En el día 8 de marzo, las tropas de intervención militar en Río de Janeiro distribuyeron cerca de mil flores a las mujeres de Vila Kennedy, como gesto de “humanización” de la presencia del ejército en aquella favela. Al día siguiente, el ayuntamiento entró en el local, por solicitud de las Fuerzas Armadas, con una parafernalia de máquinas y equipamientos. Siguiendo al pie de la letra los manuales del viejo Estado de abordaje a las poblaciones empobrecidas, demolió cerca de treinta quioscos instalados en la plaza Miami, sin ningún aviso de advertencia de la Secretaría Municipal de Orden Pública (Seop) bajo la cobertura de la Guardia Municipal y de 1.400 soldados del Ejército.
‘Vandalismo’
Tal acto de verdadero “vandalismo” indignó no sólo los propietarios de los quioscos y sus familias, pero también los habitantes de la localidad y todos que tomaron conocimiento por las redes sociales o por los medios de comunicación.
Fue tan grande la repercusión de la salvajería practicada contra personas que, en su mayoría, se ganaban el pan de cada día de sus actividades de venta de artículos diversos, que inmediatamente surgieron pedidos torpes de disculpas por parte de las “autoridades”, redimiéndose de sus responsabilidades y colocando la culpa en los ejecutores de la demolición, meros operarios, ya amenazados de punición.
Según el portal Terra, “en nota, el ayuntamiento reconoció que ‘hubo uso desproporcional de la fuerza’ e informó que el ordenamiento fue un pedido de la Policía Militar, que confirmó”. Por otro lado, en consonancia con reportaje del Periódico Extra “en nota, el Mando Conjunto, que reúne las fuerzas armadas y las agencias federales envueltas en la intervención, dijo que estaba conocedora de la operación, pero que ella fue desarrollada por iniciativa del propio ayuntamiento. ‘Ellos aprovechan la estabilidad del área, suministrada por la presencia de las tropas, para acciones de organización del espacio urbano’.”
Estándar de demolición
Colocar la responsabilidad por la demolición en los ejecutores es pura cobardía del señor Crivella, ya que la ciudad toda sabe, desde la fatídica administración de Eduardo Paes, cual es el método adoptado por el ayuntamiento en la demolición de Vila Autódromo, del Metro-Manguera y de tantas otras en la preparación de la Copa de la Fifa y de las Olimpíadas, cuyo “protocolo” era el uso de la truculencia. Esto para no hablar de todas las demás administraciones a lo largo de la historia, tales como las famosas “limpiezas” del antiguo intendente Lacerda.
Quitar la responsabilidad de los secretarios municipales y del alcalde, transfiriéndola contra los obreros y otros operarios, que son obligados a actuar con tales métodos, además de cobardía, reafirma este carácter persecutorio del viejo Estado, representado por el ayuntamiento, contra el pueblo pobre. Este es el retrato fiel de una de las fases de la guerra civil contra el pueblo.
Garantizando el desorden
La “estabilidad del área, suministrada por la presencia de las tropas” es un sofisma descarado del Mando Militar y muestra de forma inconfundible la comprensión de los militares sobre lo que significan los términos “orden y estabilidad”.
Ambos términos son cargados del expreso carácter de clase, pues, como garantizadores de la ley y de la orden de las clases dominantes, su acción se concretiza como opresión a los habitantes de favela y de los trabajadores en general, para que no se rebelen contra la explotación de la gran burguesía, del latifundio y del imperialismo, representados por los bancos, por las grandes empresas locales y transnacionales y por el agro negocio, entre otros.
En el caso concreto de Vila Kennedy, mientras el ayuntamiento practicaba el mayor desorden en la plaza Miami, desorganizando la vida de decenas de padres y madres de familia, los 1.400 soldados del ejército garantizaban la “estabilidad del área”.
La orden y la estabilidad dominante es, por lo tanto, antagónica a los intereses de las clases trabajadoras del campo y de la ciudad. Así, lo que es orden para los militares es desorden para los trabajadores.
Por una nueva orden
Los trabajadores luchan para sustituir la vieja orden de opresión y explotación, de la cual el Ejército es la fuerza armada garantizadora, por una nueva orden en la cual impere una nueva economía, una nueva política y una nueva cultura. Una nueva orden que garantice los verdaderos derechos de los campesinos a la tierra, del proletariado y demás trabajadores al trabajo y verdadera producción nacional. Que asegure a todo el pueblo (incluidas las minorías nacionales y sus derechos específicos), el derecho a la educación, salud, vivienda, saneamiento, transporte y ocio. Que garantice la independencia nacional con sus correspondientes independencias científica y tecnológica, además de una política externa antiimperialista y de apoyo a la lucha de los pueblos por su liberación.
Nueva orden que sólo podrá establecerse por medio de Nuevo Poder que, por su parte, sólo podrá establecerse vía proceso revolucionario, de una Revolución Democrática, Agraria y Antiimperialista que destruya la semifeudalidad y semicolonialidad, base y sustentáculo sobre las cuales el imperialismo desarrolla ese capitalismo atrasado, burocrático, garantizador del drenaje incesante del resultado de la producción nacional para las metrópolis imperialistas, principalmente USA.
Una revolución de esta naturaleza pasa por barrer todo este empodrecido sistema político montado en elecciones farsantes. El viejo Estado de grandes burgueses y latifundistas, serviles del imperialismo, principalmente yanqui, sus carcomidas instituciones y su sistema político corrupto y oligárquico son el principal blanco de la Revolución para el establecimiento del Nuevo Poder, del nuevo Estado, la República Popular de Nueva Democracia.
La historia de las revoluciones victoriosas nos apunta el camino que se impone como la tarea a los revolucionarios para llevar a cabo la necesaria, atrasada y pendiente Revolución: contar con la organización de una cuota avanzada de obreros, campesinos e intelectuales revolucionarios en la construcción de los instrumentos fundamentales de la revolución, de donde se destaca el principal y decisivo que debe dirigir todo: el partido revolucionario proletario de vanguardia, el verdadero Partido Comunista.