos eventos, Lenin diría: “Dos Congresos, dos partidos”. Dando respuestas diametralmente opuestas a las grandes cuestiones de la revolución, es claro que la lucha entre bolcheviques y mencheviques recrudeció. Lenin exigía que se intensificase, en las organizaciones de base del partido, la lucha contra los oportunistas. Esta política de rigurosa demarcación enfrentaba, sin embargo, enormes resistencias para ser aplicada.
Dentro de Rusia, diversos obreros jóvenes no entendían por qué los “socialistas” – incluyendo los socialistas revolucionarios – marchaban separados, cuando, aparentemente, “todos estaban del mismo lado”. Lenin dedicaba enorme atención, por eso aún, a la necesidad de explicar y fundamentar a la militancia los términos de las divergencias. Señalaba:
“Para crear una ‘unidad de lucha’ real y efectiva, y no puramente verbal, se debe saber con claridad y de forma definida, y también por la experiencia, concretamente en qué y hasta donde podemos marchar juntos. De otro modo, las conversaciones acerca de la unidad de lucha no serán más que palabras, palabras y palabras; y ese saber se adquiere, entre otras cosas, por medio de esa polémica, de esa lucha y de esas disensiones de las cuales vosotros habláis con palabras tan terribles”21.
Lenin no objetaba llegar a acuerdos tácticos, transitorios, con ninguna fuerza, desde que conservados los principios ideológicos y la independencia orgánica del partido del proletariado. Manejaba, con sagacidad, la política. Decía, a propósito: “Deberemos, inevitablemente, getrennt marschieren (marchar separados). Podemos, más de un golpe, y en particular ahora, veremt schlagen (golpear juntos)”22. Y exigía de los bolcheviques la misma sagacidad en la lucha en defensa del partido. En una carta a Lunacharski, de agosto de 1905, aflicto, decía:
“Aquí se está trabando una lucha muy seria, a la cual el III Congreso no puso fin, pero simplemente abrió una nueva etapa de ella; los de la Iskra son ágiles y rápidos, descarados como mercadores, y tienen una larga experiencia en cuestión de demagogia, mientras que en nuestra gente prevalece una ‘estupidez honesta’, o una ‘honestidad estúpida’. No saben pelear, son poco hábiles, torpes, toscos, tímidos… Son buena gente, pero absurdamente ineptos como políticos. Les falta tenacidad, espíritu de lucha, agilidad y rapidez. (…) En cuanto a nuestro CC, en primer lugar tampoco él es muy ‘político’, es demasiado bondadoso, también él tiene el defecto de carecer de tenacidad, no sabe maniobrar, le falta sensibilidad, no tiene habilidad para aprovechar políticamente cada detalle de la lucha en el partido… Falta el entusiasmo, el impulso, la energía; las personas no saben trabajar ni pelear por sí mismas… En la lucha política la paralización es la muerte… La influencia personal y hablar en las reuniones tiene gran importancia en la política. Sin estos elementos no puede haber una actividad política e inclusive el escribir se hace menos político. Y frente a un adversario que tiene poderosas fuerzas en el extranjero, perdemos una semana lo que no podremos recuperar en un mes. La lucha por el partido no terminó, y no obtendremos la victoria definitiva si no colocamos en tensión todas nuestras fuerzas”23.
De hecho, había entre los bolcheviques una enorme subestimación del peso de los mencheviques, y no pocas tendencias conciliatorias para con ellos. En verdad, los mencheviques estaban anclados en todo el oportunismo internacional, que prevalecía ya en la II Internacional y en su órgano ejecutivo, el Buró Socialista Internacional (BSI). En febrero, el propio Bebel escribió a Lenin, ofertándose para “arbitrar” la disputa entre las dos fracciones del POSDR. Lenin, pulidamente, le respondió que solamente el Congreso podría decidir al respecto. Kautsky escribirá en la prensa alemana – entonces, la más importante prensa obrera del mundo – diversos artículos reclamando la “unidad” de los socialdemócratas rusos. Se trataba de las mayores autoridades socialistas de la época, que ostentaban el título de colaboradores directos de Marx y Engels. Esa era la pelea que Lenin estaba trabando.
