Después de las últimas elecciones, en que 56 millones de personas aptas a votar simplemente levantaron los hombros y no votaron o votaron nulo/blanco (a pesar de todo el chantaje y amenazas de punición del Tribunal Superior Electoral, de otras instituciones de ese podrido Estado y acompañada de la cruzada de los monopolios de prensa), se reedita la farsa electoral. El pleito municipal, tal cual un circo, ya monta la lona y prepara el espectáculo de mentiras y señuelos. Sobre un terreno caótico y en llamas, la farsa electoral cuenta aún con toda la propaganda de la falsa izquierda oportunista electorera, de embelesamiento de esa democracia reaccionaria.
Algunos, desvergonzados como el PCdoB, simplemente eluden el carácter de clase del Estado y descaradamente difunden su revisionismo, sembrando en las personas que, finalmente, el poder es aún dado al vencedor a depender del resultado de las urnas, mostrándonos su esencia oportunista, cualquier cosa de cínica.
Hay otros, más cautelosos con su oportunismo, que justifican que es preciso usar el pleito para “propaganda revolucionaria”. Sería cómico, si no fuese trágico, que los sectores que dicen usarlas como medio de propaganda para “denunciar a las masas el propio carácter farsante de la democracia burguesa” tengan que intentar convencer las masas a votar hoy con la intención de, un día, “convencerlas” de lo que ellas ya están hoy convencidas. Esa tautología, quieren presentarla por dialéctica. Son la “tropa de choque” del legalismo y del respeto a la sacrosanta orden institucional “democrática”.
Un Lenin enyesado para oportunistas
“Nuestros” oportunistas y revisionistas convierten la importante obra del jefe del proletariado, el gran Lenin, Izquierdismo, la enfermedad infantil del comunismo, en instrumento de malabarismo para caer en el cretinismo parlamentario y en la podrida estrategia de “acumulación fría”.
En sus afanes electoreros, ellos intentan transformar Lenin en un escudo conservador, ignorando el contexto en que fue escrita la obra: en 1920, antes del surgimiento del fascismo como fenómeno relevante, cuando el sufragio aún era singularidad masculina y el parlamento burgués aún parecía, a las masas, ser la única salida a las autocracias en crisis, inclusive en Europa; contexto en que, después del desenmascaramiento y bancarrota del revisionismo de la II Internacional y el triunfo de la Revolución Bolchevique, se generó tentaciones simplistas sobre la toma del poder, en que el “izquierdismo” tomaba relevancia especial. Contexto en el cual el imperialismo, como capital monopolista en descomposición, no tenía más que 20 años, el grado de reaccionarismo del Estado burgués y de destrucción de los lazos entre este y las masas populares eran infinitamente inferiores a los actuales. Contexto dentro del cual la única estrategia posible era la de la insurrección armada precedida por un largo “acúmulo pacífico de fuerzas”, única posible por el aún bajo desgaste de las formas burguesas de dominación “democrática”, dentro de la cual la táctica electoral podría, en determinados periodos y situaciones, ser condecente y útil – sin embargo, transitoriamente, a depender del desarrollo de las condiciones.
Es en aquel contexto, específicamente en aquel, que Lenin critica por “izquierdistas” las tácticas de boicot que, en general, partían de premisas correctas, pero erradas en el caso concreto porque iban mucho más allá de la conciencia de las grandes masas populares aún no experimentadas lo suficiente en la dominación contrarrevolucionaria parlamentaria y, por eso, inaptas a apoyar las acciones revolucionarias de las masas avanzadas. Lenin apunta que en estas condiciones, tácticas de asalto inmediato al poder apenas atingiría la vanguardia proletaria del grueso de las masas y fracasarían. Él también apunta ser el “izquierdismo” una reacción subjetivista y unilateral de lucha contra el derechismo, debiendo por eso ser combatido, sin embargo sin olvidarse de que este último es el peligro principal.
Sin embargo, veamos lo que más Lenin dice sobre el carácter de la participación en el parlamento en aquel contexto histórico, en tesis de la Internacional Comunista, de 1920: “El Parlamento no puede ser para los comunistas, actualmente, y en caso alguno, el teatro de una lucha por reformas y por la mejoría de las condiciones de vida de la clase obrera, como otrora. El centro de gravedad de la vida política se desplazó del Parlamento y de forma definitiva”. “Por consecuencia, no se puede poner la cuestión de la utilización de las instituciones del Estado burgués sino con el objetivo de su destrucción”.
