Dando secuencia a la evaluación de los ocho años de gerencia de Luiz Inácio, analizaremos sus efectos sobre la economía brasileña.
Restando dos meses para dejar la autoridad del viejo Estado semifeudal y semicolonial brasileño, Luiz Inácio consiguió dar proseguimiento a su gerencia con la elección de la candidata impuesta por él, la cual tiene la función de cubrir el cargo hasta su pretendido retorno en 2014. Pero, si pudo asegurar su elección, no se puede decir lo mismo cuanto a lo que pasará en los próximos años. La caracterización que hemos hecho del Estado brasileño como burgués-latifundista, servicial del imperialismo, corresponde al capitalismo de tipo burocrático (ver box) que el imperialismo, a través de la exportación de capitales y otras políticas coloniales, engendró en los países más atrasados a partir de su adviento, a finales del siglo XIX. Esta característica atraviesa los tiempos desde la proclamación de la República y lleva consigo una crisis crónica en todas las esferas de la sociedad. En este sentido, la gerencia de ocho años de Luiz Inácio no se diferenció en nada de los antecesores, actuando como gobierno de turno del imperialismo por potenciar la reproducción de los dos trazos más esenciales del País: su condición semicolonial y semifeudal. Muy al contrario de lo que alardea su estruendosa y omnipresente propaganda, Luiz Inácio se presentó, desde su campaña electoral en 2002, como el medio más eficaz de desviar el descontento creciente de las masas – fenómeno que marcó con grandes revueltas populares toda América del Sur – del camino revolucionario, sirviendo de mitigador del conflicto social y amortiguador de la lucha de clases. Como en el pronóstico de Delfin Neto, uno de los guardianes de la vieja orden y especialista en economía burguesa, que declaró que la administración de Luiz Inácio sería “más de lo mismo”, se confirmó lo que no era de difícil previsión. Al fin y al cabo, la popularidad de Luiz Inácio marcó récords, como récords fueron los logros y la alegría de banqueros, transnacionales, exportadores de commodities, latifundistas e imperialistas.
Todo como antes…
La llegada de Luiz Inácio a la gerencia del Estado brasileño sólo fue posible mediante el profundo desgaste de la gerencia de Cardoso que, principalmente con la crisis cambiaria que llevó a la devaluación del Real, destapando la grave crisis económica y social. Tal crisis agravó la pugna en el seno de las clases dominantes locales, que frente al proceso electoral presentaron diversas candidaturas (Serra, Ciro Gomes, Garotinho, además de Luiz Inácio). Además de que, en este contexto, la candidatura de Luiz Inácio se presentaba como la posibilidad para la fracción burocrática de la gran burguesía que había sido desplazada del centro y hegemonía del aparato de Estado con la elección de Collor (1989) y FHC (1994). Luego, Luiz Inácio olfateó la oportunidad de victoria, se adelantó, lanzando la “Carta al pueblo brasileño” con juras de amor al capital, cayendo en las gracias del imperio. Por su parte, para seguir impulsando el capitalismo burocrático en el país, lo que restaba al imperialismo era cooptar aquel sector que hasta entonces hacía oposición oficial a la gerencia Cardoso. Con la tal “Carta” se sellaba un compromiso explícito de continuidad, cosa ineludible, pues no se trataba de ningún proceso revolucionario que pusiera fin a la relación semicolonial. Pero, la “Carta” era emblemática como ritual de total sujeción a los dictámenes del FMI, del Banco Mundial, de la OMC y otros organismos internacionales al servicio del imperialismo. Y el servilismo, que no podía ser más aparente, inmediatamente se patentizó con el anuncio, en audiencia en la Casa Branca, del nombramiento para tres ministerios, indicando Henrique Meireles, ejecutivo del Banco de Boston, para presidente del Banco Central, Antonio Palocci para ministro de la hacienda y Marina Silva para el medio ambiente. La indicación de Furlan, ejecutivo de la Sadia, y de Roberto Rodrigues, figura del agronegocio, respectivamente para los ministerios del desarrollo y de la agricultura, sellaba otro pacto con la gran burguesía y con el latifundio. Estaba asegurado que nada cambiaría desde el punto de vista de los intereses mayores del pueblo, mientras que en relación a los intereses del imperialismo, de la gran burguesía y de los latifundistas se iniciaba un periodo de mayores bonanzas. La tarea de la gerencia de turno era llevar al plano legislativo la aprobación y reglamentación de institutos que rompieran los últimos obstáculos para la total desnacionalización de la economía, así como del suelo, subsuelo y biodiversidad. No sólo, que la “desreglamentación” sobre la seguridad social, las relaciones laborales y el sistema educativo, fuera llevada a término, ya que estos objetivos habían sido bloqueados, hasta entonces, por la oposición del PT y congéneres a las tentativas de FHC. Además, que las limitaciones en la esfera de la infraestructura del país tendrían que ser superadas para que carreteras, puertos, aeropuertos, usinas de energía, pudieran hacer fluir en mayor escala al saqueo de las riquezas naturales y las del trabajo del pueblo brasileño. Este cuadro mantendría Brasil en una posición inalterada como uno de los países de mayor injusticia social del planeta, lo que llevó el presidente del Ipea, Márcio Pochman, a declarar que la “desigualdad en Brasil es cosa de sociedad feudal”. Obsérvese que esta sentencia fue pronunciada a finales de los ocho años de la gestión PT-FMI y no en su inicio. Y, es exactamente de eso que se trata: el favorecimiento a los banqueros, a las transnacionales y al latifundio no fue una opción, pero sí una condición para que Luiz Inácio fuera electo y reelecto. La cosa es tan escandalosa que, al final de los ocho años de su gerencia, la propia prensa de los monopolios llama la atención para tamaña disparidad, como hizo el conservador Folha de São Paulo, a través del articulista Clovis Rossi, en la edición del día tres de octubre, día de la elección. Después de registrar que 67,5 millones de brasileños viven con salario de hasta 2 mínimos, que 13 millones viven con menos de 1 mínimo y, aún, que 28 millones viven sin los beneficios de la seguridad social, concluye que “Es imposible reducir la desigualdad en un país que dedica al Bolsa Familia (12,6 millones de familias) sólo R$ 13.100 millones y, para los portadores de títulos de la deuda pública (el piso de encima) la fortuna de R$ 380.000 millones, o un 36% del Presupuesto-2009”.