Tras el III Congreso, Plekhanov se ofreció para representar el Partido en el referido Buró, prometiendo “imparcialidad”, contando con la clara simpatía del BSI. Lenin decía, en carta al CC bolchevique, de julio: “No olviden que casi todos los socialdemócratas del extranjero son partidarios de los ‘iconos’ [es decir, los conocidos intelectuales exiliados, como Plekhanov] y no nos tienen en gran estima, nos menosprecian”24. Por fin, el Partido nombró Lenin su representante en el Buró.
Las cosas llegaron hasta tal punto que Rosa Luxemburgo escribió un artículo en el principal periódico socialista alemán, el Neue Zeit, llamado “Problemas de organización en la social-democracia rusa”, en el cual replicaba por completo la interpretación menchevique de la división. Tal artículo fue difundido en varios idiomas y, en la propia Rusia, traducido por la nueva Iskra oportunista. Lenin, consciente de las implicancias ideológicas y políticas de la polémica, escribió un artículo de respuesta y lo envió para el órgano, pero Kautsky, editor del mismo, vetó su publicación, como también trabajó para enterrar la difusión, en alemán, de las resoluciones del III Congreso bolchevique. Este era el “arbitraje” que los oportunistas de la II Internacional pretendían hacer. Esto llevó Lenin a escribir una carta al propio BSI, en que dice:
“4) Aunque el Buró Internacional juzga adecuado informarse por ‘ciertos periódicos alemanes’, me veo obligado a declarar que casi todos los periódicos socialistas alemanes, especialmente Die Neue Zeit y Leipziger Volkszeitung están por entero del lado de la ‘minoría’, y enfocan nuestros asuntos de un modo muy unilateral e inexacto. Kautsky, por ejemplo, también se dice imparcial y, no obstante, en realidad llegó a negarse a publicar en Neue Zeit la refutación a un artículo de Rosa Luxemburgo en que ella defendía la desorganización en el partido. En Leipziger Volkszeitung, Kautsky inclusive aconsejó que no se difundiera el folleto alemán que contiene la traducción de las resoluciones del III Congreso!! Tras eso, no es difícil comprender porque muchos camaradas en Rusia se inclinan a considerar el Partido Socialdemócrata Alemán parcial y lleno de prevenciones en el problema de la división en las hileras de la social-democracia rusa”25.
Como se ve, fue titánica, y llena de obstáculos, la lucha en defensa del Partido. Lo que para Lenin ya era entonces claro – la necesidad de la ruptura implacable con los oportunistas – tardaría aún varios años para conquistar las cabezas duras de muchos dirigentes. Solamente en marzo de 1912, en la Conferencia de Praga, los bolcheviques reconstituyeron el POSDR como auténtico partido marxista independiente. La degeneración ideológica de varias “sumidades socialistas” de la época tendría que esperar el estallido de la I Guerra Mundial y los acontecimientos dramáticos de traiciones y renegaciones – y también delaciones y asesinatos – que se siguieron para presentarse madura ante el mundo.
