Material explosivo en la situación nacional

Material explosivo en la situación nacional

La situación de los camioneros es calamitosa y la palabra huelga está de nuevo en la orden del día. Los reincidentes aumentos en el precio del óleo diesel – el último de ellos del 5% en el fin de enero – asfixian los trabajadores autónomos de la categoría, juntamente con todo tipo de explotación de las grandes contratistas de frete cuya remuneración casi no compensa la fuerza de trabajo aplicada y el desgaste del camión. Esto sin mencionar el régimen casi esclavo de los asalariados de las grandes transportistas. Sobre los aumentos del diesel, la Petrobras afirma que objetiva hacer el precio doméstico compatible al precio internacional para compensar las operaciones de las importadoras. Es reflejo de la dominación horrenda a que está sometida la Nación: quitar de los camioneros para transferir a los grandes accionistas podridos de ricos, extranjeros y locales.

 

En apuros, el gobierno, ya acosado por las denuncias de sus crímenes más horrendos contra el pueblo en la pandemia, hizo de todo para abortar la huelga y dividir la categoría. Es sintomático que quién se pronunció sobre las medidas económicas para abortar la huelga haya sido el general  Augusto Heleno, responsable por el Gabinete de Seguridad Institucional. Se trata de un caso de policía, presúmase, y de los bien graves.

 

Bolsonaro, por un lado, no quiere hacer nada para resolver lo que demandan los camioneros. Siendo defensor de los intereses de la gran burguesía – incluido su sector rentista petrolífero y de los monopolios de las contratistas de fletes –, no ve justicia en esa historia de atingir los intereses del capital. Y, también, nada puede hacer con relación a los exorbitantes impuestos, porque debe administrar precisamente esa vieja orden generada por la dominación imperialista y por el atraso nacional con los cuales es comprometido, cuya consecuencia es la crónica crisis fiscal. Sin embargo, como hábil político de extrema-derecha busca, con los palabreríos más pedantes y medidas cosméticas, como reducción insignificante de impuestos en la punta (PIS/Cofins), retirar de sí la responsabilidad cuando ella toda recae sobre él. Con eso, el fascista pretende crear condiciones para transferir la furia de la huelga, si ella ocurrir, contra los gobernadores, que tienen menos margen de maniobra fiscal para hacer gestos demagógicos con impuestos, buscando tirar de eso provecho electoral. Eso, sin embargo, es una maniobra frágil: ya se ve importantes liderazgos naturales de los camioneros diciéndose arrepentidos por debitar la mejora en la situación de la categoría a la elección del capitán.

 

Para la desgracia de la masa de camioneros, en particular, la categoría está dividida y desorganizada, así como todo el proletariado. Es ahí donde reside uno de los motivos para la baja adhesión a la huelga. El nivel de desorganización y fragmentación de sus instrumentos de lucha más elementales – como sindicatos y asociaciones –, tomados por oportunistas y arribistas de toda orden, genera un fenómeno odioso: su potencial conversión, tarde o temprano, masivamente de maniobra de los intereses de los grupos reaccionarios. En realidad, para la decisión de convocar la huelga o no por tales dirigentes sindicales, no entran en la balanza los intereses de las masas, sino el juego político reaccionario. Aun así, la masa de camioneros viene dando pruebas de que no desanima y tienta aglutinarse.

 

Aquella situación, vivida en 2017, de la gran huelga de 11 días, sólo fue posible, aún en situación de desorganización de las masas, porque convergió, además de intereses económicos múltiples y contradictorios (los de las transportistas, contratistas de flete, camioneros autónomos y asalariados), una desmoralización sin par del gobierno de turno – en la época, Temer – que permitió la unión de una vasta graduación de la categoría con amplio apoyo de todas las masas populares, aunque sufriendo de las consecuencias como el desabastecimiento. Ciertamente, irrumpiendo una huelga similar hoy, todas las masas apoyarán, con la misma o mayor solidaridad. Sin embargo, hoy, sin la convergencia de esos intereses económicos – de las transportistas y de los autónomos – la única posibilidad de este movimiento reverberar es con la actuación firme del movimiento obrero y popular, y desatar en solidaridad una Huelga General para cambiar toda la correlación de fuerzas de la situación política, colocar los reaccionarios y las clases dominantes en la defensiva e imponer las pautas más sentidas de las masas. Eso, si no fueran los oportunistas.