El cuento de la deuda externa
Asegurada la reproducción del sistema de subyugación nacional por las relaciones económicas, se tentó montar un juego pirotécnico para el gran público con las “políticas compensatorias” que profundizan la corporativización de las masas y jugadas contables. Cuando las reservas en dólar sobrepasaron el valor de la deuda externa brasileña, y cuando Brasil fue intimado a aportar recursos al FMI para ayudar en la salvación de los bancos yanquis y europeos, el Sr. Luiz Inácio pasó a fanfarronear con la historia de que Brasil había liquidado la deuda externa y estaría en la condición de acreedor del FMI. Fanfarronerías, nada más. Primero, si la deuda externa hubiera sido pagada, las reservas no habrían alcanzado el nivel que escaló los últimos años, llegando al nivel de U$S 260.000 millones actualmente. Segundo, el aporte al FMI no fue un acto voluntario de Luiz Inácio y sí una imposición. Tercero y más importante saber: el cambio del endeudamiento en dólares para el endeudamiento en reales a través del ofrecimiento de una de las más altas tasas de intereses del mundo, fue el truco sobre la deuda pública brasileña que sólo aparece en reales porque los especuladores, al entrar en el país, son obligados a cambiar los dólares por reales. Transcurre también de ahí el hecho de que para garantizar los altos logros de los especuladores, el Banco Central no desvaloriza el real y mantiene metas de inflación, cuyas medidas asfixian la economía nacional a medio plazo, de forma a no corroer las ganancias de los especuladores. Es, por lo tanto, una política a favor de los explotadores de la nación y no de defensa de los intereses nacionales.
La falacia de la independencia nacional
El discurso de que Brasil fue el último a entrar en la crisis y el primero a salir de ella, en realidad encubre una tremenda mentira. A Nova Democracia, principalmente a través de los artículos de Adriano Benayon, ha llamado la atención para el hecho de que la condición semicolonial de Brasil le impide dar rumbo propio a su economía, por estar umbilicalmente atado a la economía del imperialismo. Así siendo, solamente a través de artificios bastante lesivos a la nación y a su pueblo, como las elevadas tasas intereses, la valorización del real, la “renuncia fiscal” y la inversión en empodrecidos títulos del tesoro de USA, es que se mantiene una apariencia de prosperidad, sostenida por una masiva carga de propaganda engañosa. En la edición 70 de AND, Benayon volvió a la cuestión denunciando los agentes del imperialismo que arman nuevas burbujas especulativas que llevarán, ineludiblemente, a la profundización de la crisis: “Sólo que el estallido de las nuevas burbujas acarreará caos bien mayor que el presente, ya caracterizado por estagnación de la producción y desempleo jamás visto, especialmente en los EUA y en Europa, y por la perspectiva de colosal colapso financiero”. Y remata, contrariando la demagogia de Luiz Inácio: “Y, ese colapso no dejará de repercutir por todo el mundo, principalmente en países, como Brasil, que no orientaron sus economías para evolucionar independientemente de lo que acontezca en los países sede de la oligarquía mundial”.