En esta situación, los cuadros capaces y dedicados eran pocos y particularmente valiosos. Lenin se preocupaba con ellos, ocupaba buena parte de su tiempo buscando condiciones razonables para abrigar los que llegaban al exilio, o para mandar de vuelta a Rusia, en seguridad, los portadores de tareas urgentes. Exige que se luche con coraje, pero no se conforma con pérdidas innecesarias; insta siempre sus camaradas a fortalecer el trabajo conspirativo. En abril, escribe preocupado a Gusiev, responsable, en la época, por buena parte de sus enlaces con la dirección en Rusia:
“Estimado amigo: usted me escribió que comenzaron a seguirlo. Por otra parte, la información que pude reunir entre las personas aquí llegadas a poco tiempo de San Petersburgo confirma este hecho. Ya no podemos abrigar dudas en este sentido. Yo sé, por experiencia propia y de muchos camaradas, que a un revolucionario le resulta muy difícil abandonar un lugar peligroso a tiempo. En el momento exacto en que debe abandonar el trabajo en una cierta localidad, este trabajo se hace particularmente interesante y particularmente necesario; así le parece siempre a la persona interesada en él. Por tal motivo, considero que mi deber es exigirle, con toda energía, que abandone San Petersburgo por un tiempo. Es absolutamente necesario. Ninguna disculpa o argumento en cuanto al trabajo puede dilatar esta decisión, porque el perjuicio que ocasionará su detención será inmenso. (…) Una vez más le aconsejo con insistencia que parta inmediatamente a las provincias por un mes. En todas las partes hay mucho trabajo a realizar, y la dirección general es siempre necesaria en todos los lados. Si hay deseo de ir (y debe haber deseo) el viaje siempre se puede conseguir”26.
El enlace de Lenin con Rusia era, de hecho, un tema siempre crítico. En 1905, aún dentro de las hileras bolcheviques repercutía la influencia de los elementos oportunistas, y no raro aparecían tendencias de aislar el jefe del partido, aún exiliado, de la marcha de los acontecimientos. Es de eso que se queja Lenin, furioso, en una carta dirigida al CC bolchevique:
“Decididamente, los acusaré formalmente en el cuarto congreso del crimen de ‘restablecer un doble centro de dirección’ que contradice los estatutos y la voluntad del partido. ¡Estén seguros de que cumpliré mi palabra! Porque se trata ciertamente de un doble centro de dirección, ya que entre las funciones de mi cargo figura la obligación de dirigir el órgano del Comité Central. ¿No es así? ¡Sin embargo, como puedo cumplir con esta tarea cuando no recibo información alguna sobre la táctica y no responden a la pregunta formal sobre la reunión ‘prefijada’ para 1 de septiembre del nuevo calendario! ¡Pensad vosotros que consecuencias nos acarrearían los desacuerdos entre nosotros! ¿Por casualidad es tan difícil hacer con que alguien escriba por lo menos sobre los asuntos de ‘importancia estatal’?”27.
Se trataba, realmente, de un crimen: privar Lenin de las informaciones que le permitirían no sólo interpretar los acontecimientos, como indicar la dirección de la marcha. Y lo que los acontecimientos ponían en la orden del día, con replegada fuerza, era el problema de la insurrección armada. No sólo desde el punto de vista histórico-estratégico, pero ya político-táctico. Después de un periodo de indefiniciones e incertidumbres, en el cual las llamaradas en la primera fase de la revolución parecían enfriar, nuevas reservas de material inflamable, insospechadas, enquistadas en lo más hondo del tejido social, ardían en llamas. Como en cualquier gran levantamiento, este también se desarrollaba por olas, y era precisa mucha atención para no confundir lo que sería sólo un rescoldo de lo que era de hecho una profundización del incendio revolucionario.
En los primeros días de octubre, los principales centros obreros estaban en huelga. El epicentro de la crisis se había desplazado de San Petersburgo para Moscú, donde los bolcheviques detenían la dirección del Sóviet de diputados obreros, recientemente electo. A partir de este centro, la huelga general se irradió para el país. Los casos de motines en el ejército, que se negaban a reprimir el pueblo, se sucedían. A mediados del mes, la vieja Rusia zarista estaba paralizada, arrodillada a los pies de la nueva Rusia revolucionaria. En 17 de octubre, encorralado, el zar hace un pronunciamiento a la Nación, prometiendo la libertad política. La reacción da un paso atrás, se coloca en espera, en la defensiva. El mismo día, Lenin interpreta así la situación:
“La revolución llegó hasta el punto en que a la contrarrevolución no le conviene atacarla, tomar la ofensiva. Para nosotros, para el proletariado, para los demócratas revolucionarios consecuentes, eso es, sin embargo, insuficiente. Si no subimos un paso más, si no logramos una ofensiva independiente, si no quebramos la fuerza del zarismo, si no destruimos su poder real, saldrá una revolución a medias, la burguesía engañará los obreros”28.