 

Las voces de la conciliación de la aristocracia obrera se levantan en argumentación: “pues es eso que Bolsonaro quiere”. Las justificaciones para nada hacer existen tantas cuantas se quieran encontrar; la verdad es que una gran huelga nacional, aunque atice el escenario en que el plan de Bolsonaro se hace el camino más conveniente de la reacción para imponer la orden reaccionaria, también genera el único escenario en el cual las propias masas pueden ganar algo. Los contrarios, aquí, si se retroalimentan, como en abundancia ocurre en la vida. Mientras que, hoy, las masas – “protegidas” por la conciliación de los genios oportunistas en el movimiento popular – no tienen nada a ganar y son diuturnamente azotadas por las manos de la dictadura de un gobierno militar que concentra en sí un número de militares superior al presente en el régimen de 64. ¿Qué, finalmente, se pretende evitar con la conciliación?

 

Es un círculo de hierro, irrompible sin sufrimientos o desgracias. O se movilizan las masas corriéndose el riesgo de agravarse la marcha del absolutismo reaccionario y, con ella, las condiciones para derrotarla; o no se movilizan y aceptemos desde ya la derrota y la rendición a la reacción, permitiendo que ella fulmine sin resistencia los derechos e intereses de las masas populares. Eso sería permitir que la reacción alcance su objetivo sin ni siquiera forzarla a revelar su verdadera faz, la de la represión sangrienta pura y simple, tendencia que Bolsonaro representa. Esa es la cuestión irremediablemente puesta. Los oportunistas que tergiversan esa cuestión están, en realidad, preocupados, no con el ascenso del fascismo con el cual concilian, pero con la posibilidad de perder el control sobre las masas populares y ver hundir el barco de la vieja orden, en el cual están embarcados y son ardorosos defensores.

 

Mientras tanto, por cima de cadáveres y del dolor de más de millones de brasileños y brasileñas por la pérdida de los más de 227 mil de sus entes queridos, Bolsonaro y generales eufóricamente conmemoran haber conseguido una Victoria de Pirro en el parlamento. En la Cámara, venció Arthur Lira – enflaqueciendo el grupo de Rodrigo Maia y, luego, su capital electoral, cuyo crecimiento en los últimos meses le permitieron hasta soñar con una candidatura a la presidencia en 2022. En el Senado, venció Rodrigo Pacheco.

 

Bolsonaro, además de buscar distensión en su relación con el parlamento para intentar evitar el impeachment y mantenerse elegible en 2022, también jugó para dividir sus adversarios electorales. La división de la centro-derecha (en concreto, del llamado “centrão”) crea dificultades para la conformación de una fuerte candidatura presidencial de este campo. En eso fue parcialmente exitoso, sin embargo los costes son demasiado altos. Además, él sabe que su triunfo reside en que es un elemento fascista y que, la experiencia histórica comprueba, tal elemento es siempre útil a la reacción imponer la orden amenazada de grave colapso. Como la tendencia es el agravamiento de la marcha del país a la barbarie, tanto más tiempo en el cargo, mayor la oportunidad de su proyecto triunfar.

 

 Lo que no deja de ser abismante es el fisiologismo y la prostitución política de las excelencias parlamentarias. “Quién paga más, lleva” es la lógica primaria de esa gente. Más de R$ 506 millones en enmiendas parlamentarias fue el precio de los votos pagado por Bolsonaro y generales; en los pasillos se dice que hayan sido más de R$ 3 mil millones el total envuelto en el negociado. Los “demócratas” asustados con Bolsonaro, que pintan esos señores por defensores de la democracia, que lidien con la vergüenza de confiar en ellos su suerte.

 

Sin embargo, como la lealtad y la honra no son el fuerte en esa “profesión”, eso está lejos de significar, para el gobierno militar, la anulación de sus problemas. El gobierno asumió un compromiso, y costará caro demás en lo que respeta al acceso del centrão al presupuesto, siendo que una de las cuestiones centrales de la reacción es el problema fiscal. Como ratones, los diputados son insaciables y Bolsonaro, como rata de Congreso que es y habiendo convivido 28 años con gente de su clase, conoce bien la psicología de ese tipo. La situación actual precede una potencial crisis institucional aún mayor, es material explosivo acumulado y regado con querosene.

 

De un lado, el de la reacción, descomposición; del otro, de las masas, azotes y quiebra de ilusiones, sumados al avance del elemento consciente, el movimiento del proletariado revolucionario. La marcha irrefrenable de la situación política rumba al desorden sin par, en medio a la mayor crisis de la historia del capitalismo burocrático local cuya recuperación no se vislumbra a corto plazo. Los demócratas genuinos no tienen con que asustarse.  Pues es precisamente en la tormenta que las masas aprenden a organizarse y orientarse como nunca; a distinguir, aún en la oscuridad, sus aliados de los enemigos con sagacidad; es en el desorden que aprenden a manejar las armas necesarias, sin las cuales no se puede vencer una guerra contra ellas ya declarada. Y de los escombros del desorden es que pueden surgir – e inevitablemente surgirán – las vigas y los agentes para la nueva edificación, nuestra obra común atrasada y pendiente: la República Popular de Brasil.

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