Apretando los nudos del imperialismo
Luiz Inácio entregará a Dilma un país más dependiente y sumiso. Esto puede ser constatado por análisis no sólo de los procedimientos del Banco Central direccionados a beneficiar los especuladores, como en el creciente proceso de desindustrialización del país y la insistencia en transformarlo en mero proveedor de commodities. Es así que Benayon, en la edición 68, resume esta triste perspectiva trazada por Luiz Inácio para Brasil: “El balance de pagos está siendo falsamente equilibrado con ingresos líquidos de inversiones extranjeras directos – de largo y corto plazo – además de préstamos y financiaciones. Sintetizando, “mientras crece la pérdida de recursos corrientes para el exterior, el capital extranjero eleva la base sobre la cual nuevas pérdidas serán generadas”. Y como el imperialismo no permite que se acumule nada en el cofre de las semicolonias, ya podemos prever para donde irán los recursos derivados de la explotación del “famoso” pre-sal. Salvo la industria automovilística y la llamada línea blanca (electrodomésticos) con generosos préstamos del BNDES, la “renuncia fiscal” y más el alargamiento del crédito, principalmente el consignado, Luiz Inácio montó un falso crecimiento de la economía, que traerá resultados positivos sólo para las matrices de los bancos y de las transnacionales. Para el pueblo, sobró el fantástico endeudamiento de las familias y la falsa impresión de su ascenso social, inmediatamente deshecha cuando el consumo es sometido a una comparación con verdaderos índices de desarrollo como saneamiento, salud, educación, habitación, transporte y ocio. El tan decantado PAC es también un instrumento de ampliación de la dependencia externa. Los recursos recaudados de la nación van hacia las obras de infraestructura como hidroeléctricas para favorecer la industria del aluminio, ferrovías y carreteras, así como los puertos, para la salida de recursos naturales y otros bienes primarios a precios ridículos. Y para el pueblo, bien, para el pueblo queda la vieja demagogia en forma de promesa no cumplida de construir un millón de casas que serán entregues en el día de San Nunca.
Cuanto el pueblo pagó para Luiz Inácio recibir elogios del imperialismo
Mucho se ha especulado sobre como Luiz Inácio se hizo héroe del imperialismo. En primer lugar, él debe agradecer a la Ciols, al Vaticano y a Golbery, pues que sin tales importantes ayudas él no habría llegado a 2002. De ahí en adelante los agradecimientos deben ser extensivos a Bush, Obama, Sarkozy, al FMI, al Banco Mundial, a los latifundistas, a sus patrones de la industria automovilística, a los experts en márquetin y, principalmente, a la banca nacional y a las mafias financieras internacionales. Podemos resumir todo a la expresión ‘transferencia de renta’. A partir de 2003, ahora como gerente de la semicolonia, Luiz Inácio no sólo dio proseguimiento a lo que hicieron sus antecesores, de Marechal Floriano a Cardoso, como tuvo la “habilidad”, mejor, la experiencia de, más que Getúlio, corporativizar la sociedad brasileña para enmascarar el derramamiento del sudor y sangre de los trabajadores con un discurso demagógico dirigido a los pobres, aceitado por una limosna, inmediatamente transformada en chantaje electoral. Así, los billones de reales chupados de cada brasileño que compra un kilo de porotos, un pan o una caja de fósforo, van a parar en los bolsillos de estos arriba citados, a quién Luiz Inácio debe su más profundo agradecimiento.
Qué es el Capitalismo burocrático
Entendemos por capitalismo burocrático el capitalismo engendrado por el imperialismo en los países atrasados. En Brasil él fue introducido primero por los ingleses y enseguida por los yanquis. Diferentemente de los países desarrollados, cuyo capitalismo se desarrolló a partir del surgimiento de una burguesía autóctona que, después de destruir el Estado feudal repunta como clase dominante, en Brasil el capitalismo fue engendrado por el capital financiero que hegemonizara el capital con el pasaje de la libre competencia al monopolio, a través de la exportación de capitales y de la política colonial. Este capital venido de fuera se funde con los capitales de origen feudal y se asienta en las viejas relaciones semifeudales para, sobre ellas, desarrollar un capitalismo de apariencia. Es capitalismo de apariencia porque nuestro país sirve única y exclusivamente de hospedero para los capitales foráneos que aquí se nutren de nuestras materias primas, nuestra fuerza de trabajo y de nuestro poder de consumo para, enseguida, que remitan para sus matrices aquello que constituye la esencia de la reproducción del capital, o sea, el logro.
En dado momento acontece la fusión de estos capitales con la máquina del Estado, que pasa a direccionar los recursos recaudados en el país, a través de impuestos exorbitantes y un conjunto de políticas, para llenar las arcas de los bancos y de las transnacionales que aquí pasan a operar. La transferencia de renta se da a través de deudas contraídas por préstamos con intereses abusivos y los encargos de obras de infraestructura y, también, por el incremento de una burguesía asociada subalternamente a los intereses imperialistas, y nutrida con los recursos públicos bajo la forma de préstamos, financiaciones y renuncia fiscal. Esta gran burguesía se compone de dos fracciones: una comercial y bancaria, denominada burguesía compradora; y la otra industrial (además de las empresas estatales), denominada burguesía burocrática.
Estas fracciones de la gran burguesía se desarrollan en un proceso de pugna por el control del aparato del Estado y de connivencia para impedir cualquier posibilidad alcista del proletariado y sus aliados al poder de Estado. Esta digresión es necesaria para que podamos comprender porque el Estado brasileño en toda su historia, dicha republicana, mantiene la misma característica aún pasando por ciertos movimientos como el golpe ‘getulista’ de 1930, la llamada redemocratización de 1946, el golpe de Estado de 1954 y el de 1964 con su decurrente régimen militar, la “nueva república” de Sarney y las gerencias de Cardoso y Luiz Inácio.
Traducciones: [email protected]