Este “un paso más”, capaz de quebrar la fuerza del zarismo, era la insurrección armada. Lenin sabía que la dualidad de fuerzas no duraría para siempre. Sabía, igualmente, que la dirección de tarea tan compleja reclamaba la presencia, en el propio teatro de guerra, del jefe del partido y de la revolución. Había llegado la hora de retornar a Rusia.
‘De la defensa al ataque’
En fines de octubre, Lenin deja la somnolienta Ginebra para volver a una Rusia convulsionada. En verdad, él no veía la hora de encontrarse en persona con la revolución. Diría, en una carta de estos días: “¡Tenemos en Rusia una buena revolución, les aseguro! Esperamos volver inmediatamente, las cosas se orientan para esa eventualidad con una rapidez asombrosa.”29.
En Estocolmo, Suecia, donde tuvo que aguardar unos días, él escribió un artículo intitulado “Nuestras tareas y el Sóviet de los Diputados Obreros”, en que los caracteriza como órganos del nuevo poder revolucionario. Por infelicidad, este escrito de una clarividencia impar se perderá, sólo viniendo a ser encontrado y publicado en la Unión Soviética en 1940.
En Rusia revolucionaria, la vida es tan intensa cuánto peligrosa. Después de la llegada en San Petersburgo, en los primeros días de noviembre, Lenin vive a las vueltas con los espías de la Okhrana (policía política zarista), y tiene que cambiar constantemente de casa, de documentos, de ciudad, hasta que por fin fija residencia en Finlandia (en la época, parte del territorio ruso). Lenin habla a las masas, participa de reuniones en el periódico, interviene en reuniones clandestinas, casi siempre bajo seudónimo, casi siempre en condiciones precarias. Así, relata una militante las condiciones en que se reunió la Conferencia de San Petersburgo del POSDR, en julio de 1907, la cual asistió Lenin, y que podemos juzgar típicas de todo aquel periodo:
“Oímos los líderes en condiciones pavorosas: de inicio nos habíamos reunido en la casa de un tabernero. Ni bien Lenin había comenzado a hablar, el dueño vino a avisar que la policía amenazaba cerrarle la taberna. Entonces fuimos para el bosque. Para despistar la policía, nos dirigimos hasta allá uno a uno; llovía a cántaros; la lluvia nos impidió de adoptar una resolución”30.
A pesar de la fragilidad aparente, era allí que se reunían las fuerzas sociales nuevas, irresistibles, que sacudirían a Rusia – y el mundo – en todos sus cimientos.
En principios de diciembre, se reunió, por iniciativa de Lenin, la Conferencia bolchevique, en Tammerfors (Tampere), Finlandia. Él sabía que asegurar la cohesión ideológica y política del partido era condición sine qua non para que este pudiera dirigir a contento los combates que se anunciaban en Moscú. Cupo a él el anuncio de los informes, uno sobre la situación política y otro sobre la cuestión agraria. En esta reunión, Lenin y Stalin, que mantenían correspondencia, se encontraron por primera vez:
“Fueron – evoca Stalin – discursos inspirados, que despertaron el entusiasmo de la Conferencia. El extraordinario poder de convicción, la simplicidad y la claridad de la argumentación, las frases breves y comprensibles para todos, la ausencia de afectación, de gestos teatrales, de lenguaje requintada para producir efecto, todo eso distinguía ventajosamente los discursos de Lenin de los oradores ‘parlamentarios’ habituales”31.
Por proposición de Lenin, la Conferencia abrevió sus trabajos, y los delegados salieron de ella directamente para asumir sus puestos en la insurrección.