Recordemos que Lenin repisara que en otras condiciones “se es posible y hasta obligatorio” abandonar la participación en la elección y en el parlamento. He ahí que nuestros electoreros dan una clase de dogmatismo para justificar su defensa del reformismo de hecho.
El contexto de la actual farsa electoral
La participación electoral es, para el revisionismo, cuestión de principio, en la práctica. Lenin es enfático: boicotear o participar de la farsa electoral es un problema táctico y debe ser tomado en consonancia con las condiciones concretas. ¿Cuáles son las condiciones concretas?
El mundo de hoy marcha en una situación revolucionaria de desarrollo desigual. Dentro de él, en Brasil – como país dominado y oprimido por el imperialismo, principalmente yanqui (Estados Unidos, USA) – esta situación revolucionaria se alterna entre a veces estacionaria, a veces en desarrollo (el caso de hoy), sin embargo ya muy acentuada. La base verdadera es la crisis general de descomposición del capitalismo burocrático, agravada a cada crisis cíclica de superproducción, sin plena recuperación aún en los marcos del capitalismo por serlo deformado, burocrático, en medio a una crisis general del imperialismo, cada día sin precedentes, acompañada de acentuada reaccionarización del Estado. Es decir, restricción gradual y permanente de derechos democráticos, laborales e individuales, militarización de toda la sociedad y del Poder político, de forma evidente o enmascarada.
Situación de desgaste sin par del régimen de democracia burguesa, en el mundo y especialmente en el país, después de por lo menos 120 años de experiencia de las masas en la dominación “democrática”, sobre todo después del último ciclo iniciado en 1988, con simulacros de república democrática, en realidad, atada a la esencia latifundista y oligárquica nunca superada.
Situación en la cual las elecciones son la forma principal de política contrainsurgente del imperialismo en todo el mundo, política impulsada desde los años 1980 con el inicio de la ofensiva contrarrevolucionaria general, que combina con la desmoralización masiva de las mismas. Pero, en medio a la crisis general tan grave, las elecciones son, más que nunca, clave para mantener la vieja orden. Situación en medio a la ofensiva estratégica de la Revolución Proletaria Mundial expresa en todas esas condiciones objetivas, en una Nueva Gran Ola de tormentosas luchas de masas que necesitan ser más impulsadas y bajo dirección proletaria.
Además de sus protestas cotidianas, aún atomizadas, pero cada vez más cruentas, las masas no sólo rechazan la farsa electoral y su sistema político cuando no votan: nos dan, diuturnamente, otras manifestaciones, como la ausencia completa de credibilidad aun cuando votan, por ejemplo, vendiendo su voto. Claro que en eso no hay conciencia revolucionaria, pero por ser una contestación hay en ellas un “brote de conciencia” – como había dicho Lenin, refiriéndose a los obreros que destruían sus máquinas en el inicio del capitalismo – de que realmente es esa vieja democracia. Otro síntoma es el crecimiento del fascismo entre las masas como desprecio a la vieja orden política.
Basándose en Lenin, es posible decir que “los de arriba”, en Brasil, ya no pueden gobernar como antes, hecho que los obliga a poner en marcha un golpe de Estado militar contrarrevolucionario preventivo; y los “de abajo” ya no aceptan, como demostraron en los sucesivos boicots electorales, en los Levantes de 2013-2014 y en las centenares de protestas y revueltas por todo el país, aunque espontáneas, careciendo de organización clasista y de una dirección sólida para las amplias masas. Este es el factor subjetivo, que depende de la acción consciente de los revolucionarios proletarios, cuya forma de acúmulo de fuerzas para la Revolución, por el actual nivel de conciencia de las masas, sólo puede ser obtenido en el torbellino más indomable de la lucha de clases, cuyo boicot a la farsa electoral es un importante impulsador. Al contrario del verdadero show de mentiras de las campañas electorales, las acciones revolucionarias de masas, dirigidas por la auténtica vanguardia proletaria, convergiendo con todo el instinto de clase y nivel de conciencia de las grandes masas oprimidas, conformarán – ellas sí – una irresistible propaganda de la Revolución que arrastrará, en torno a sí, miles e inmediatamente millones.