Es común entre los fascistas la utilización del cine para incrementar sus mecanismos de dominación, casi siempre intentando instrumentalizar sentimientos nacionalistas y falsificando la noción de heroísmo, en la mayoría de las veces utilizando el lenguaje documental, reforzando el censo común y dejando el censo crítico del lado de afuera de las salas de proyección. El jefe de la propaganda nazi, Josef Goebbels, consideraba la llamada séptima arte la mejor “media ya inventada, uno de los medios más modernos y científicos para actuar sobre la masa”. La manipulación de datos de la manera más conveniente a los verdugos del pueblo y el culto a la personalidad complementan la receta de la desinformación cinematográfica al servicio del fascismo, el explícito o el camuflado.
Pero, por lo que todo indica, todas esas características podrán ser encontradas en breve, en un cine cerca de su casa, cuando entrar en circuito nacional la película “Lula, el hijo de Brasil”, del cineasta Luís Carlos Barreto, basado en el libro homónimo de la biógrafa Denise Paraná. Estrena en enero de 2010, año de un nuevo proceso electoral farsante en el cual las fracciones de la gran burguesía y sus grupos de poder irán a enfrentarse por el derecho de administrar el Estado semifeudal y semicolonial de Brasil, pero el tráiler de la obra, disponible en internet, muestra su naturaleza.
La película mostrará la trayectoria personal del actual gerente de turno del Estado brasileño, comenzando por la infancia pobre en el interior pernambucano, el viaje de 13 días y 13 noches de Garanhuns a São Paulo en la carrocería de un camión, como él fue víctima de violencia e intransigencia paterna (una escena muestra Aristides Inácio da Silva, alcoholizado, abofeteando el pequeño Luiz Inácio y gritando: “Hijo mío no tiene que estudiar, tiene que trabajar”), vendiendo naranjas y lustrando zapatos, formándose tornero mecánico en el Senai, perdiendo el dedo con un torno, perdiendo la primera mujer en el parto del primer hijo, que nació muerto. Finalmente, comiendo el pan que el diablo amasó, hasta hacerse líder del Sindicato de los Metalúrgicos de San Bernardo do Campo.
El cartel promocional muestra Luiz Inácio joven y adulto adornados con aura iluminada, pairando con la imagen de su madre sobre una carretera barrosa donde un camión anda levantando polvareda. Cualquier semejanza con la iconografía católica no es mera coincidencia: es más probable que sea coherente con la conexión del PT con esa institución opresora y mistificadora. “Usted sabe quién es ese hombre, pero no conoce su historia”, dice el slogan de la película, en el mejor estilo de la contra propaganda de Hitler, Mussolini, Franco o Salazar.
La historia narrada en “Lula, el hijo de Brasil”, termina en 1980, con la muerte de su madre. Por lo tanto, antes de su ascenso (o hundimiento completo) y la del PT en el pantano del oportunismo hasta alcanzar su puesto en el Estado brasileño. Queda en la dramatización de los episodios conmovedores de sus orígenes pobres y de sus tragedias familiares y particulares, y después falsifica su actuación como sindicalista, cuando Luiz Inácio ya demostraba claramente su vena conciliatoria. Es previsible. Si contara la verdad sobre los orígenes de la actuación política del actual “presidente” de la República, la película tendría quiere ser rebautizada para “Lula, el hijo del oportunismo”, aquel que más tarde sería viabilizado en el sufragio burgués como alternativa PARA, y no Al imperialismo.
Los productores consiguieron un presupuesto gordo (R$ 16 millones) para realizar esta oda cinematográfica a Luiz Inácio, verdadera propaganda electorera pro-PT. El dinero vino sobre todo del cofre de algunas transnacionales con sede en el país (no es posible decir que son brasileñas), como la Odebrecht, la Camargo Corrêa, la JBS-Friboi y la Ambev, cuyos jefes y accionistas están contentos con la expansión de su actuación monopolista en diversas partes del mundo gracias a la colaboración de la gerencia petista. Hubo aún generosas contribuciones de transnacionales yanquis y europeas, como la Souza Cruz, la Volkswagen y la Hyundai.
“Lula, el hijo de Brasil” y todo lo que cerca la película constituyen un verdadero circo de los horrores de demagogia, mentiras y farsa preelectoral. Sindicalistas podrán comprar ingresos a R$ 5, un tercio del precio normal de un ingreso de cine en los grandes centros urbanos del país. Dilma Rousseff va a comparecer a un preestreno de la película en la sede de la Fuerza Sindical. El propio Luiz Inácio debe participar de una exhibición de la obra a las márgenes del río San Francisco. Ya hubo una exhibición privada para la cúpula petista en la casa de un empresario de Brasilia. El día 17 de noviembre aconteció una sesión de gala en el Teatro Nacional, cuando la primera dama apareció cercada de agentes de seguridad y ministros dijeron haber ido a las lágrimas, emocionados. Uno de los llorones fue el Ministro de Planeamiento, Alexandre Padilha, según el cual la película de Luís Carlos Barreto “cuenta la historia del pueblo brasileño”. Como si la historia de nuestro pueblo tuviera la marca de la traición a la patria.
Serán R$ 4 millones reservados sólo para el trabajo de marketing a fin de atraer público. Los meses subsecuentes al estreno – meses inmediatamente anteriores al sufragio de 2010 – lo programado es llevar la cinebiografía de Luiz Inácio para los lugares más remotos de Brasil por medio de pantallas itinerantes. ¡Goebbels no lo haría mejor!
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