*
Como vimos, las primeras exhortaciones de Lenin a los obreros, en el inicio de las Jornadas Revolucionarias de 1905, ya hablaban sobre la necesidad de prepararse para la guerra civil. Este tema está presente prácticamente en todos sus escritos de aquel año. Lenin tomó muy a serio las lecciones dejadas por Marx sobre la derrota de la Comuna de París. En marzo, en el guía de una intervención que pronunció sobre el tema, él escribió:
“12. Catástrofe. Defectos de organización. Actitud defensiva. Composición entre Thiers y Bismarck (papel de Bismarck, asesino a sueldo). La semana sangrienta de 21 a 28 de mayo de 1871. Sus horrores, deportación etc. Calumnias. Mujeres y niños… Pág. 487 [en el original, de Lenin, no aparece la fuente]: 20.000 fueron asesinados en las calles. 3000 murieron en las cárceles, etc. Consejos de guerra: hasta 1 de enero de 1875 fueron condenadas 13.700 personas (80 mujeres, 60 niños), deportación, cárcel.
13. Enseñamientos: la burguesía no se detendrá ante nada. Hoy, liberales, radicales, republicanos; mañana, traición, fusilamientos. Organización independiente del proletariado – lucha de clases – guerra civil. Todos, en el movimiento actual, descansamos sobre los hombros de la Comuna”32.
Lenin no alimentaba, como se ve, cualquier ilusión con una especie de “transición pacífica”. Había aprendido, aconsejándose con Marx y Engels, que con una insurrección no se juega; que hacerla es un arte; y que el secreto de ese arte es estar siempre en la ofensiva.
El año 1905 fue, como se ve, en todo y por todo, el esbozo de la obra prima de 1917. Un esbozo que tuvo, por pinceles, fusiles, y por tinta, sudor y sangre.
En 1 de febrero, él atacaba, en el artículo “Dos tácticas” (no confundir con el libro “Dos tácticas de la social-democracia…”, que es de julio) la crítica menchevique de que él quería “fijar la fecha de la revolución”:
“‘La fecha de una revolución popular no se puede fijar de antemano’. Sin embargo, sí, la de una insurrección, siempre que los que la fijen tengan influencia sobre las masas y sepan determinar de forma correcta el momento”33.
En 7 de julio, repercutiendo la sublevación en el Encorazado Potemkin, dirá que “Ejército revolucionario y gobierno revolucionario son los dos lados de la misma moneda”. Así:
“El ejército revolucionario es imprescindible, porque los grandes problemas históricos sólo pueden resolverse por la fuerza, y la organización de la fuerza es, en la lucha moderna, la organización militar. (…) Para la victoria total del pueblo sobre el zarismo, la inmediata organización de la dirección política del pueblo levantado en armas es tan necesaria como la dirección militar de sus fuerzas”34.
En septiembre, Lenin comentó la acción de un destacamento armado de obreros que asaltó un presidio en Riga (Letonia), a fin de rescatar dos líderes populares condenados a muerte. La acción heroica, que resultó en la muerte de dos guardias e hiriendo diez, consiguió liberar los prisioneros. Él confirió importancia histórica a este acontecimiento, que se produjo en la periferia de la tormenta revolucionaria, en un artículo significativamente llamado “De la defensa al ataque”:
“¡los héroes del destacamento revolucionario de combate de Riga. Que su éxito sirva de estímulo y ejemplo para los obreros socialdemócratas de Rusia. Vivan los iniciadores del ejército revolucionario!”35.
No era sólo una exhortación apasionada, era también método: Lenin destacaba este hecho con propósito, veía en él una iniciativa que debería ser generalizada:
“El número de combatientes de tales destacamentos, de 25 a 75 hombres, puede ser aumentado en varias decenas en cada ciudad grande y a menudo en los suburbios de una gran ciudad. Los obreros acudirán por centenares a estos destacamentos; lo único que se requiere es pasar inmediatamente a propagar tal idea, en vasta escala, y pasar a formar estos destacamentos, dotarlos de cuchillos y revólveres hasta bombas, instruirlos y educarlos militarmente”36.
Para él, en esa nueva fase de la lucha, “la bomba dejó de ser el arma de un hombre-bomba solitario y se convirtió en una arma necesaria del pueblo”. Una vez que los obreros constituían rápidamente y con energía sus propias unidades de combate, él concluye, “no habrá fuerza capaz de enfrentar los destacamentos del ejército revolucionario, provenidos de bombas, que en una buena noche realicen simultáneamente unos cuántos ataques como el de Riga, tras los cuales – y esta última condición es de gran importancia – se alcen centenares de miles de obreros que no olviden la jornada ‘pacífica’ de 9 de enero y ansíen con ardor un 9 de enero en armas”37.
Como se ve, sería igualmente falso atribuir a Lenin la expectativa de que el ejército revolucionario naciera pronto, a partir de la mera división del ejército reaccionario, tesis bastante corriente en varios círculos revisionistas. No: Lenin propone organizar militarmente los propios obreros, partiendo de las formas más simples de lucha.
Lenin instaba todo el partido a estudiar cuestiones militares y la técnica militar propiamente dicha. En 16 de octubre, en una carta destinada al Comité de lucha junto al Comité de Petersburgo del Partido, dirá:
“Diríjanse a los jóvenes. Formen inmediatamente, en todos los lugares, grupos de combate, fórmelos entre los estudiantes y sobre todo entre los obreros etc, etc. Que destacamentos de 3 a 10 y hasta de 30 y más, si formen inmediatamente. Que ellos propios se armen de inmediato, como puedan, uno de revólver, otro de un trapo impregnado de querosene para servir de antorcha, etc. (…) Formar inmediatamente un destacamento, armarlos como sea posible, trabajar con todas vuestras fuerzas, los ayudaremos como podamos, pero no esperen todo de nosotros, trabajen ustedes mismos… Los destacamentos deben comenzar inmediatamente su instrucción militar por operaciones de combate. Inmediatamente”38.
En 7 de diciembre, estalla la huelga política en Moscú. El Sóviet, dirigido por los bolcheviques, convoca: ¡A las armas! Las masas populares responden con decisión, y, en 9 de diciembre, la ciudad se hace una fortaleza de barricadas. Por toda Rusia, en varios otros centros, respondiendo al llamado de sus hermanos y hermanas moscovitas, obreros y campesinos empuñan las armas. Esto ocurre en Krasnoiarsk, Motovilica (Perm), Novorossisk, Sormovo, Sebastopol, Cronstadt, y también en la Georgia, en Ucrania, en Letonia. Lenin, más tarde, en su trabajo “Las lecciones de la insurrección de Moscú” (que es una de las cosas más brillantes que él escribió), dirá:
“La acción de diciembre en Moscú demostró con evidencia que la huelga general, como forma independiente y principal de lucha, se hizo obsoleta y que el movimiento sobrepasa, con una fuerza espontánea e irresistible, este cuadro estrecho y genera la forma suprema de la lucha, la insurreição”39.
Hombres, mujeres, ancianos y niños irguen barricadas. Hay reuniones y demostraciones en las calles. Banderas rojas tremolan en el tope de los edificios. Mientras eso, en los suburbios, grupos de combate, móviles y flexibles, asestan golpes en las tropas, algunas de las cuales vacilan. Dubassov, comandante del ejército zarista, no confía en sus hombres y pide refuerzos, que sólo llegan día 15. En 17, las tropas reaccionarias obtienen una ventaja numérica enorme en hombres y armas. El barrio de Présnia, baluarte de la revolución, sigue luchando aún sin armas, hasta caer, exhausto, bañado en sangre. Moscú roja, después de nueve días de lucha heroica, es derrotada.
Nótese que el gran centro obrero ruso de la época, San Petersburgo, permaneció al margen de los acontecimientos. Faltó, en esa hora crítica, a sus camaradas en armas. ¿Por qué? Ciertamente, no se podría arriesgar ningún argumento sobre la capacidad de lucha de sus obreros, que desempeñaron papel central doce años después.
Es que el Sóviet de San Petersburgo era dirigido por los mencheviques, y Trotsky era su presidente. Viendo que la situación se radicalizaba, muchos de ellos hacían ardientes discursos “por la insurrección”, pero providencias, nada.
Después de la derrota, Plekhanov dirá: “no se debía haber tomado las armas”. Mientras los bolcheviques decían que era preciso quitar todas las lecciones de la insurrección de Moscú, sus adversarios reformistas proponían una mera desbandada. Los bolcheviques convocaron el boicot a la Duma zarista, denunciándola como instrumento para engañar el pueblo; los mencheviques, se apresuraron a presentar candidatos. El primer año de la revolución terminaba, y aunque la agitación perdurase, ella había tenido en la insurrección de diciembre de Moscú su ápice. Lenin, atacando con indignación la actitud menchevique, dirá:
“Por el contrario, lo que era preciso era tomar armas más decidida, enérgica y ofensivamente, lo que era preciso era explicar a las masas la imposibilidad de una huelga puramente pacífica y la necesidad de una lucha armada intrépida e implacable. Y ahora debemos, por fin, reconocer abiertamente y proclamar bien alto la insuficiencia de las huelgas políticas, debemos hacer agitación en las más amplias masas por la insurrección armada, sin esconder esta cuestión por medio de ningún ‘grado preliminar’, sin encubrir con ningún velo. Esconder de las masas la necesidad de una guerra desesperada, sangrienta y encarnizada, como tarea inmediata de la acción próxima, significa engañarse tanto a sí mismo como al pueblo. Tal es la primera lección de los acontecimientos de diciembre”40.
Y, siempre apuntando el futuro, aseverará:
“La revolución puede aún ir más allá de que los grupos de combate de Moscú, puede ir mucho, mucho más lejos, tanto en amplitud como en profundidad. Y la revolución avanzó mucho desde diciembre. La base de la crisis revolucionaria se hizo inconmensurablemente más amplia; ahora es preciso afilar más la cuchilla”41.
Palabras proféticas. Vendría el periodo de la reacción stolipiniana, estallaría la I Guerra Mundial, la Internacional Socialista iría a la bancarrota por las manos de sus dirigentes social-imperialistas, eclosionaría la revolución de febrero, la dualidad de poderes… a lo largo de todos estos años, Lenin y los bolcheviques no abandonaron las armas de 1905; sólo “afilaron más la cuchilla”, y vencieron con ella en octubre de 1917.
Nota de la edición
* La numeración de las notas del autor retoma la parte I del artículo, publicado en la edición 232. Lo mismo vale para las abreviaciones y siglas, cuyos nombres por extenso se encuentran en la primera vez en que aparecen en la edición pasada.
Notas del autor:
19 Lenin, op.cit., Tomo XXXVIII, p.75.
20 Ídem, págs.144-145.
21 Lenin, op.cit., Tomo VIII, p.158.
22 Ídem, p.164.
23 Op. cit, tomo XXXVIII, págs.123-125.
24 Ídem, p.119.
25 Ídem, págs. 117-118.
26 Ídem, p.95.
27 Ídem, p. 138.
28 Lenin, op.cit., Tomo VIII, p.415.
29 Lenin (Su vida y su obra), p.106.
30 Ídem, p.122.
31 Ídem, págs.108-109.
32 Lenin, op. cit., Tomo VIII, págs.213-214.
33 Ídem, p.154.
34 Ídem, págs.643-644.
35 Op. cit., Tomo IX, p.280.
36 Ídem.
37 Ídem, p.281.
38 Ídem, p.348.
39 Lenin, op.cit., Tomo XI, págs.175-183.
40 Ídem.
41 Ídem.